lunes, 2 de junio de 2008

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Realpolitik

En el díptico que forman La vida exagerada de Martín Romaña y El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, el apocado y enamoradizo escritor peruano en París trasunto del autor Alfredo Bryce Echenique tiene entre sus múltiples manías de neurótico la obsesión por no molestar. Prefería hacerse invisible o renunciar a lo que deseaba con tal de no causar perturbación o molestia.

Es ésta una monomanía compartida por el Gobierno español y acentuada en los últimos meses, y es más que una deriva ideológica en busca del Centro Perdido. Rodríguez Zapatero presenta los síntomas de una enfermedad congénita, heredada de la prehistoria felipista, esa que vuelve timoratos a los socialistas cuando se trata de modernizar las normas, los valores y las costumbres para no molestar... a la Iglesia, a los militares, a los aliados, a la patronal, a los nacionalistas...

En su primer mandato Zapatero iba como una moto, vacilaba de ruido de tubarro y hacía el caballito; era Supermodernizadorman: Ley de Igualdad, bodas gays, retirada de Irak, la ya conocida retahíla. Pero ¡ay!, se suceden titulares que prueban que con tal de no molestar mejor se queda en casa, que no hay que ponerse mal con nadie, hombre. No hay que molestar a los piratas del Índico, se les suelta una pasta y tranquilos hasta el próximo secuestro; no hay que importunar a Chávez, se le deja fanfarronear y a la primera de turno se establece un nuevo clima de distensión que igual deriva en una nueva venta de armas; no había que molestar la cosa batasuna durante las negociaciones y a los etarras se les detenía flojito... Ahora nos ayuda Sarkozy a detenerles duro.

Y llegan ahora más noticias de que lo que los socialistas entienden por Realpolitik no es más que una obsesión por no hacerse notar demasiado, por no resultar molestos o incómodos. Nos enteramos de que en Rota los aviones de la Air Force siguen cantando la Guantanamera en uniforme naranja. Pero nada de importunar a la Administración Bush pidiendo explicaciones, a ver si de una vez nos libramos del sambenito de desafectos al Imperio y demostramos ser fieles aliados, y por supuesto nada de echar una mano a la Justicia para que los asesinos de José Couso paguen sus culpas. Se plantea en el Parlamento la desaparición de los símbolos religiosos -de la religión única- en los actos oficiales, casi ochenta años después de la ingenua proclama de Azaña sobre una España que había dejado de ser católica, y el partido gobernante dice que nones para no crear "tensiones innecesarias". La Iglesia Católica sonríe segura de que no se tocarán sus privilegios. Fíjense que hasta la última intervención de Javier Torres Vela en el Ayuntamiento de Granada fue para negarle a IU el apoyo para cambiar el festivo de la Toma por el de Mariana Pineda. La excusa: no sea que alguien se vaya a molestar.


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