Ajuste de cuentas
Esta feo escarbar en las úlceras abiertas, lo sé. No es educado encarnizarse con el derrotado, ni que del árbol caído sea sencillo hacer leña significa que te vayas a calentar mejor con ella. El te lo advertí y el te lo dije siempre ha sido cosa de listillos y pagados de sí mismos. Pero sí es verdad que es sólo cuando los ciclos se cierran cuando se puede mirar atrás con una perspectiva menos distorsionada, y cuando realmente apetece hacer un ajuste de cuentas. En España ha cerrado sus puertas por ruina un parque temático cuyos gestores, con José Luis Rodríguez Zapatero a la cabeza, imaginaron como una Disneylandia feliz, de progreso e igualdad, pero que resultó parecerse más a Terra Mítica: ruinosa, corrupta, despilfarradora, chapucera y aburrida. Aquella España de Zapatero cuyo oropel deslumbraba a progresistas miopes de todo el orbe era la misma tierra de esperpentos, chapuzas, pícaros y mangantes que retrataron desde el autor del Lazarillo a Berlanga y Azcona, pasando por Goya, Solana y Valle. Ya no me interesa, por inútil, ensañarme en las decisiones y torpezas que nos han llevado al abismo, pero me considero un damnificado más; para mi fortuna mucho menos damnificado que la mayoría, si acaso más engañado y traicionado que otra cosa, ya que de momento no paso frío en una cola del paro. Hoy que se ha ido para siempre reclamo el derecho de volver a hablar de Rodríguez Zapatero y sus compañeros –ah, sí, y compañeras- de viaje para sostener el argumento de que los problemas no son de hoy ni de ayer ni de hace tres años, que fue desde el principio un mal gobernante, santo patrono de la insustancialidad y rey de la pamplina; que las políticas ornamentales que encandilaban a la progresía –más fuera que dentro- fueron fuegos de artificio con pólvora húmeda, que desde su primer día en La Moncloa no se desvió del guión escrito por quienes de verdad nos gobiernan, el que autoriza que un partido socialdemócrata pueda estar en el gobierno siempre que no cumpla el programa socialdemócrata. Todo fue mal desde el principio y algunos deberían plantearse de una vez por todas la necesidad de derribar también el mito del primer mandato de Rodríguez Zapatero porque fue tiempo tan perdido como el segundo pero sin crisis.
Hoy, más triste que nunca su triste figura, acapara críticas por todos lados. Ni siquiera nos sirve ya la solidaridad que necesariamente despierta el haber sido el político más visceralmente odiado por la peor carcunda, ultras, integristas, tertulianos, gacetilleros y obispos. El presidente que ganó todas las elecciones a las que se presentó –las dos generales y el congreso que, por sorpresa le dio el poder en su partido – suscita hoy una inédita unanimidad en la descalificación sin distinción de generaciones, clases o incluso ideologías; recibe hostias hasta en el cielo de la boca; es tal el patetismo de su capitulación que incluso puede mover a la compasión. Meses después de sus risibles declaraciones en las que aseguraba que su futuro lo veía como supervisor de nubes, circulaba un chiste que atribuía a dichas palabras la causa de que España atravesara una prolongada sequía y el verano pareciera no acabarse nunca.
Cierto, hay luces entre tantas sombras, y el tratamiento a la cuestión vasca y el haber llevado a ETA a una derrota sin paliativos, es el mayor éxito. Y, cierto, podía haber sido peor. Aquel congreso pudo ganarlo Bono y hoy no habría sitio ni para ilusiones traicionadas sino para el culto a lo hortera, lo fatuo, el enriquecimiento fácil, el patrioterismo, el desprecio a las minorías y ese autoritarismo cuasi fascista que tan bien representa el consuegro de Raphael, es decir, lo mismo que con Aznar pero con implantes capilares. Alguien debería escribir una ucronía sobre lo que habrían sido estos siete años, ocho meses y cinco días con Bono.
