Que fácil pasar de gran esperanza blanca a gran decepción encanecida, y eso suponiendo que para alguien resultara alguna vez esperanzadora la figura del señor Cayo Lara. Reconozco que algunos llegamos a creer en el potencial regenerador de Izquierda Unida, pero nunca mientras estuvo coordinada por este manchego que deja ver tan a las claras el pelo de la dehesa del aparato comunista. Al principio, en los tiempos de Gerardo Iglesias, las Convocatorias y las Iniciativas, fue una buena idea, pero no tardó en descubrirse que IU sólo servía para colgar geranios en los balcones del PCE.
El último barómetro del CIS deja claro que Izquierda Unida nunca ha ido ni irá más allá de su propio sueño. Junto a una abstención galopante, lo que más destaca de la intención de voto de los españoles es el hundimiento de los dos pilares del bipartidismo, pero de esa caída apenas rascan los minoritarios que ni siquiera sirven como bisagras. El Partido Popular no podría gobernar solo ni con UPyD, y a los socialistas no les bastaría con el apoyo de IU para hacerse con el gobierno. Sólo el bipartidismo en estado puro -un pacto PP-PSOE- odría garantizar la gobernabilidad, y será lo que las cancillerías europeas impongan. Con el sorpasso -adelantar a los socialistas por la izquierda- no se puede ni soñar.
¿Para que sirve un partido -una federación, perdón- que ni siquiera puede ser muleta de gobernantes cojos? Queda cada vez más claro que para que Izquierda Unida pueda ser tomada en serio como una alternativa no debe dudar para recluir al Partido Comunista en el museo de su gloriosa historia y desprenderse para siempre de unas siglas y unos símbolos que recuerdan demasiado al terror y la represión del estalinismo. Pese a los loables esfuerzos democráticos de Gaspar Llamazares, Almudena Grandes y otros hasta que esa higienización en profundidad se produzca, nadie se disputará el voto del señor Cayo, ¿para qué sirve?
La entrega Esperando a los bárbaros, próximamente en esta sala
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