28 días después ¿Londres en confinamiento? No se fíen, está plagada de zombis |
¿De verdad ha pasado lo peor? Es cierto que en Europa vivimos una resaca que han dado en llamar nueva normalidad de la plaga de 2020 en la que cada día nos sobresalta un nuevo resugir vírico que se localiza y controla con mayor o menor éxito. También lo es que en otros continentes no sólo no han bajado a la resaca sino que la borrachera va a más y más sin freno ni límite a la vista. Allí y aquí contemplamos a menudo escenas distópicas parecidas a celebraciones y orgías del fin del mundo como sacadas de una novela de Ammanitti o una entrega cinematográfica de Mad Max, desde botellones y raves de los de no hay un mañana hasta escalofriantes fiestas del contagio. Es como si cuarenta y tres años tarde estuvieramos abrazando el no future punk, pensaba este mismo lunes mientras un enfermero al que conozco y que no veía desde hace un par de años al preguntarle inocente "y qué tal tú" me decía muy convencido "vamos a caer todos"; en ese momento no supe si se refería a todos los de su propio gremio sanitario o a todos-todos ¿qué más da? Lo cierto es que después de unos meses en los que ¿qué ibamos hacer encerrados salvo ver películas -y, vale, alguna que otra cosilla más-? hemos tenido tiempo de encontrar o recordar la gran cantidad de ocasiones -de peliculas- en que el cine nos ha puesto delante de la posibilidad de sucumbir ante gran cantidad de enfermedades y epidemias causadas por enemigos diminutos -virus, bacterias o quién sabe qué cosas-. A esta ya sabemos que nada lejana posibilidad dedicaré la presente entrada de este blog, aunque antes recordaré cómo el cine ha ideado unas cuantas formas más de acabar con el mundo y llevarnos a todos con los pies por delante. Veamos primero otros
MÉTODOS DE AUTODESTRUCCIÓN
Fue hace más de veinte años antes de este coronavirus. Hace poco más de dos décadas repasabamos las páginas del Apocalípsis de san Juan porque lo que nos acojonaba era el inminente cambio de dígitos en los calendarios y los cacareados efectos en nuestros sistemas informáticos; aquel temible efecto dos mil se quedó en nada -otros aseguran que sí hubo un peligro real-, pero habían despertado los viejos terrores milenaristas que, salvando las distancias, se daban en el Occidente cristiano cuando se acercaba el año mil. Entonces la viruela y la peste bubónica fueron lo más parecido al apocalipsis que sufrieron los ciudadanos de aquella época tan movida. Ahora los miedos son otros. El efecto 2000 tuvo mucho que ver con las viejas supersticiones, pero lo que vino después fue una sobredosis de presente. El 11 de septiembre de 2001, con su propia carga de locura y con la que desató posteriormente, resucitó la conciencia de que el desastre total puede estar a la vuelta de la esquina. En tiempos de crisis, y al comienzo de un nuevo milenio, si hay un tema recurrente es el del fin del mundo. La posibilidad de que nuestra civilización se colapse y la vida humana sea borrada de la faz del planeta es uno de los argumentos más socorridos para contar una historia del gusto de hoy sin quebrarse mucho la cabeza. Son miedos atávicos que sentiremos también aquí analizando las causas por las que nos pueden cerrar el chiringuito y su reflejo en las más variadas películas ¿Por qué va a acabarse el mundo cualquier día de estos? Nos quedaremos con algunas razones:
Un tipo de apocalipsis hoy un tanto demodé es el de los choques interplanetarios, la posibilidad de que un cometa, meteorito, planeta o una cochambrosa estación orbital se nos caiga encima y nos haga un boquete en el tejado. La película clásica más significativa de este apartado de catástrofes es Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide. Rudolph Mate, 1951). Años después el cine más escapista nos mostró el sacrificio de Bruce Willis para salvar la tierra de un malintencionado cometa (Armaggedón. Michael Bay, 1998), y, ya en este siglo, hasta un cineasta danés e intelectual usó como recurso dramático el inminente choque fatal de la Tierra con un planeta hasta entonces desconocido llamado Melancolía (Melancholia. Las Von Trier, 2011). Los resultados fueron tan nefastos para el mundo como brillantes para el cine, a mi modesto entender, pues sobre pelíula y director hay opiniones enconadas.