La despedida
Los días que han seguido a la vergonzosa derrota en las urnas han acabado de sepultar bajo el fango de su propia estupidez y su propia villanía a José Luis Rodríguez Zapatero y sus gobiernos. Ha sido un final de campanillas. Primero fue su incapacidad y la de los suyos para entender las causas de tamaño desastre electoral. Pero esta vez ni siquiera dentro del Partido Socialista iban a tolerar que les vinieran Zapatero y Rubalcaba con el cuento de que era la crisis la única culpable de la debacle. Erre que erre afirmó ante el Comité Federal “Hicimos lo necesario. No había alternativas en unas condiciones muy difíciles” y defendió el esfuerzo por evitar “graves consecuencias en el futuro económico y la propia autoestima democrática como pueblo”. También reprochó a la Unión Europea no haber sabido ofrecer una solución estructural de futuro. A la hora de echar balones fuera hasta su fundamentamentalismo europeista saltaba por los aires. No le fue a la zaga el más derrotado de cuantos candidatos hubiera presentado el PSOE a la presidencia del Gobierno, quien convirtió a Joaquín Almunia en un triunfador por comparación. Alfredo Pérez Rubalcaba recalcó que la campaña se ha visto monopolizada por el dato de los cinco millones de parados -con lo que al parecer nada tienen que ver los gobiernos socialistas- y por los vaivenes de la economía, con la subida de las primas de riesgo y el parón en el crecimiento. Ante tanta autojustificación era lógico que hubiera respuesta, y otro campeón en derrotas, Tomás Gómez, dijo a ZP a la cara que “las causas no están en la crisis, sino en las políticas para abordar la crisis”, y esas eran “políticas de derechas”.
Varios consejos de ministros en funciones han seguido al 20-N. Y todos han añadido una nueva palada de ignominia a la tumba política de Rodríguez Zapatero. El escandaloso indulto concedido al consejero delegado del Banco de Santander Alfredo Sáenz, condenado en firme por el supremo por una trama que implicó a jueces y que acabó con unos empresarios enviados injustamente a prisión por las intrigas del número dos de Emilio Botín, fue la más sonada de las arbitrariedades que se convirtieron en guindas del segundo mandato. El preso común más antiguo de España, el granadino Miguel Montes Neiro, sin delitos de sangre, tuvo que esperar hasta el último consejo para obtener un amago de indulto que no acaba de dejar clara su salida de prisión. Claro que detrás de este recluso no estaba la institución que refinanció sin poner una pega la deuda del PSOE y concedió una hipoteca al mismísimo presidente del Gobierno para que se comprara un chalé de casi medio millón de euros en las playas de Vera; o cuyo presidente echaba continuos capotazos a las erráticas políticas económicas del gobierno socialista a cambio de seguir haciendo la vista gorda, como sus antecesores, ante los escándalos de cesiones de créditos y blanqueo de dinero.
Cuando Zapatero fue preguntado en una rueda de prensa sobre este indulto respondió con el tono chulesco y desafiante que en otras ocasiones ha empleado cuando se le inquiere sobre sus favores a los poderosos: "Se entendió que era razonable y punto".
En otra reunión del Consejo de Ministros en funciones, nuestro hombre y la infausta ministra que dio nombre a la malhadada Ley Sinde intentaron aprobar in extremis el reglamento -un añadido a la Ley de Economía Sostenible ideada por Miguel Sebastián- que consagraría la persecución a las páginas de enlaces y descargas en la Red, una de las más contestadas de la era Zapatero y la primera decisión que abrió un abismo entre los gobiernos socialistas y buena parte del electorado que les llevó a La Moncloa. Una bronca de campeonato en la propia reunión ministerial dejó la pelota en manos del futuro gobierno Rajoy, igualmente partidario de la norma.
Pero la peor canallada había llegado con el Gobierno en pleno ejercicio. El ejecutivo dejó para la jornada de reflexión del 19 de noviembre la entrada en vigor del decreto -que se guardó muy mucho de hacer público en campaña electoral por el que se que creaba el nuevo acuerdo de aprendizaje, carente de los derechos laborales que un contrato de trabajo establece. Está destinado a jóvenes de hasta 25 años, aquienes no se fija límite de jornada, festivos y permisos, y que habrán de trabajar sin vacaciones, sin indemnización y sin prestación de desempleo al término de la no-relación laboral, todo ello por 426 euros al mes, un acuerdo que puede prorrogarse hasta la edad límite, momento en que se podrá echar mano de otro joven con las mismas condiciones de semiesclavitud. Aquel 19 de noviembre consagró al gobierno socialista presidido por José Luis Rodríguez Zapatero como el más antisocial y el que más ha hecho retroceder a la sociedad española en derechos laborales, sociales y democráticos desde el final del franquismo.
