Nosotros somos los piratas
Uno entiende la preocupación entre las familias, las manifestaciones en los puertos por los pescadores vascos y onubenses que llevan semanas en las manos de asaltantes somalíes o de las autoridades de Bissau. Les prometo que esa preocupación se me acabaría en el mismo momento en que –no caerá esa breva- los armadores se ofrecieran como rehenes a somalíes y guineanos a cambio de que los marineros vuelvan a casa. Porque con esto de la pesca y los secuestros y arrestos en aguas africanas la definición de piratería me resulta tan resbaladiza como cuando la usa la SGAE.
Lo que ocurre en las costas del Índico africano es una de las formas que en la actualidad adopta el colonialismo. El colapso del Estado somalí fue la señal: Sin control gubernamental era hora de robar y saquear, y los españoles los primeros. Tras agotar los recursos de nuestras costas acudimos como plaga de langosta a otras latitudes a privar de uno de sus escasos medios de subsistencia a una de las comunidades más pobres del planeta. Izan banderas españolas, surcoreanas, francesas, chinas, pero deberían compartir la de la calavera y las tibias cruzadas; esa multitud obtiene en torno a 400 millones de euros al año por faenar ilegalmente en aguas ajenas. No fue la única calamidad que cayó sobre unas costas que las industrias químicas europeas y estadounidenses han estado utilizando en los últimos años como vertederos de desechos tóxicos. El atún que llega de Somalia a Bermeo además de robado puede ser venenoso.
Las prácticas de los pesqueros onubenses en Guinea-Bissau no son menos inocentes. Los barcos repostan en alta mar para ahorrarse el coste del atraque y para comprobar las consecuencias ambientales no hace falta ir tan al Sur. En las poblaciones canarias de Castillo de San Cristóbal y El Puerto los pescadores de bajura están hartos de sacar del mar redes llenas de fuel.
Guinea-Bissau no hace sino defender su costa y sus recursos. En Somalia ha habido intentos de retomar el control de sus aguas, y no con el bandidaje. Formaron grupos de guardacostas voluntarios que intentaron cobrar tasas por faenar; cuando los armadores se les rieron en la cara recurrieron a las mismas empresas de seguridad privada estadounidenses que hoy compiten con los bufetes británicos por intermediar en los secuestros. El negocio siempre es para Occidente. El ministro Rubalcaba ha autorizado a los armadores a que contraten para sus barcos mercenarios que podrán ir fuertemente armados. Evidentemente se recurrirá a empresas que conozcan el terreno, es decir, las mismas multinacionales que operan en la zona -que así ganarán dinero en los dos bandos- o en guerras privatizadas como la de Irak, ejércitos privados cuyas cifras de muertos no nutren el parte general de bajas de las naciones implicadas en conflictos. ¿Quiénes son los piratas?