jueves, 29 de noviembre de 2018

Muestrario de atrocidades


Cuando se pregunta a los lectores -y sobre todo lectoras- españoles por sus géneros literarios favoritos, en el último puesto, el más odiado, aparece la ciencia ficción. Efectivamente, para la mayoría la ciencia ficción es cosa de lectores frikis, sobre todo jóvenes y en su mayoría varones. Estoes sólo una media verdad -y una media mentira- a la que han contribuido editores empeñados en constreñir el género a lo barato y pulp, escritores mediocres incapaces de ofrecer mínimos estándares de calidad y muchos lectores, sobre todo jóvenes, que se limitan a exigir sagas heróicas -interplanetarias, futuristas o no-. Aquí sí están los frikis. Afortunadamente una crítica institucionalizada y hasta hace poco cerril va olvidando los prejuicios, abriendo los guetos y derribando los muros entre la literatura de género -se ha avanzado mucho con el noir- y una supuesta Literatura con mayúsculas. Pero no vengo a hacer filología barat -eso es lo máximo a lo que podría aspirar-, sino a referirme a un inmenso escritor unánimemente considerado autor de ciencia ficción pero al que los puristas e inmovilistas tachan de ajeno al género: el británico James Graham Ballard (Shanghai, 1930 - .
Londres, 2009).

En la ciencia ficción literaria suele hablarse de Nueva Ola para hacer referencia a un grupo de escritores que alcanzaron su esplendor creativo durante los años setenta y que se caracterizan por sus inquietudes estéticas y el empleo de un lenguaje poético que supera el ámbito pulp en que suele moverse el género. Por eso no son autores muy apreciados por los fanáticos más puristas de la ciencia ficción clásica, que les suelen acusar de pretenciosos. Entre los más destacados de esta generación hay siempre que citar a Brian W. Aldiss y a J.G. Ballard. Este último es un autor que no goza de muy buena fama entre los puristas, y de hecho gran parte de su producción no puede ser clasificada dentro de la ciencia ficción como si tal cosa.

Efectivamente el autor de Crash nació en aquella ciudad internacional -sin eufemismos pluricolonizada- que entonces era Shanghai.  Allí creció en una mansión con nueve criados. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial pasó con su familia más de dos años en un campo de concentración japonés. No imaginaba por entonces que este encierro a la postre sería lo que más fama le otorgase, cuando sus peripecias entre alambradas se convirtieran en la novela El Imperio del sol (1984) y ésta fuese adaptada al cine por Steven Spielberg poco más tarde (Empire of the sun, 1987) con un insoportable niño gritón interpretando al preadolescente Ballard.

Ballard venía de un mundo férreamente ordenado y viejo, el de los hijos del  imperio británico en misión civilizadora en lejanas colonias de Oriente, y desde esa elegante barrera vio caer todas y cada una de las certezas en que fue educado. Entendió que el oasis de la civilización es un frágil espejismo, y que más allá solo hay paisajes ignotos.
El joven, acabada la guerra, se trasladó a Gran Bretaña. Sus primeros relatos comenzó a publicarlos en 1956. Tenían el denominador común de describir un futuro cercano en el que se da gran importancia al entorno como influencia decisiva en el carácter de los personajes. Estos relatos se recopilaron en 1991 en la antología Vermilion Sands. Eran tiempos de extraordinarios avances en la ciencia y la tecnología: las autopistas, la televisión, los primeros ordenadores. En definitiva, el germen del mundo de ahora. “Todo iba a cambiar para siempre, pero eso no se veía reflejado en las novelas realistas del momento”, decía, y eso le llevó a elegir la ciencia ficción como su propio campo de pruebas.
Desde que vivió ese encontronazo con la más áspera realidad, Ballard albergó un plan maestro: iluminar esos paisajes inciertos a partir de la destrucción, por la vía del arte, de todas las creencias y sueños de la clase media. Su primer asalto sería contra la novela realista. Luego vendrían el trabajo, el consumismo, el ahorro, la seguridad, el entretenimiento y la corrección política. 
Entendió muy pronto que las herramientas de la escritura tradicional no servían para desentrañar la infinita incógnita de lo real, y optó por recurrir a las técnicas del superrealismo
Al leer sus libros, algunos piensan que son fruto de viajes lisérgicos, sin embargo Ballard afirmó más de una vez que podía beber alcohol desde las nueve de la mañana, pero que no era amigo de participar en la cultura de la droga de la década de los sesenta. Contra lo que muchos creen, él vivía de forma convencional y confortable. Tras encontrar una Inglaterra pobre y deprimente. pasó épocas de su vida en su país,  en Canadá y en los EE.UU., este último un país del que siempre criticó "su ramplonería". Sus últimas décadas las pasó en Shepperton, junto al Támesis.
 Sus primeros relatos comenzó a publicarlos en 1956. Tenían el denominador común de describir un futuro cercano en el que se da gran importancia al entorno como influencia decisiva en el carácter de los personajes. Estos relatos se recopilaron años más tarde (1971) en la antología Vermilion Sands.