- A la carta
- ; Debate sobre el Estado de la Nación
- ; Zapatero: 'Voy a tomar las decisiones que España necesite aunque esas decisiones sean difíciles'
Cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste
Con aquella frase pronunciada con afectada solemnidad en el Debate sobre el Estado de la Nación de 2010, se llegaba al punto de no retorno en el camino iniciado el 12 de mayo anterior, una fecha en la que renuncia a su programa electoral y a partir de la cual ha estado de sobra en la presidencia del Gobierno, Rodríguez Zapatero nos dejó claro que nada le detendría en la obediente aplicación de la hoja de ruta que le dictaban desde Berlín, Bruselas y Washington. Aquel día se subió a la tribuna del Congreso para anunciar que reduciría el salario de los funcionarios en un 5% y lo congelaría en 2011, junto a las pensiones. Asimismo, el Estado recortó un total de 6 000 millones de euros en inversiones, suprimió el cheque bebé y -provisionalmente- las ayudas contra el hambre para desempleados sin prestaciones y redujo el gasto en ayuda al desarrollo en 600 millones de euros. Fue el comienzo de los recortes en prestaciones y derechos, por la vía directa o por la indirecta de no pagar lo que se debe, no convocar empleo público, no contratar...
El resultado de todos los sacrificios que han venido después no puede ser más descorazonador: No han servido sino para agravar la situación. Al convocar las elecciones anticipadas el Banco de España certificaba el estancamiento de la economía española y auguraba que vienen días aún peores con una nueva recesión -Paul Krugman pide que nos dejemos de eufemismos y lo llamemos por su nombre: depresión-, la EPA del tercer trimestre, que debía cosechar el efecto balsámico de un buen verano turístico, arrojó un récord de cinco millones de parados que el registro del Inem remató con los datos de octubre.
El líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, resumió así el balance del segundo mandato de Zapatero: “Suspenso total y sin paliativos. Ha sido un Gobierno para los bancos y los mercados y para la derecha política y económica, y en contra de los trabajadores y la mayoría social. España ha perdido soberanía democrática, ya que mandan más en España los mercados y los especuladores que el pueblo, se ha producido un recorte nítido de derechos laborales y sociales, no se ha enmendado la regresividad fiscal, la recesión y el volumen de paro no han cedido y, para colmo, concluye el mandato con el aldabonazo final de la reforma de la Constitución, pactada con el PP, y que supone introducir la ideología neoliberal en la Carta Magna, despreciando la opinión ciudadana”.
Tras las elecciones de 2008, antes del inicio de la IX Legislatura, Zapatero afirmó que su prioridad sería "la lucha contra la desaceleración económica", el penúltimo eufemismo para seguir negando la primera gran depresión del siglo XXI, que se eludió, ocultó y maquilló ante las elecciones de aquel año, pero que ningún otro gobierno desmintió con la irresponsabilidad del de Zapatero. Años después reconocería como un error del que se arrepentía el no haber reventado a tiempo la burbuja inmobiliaria ¿Para qué? Si las cifras eran estupendas, si convenía tanto que los súbditos españoles creyeran seguir viviendo en jauja. ¿Qué gobierno iba a quitar la venda de los ojos de sus ciudadanos cuando es tan agradecido gobernar el país de los ciegos?
En agosto de 2011 habían saltado las alarmas y se conjuraba de nuevo el fantasma del rescate europeo en la senda de Grecia, Irlanda y Portugal. Para hacerle frente Zapatero concertó con el líder de la oposición, Mariano Rajoy una reforma constitucional exprés, sin debates ni consultas, que amén del coste en nuestros usos democráticos ni siquiera logró sedar a los mercados ni a las agencias de certificación. Otra decisión pactada con el PP, el partido que más ha coincidido con el socialista durante el segundo mandato, fue poner la base aeronaval de Rota en el mapa del escudo antimisiles de EE UU sin que un Parlamento ya disuelto pudiera pronunciarse.
