martes, 6 de agosto de 2013

La isla de los perros


Fue la tercera vez -y última hasta la fecha- que estuve en Londres. Esta vez decidí acercarme a un distrito que antes sólo conocía por su impacto en el skyline londinense, los Docklands y el complejo financiero de Canary Wharf. Me fascina la arquitectura contemporánea y salí del metro fotografiando sin descanso las moles del corazón económico de Inglaterra. Me fijaba en su belleza futurista, en el cristal y el acero cortando el aire, pero la realidad de dónde estaba realmente se me reveló en forma de un tipo de casi dos metros de alto y uno de espalda que me preguntaba por qué hacía fotografías, qué hacía en Canary Wharf, a qué me dedicaba, y que me hizo enseñarle todas las fotos que guardaba en la cámara. Como tras el susto inicial no hice mucho caso y seguí con mis fotos, tuve varios encuentros más con hombretones como aquél, uniformados, con chalecos antibalas, armados como policías pero que no eran policías sino la Canary Wharf Security,empleados de Siemens, una guardia pretoriana del capitalismo que custodia su sancta sanctorum y te explica que para hacer fotos allí necesitas un permiso incluso en plena calle. No dejaba de ser una contradicción que durante uno de esos encuentros un avión volara casi rasante sobre nuestras cabezas –no hay limitaciones que prohíban sobrevolar Londres como sí las hay en Nueva York y otras ciudades desde el 11-S- y aquello se considerara menos amenazador que un turista español haciendo fotos. En el British Museum puedes hacerlas incluso con flash, y nadie te registra la mochila, y en esos mismos días cincuenta activistas de Greenpeace lograron encaramarse a los tejados de las Houses of Parliament, burlando todas las medidas de seguridad en la sede de la Cámara de los Comunes para exigir medidas contra el cambio climático, pero la sede del BSH, y otros cuya codicia alimentó la crisis que padecemos, es más valiosa, ha de estar bien protegida. 



Londres ha sufrido atentados sangrientos pero ocurrieron en el metro, las calles y los autobuses, los padecieron los ciudadanos, no los imperios financieros de la City y los Docklands -se la conoce como Isla de los perros por la gran cantida de estos animales que vivían en los viejos muelles, igual que las islas Canarias deben sunombre no a esos pájaros sino a los canes eque las poblaban-. Para blindarse en sus rascacielos muy claro deben tener hoy los responsables del Credit Suisse, HSBC, Citigroup, Morgan Stanley, Bank of America, Metrovacesa Barclays de que no es respeto y admiración lo que despiertan entre el personal. Saliendo de Canary Wharf pienso en cómo ese lugar cambió del tráfico de contenedores al de capitales; de zona portuaria, canalla y maleva, a santuario de un mal mucho más temible; de centro de la marinería y la tradición corsaria de Inglaterra a refugio de una nueva piratería. Allí en los Docklands y en la City están los bufetes de abogados que se enriquecen intermediando en los secuestros de barcos que somalíes muertos de hambre, a los que sí llamamos piratas, realizan para ellos. Allí  se nplanean secuestros y se negocian rescates para este mundo en el que lo único globalizado es la rapiña.

domingo, 4 de agosto de 2013

Esperando a los bárbaros

 ¿Por qué inactivo está el Senado e inmóviles los senadores no legislan? Porque hoy llegan los bárbaros. Los versos de Constantino Cavafis nos hablan de unos gobernantes y unos gobernados sumidos en el estupor, sin entender ni reaccionar –salvo quizás con la fuerza bruta- ante quienes zarandean sus cimientos. El papel de los jóvenes, que deberían ser siempre la última esperanza de cambio, no es muy diferente del jugado por sus gobernantes. Quienes han logrado liberarse del miedo a la llegada de los bárbaros se han cambiado de bando y han pasado a rendir a los bárbaros ciega pleitesía y sumisión. En los ochenta la socialdemocracia española inició el proceso de desactivación de la juventud y ha obtenido a los jóvenes más acomodaticios, embrutecidos e ignorantes de todo el continente, que aceptan sin rechistar el trabajo que les den o el alquiler que les cobren.

 Cavafis, la noche cae y no llegan los bárbaros. Y gente venida desde la frontera asegura que ya no hay bárbaros. Los tártaros parecen haberse retirado y escondido detrás del enorme desierto que imaginó Dino Buzzati. Y ahora ¿Qué será de nosotros sin bárbaros? Quizás ellos fueran una solución después de todo o, a lo peor, bárbaros y senadores son una misma cosa.



Aquí vuelvo a




sábado, 3 de agosto de 2013

Nadie se disputa el voto del Sr. Cayo

Que fácil pasar de gran esperanza blanca a gran decepción encanecida, y eso suponiendo que para alguien resultara alguna vez esperanzadora la figura del señor Cayo Lara. Reconozco que algunos llegamos a creer en el potencial regenerador de Izquierda Unida, pero nunca mientras estuvo coordinada por este manchego que deja ver tan a las claras el pelo de la dehesa del aparato comunista. Al principio, en los tiempos de Gerardo Iglesias, las Convocatorias y las Iniciativas, fue una buena idea, pero no tardó en descubrirse que IU sólo servía para colgar geranios en los balcones del PCE.

El último barómetro del CIS deja claro que Izquierda Unida nunca ha ido ni irá más allá de su propio sueño. Junto a una abstención galopante, lo que más destaca de la intención de voto de los españoles es el hundimiento de los dos pilares del bipartidismo, pero de esa caída apenas rascan los minoritarios que ni siquiera sirven como bisagras. El Partido Popular no podría gobernar solo ni con UPyD, y a los socialistas no les bastaría con el apoyo de IU para hacerse con el gobierno. Sólo el bipartidismo en estado puro -un pacto PP-PSOE- odría garantizar la gobernabilidad, y será lo que las cancillerías europeas impongan. Con el sorpasso -adelantar a los socialistas por la izquierda- no se puede ni soñar.

¿Para que sirve un partido -una federación, perdón- que ni siquiera puede ser muleta de gobernantes cojos? Queda cada vez más claro que para que Izquierda Unida pueda ser tomada en serio como una alternativa no debe dudar para recluir al Partido Comunista en el museo de su gloriosa historia y desprenderse para siempre de unas siglas y unos símbolos que recuerdan demasiado al terror y la represión del estalinismo. Pese a los loables esfuerzos democráticos de Gaspar Llamazares, Almudena Grandes y otros hasta que esa higienización en profundidad se produzca, nadie se disputará el voto del señor Cayo, ¿para qué sirve?

La entrega Esperando a los bárbaros, próximamente en esta sala