Los desastres naturales
por lo general, suelen destrozar el mundo sólo un poquito. Sólo se atisba la destrucción casi total en La furia del Viento (Slipstream. Steven Lisberger, 1989). El ser humano es el que suele estar detrás de la degeneración del medio natural a causa de desastres poco naturales: el cambio climático sin ir más lejos.Ahí tienen a un Kevin Costner balsero navegando por un planeta enteramente cubierto por las aguas –donde, contra todas las leyes de la meteorología y de la lógica más simple, nunca llueve– en Waterworld (Kevin Reinolds, 1995), un merecido batacazo, acientífica, aburrida e interminable. Sin embargo un perpetrador de espatáculos catastróficos sin pies ni sobre todo cabeza, Roland Emmerich, logró en El día de mañana (The day after tomorrow, 2004) una de las previsiones más científicamente creíbles de las consecuencias del cambio climático, a pesar de que los premiados efectos especiales son lo único que se salva en tan previsible, truculenta y alambicada aventura.
El tercer método de autodestrucción es el más frecuentado: La hecatombe nuclear. Este grupo se subdivide en dos: las películas que cuentan el holocausto atómico y las que describen el mundo postnuclear. Una de las más ambiciosas fue La Hora Final (On The Beach. Stanley Kramer, 1959). Ava Gardner, Fred Astaire y otras estrellas esperan en Australia a que los efectos de la radiación lleguen al último confín del mundo. En Juegos de Guerra (War Games. John Badham, 1983), el holocausto nuclear fluctúa entre lo virtual y lo tangible: el viejo miedo a la informática. En dibujos animados y con mucho pasteleo, Cuando el Viento Sopla (When The Wind Blows. Jimmy T. Murakami, 1986) cuenta la historia de dos viejecitos tan tiernos que uno acaba deseando que la bomba les libere cuanto antes de las estrecheces de su pensión. La obra maestra del cine nuclear se llama Teléfono Rojo: Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learnt To Stop Worrying and Loved The Bomb. Staley Kubrick, 1964), recital de mala leche por parte de Kubrick y de interpretación por la de Peter Sellers, que encarna a cuatro personajes. El jefe de una base aérea se vuelve majara y decide disparar sus misiles contra los rusos. No hay manera de detener la destrucción mutua. En la más feroz ridiculización de todo lo militar que jamás haya llegado al cine hay momentos antológicos como el final con Vera Lynn cantando aquello de Nos volveremos a ver en un día soleado mientras las bombas estallan o la inenarrable conversación telefónica entre el presidente americano y el premier soviético. Pero Dejemos la guerra nuclear a un lado y busquemos nuevos motivos para acabar con el mundo.
Otras películas plantean un cuarto método para alcanzar el apocalipsis, la contaminación. La deforestación puede obligar a que un día de estos nos tengamos que llevar los últimos bosques al espacio exterior para salvarlos. Es el planteamiento de la distopía hippy Naves Misteriosas (Silent Running. Douglas Trumbull, 1971). La británica Contaminación (No Blade of Grass. Cornel Wilde, 1970) adornaba con mucha violencia el aburrido periplo de unas familias en busca de un lugar limpio. Hacia el fin del mundo (Crack In The World. Andrew Marton, 1965) se anticipa al género de catástrofes de los setenta para contar los desastres de la mala utilización de la energía. A caballo con otro grupo de películas que veremos más adelante, la interesante Han Llegado (The Arrival. David Twohy, 1996) plantea una invasión extraterrestre que pretende acabar con los humanos y sustituirlos, y mediante el efecto invernadero aclimatan las condiciones de vida de la Tierra a las de su planeta de origen.