La política económica de Rodríguez Zapatero -se supone que coordinada por la dubitativa Elena Salgado- no ha evitado que España siga siendo el país del "con IVA o sin IVA", en el que sólo 70 personas cumplen pena de prisión por robar a Hacienda. El Gobierno no se ha atrevido a meter mano al coto cerrado de los inspectores de Hacienda, que vetan cualquier ampliación de las plantillas dedicadas a perseguir el fraude, y ha defendido la pervivencia de instituciones financieras como las Sicav, que lo perpetúan. Nada para evitar la evasión a paraísos fiscales, nada frente a una economía sumergida que representa casi un tercio del PIB.
A 336.960 millones de euros ascendía lo obtenido por las entidades financieras españolas en ayudas públicas desde que estalló la crisis hasta 2010. En concreto, las ayudas públicas en forma de inyecciones de capital o de avales para emitir deuda ascienden a 146.000 millones de euros, cifra equivalente al 8,4% del PIB del Estado, según un informe publicado por la Comisión Europea. Esto y no unos raquíticos servicios sociales, ni el coste de la Sanidad ni el de la Educación es lo que ha disparado la deuda pública, mientras se fortalecía el capital de la banca española 71.073 millones de euros de beneficio acumulado, desde que comenzó la crisis. ¿Eran banqueros quienes le gritaban a Zapatero en 14 de marzo de 2004 aquello de “No nos falles”?
Una de las primeras consecuencias del autogolpe ideológico que Zapatero escenificó en el Congreso en mayo de 2010 fue la aprobación de una reforma laboral germen de las que de inmediato han de venir y que básicamente abrió la puerta al abaratamiento del despido. A Zapatero le costó una huelga general que los sindicatos, particularmente UGT, convocaron con la boca pequeña. A la sociedad dicha reforma sólo le ha servido para que se firmen más contratos precarios, que el desempleo se dispare por la vía del despido y que a los jóvenes sólo les quede una vía de entrada al mercado de trabajo que pasa por aceptar condiciones de semiesclavitud, o emigrar como sus abuelos durante el franquismo.
Mientras la reforma laboral tuvo cierta respuesta sindical, la de las pensiones
se pasteleó con los dos grandes sindicatos, Mucho se nos ha vendido que dicha reforma garantiza la sostenibilidad del sistema de pensiones, pero no solo no se ha planteado dicha sostenibilidad bajo criterios científicos -demográficos, de evolución del mercado laboral y de los sueldos-, sino que desde el Gobierno se ha estado promoviendo de forma descarada el negocio de los planes privados de pensiones, controlados por los mismos que controlan los hedge founds y especulan con las deudas nacionales.
El que paguen más los que más tienen, el impuesto de patrimonio y el aumento de la fiscalidad a los ricos han sido argumentos de quita y pon, hoy denostados, mañana defendidos, que nunca hubo la menor intención de llevar a la práctica, salvo por la recuperación en campaña electoral del impuesto de patrimonio por el mismo gobierno que lo derogó. En cambio no tembló la mano al subir los impuestos indirectos que ricos y pobres pagamos por igual. Un poco de chalaneo con algunos partidos nacionalistas permitió al PSOE subir el IVA hasta el 18% en el tipo medio, dando otro mazazo más a las posibilidades de recuperación económica en donde más duele: el consumo privado.
Ante la alarmante falta de liquidez en las cuentas públicas y la necesidad de contar con unos presupuestos de ingresos, el gobierno Zapatero decidió optar por la vieja fórmula, empleada ya por sus antecesores: las privatizaciones y el malvender el patrimonio público. Hacía falta ser muy estúpidos, y por lo que se ve el equipo económico de Zapatero lo era, para hacerse las previsiones de negocio que se manejaron de la venta de las Loterías del Estado o Aena e incluir el producto de dichas ventas en las previsiones de ingresos. Cuando se dieron de bruces con la realidad de que nadie iba a pagar lo que el gobierno pretendía en la actual coyuntura económica -por no hablar del inmenso error de desprenderse de una fuente de ingresos tan segura como las loterías- tuvieron que envainársela y renunciar a las privatizaciones, dejando un enorme agujero en las cuentas de ingresos del Estado.
Los primeros gobiernos de Zapatero incrementaron como nunca antes se había hecho el salario mínimo interprofesional, pero eso no ha evitado que siga estando muy por debajo de la media de la OCDE, mientras en la primera mitad de la década sufrimos una inflación encubierta galopante por el cambio a la moneda única y pagamos algunas de las tarifas más altas de toda Europa en conceptos como la electricidad, la telefonía o el acceso a Internet, por no hablar de la vivienda.
