Durante mi infancia en Huelva la única, o al menos la más conocida, tienda de artículos de broma era Baltasar. Situada en la calle entonces llamada 18 de Julio -hoy Berdigón-, su producto estrella era la mierda de Baltasar, un realista y popular zurullo de plástico. Como otros establecimientos de su ramo sucumbió, no por la crisis -no aguantó tanto-, sino por ell cambio de costumbres y la competencia del progreso tecnológico. Por tanto, no llegó a tiempo de suministrar la tinta invisible con la que se imprimen hoy los programas de los partidos políticos, para que en cuanto se ganan unas elecciones, no quede memoria de las falsas promesas sobre las que se construyó la victoria.
La desaparición de Baltasar será la excusa de que no sea una mierda de plástico, sino un zurullo auténtico, tierno y oloroso, el que propongo regalarles a los detentores de ese poder basado en mentiras, a quienes no dudan en hacer caer el peso de la mentira sobre los muertos, quienes se empeñan en cerrar los ojos, y que todos los cerremos, cuando se anuncia tormenta, o a quienes ejercen impunemente el derecho de pernada sobre los pueblos y se apoyan con prepotencia en la Ley para saquearlos.
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