En sus primeras y excelentes novelas, las de los años sesenta, encontramos a un Ballard catastrofista y apocalíptico, que se vale del cataclismo como excusa para desplegar sus numerosos recursos descriptivos: en El viento de la Nada (1962) se describe minuciosamente los efectos de un huracán  de magnitud global que destroza todo a su paso (en 2000 publicó un libro tan parecido que parece un autoplagio, Huracán cósmico); El mundo sumergido (1963), que debió inspirar a Kevin Costner para su Waterworld (1995), sitúa en una cálida Groenlandia a la humanidad refugiada del calentamiento de la tierra que ha llenado Europa de selvas tropicales. En La sequía (1964) el mundo descrito muere de sed, mientras las ciudades son rodeadas por el desierto, y en El mundo de cristal (1966) unos sutiles pero decisivos cambios en las leyes físicas del Universo precipitan al ser humano al desastre.

El gran talento de J.G. Ballard para describir nuestro entorno en situaciones extremas es igualmente efectivo cuando el autor penetra en la mente del hombre civilizado preso de los excesos de su propia civilización: la masificación de las ciudades, la pereza de la imaginación, la claustrofobia que provoca un mundo que constantemente agrede al individuo y hace peligrar sus relaciones con los demás, creando monstruos asociales, son constantes en su obra.

En 1970 comienza su relación con el cine escribiendo la historia en que se basó Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra (When Dinosaurs Ruled the Earth. Val Guest), cuyo guión firma junto al director. Es una película que se basa en una aberración histórica, la convivencia entre los grandes saurios y los primeros humanos, pero que salvo por esta licencia, es un puro divertimento en el que no suena ni una palabra inteligible y en la que nuestros antecesores no tienen rasgos simiescos sino que están de muy buen ver. Los efectos especiales de Jim Danforth, magistrales como siempre en su caso, completan el pastelito. Un lustro antes había escrito también una producción para la televisión, Thirteen to Centaurus (Peter Potter, 1965), con un interesante planteamiento: los doce integrantes de una misión espacial enormemente larga reprograman sus mentes para pensar únicamente en el pequeño mundo de su astronave, evitando la nostalgia de la Tierra y la soledad, que podría precipitarles en la locura; pero nace un niño en la nave que, al crecer, empieza a hacer preguntas sobre el mundo exterior.