A los dos últimos gobiernos de Felipe González se los llevó por delante la ciénaga de corrupción que se había instalado en las más altas cimas del poder político. Los de Rodríguez Zapatero han podido vender una imagen de relativa honestidad por contraste con un Partido Popular comido por los gusanos de la corrupción. Sin embargo en los últimos meses tampoco ha faltado en las filas socialistas una buena mano de corruptelas, las más señaladas las protagonizadas por el ministro portavoz José Blanco como visitador de gasolineras y las que enfangan al gobierno andaluz con la cada vez más enredada madeja de falsos Eres, subvenciones y agencias públicas bajo sospecha.
Este segundo mandato de Rodríguez Zapatero marcó otro hito; por primera vez un gobierno democrático decretaba el estado de alarma, que se mantuvo durante más de dos meses tras el plante de los controladores aéreos, una reacción sobreactuada e irresponsable a una crisis cuyos culpables eran una casta laboral privilegiada pero a la que no fueron ajenas la chulería y las provocaciones del ministro José Blanco.
Enemigo de sus amigos
Aquel inofensivo Bambi con cuya imagen era ridiculizado con sus rivales resultó ser un despiadado depredador de sus propios colaboradores. Rodríguez Zapatero ha ido dejando cadáveres por el camino a lo largo de estos casi ocho años. “Zapatero tiene mala conciencia por cómo ha tratado a algunos de los que más le hemos ayudado y la tendrá durante mucho tiempo”, dijo una de sus víctimas, Jordi Sevilla, un hombre clave en su camino hacia la secretaría general del PSOE y a la victoria electoral. A este brillante economista de convicciones socialdemócratas se le negó el Ministerio de Economía al que parecía predestinado, para dárselo a un neoliberal como Solbes. Otro caso fue el de Jesús Caldera, el colaborador más cercano de Zapatero en los primeros tiempos, a quien sí se le dio un ministerio, el de Trabajo, pero acabó arrinconado en la Fundación Ideas, una FAES socialista sin el poder de la FAES, o mejor dicho, sin poder alguno. Alguien demasiado acostumbrado a las traiciones como el ex presidente del Parlamento Europeo Josep Borrell, tuvo que retirarse al mundo universitario cuando Zapatero le negó su apoyo para renovar en el cargo. Fichado para el Ministerio de Sanidad como la estrella de la ciencia española, Bernat Soria fue un ministro kleenex. Antes de cumplir dos años, fue destituido por una lega en la materia como Trinidad Jiménez, quien antes de perder las primarias de Madrid a su vez dio paso a otra más inútil aún, Leire Pajín.
Los mitos del primer mandato
Casi nadie -dentro de España y fuera del sistema financiero- defiende las decisiones de Zapatero durante su segundo mandato, pero es un pensamiento muy extendido absolverle por los cuatro primeros años, incluso mitificar ese período como un cuatrienio de avances en las libertades y los derechos sociales: Cuatro primeros años con una buena actuación, años posteriores de dudas, o de falta de honestidad, es el balance que muchos hacen. El secretario general de UGT, Cándido Méndez, declaró que la sociedad "no va a olvidar las decisiones tomadas en su última legislatura”. Pero para descubrir que casi todo era fachada basta despojar de la propaganda y del mito las decisiones del primer mandato, cuando Zapatero debía buscar el sustento parlamentario en las fuerzas minoritarias a su izquierda, antes de que a esas mismas fuerzas (IU, ERC, BNG, CHA...) el apoyo a Zapatero les costara muy caro en las urnas
A la hora de situarse en el espectro político, Zapatero afirmó que "más que un socialdemócrata soy un demócrata social". Para el desde hoy expresidente, "el programa de una izquierda moderna pasa por una economía bien gobernada con superávit de las cuentas públicas, impuestos moderados y un sector público limitado. Todo ello, conjugado con la extensión de los derechos civiles y sociales".
