miércoles, 16 de octubre de 2013

Don Cristobal en las bodas de Camacho ...y en la cueva de Montesinos

En numerosas ocasiones nuestros dirigentes nos han acusado de haber vivido en unas interminables bodas de Camacho que un buen día se acabaron -ya saben, aquel socorrido por encima de nuestras posibilidades-. Parte de razón no les faltaba, aunque ellos fueran los primeros en participar en banquetes y comilonas y en jalear el vivan los novios, indiferentes a si la bella Quiteria elegía a Camacho el rico o se contentaba con Basilio el pobre. Lo lamentable es que ahora el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas de España pretenda invertir el orden natural de las aventuras caballerescas y, desde el fondo de la cueva de Montesinos sueñe o alucine que lo que nos aguarda son unas nuevas bodas de Camacho aún más espléndidas y generosas que las celebradas en Munera. El ingenioso hidalgo don Cristobal de Jaén quiere que todos seamos partícipes de su vesanía y veamos salarios que crecen moderadamente donde sólo hay pecunios que menguan y recortes, aunque eso le cueste posteriores rectificaciones.

No parece reparar don Cristobal en que aquellas famosas nupcias acabaron en tragedia, simulada, eso sí, y en burla. Ándese con ojo, maese Montoro, no sea que a la vuelta de la esquina aceche el monstruo que nos ha de despedazar, y que la luz al final del túnel sea la de los faros de un camión sin frenos que se aproxima a toda velocidad. Asegúrese de que la sinpar Dulcinea es en verdad hermosa princesa y no zafia aldeana, baja, regordeta y maloliente. Por favor, déjese de una vez de encantamientos y juegos de manos.

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