En 1973 Ballard publica su particular Naranja Mecánica, una de sus obras más chocantes: Crash. El protagonista es un hombre que se recupera en el hospital de un accidente de coche en el que ha matado al marido de una joven médico. Junto al dolor de la convalecencia se entrecruzan extrañas fantasías sexuales que no sabe cómo interpretar. Cuando abandona el hospital visita la escena del accidente y allí encuentra a la doctora. Juntos comienzan una enfermiza relación marcada por la velocidad y el sexo en los coches rodando por las autopistas que rodean Londres. Un segundo hombre aparece, un científico obsesionado por la idea de morir en un accidente de coche junto a una estrella de cine. La pareja se introduce en el mundo del científico: carreras ilegales, pruebas de coches estrellándose, y sexo que une a hombre y máquina, hilvanando una grotesca visión de un futuro en el que sexo y tecnología forman un demoniaco matrimonio. Esta hipnótica tragedia entraba de lleno en las obsesiones de otro pirado, el cineasta David Cronenberg, y su teoría de la Nueva Carne. Naturalmente fue el propio Cronenberg quién llevó Crash a la pantalla en 1996. El director canadiense acentúa la frialdad y la distancia hacia todo lo que se pueda considerar humano en su film más abstracto. Es una película llena de momentos sexualmente explícitos pero profundamente anti-erótica, salvo para quienes disfruten de toda suerte de mutilaciones, prótesis y heridas. La velocidad, como el sexo, son algunas de las grandes mentiras de nuestro tiempo; Cronenberg y Ballard tomaron buena nota.

De poco antes data su obra más radical y obsesiva: La exhibición de atrocidades (1970)
 es una colección de relatos a veces considerada una novela experimental, aunque los textos que la componen fueron en su mayoría publicados de manera independiente. Formada según el autor por micronovelas o novelas condensadas, en conjunto exponen las diferentes formas de violencia irracional del mundo moderno, la tecnificación de las relaciones humanas y diferentes formas de terror postnuclear. La exhibición de atrocidades anticipa la trilogía urbana de J. G. Ballard (Crash, La isla de cemento y Rascacielos) , su gan aportación a la literatura de aquella década. Los distintos episodios o novelas condensadas se suceden como variaciones de los terrores postnucleares que asaltan todas nuestras pesadillas, con un protagonista que va cambiando de nombre y de papel (médico, piloto de bombardero, asesino de presidentes, víctima de un accidente de coche, psicópata). La pesadilla y la realidad se superponen, y la historia es vista con distintos lentes: la crudeza de un noticiario filmado en un matadero mental, o el desapego preciso y clínico de un informe científico. William S. Burroughs considerara esta novela como uno de los textos más perturbadores y explosivos escritos en el Siglo XX
En el año 1991 obtuvo el premio Readercon.Violencia irracional, pornografía y locura son los ingredientes de este venenoso cóctel que llegó al cine en una producción independiente canadiense (Atrocity exhibition. Jonathan Weiss, 2000) que el propio Ballard calificó de soberbia adaptación, destacando la enorme fuerza poética que le dan las localizaciones elegidas, y que Weiss tardó dos años en hallar: instalaciones militares abandonadas, bases de radar y la sala del Museo de Arte de Filadelfia dedicada a Marcel Duchamp. La película une a la ficción material de archivo de la Agencia de Defensa Nuclear, el Instituto de Investigación sobre Accidentes de Automóvil y el asesinato de John F. Kennedy, una de las obsesiones del protagonista. Es una de esas películas desconocidas que, al estilo de La Jetée (Chris Marker, 1962), con el tiempo se convertirá en buscada pieza de culto.
 En el año 2001 se reeditó la novela con cada uno de los capítulos comentados por el autor. 