En primer lugar, en ninguno de sus dos mandatos los gobiernos de Zapatero practicaron políticas realmente socialdemócratas. Es cierto que en los primeros años aumentaron significativamente el gasto por habitante en sanidad -un 32%- y el gasto social. Pero eso era casi una obligación en el país de la UE-15 con el gasto público social por habitante más bajo, y cuando estalla la crisis el proceso se revierte para quedarnos casi como estábamos en 2004. Es incompatible con la socialdemocracia una política fiscal cada vez más regresiva y el rechazo rotundo de sus ministros de Hacienda a otorgarle a los impuestos funciones redistributivas, negativa que ha tenido carácter de dogma. El tipo máximo del IRPF (45%) es uno de los más bajos de la UE. Ya en plena crisis se han seguido recortando impuestos directos, el IRPF y el de sociedades y se siguen incrementando las subvenciones a las rentas más altas -también vía IRPF, con las desgravaciones por vivienda, planes de pensiones y seguros privados-. Todo eso unido a una total negligencia en la persecución del gigantesco fraude fiscal español, cercano a los cien mil millones, el español sea uno de los estados donde más ha caído la recaudación y hace aún más indignante la histeria anti-déficit. Permitirse tal lujo en un país en recesión y con cinco millones de parados debería tener cárcel e incluso una respuesta violenta en las calles.
Los partidos llamados socialdemócratas, que rara vez aplican su programa, inventaron el mito del Estado del Bienestar en plena guerra fría, cuando había que contrarrestar un capitalismo humanizado al -también falso- igualitarismo comunista. El estado del bienestar cayó con el Muro de Berlín, cuando la voracidad de los mercados dejó de tener freno alguno. Por eso hoy en día el continuo recurso a la defensa de un estado del bienestar que nunca existió, y menos en España, es un cuento chino que forma parte de las máscaras y barnices con que se disimulan las políticas neoliberales que practican derechas e izquierdas. “La cuarta pata del Estado del bienestar” fue la rimbombante definición que dieron los gobiernos de Zapatero a la Ley de Dependencia, en teoría, un importante avance en materia de derechos sociales; en la práctica, fuegos de artificio con pólvora mojada por la descoordinación entre administraciones, la desigualdad de su implantación, la lentitud que hace que muchas personas mueran esperando la prestación, el que a las administraciones opten por la ayuda a los cuidadores antes que crear infraestructuras para el cuidado de dependientes, y claro está, por la cicatería de los fondos, que el agravamiento de la crisis ha dejado en nada.
Cuando hereda la falsa prosperidad del crédito fácil, el boom inmobiliario y el sueño del pleno empleo, a Zapatero se le olvida el papel de un partido socialdemócrata en lo económico y opta por el continuismo respecto a las políticas de los gobiernos de Aznar. Estábamos en la cima del mundo y el presidente se permitía fanfarronear: “Mi amigo Berlusconi y mi amigo Sarkozy no quieren ni oír hablar de que les vamos a superar en renta por habitante” o aquel sonrojante “estamos en la champions league de la economía”.
De puertas adentro, Zapatero acabó con la vieja guardia felipista a excepción de Rubalcaba y distribuyó cargos y ministerios con criterios de pedagogía. Ministras en Vogue, forzadas paridades, embarazos militarizados y ministerios florero se vendían como el colmo de lo progresista, lo igualitario y lo moderno.
Tomemos el caso de una de las decisiones que mayor admiración despertó fuera de España, la ley que permite el matrimonio ente personas del mismo sexo. El derecho a que no exista discriminación alguna entre españoles era justificación suficiente, por no hablar de la satisfacción de poner de los nervios a todos los reaccionarios de este país. Pero, fríamente, ¿merece tanta mitificación el impulso a una institución tan caduca como el matrimonio mientras las parejas de hecho, homo y heterosexuales, siguen despojadas de la mayoría de los derechos legales que sí disfrutan quienes pasan por la iglesia o el juzgado?
La persecución de la violencia contra las mujeres se plasmó en otra de las leyes estrella del primer mandato. Idéntico resultado: Moderna y progresista sobre el papel; en la práctica, magros resultados, los crímenes machistas siguen en un nivel insoportable pero, eso sí, ahora los llamamos violencia de género y se han consagrado peligrosos principios de desigualdad en el castigo al delito según quien lo cometa.
El igualitarismo de boquilla se ha llevado a extremos risibles. Así, por ejemplo, no se ha aprobado ni una sola medida para acabar con la brecha salarial entre hombres y mujeres, el resultado concreto de las políticas de igualdad por lo general ha sido cargar a las mujeres con más tareas de las que ya tenían sin que se le meta mano a la conciliación de trabajo y familia en el ámbito de la empresa. Pero ahora se nos llena la boca de compañeros y compañeras, niños y niñas y hasta aquel miembros y miembras que inmortalizó la inefable Bibiana Aído.