Otra posibilidad para la destruccion del mundo es la superpoblacion. Exceso de humanos sobre la Tierra, hambre y contaminación se unen en la excelente y escalofriante Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, Richard Fleischer, 1973), el negro futuro está aquí dibujado con colores pop Nos dejará para siempre con la duda de si nos estamos comiendo al vecino, que en paz descanse. En la espantosa La fuga de Logan (Logan’s Run. Michael Anderson, 1976) el problema de la superpoblación se arregla con métodos expeditivos: se acaba con el que tenga más de treinta años.
El cine fantástico ha explorado, y explotado hasta la saciedad el posible apocalipsis más extravagante, o tal vez no: la humanidad destruída por invasores extraterrestres... que por lo general se quedan en puertas. Es el planteamiento de, entre otras muchas recientes, Independence Day (Roland Emmerich, 1996) aunque lapiedra fundacional es la estupenda adaptación que George Pal produjo de La Guerra de los Mundos (War Of The Worlds. Byron Haskins, 1953) de H.G. Wells. Las bacterias que acaban con los marcianos son más creíbles que los virus informáticos a los que sucumben los malvados alienígenas en la superproducción de Emmerich.
LA NOCHE DE LOS VIRUS VIVIENTES
¿Que son los zombis que se llevan los papeles de villanos en tantas películas sino enfermos contagiosos? ¿Qué es su avance -patoso o rápido, según- y multiplicación sino una plaga? Encuadrar 28 días después (28 Days Later. Danny Boyle, 2002)
en el género “de terror” es devaluarla injustamente. Una alucinante secuencia inicial nos presenta a un mensajero interpretado por Cillian Murphy que despierta ¿de un coma? en un hospital vacío y sale a caminar por elcentro de un Londres literalmente desierto, una imagen impactante hace dieciocho años pero terriblemente parecida al Madrid o el Milán de los días del confinamiento. A ese punto de partida inolvidable y hoy reconocible sigue la trepidante historia de una plaga de zombis descontrolados a la cacería de humanos no contagiados, aunque tanto el angustiado protagonista ni muchos espectadores tengan nunca claro si realmente se trata de muertos revividos o de víctimas y agentes de una enfermedad extremadamente contagiosa.
AHÍ VIENE LA PLAGA
Remontémonos en la historia del cine hasta los thrillers en blanco y negro Dirigida por Elia Kazan y encuadrada en una tradición de cine negro de posguerra, Pánico en las calles (Panic in the streets, 1950), muestra el pánico que provoca el resurgimiento de la peste negra en un contexto social muy particular. Ambientada en los barrios bajos de Nueva Orleans, vincula el homicidio de un inmigrante por deudas de juego, su consiguiente investigación policial y una epidemia inminente. Pero la resolución del caso deriva en una frenética búsqueda de los asesinos-portadores, en secreto y con cuarenta y ocho horas apenas como límite de tiempo para evitar la catástrofe. Años después el italiano Marco Ferreri se plantea si procrear es lícito después de una epidemia mundial en El Semen del Hombre (Il Seme dell’Uomo, 1969). Procrear no es un dilema moral, sino un imposible en Hijos de los hombres (Children of men. Alfonso Cuarón, 2006), donde la plaga es la infertilidad. Basada en la novela homónima del escritor inglés P.D. James, plantea un escenario global para 2027: el último ser humano nació en 2009. Por tanto, la incertidumbre, la desesperanza y el miedo a la extinción de la raza humana reinan. En el Reino Unido, un gobierno fascista asesina, maltrata y expulsa a los inmigrantes ilegales. A su vez, decenas de nuevas religiones y grupos terroristas hacen aparición sin que a nadie parezca importarle lo que reivindican. La sociedad está en shock. En ese contexto, al protagonista interpretado por Clive Owen le “cae del cielo” la mujer embarazada que puede cambiar la historia. La odisea que ambos viven plasma una película profunda y deslumbrante.
