miércoles, 12 de noviembre de 2014

Hagamos mucho ruido para que no se oiga lo que dice la gente (Nuevo homenaje a Cataluña, y a Canarias ya que pasaba por allí)

Se me recriminará opinar a toro pasado, no hablar hasta varios días después de lo ocurrido el 9 de noviembre, pero creo que no tenía por qué hacerlo. No soy catalán, ni residente ni en la diáspora, ni estoy en las filas de los poderosos que podían -debían- sentirse aludidos. Creo que lo sucedido el domingo en Cataluña fue una fiesta de participación aunque no se parecía ni de lejos a lo que debía haber sido: un referéndum con todas las de la ley como el de Escocia hace unas semanas y como los realizados antes en Québec, con todas sus consecuencias jurídicas. Pero la intransigencia de un poder central que esgrimía la Constitución y el statu quo  de 1978 como si fueran tablas de la Ley -y con ese poder me refiero al bipartito, que tanto monta...- impidió que fuera así, apoyados en esa cámara de horrores que es el Tribunal Constitucional, perros cancerberos del inmovilismo de las leyes nombrados por los partidos que las dictaron.

Y si unos con sus amenazas y su legalismo a ultranza negaron a la ciudadanía catalana su derecho a decidir su futuro, desde la otra trinchera, con tal de salvar la cara, lo redujeron a una pantomima sin más valor que el simbólico y sin garantías, simple derecho al pataleo. Todos han intoxicado con mentiras y medias verdades: desde el nacionalismo español identificando el ansia de decidir con el independentismo -con ello alimentaban al segundo, pero eso lo negarán y lo interpretarán como daño colateral-; obvian así que cabían posicionamientos personales como el de Duran i Lleida y como el de la veterana Mercè Bel. Ambos son pruebas de que la doble pregunta y la variedad de opciones hacían al referéndum catalán más democrático que el escocés. Cuando el president Lluis Companys proclamó el stat Catalá lo inscribía dentro de una República Federal Española que nunca existió, fíjense si había alternativas diferentes,  Desde el otro lado se utilizó el victimismo, el agravio y el Espanya ens roba.

En los
dos bandos se trataba de hacer ruido, ruido nacionalista para silenciar el paro, los recortes y los Pujoles, y ruido españolista para que no se constate la corrupción y la descomposición de un régimen moribundo. Mucho me temo que todo este ruido no ha cambiado nada. Como días antes, días después se sigue dinamitando cualquier posible avance. El govern de la Generalitat no sabe por donde tirar y agita el espantajo de unas elecciones adelantadas en las que triunfará la secesión -yo no tengo nada claro que las fuerzas independentistas sumen una mayoría suficiente que además deje de lado la lucha de clases-; mientras tanto una fiscalía dirigida desde el poder prepara acciones punitivas contra el president y los consellers al igual que las fuerzas de la Una, Grande y Libre -UPyD, ciutadan's, Vox, sectores del PP y la prensa heredera de El Alcázar- se quejan de que la policía no se incautara de las urnas y de que los tanques no entraran por la Diagonal -antes Avenida del Generalísimo-. Su actitud se asemeja a la de los protagonistas del único incidente del 9-N, los neofascistas encapuchados que entraron en un centro de votación de Girona para destrozar urnas y papeletas. Yestá también el caso de Canarias, donde el gobierno de Rajoy y los jueces guardianes de las esencias se han lanzado en tromba para impedir que la ciudadanía decida entre su modelo turístico y ambiental y las prospecciones petrolíferas promovidas por Repsol y su ministro amaestrado. ¿Por qué tanto miedo a la gente y a que ésta se exprese libremente? Ya se está impartiendo formación al ejército para sofocar revueltas ciudadanas,  pero a algunos no les basta ¡donde se ponga una guerra civil como Dios manda!

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