 La isla de cemento (1974) reincide en el tema del coche como tótem contemporáneo, pero al contrario que Crash, opta por el suspense. Un arquitecto se sale con su coche de la autopista por la que circula. Se golpea pero no sufre heridas graves. Conductor y coche quedan en un islote estéril en medio de tres grandes autopistas. Resulta inútil pedir ayuda, nadie se para. Si intenta cruzar, morirá atropellado. El protagonista se convierte en un Robinson Crusoe que debe sobrevivir en un exilio a las afueras de la gran ciudad. Obtiene agua del radiador de su coche y el depósito de los limpiaparabrisas, la comida la obtiene de los desperdicios que arrojan otros conductores. Sobrevive y reflexiona sobre el particular reino que le ha tocado en suerte.
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Rascacielos, de 1975, reflexiona sobre el hecho de que por todo el mundo se construyen inmensos edificios cuyos habitantes igualan en número a los de una pequeña ciudad, pero sin policía, ni leyes, ni contacto social entre sus inquilinos. El rascacielos protagonista es un edificio de mil viviendas de alto standing, un refugio tranquilo y perfecto para individuos que no tienen el más mínimo interés por socializar; pero la vida en el rascacielos se transforma poco a poco en una violenta guerra entre vecinos; mientras las instalaciones y servicios del edificio se van deteriorando y destruyendo, las fiestas degeneran en batallas a muerte contra plantas rivales, se forman tribus mortalmente hostiles… la vida en el rascacielos se parece cada día más a la del planeta Tierra.

Compañía de Sueños Ilimitados, de 1979, es la obra cumbre de Ballard, y una de las grandes novelas de las últimas décadas. Un hombre sin experiencia como piloto roba una avioneta en el aeropuerto de Londres y la estrella junto al Támesis en la pequeña comunidad suburbial de Shepperton -adonde después el escritor iría a vivir. Sus habitantes convierten al aviador en una especie de santón apocalíptico. En los días que siguen a su recuperación descubre que controla ciertos poderes sobrenaturales que transforman el pueblo y sus habitantes. Junto a Londres crece la flora y la fauna tropical; la rutina diaria se interrumpe con salvajes celebraciones orgiásticas y en su climax de liberación el pueblo entero echa a volar.

En la década posterior vendrían la autobiográfica y ajena al resto de su obra El imperio del sol y el regreso del Ballard apocalíptico en Hola América (1981):  Casi cien años después de una crisis energética que provocó una emigración masiva, llegan a los Estados Unidos los tripulantes de un barco europeo que pretende descubrir el origen de una nube radioactiva que ha atravesado el Atlántico. Entre las ruinas de un continente transformado en desierto, los expedicionarios hallarán inquietantes pobladores y vestigios del pasado. Al final de su viaje, 46 presidentes de los Estados Unidos, Frank Sinatra y Charles Manson los esperan en un escenario fantasmagórico en la ciudad de Las Vegas. A partir de todo ello, redescubrirán el sueño (y la pesadilla) americano.

Furia feroz (2000)
Un retorno a las situaciones de El rascacielos podemos verlo en Super-Cannes (2000) Edén.-Olimpia es un conglomerado multinacional en las colinas de Cannes, donde se dan cita las compañías más grandes del mundo. Con los servicios sofisticados de oficina, seguridad y comunicaciones de que dispone, parece ofrecer el invernadero ideal para una fuerza de trabajo que vive del éxito. Sin embargo, Edén-Olympia es más que un simple complejo de multinacionales, es una ciudad-estado virtual. Aislada y segura, sus habitantes no carecen de nada. Pero uno de sus habitantes pone en marcha allí un experimento de poder y brutalidad. Noches de cocaína (1996) descubre en un idílico asentamiento británico en la Costa del Sol un mundo secreto de crímenes, drogas y sexo ilícito. En esta muy ballardiana novela se  explora el lado oscuro de la psique, edespedazando la sociedad occidental del siglo XX, llevando al límite el sexo, la violencia, el frenesí y el ansia de poder y seguridad, como sinónimos de aislamiento y muerte cultural. La última novela del británico, Bienvenidos a Metro Centre (2008)  actualiza dolorosamente los conflictos de Rascacielos tasladándolos al no menos claustrofóbico templo y ágora del mundo actual: el centro comercial.

En 1980 Joy Division abrió su segundo álbum, Closer, con un tema llamado preciamente Atrocity exhibition.



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