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El coloso de Francisco de Goya |
Bien sabe quien me conoce que detesto el optimismo seráfico de los papanatas. A menudo he bramado contra esa calamidad del
pensamiento positivo, tan grata a los poderosos pues mantiene a los esclavos esclavos pero contentos, y tu
muro de Facebook lleno de
gilipollleces buenistas, amaneceres y citas de
Paulo Coelho. Aprecio el pesimismo ilustrado que en España es casi una corriente filosófica, la de
José Gutiérrez Solana en
La España negra y de la pintura de madurez de
Goya. Pero no es lo mismo una ciudadanía crítica y escéptica que una sumida en el derrotismo e inmovilizada por la incertidumbre y el miedo. Desde que empezo -o empezaron- la actual e interminable crisis es en ese miedo en el que nos quieren instalados para que, atemorizados y dóciles, no osemos plantar cara a la contrarrevolución de los plutócratas y sus políticos a sueldo.
En esta larga víspera de Armagedón, con la incertidumbre y el miedo al futuro atenazando todos los órdenes de nuestras vidas, miramos alrededor y la única certeza que encontramos es que no hay arma que quienes manejan los hilos no empleen para minar nuestra resistencia, desde dejarnos sin casa o sin trabajo hasta la violencia y la guerra. Y mientras nos mantienen ocupados en procurarnos lo más básico, aplican su programa de tinieblas: el fundamentalismo religioso, moral y económico, la censura, el recorte de libertades...
Nos convencen de que no es sostenible un sistema basado en la solidaridad y nos inculcan la mala conciencia, para que pensemos que abusamos de las urgencias, las medicinas y los libros, que somos privilegiados por tener un empleo y debemos pagarlo con menos sueldo, menos descanso, menos derechos para las mujeres, peor atención a los mayores. Aceptaras cualquier trabajo si temes al paro tanto como al vacío. Te quieren pobre y con miedo a ser más pobre porque así eres más manejable. Desde el mismo momento en que comenzó este gigantesco timo planificado -¿
La gran estafa española?- nos convencieron de nuestra responsabilidad -por haber vivido por encima de nuestras posibilidades, ya saben-.
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Lazareto de Mahón |
Una vez extendido el miedo, el siguiente paso es el aislamiento del disidente. Ya tuvimos
gulag, campos de exterminio, ¿volverán ahora los lazaretos? También llamados leproserías, eran aquellos recintos fortificados donde se confinaba, a veces sin tratamiento y hasta la muerte, a quienes padecían la lepra, enfermedad manifestada sobre todo en la piel y producida por el llamado bacilo de
Hansen, no mucho más contagioso que las distintas cepas de la gripe; no obstante el leproso ha estado históricamente estigmatizado y ha sido víctima de un terror supersticioso. Ya el
Levítico le condenaba a vagar vestido con harapos y con la cabeza descubierta, proclamando en voz alta ¡Soy inmundo, soy inmundo! Todos hemos oído hablar de la isla hawaiana de Molokay y su
Padre Damián, pero no tantos del
Lazareto de Mahón, que el Conde de Floridablanca, ministro de Carlos III mandó edificar en 1793. Despojado de su tétrico fin aún sobrevive como colonia de vacaciones para funcionarios del Ministerio de Sanidad, función para la que existe una larga lista de espera. Pero los nuevos lazaretos donde el poder recluirá a sus disidentes, a quienes considera leprosos y muy contagiosos, no serán centros vacacionales ni estarán en Hawaii.
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El padre Damián de Molokay |
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