Una obsesión desde el primer momento fue el satisfacer a la industria de contenidos culturales o de entretenimiento con prebendas a costa de la libertad de intercambio. El primer paso fue la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que regula el canon digital, por la que los compradores finales tuiveron que pagar un canon a las entidades de gestión de derechos de autor por los soportes digitales para grabar y reproducir archivos. La Justicia acabó tumbando el canon cuando ya había hecho de oro a la SGAE, una entidad privada a la que el gobierno Zapatero dio trato de autoridad pública. Todos sabemos cómo acabó.
Los socialistas se enfrentaron con una parte importante de su base social y electoral con medidas como el canon o los distintos intentos de regular las descargas de contenidos que acabaron en la Ley Sinde. Aunque los papeles de Wikileaks demostraron que Zapatero obró en parte a dictado de la Casa Blanca y los lobbies norteamericanos del entretenimiento, sus denodados esfuerzos por proteger los intereses de los autodenominados creadores fue también un pago al apoyo prestado por una buena parte de la farándula española. Ya en la segunda legislatura de José María Aznar, los artistas del No a la Guerra o los del Hay motivos jugaron un papel decisivo para la victoria del 14 de marzo de 2004. Cuando tocó renovar mandato, los artistas también estaban ahí. En 2008 surgió la Plataforma de Apoyo a Zapatero -los de la ceja-, con un manifiesto de más de dos mil firmas y la presencia de Miguel Bosé, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Soledad Giménez, Víctor Manuel, Ana Belén, Fran Perea, María Barranco, Jesús Vázquez, Cristina del Valle, Núria Espert, Miguel Ríos, Concha Velasco, Álvaro de Luna y Gervasio Deferr, entre otros. Incluso intelectuales extranjeros se sumaron al apoyo: Daniel Barenboim, Carlos Fuentes y José Saramago. Parte de ese cerrado apoyo también fue lógica reacción a la miserable oposición desempeñada por el PP, sobre todo al intentar convertir en votos los muertos del terrorismo, y los muñidores de las teorías de la conspiración del 11-M durante aquella primera legislatura.
Una cultura paniaguada y dependiente de la fidelidad al poder fue el resultado del toma y daca, y el nombramiento como ministra de Cultura de la presidenta de la Academia del Cine Ángeles González-Sinde fue la señal más clara de que Zapatero no dejaría en la estacada a quienes arquearon la ceja a su favor. Aún así no pudo evitar que cuando llegaron los recortes la cultura fuera una de las primeras damnificadas, lo que, unido a la afición de Zapatero por usar y tirar a quienes le ayudan, hizo que ante las elecciones de 2011, los nombres más destacados en las plataformas de apoyo -ahora a Rubalcaba- fueran Tina Sainz, Alejo Stivel o Fernando Guillén Cuervo.
Otro de los hitos de la primera legislatura fue la innecesaria y extemporánea modificación de los estatutos de autonomía, que además de causar bronca política, tensiones territoriales y aumentar la duplicidad y el derroche entre administraciones, no movilizó en los referendos de aprobación a más de un tercio de los posibles votantes. Una inmensa chapuza por no atreverse a abordar una reforma federalista del Estado.
Siguiendo los dictados de Europa y del llamado Proceso de Bolonia, con los gobiernos socialistas la Universidad española ha avanzado hacia la privatización y la mercantilización de los estudios. Se ha sacrificado universalidad en nombre de la excelencia sin que, de momento, se note una mejora en la calidad y la competitividad siga por los suelos.
¿Quieren más ejemplos de las medias tintas y la falta de contenido real en muchas de las medidas estrellas de aquellos años? Véase la Ley del tabaco que entró en vigor en 2006, un despropósito total, una prueba de falta de valor y compromiso que fue necesario endurecer tres años después ante la falta de resultados de un norma que iba muy por detrás de las aprobadas por otros gobiernos europeos.