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En El puente de Cassandra (The Cassandra Crossing. George Pan Cosmatos, 1976) el virus final se queda dentro de un tren en marcha. La Amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain. Robert Wise, 1971), un clásico en su tiempo que ha envejecido mal, es una cooperación entre Michael Crichton y Wise; en ella el virus viene del espacio exterior,
Hasta 1992 no se estrenó una adaptación cinematográfica de La peste, la novela de Albert Camus publicada en 1947 sobre una epidemia de cólera en Orán que el poder tiende a combatir con el autoritarismo -y que vive un resurgir de ventas en Europa en este momento- conoció el cine en Argentina de la mano, sombría y solemne en exceso, de Luis Puenzo.
La más reciente Estallido (Outbreak. Wolfgang Petersen, 1996) está inspirada en el terrible ébola. Fue una de las primeras superproducciones made in Hollywood que exploró de una manera más realista los riesgos de propagación extrema de una enfermedad. Desde un poblado africano y directo a Los Ángeles, un virus mortal de fiebre hemorrágica obliga a tomar medidas extremas de contención que incluyen ley marcial para limitar la circulación y encubre, según descubre el médico infectólogo al que pone cara Dustin Hoffman en un momento de la trama, un secreto bien guardado por el ejército de los Estados Unidos ,no por Bill Gates como mantendría Miguel Bosé.
Inspirándose en La Jeteé (Chris Marker, 1962), tres décadas después Terry Gilliam fraguó una película menos sugerente, pero espectacular y muy intensa: Doce Monos (Twelve Monkeys, 1995). Mediante saltos en el tiempo los restos de la humanidad intentan encontrar el antídoto a la enfermedad que la destruyó. Todo comienza cuando un comando de animalistas radicales asalta un laboratorio y libera los monos allí utilizados para experimentar virus y f´srmacos y la lían parda.
La gran plaga de finales del siglo XX, el sida, también ha tenido su cine. Nmbraré en primer lugar la hollywoodiense Filadelfia (Philadelphia, Jonathan Demme, 1993), lateralmente Las horas (The hours. Stephen Daldry, 2003) y que no se meolvide lareciente y más intersante Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée , 2013) con un trabajo excepcional de Matthew McConaughey.
De poco antes es Contagio (Contagion, 2013), una pieza mayor de Steven Soderbergh.Un simple resfriado tras contactar con una persona recién regresada de Hong Kong desencadena una terrible epidemia que acaba provocando el caos del mundo entero, mientras las autoridades sanitarias luchan a contrarreloj para frenar el virus bautizado como MEV-1. La historia, en la que también se cita el sars de 2003, tiene todos los males reconocibles es la pandemia de COVID-19: acaparamiento, desinformación dolosa a través de internet, teorías de la conspiración, bulos, acoso a científicos y hasta remedios milagrosos con intereses económicos detrás como el promovido por el bloguero interpretado por Jude Law. Sólo faltan la ingesta de desinfectante recomendada por Trump y los atracones de hidroxicloroquina de Bolsonaro.
La coreana Virus (The flu. Kim Sung Soo, 2013) está hoy entre lo más visto de Netflix Protagonizada por Jang Hyuk y Soo Ae,la película empieza con un grupo de inmigrantes ilegales que llevan unanueva cepa de gripe aviar hasta Corea al ser transportados en un contenedor. Truculento y algo convencional film de acción, ahonda en cómo en una sociedad el miedo contagia más que la propia enfermedad.
Un tipo de apocalipsis hoy un tanto demodé es el de los choques interplanetarios, la posibilidad de que un cometa, meteorito, planeta o una cochambrosa estación orbital se nos caiga encima y nos haga un boquete en el tejado. La película clásica más significativa de este apartado de catástrofes es Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide. Rudolph Mate, 1951). Años después el cine más escapista nos mostró el sacrificio de Bruce Willis para salvar la tierra de un malintencionado cometa (Armaggedón. Michael Bay, 1998), y, ya en este siglo, hasta un cineasta danés e intelectual usó como recurso dramático el inminente choque fatal de la Tierra con un planeta hasta entonces desconocido llamado Melancolía (Melancholia. Las Von Trier, 2011). Los resultados fueron tan nefastos para el mundo como brillantes para el cine, a mi modesto entender, pues sobre pelíula y director hay opiniones enconadas.
