La del 20 de diciembre ha sido una fecha escogida con pretendida astucia por Rajoy y sus muchachos para las elecciones generales. Saben que esa fecha encontrará a medio país viajando para pasar las fiestas con sus familias y al otro medio con la cabeza ocupada en lotería y gambas, no en papeletas y urnas; y saben que una alta abstención les beneficia, pues sólo el voto que busca pasar página a estos olvidables cuatro años se movilizará. Hoy, a toro pasado, ante la incomprensión que el gobierno con el partido y los medios de comunicación que lo sostienen han mostrado ante lo ocurrido en Cataluña hace unas semanas, no podemos sino concluir que las generales debían haber coincidido con aquella cosa autonómico/plebiscitaria. Cabe entender el terror de los populares a que entonces les hubiera ocurrido lo mismo en el conjunto de España: darse un gran batacazo y ser sobrepasados de lejos por Ciudadanos, pero deberíamos preguntarnos junto a Suso del Toro si podemos aguantar hasta finales de diciembre bajo la bota de un gobierno irresponsable esclavo de un españolismo interesado y sectario sobre el que se aupó a la Moncloa e incapaz del más mínimo gesto de diálogo.
A estas alturas lo único que podría salvar los muebles del PP - o precipitar el hundimiento, quién sabe- sería que Rodrigo Rato entrara en prisión antes de las elecciones. Vale que ver a un exvicepresidente y exdelfín de Aznar no dará buena imágen pero una fuga estilo Luis Roldán sería para ellos una catástrofe que podría costarles el puesto a los ministros de Interior, Hacienda, Justicia y a la postre la Moncloa y las mamandurrias asociadas a todo el partido; antes corrían a despegarse de la pringosa sombra de Bárcenas, pero con Rato es diferente: casi nadie puede desvincularse y siguen sin faltar los elogios a su legado económico, incluso desde el actual gobierno y su claque mediática. Sólo en ésta última parece confiar el ejecutivo presidido por el gallego tranquilo. El primer movimiento sería levantar un muro de contención mediática junto a la Conferencia Episcopal; el segundo contar para la causa con ABC -más leído que La Razón- sin consultar al resto del grupo Vocento; y el tercero prodigar las apariciones simpáticas en parte del grupo A3Media. La Sexta, Cuatro,El País, buena parte de la prensa digital y, según el día, El Mundo siguen considerados territorio hostil. Respondiendo a la pregunta retórica de Del Toro, no, no podemos aguantar. Así las cosas tres meses -ya poco más de dos- son una eternidad.
A estas alturas lo único que podría salvar los muebles del PP - o precipitar el hundimiento, quién sabe- sería que Rodrigo Rato entrara en prisión antes de las elecciones. Vale que ver a un exvicepresidente y exdelfín de Aznar no dará buena imágen pero una fuga estilo Luis Roldán sería para ellos una catástrofe que podría costarles el puesto a los ministros de Interior, Hacienda, Justicia y a la postre la Moncloa y las mamandurrias asociadas a todo el partido; antes corrían a despegarse de la pringosa sombra de Bárcenas, pero con Rato es diferente: casi nadie puede desvincularse y siguen sin faltar los elogios a su legado económico, incluso desde el actual gobierno y su claque mediática. Sólo en ésta última parece confiar el ejecutivo presidido por el gallego tranquilo. El primer movimiento sería levantar un muro de contención mediática junto a la Conferencia Episcopal; el segundo contar para la causa con ABC -más leído que La Razón- sin consultar al resto del grupo Vocento; y el tercero prodigar las apariciones simpáticas en parte del grupo A3Media. La Sexta, Cuatro,El País, buena parte de la prensa digital y, según el día, El Mundo siguen considerados territorio hostil. Respondiendo a la pregunta retórica de Del Toro, no, no podemos aguantar. Así las cosas tres meses -ya poco más de dos- son una eternidad.
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