Otro mito que se cae por sí solo es el del pacifismo de Rodríguez Zapatero. Comenzó su mandato cumpliendo la promesa del regreso a España de las tropas españolas destinadas en Irak y aquel desplante a la bandera estadounidense, aunque pocos meses después buques españoles participaban en maniobras junto a los ejércitos invasores frente a las costas iraquíes. En el pantano de Afganistán cada mes que pasa estamos más enfangados, con su coste en vidas, pero eso sí, Zapatero, en pos del Nobel de la Paz se inventó aquello de la Alianza de Civilizaciones, para lo que embaucó a otros mandatarios con ganas de proyección internacional como Erdogan. No se le conoce al invento aplicación práctica alguna y España ha mantenido la misma escasa influencia en el mundo árabe y en Oriente Próximo que ya tenía. Tampoco se podía esperar otra cosa con un ministro de Exteriores con la autoridad de Moratinos. Las torpezas del gobierno Zapatero en política exterior se sucedieron: la crisis de Aminatu Haidar, donde quedó bien claro quién marca el paso en las relaciones con Marruecos y la traición del PSOE a la causa saharaui; el secuestro del Alakrana, donde se prefirió pagar una pasta gansa en lugar de pedir responsabilidades a las potencias europeas desde las cuales prestigiosos bufetes de abogados organizan los secuestros y negocian con los rescates; o el hecho de que el único rasgo diferencial con respecto a la política exterior de los socios europeos haya sido el apoyo a los regímenes de Cuba y Venezuela y el ninguneo a la oposición en esos países.
También en materia exterior, en lo que se quiso ser más europeista que nadie fue en la aprobación del nuevo Tratado de Roma, una constitución marcadamente neoliberal para la que se convocó un referendum de mala gana en el que servidor no conoce a nadie que fuera a votar.
Otro episodio negro de la política exterior y en este caso también la económica de Zapatero fue el intento de abrir la puerta al oligarca ruso Vagit Alekperov para hacerse con Repsol. Su firma, Lukoil, obtuvo silencios, complicidades y medias verdades del gobierno español respecto a una operación que llegó justo después de que el Gobierno español vetara la entrada de Gazprom, el monopolio ruso de distribución de gas y petróleo. A la opinión el Gobierno español intentó convencerla de que todo era ante una cuestión de mercado, en la que no se podía o no se debía intervenir. Pero detrás estaba el interés de Zapatero, y del Rey, de salvarle el culo a su amigo Luis del Rivero, entonces presidente de Sacyr y máximo accionista de Repsol.
Ganándose el cielo, que la Tierra es del viento
Quién lo iba a decir, la imagen más rompedora del primer gobierno Zapatero -arrinconada después-, la vicepresidenta Mª Teresa Fernández de la Vega, se convirtió en la mejor interlocutora posible entre el Gobierno y el Vaticano, tanto con el moribundo Woityla como con el sucesor Ratzinger. Aunque con la ampliación de la ley del aborto, los matrimonios gays y la asignatura de Educación para la ciudadanía el integrismo católico identificara a Zapatero con el mismísimo Belcebú, todo se hacía para mantener la tensión. Sabían de sobra que este no era un gobierno de asustacuras sino un generoso anfitrión de visitas papales que jamás ha hecho cosquillas a la Iglesia en su zona más sensible, el dinero. Si acaso, por aquello de la Alianza de Civilizaciones, se abrió la puerta a pagarles un sueldo a profesores de otras religiones. Los gobiernos de Rodríguez Zapatero han mantenido el privilegiadísimo estatus de la Iglesia Católica y han seguido financiándola con cinco mil millones de euros al año, más otros cinco mil para subvencionar las escuelas que controla.
El colmo fue que la Comisión Europea tuviera que exigir a España la aplicación del IVA a la Iglesia Católica.
Tal vez se trataba de ganarse un lugar en los cielos, puesto que el sitio que la Historia reserva a Zapatero y su corte afectada de enanismo intelectual, frivolidad sin límites, sumisión incondicional a los poderes económicos y una insoportable levedad que dejó en pintura de fachada cualquier reforma de enjundia de una sociedad tan necesitada de ellas. Un país que se precipita por el abismo de la realidad ha estado agarrándose durante siete años, ocho meses y cinco días a un líder cuya vocación era contar nubes y cuyo reino no es de este planeta, un planeta Tierra que, según una de las más memorables citas de José Luis Rodríguez Zapatero, “no pertenece a nadie, salvo al viento”.
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