Los desastres naturales
por lo general, suelen destrozar el mundo sólo un poquito. Sólo se atisba la destrucción casi total en La furia del Viento (Slipstream. Steven Lisberger, 1989). El ser humano es el que suele estar detrás de la degeneración del medio natural a causa de desastres poco naturales: el cambio climático sin ir más lejos.Ahí tienen a un Kevin Costner balsero navegando por un planeta enteramente cubierto por las aguas –donde, contra todas las leyes de la meteorología y de la lógica más simple, nunca llueve– en Waterworld (Kevin Reinolds, 1995), un merecido batacazo, acientífica, aburrida e interminable. Sin embargo un perpetrador de espatáculos catastróficos sin pies ni sobre todo cabeza, Roland Emmerich, logró en El día de mañana (The day after tomorrow, 2004) una de las previsiones más científicamente creíbles de las consecuencias del cambio climático, a pesar de que los premiados efectos especiales son lo único que se salva en tan previsible, truculenta y alambicada aventura.
El tercer método de autodestrucción es el más frecuentado: La hecatombe nuclear. Este grupo se subdivide en dos: las películas que cuentan el holocausto atómico y las que describen el mundo postnuclear. Una de las más ambiciosas fue La Hora Final (On The Beach. Stanley Kramer, 1959). Ava Gardner, Fred Astaire y otras estrellas esperan en Australia a que los efectos de la radiación lleguen al último confín del mundo. En Juegos de Guerra (War Games. John Badham, 1983), el holocausto nuclear fluctúa entre lo virtual y lo tangible: el viejo miedo a la informática. En dibujos animados y con mucho pasteleo, Cuando el Viento Sopla (When The Wind Blows. Jimmy T. Murakami, 1986) cuenta la historia de dos viejecitos tan tiernos que uno acaba deseando que la bomba les libere cuanto antes de las estrecheces de su pensión. La obra maestra del cine nuclear se llama Teléfono Rojo: Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learnt To Stop Worrying and Loved The Bomb. Staley Kubrick, 1964), recital de mala leche por parte de Kubrick y de interpretación por la de Peter Sellers, que encarna a cuatro personajes. El jefe de una base aérea se vuelve majara y decide disparar sus misiles contra los rusos. No hay manera de detener la destrucción mutua. En la más feroz ridiculización de todo lo militar que jamás haya llegado al cine hay momentos antológicos como el final con Vera Lynn cantando aquello de Nos volveremos a ver en un día soleado mientras las bombas estallan o la inenarrable conversación telefónica entre el presidente americano y el premier soviético. Pero Dejemos la guerra nuclear a un lado y busquemos nuevos motivos para acabar con el mundo.
Otras películas plantean un cuarto método para alcanzar el apocalipsis, la contaminación. La deforestación puede obligar a que un día de estos nos tengamos que llevar los últimos bosques al espacio exterior para salvarlos. Es el planteamiento de la distopía hippy Naves Misteriosas (Silent Running. Douglas Trumbull, 1971). La británica Contaminación (No Blade of Grass. Cornel Wilde, 1970) adornaba con mucha violencia el aburrido periplo de unas familias en busca de un lugar limpio. Hacia el fin del mundo (Crack In The World. Andrew Marton, 1965) se anticipa al género de catástrofes de los setenta para contar los desastres de la mala utilización de la energía. A caballo con otro grupo de películas que veremos más adelante, la interesante Han Llegado (The Arrival. David Twohy, 1996) plantea una invasión extraterrestre que pretende acabar con los humanos y sustituirlos, y mediante el efecto invernadero aclimatan las condiciones de vida de la Tierra a las de su planeta de origen.
Otra posibilidad para la destruccion del mundo es la superpoblacion. Exceso de humanos sobre la Tierra, hambre y contaminación se unen en la excelente y escalofriante Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, Richard Fleischer, 1973), el negro futuro está aquí dibujado con colores pop Nos dejará para siempre con la duda de si nos estamos comiendo al vecino, que en paz descanse. En la espantosa La fuga de Logan (Logan’s Run. Michael Anderson, 1976) el problema de la superpoblación se arregla con métodos expeditivos: se acaba con el que tenga más de treinta años.
