jueves, 12 de junio de 2008

El teléfono de Aído

Oigaaa... Es el maltratador?... Que se ponga

Cómo suele suceder con las ocurrencias a las que tan aficionados son los políticos, cuando se dan cuenta de la burrada que han soltado y pretenden arreglarlo la lían más. La ministra de Igualdad Bibiana Aido se ha cubierto de gloria con su propuesta del teléfono para maltratadores, que después no era tal sino, según ella misma ha corregido, para hombres desorientados que sólo tienen sus roles tradicionales y han sido incapaces de adaptarse a los nuevos que tienen que asumir en la sociedad actual.

Poco se puede arreglar lo que no tiene arreglo, cuando la falta de medios, ideas y soluciones reales para afrontar un problema que se va de las manos se pretende ocultar recurriendo a los manuales de psicología progre. La ocurrencia ha sido nada menos que abrir una línea de teléfono para que los potenciales maltratadores se desahoguen a través de ella. Este teléfono de Gila ¿Estará atendido por personal femenino entrenado para recibir impasible todo tipo de amenazas e improperios? ¿Se privatizará el servicio y como ocurre con el 112 y el 061 estará a cargo de empresas de telemarketing que aprovecharán para venderle al maltratador un modem USB? ¿Será el siguiente paso proveer a los maltratadores en potencia de muñecas hinchables para que se desahoguen usándolas como punching-balls? Antes de acusarme de frivolizar con un tema tan serio plantéense si no es más frívolo el Gobierno con semejantes majaderías.

El Ministerio de Igualdad nace padeciendo la insustancialidad común a cierto socialismo de la era Zapatero y pretende que la realidad se transforma cambiando el lenguaje. Su titular, Bibiana Aído, en su preocupante levedad, acude a la corrección política en su variante lingüistica y puede acabar acusada de maltrato por los miembros y miembras de la Real Academia Española, que debería dictar una orden de alejamiento que prohiba a la ministra acercarse a San Millán de la Cogolla. A la hora de proponer soluciones prácticas sólo produce ocurrencias, y las expresa mediante el lenguaje no sesista, con ese de seso o de sentido común, a los que, para manejarlo, es preciso renunciar en favor de la ideología (de género, claro).

Respecto a este uso del lenguaje y a la huída hacia adelante de la ministra pidiendo que miembra se incluya en el diccionario de la RAE, no ha tenido desperdicio el comentario de Alfonso Guerra. En declaraciones a Telemadrid, el presidente de la comisión constitucional del Congreso ha dicho que si una élite quiere imponer a la sociedad que se diga miembra, está perdiendo el tiempo, y haciéndoselo perder a los demás.


3 comentarios:

Jon dijo...

Pues tal y como he explicado en mi blog, a mi me parece una excelente idea. El teléfono para maltratadores está basado en la política de "reducción de daños" que tanta polémica suele causar en los sectores más conservadores. Es decir; evitar que todo vaya a peor. Puesto que ella no denuncia, y si lo hace vuelve con el... vamos a intentar por lo menos que no le pegue un tortazo. Si el hombre es capaz de llamar a ese teléfono y que una psicologa (Ó mejor un psicologo que sirva de modelo) es capaz de calmarlo... ¿No estamos consiguiendo ya buena parte de nuestro objetivo? Hemos de proteger a esa mujer ¿Es que no es legítimo intentarlo por medio de calmarle a el?

No todos los maltratadores son unas malas bestias. Detras suele haber en muchos casos una terrible historia humana, familiar ó de caracter que también hay que comprender

Anónimo dijo...

Como tantas veces, Les Luthiers llegaron antes:

http://www.youtube.com/watch?v=htqHWZ2zi9Q

Federico Vaz dijo...

Me parece muy interesante tu reflexión, Jon, el problema que veo a este tipo de iniciativas es que su efectividad entra dentro de lo puramente teórico, no creo que haya mucha constancia empírica de que un servicio de asistencia telefónica vaya a disuadir a un potencial maltratador.
Por otro lado habrá que poner en una balanza el número potencial de beneficiarios, los costes del servicio y ver si realmente merece la pena desviar esfuerzos a programas de tipo experimental en un contexto de crisis económica y limitaciones presupuestarias, teniendo en cuenta siempre que la prioridad debe estar en proteger a la víctima y es ahí donde debe ir el dinero, los medios y los esfuerzos