Esperando el final: La guerra de los mundos |
LA NOCHE DE LOS VIRUS VIVIENTES
¿Que son los zombis que se llevan los papeles de villanos en tantas películas sino enfermos contagiosos? ¿Qué es su avance -patoso o rápido, según- y multiplicación sino una plaga? Encuadrar 28 días después (28 Days Later. Danny Boyle, 2002)
en el género “de terror” es devaluarla injustamente. Una alucinante secuencia inicial nos presenta a un mensajero interpretado por Cillian Murphy que despierta ¿de un coma? en un hospital vacío y sale a caminar por elcentro de un Londres literalmente desierto, una imagen impactante hace dieciocho años pero terriblemente parecida al Madrid o el Milán de los días del confinamiento. A ese punto de partida inolvidable y hoy reconocible sigue la trepidante historia de una plaga de zombis descontrolados a la cacería de humanos no contagiados, aunque tanto el angustiado protagonista ni muchos espectadores tengan nunca claro si realmente se trata de muertos revividos o de víctimas y agentes de una enfermedad extremadamente contagiosa.
AHÍ VIENE LA PLAGA
Estallido de ébola |
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En El puente de Cassandra (The Cassandra Crossing. George Pan Cosmatos, 1976) el virus final se queda dentro de un tren en marcha. La Amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain. Robert Wise, 1971), un clásico en su tiempo que ha envejecido mal, es una cooperación entre Michael Crichton y Wise; en ella el virus viene del espacio exterior,
Hasta 1992 no se estrenó una adaptación cinematográfica de La peste, la novela de Albert Camus publicada en 1947 sobre una epidemia de cólera en Orán que el poder tiende a combatir con el autoritarismo -y que vive un resurgir de ventas en Europa en este momento- conoció el cine en Argentina de la mano, sombría y solemne en exceso, de Luis Puenzo.
La más reciente Estallido (Outbreak. Wolfgang Petersen, 1996) está inspirada en el terrible ébola. Fue una de las primeras superproducciones made in Hollywood que exploró de una manera más realista los riesgos de propagación extrema de una enfermedad. Desde un poblado africano y directo a Los Ángeles, un virus mortal de fiebre hemorrágica obliga a tomar medidas extremas de contención que incluyen ley marcial para limitar la circulación y encubre, según descubre el médico infectólogo al que pone cara Dustin Hoffman en un momento de la trama, un secreto bien guardado por el ejército de los Estados Unidos ,no por Bill Gates como mantendría Miguel Bosé.
Inspirándose en La Jeteé (Chris Marker, 1962), tres décadas después Terry Gilliam fraguó una película menos sugerente, pero espectacular y muy intensa: Doce Monos (Twelve Monkeys, 1995). Mediante saltos en el tiempo los restos de la humanidad intentan encontrar el antídoto a la enfermedad que la destruyó. Todo comienza cuando un comando de animalistas radicales asalta un laboratorio y libera los monos allí utilizados para experimentar virus y f´srmacos y la lían parda.
La gran plaga de finales del siglo XX, el sida, también ha tenido su cine. Nmbraré en primer lugar la hollywoodiense Filadelfia (Philadelphia, Jonathan Demme, 1993), lateralmente Las horas (The hours. Stephen Daldry, 2003) y que no se meolvide lareciente y más intersante Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée , 2013) con un trabajo excepcional de Matthew McConaughey.
Contagio ¿coronavirus en 2011? casi |
La coreana Virus (The flu. Kim Sung Soo, 2013) está hoy entre lo más visto de Netflix Protagonizada por Jang Hyuk y Soo Ae,la película empieza con un grupo de inmigrantes ilegales que llevan unanueva cepa de gripe aviar hasta Corea al ser transportados en un contenedor. Truculento y algo convencional film de acción, ahonda en cómo en una sociedad el miedo contagia más que la propia enfermedad.