jueves, 19 de noviembre de 2015

La matraca de siempre


Tras la elección de Margaret Thatcher como primera ministra del Reino Unido en la primavera de 1979, el desempleo se triplicó, después de que ya ocurriera lo mismo -también con la inflación- durante el trienio anterior liderado -es un decir- por el laborista James Callahan. En el caso de la Iron lady, hasta 1982 el paro paso de 1,2 millones a 3,6 millones de personas, y se mantuvo por encima de los tres millones hasta 1986. A lo largo del mismo periodo de la revolución conservadora, el número de parados de larga duración aumentó hasta superar el millón de personas. Se calculó que había treinta y cinco personas compitiendo por cada vacante. Durante este periodo también se reemplazó el empleo a tiempo completo por trabajos a tiempo parcial y cursos universitarios -muchos igualmente a tiempo parcial- que supuestamente servirían para reconvertir la mano de obra, con el fin de situarla a la altura de los requisitos del nuevo orden económico.  A lo largo de este periodo las estadisticas gubernamentales se politizaron más que nunca; con veintinueve cambios en la forma de calcular las cifras de desempleo se consiguió que, en la práctica, fuese imposible establecer el total real. Cientos de millares de personas desaparecieron de las listas del paro, con lo cual cada vez era más difícil acceder a subsidios y, además, sólo se contabilizaba como auténticos parados a quienes los percibían, en lugar de contabilizar a todos los solicitantes ¿les suena?
(datos extraídos de la novela de Irvine Welsh Skagboys -Ramdom House 2012, Anagrama 2014-).

La cartilla del paro británica
(la célebre UB40)
Cada vez que las derechas, con toda su carga intrínseca de ultraliberalismo económico y monetarismo, acceden al poder político -el económico siempre lo han manejado-  lo hacen con la promesa, el compromiso, el leitmotiv o la cantinela de que sólo sus fórmulas económicas y [anti]sociales rueden sacar al afortunado país que les vote del caos y la ruina en que lo dejaron las izquierdas.

El citado ejemplo histórico del thatcherismo demuestra que una y otra vez la prepotencia y la autoconfianza de estos alumnos y herederos de  la Escuela de Chicago se estrella de bruces con la terca realidad. Claro que cuando el inevitable fracaso queda patente, queda el recurso de falsear las cifras, como en la Gran Bretaña de Maggie, o de culpar a una herencia recibida muy difícil de asumir, igual que en la España de Mariano. Ellos no tienen la culpa de que la realidad sea tan irredenta y no se amolde a sus infalibles recetas. Aún hay muchos -también en nuestro país- que se tragan y repiten como papagayos el cuento de que, si las limpias de corrupción, las derechas son más eficaces, al menos en la gestión económica. Citan el milagro de la era Aznar olvidando, o ignorando, la privatización de empresas públicas regaladas a amiguetes o aquella nefanda Ley del Suelo que convirtió toda tierra en urbanizable dando lugar a la burbuja inmobiliaria.

Está todo meridianamente explicado en el documental de Michael Winterbottom La doctrina del shock (The shock doctrine, 2009) y en el libro homónimo de Naomi Klein que lo inspira (2007).

Los partidarios de esa carnicería económica y social siguen firmes en sus mandamientos: desregulación de las relaciones laborales, fobia e implacable persecución a los sindicatos, férreo control de salariosy prestaciones, privatización de empresas, externalizacion y recorte sistemático de los servicios sociales, promoción de los planes de pensiones, sanidad y enseñanza privadas, adelgasamiento del estado hasta el extremo que sólo le quede aliento suficiente para subvencionar y salvar a la libre empresa, derogar cualquier obstáculo a la libre competencia salvo el monopolio y el oligopolio privados. Su santoral lo forman entre otros Margaret Thatcher, Henry Merrit Paulson -secretario del Tesoro de Richard Nixon y George W. Bush- y el psiquiatra Ewen McGregor, pero su dios supremo e infalible es Milton Friedman, un Nobel de Economía tan merecido como el de la Paz de Henry Kissinger.

En la España de hoy, además de las políticas del gobierno Rajoy -las adoptadas al dictado de la troika y las de iniciativa propia-, tenemos bastantes ejemplos de estos hartibles que, a través de medios de comunicación que les pagan generosamente, ejercen de modernos evangelistas del capitalismo sin domesticar, todo su santoral y sus páginas de Linkedin: Daniel LacalleJuan Ramón RalloCarlos Rodríguez Braun... Dios los confunda aún más. Se les llena la boca con la palabra libertad: libertad para despedir. libertad para competir pagando sueldos sudasiáticos, libertad de matricular a los niños en caros colegios privados sostenidos con dinero público, libertad de no pagar impuestos e irse de rositas, Libertad Digital... y dale con la misma matraca.













domingo, 1 de noviembre de 2015

Cada día quedan menos (un holocausto alpujarreño)

Órgiva y El Carrizal hoy
Cuando la democracia  y la paz -o los sucedáneos de cada momento- han sido la norma y el entorno durante buena parte de nuestras vidas, el exterminio de toda una famila es una posibilidad que sólo concebimos unida a remotas guerras servidas por los telediarios o al equivocado fatalismo con que asistimos a los accidentes en carretera. Raranente están preparadas nuestras mentes para asumir la sistemática tala de un árbol familiar por causa de las ideas de quienes lo formaron.

Antonio López era electricista en Lanjarón; en febrero de 1936 fue elegido alcalde por el Partido Socialista. El 11 de agosto los rebeldes franquistas se llevaron a Antonio y dos de sus siete hijos junto a muchos de sus vecinos. Le obligaron a ver morir a Felix y Antonio, aquellos dos hijos, antes de fusilarle y sepultar su recuerdo junto a sus cuerpos fríos en el barranco del Carrizal. Unas semanas antes otro de sus hijos, Miguel, había sido asesinado en Torvizcón. La rabia homicida de los vencedores no se sació y persiguió a la familia hasta que seis años después de acabada la Guerra Civil otro hijo de Antonio, José María, fue acribillado a balazos en las tapias del cementerio de San José de Granada. Los asesinos robaron sus vidas y también sus pobres pertenencias: su pequeño taller de Lanjarón fue saqueado. Algunos de los muertos dejaron hijos, y al frente de la familia quedó la valerosa Dolores Mingorance, que tras sufrir años de prisión se fue consumiendo lentamente. Maribel, su nieta, cuenta que cuando murió Dolores no llegaba al metro de altura, encorvada bajo el peso del holocausto familiar. De pena no se puede morif -decía- si yo he sobrevivido al asesinato de un marido y cuatro hijos.

Los López Mingorance
De los hijos del matrimonio López Mingorance sólo una hija, Purificación, asistió al  cambio de siglo. Aunque residía en Barcelona, cada Día de Difuntos no faltaba para colocar unas flores en la cruz que a finales de 1975, cuando desapareció el principal sostén de aquella sanguinaria tiranía, lo que quedaba de la familia erigió en El Carrizal. Lo hizo hasta 2006, pues falleció en mayo de 2007. Cada día quedan menos. Con ella en el modesto homenaje siempre estaba su sobrina Maribel, cuyos recuerdos son los que durante décadas le han transmitido en voz baja lo supervivientes y cuya voz se quiebra con el recuerdo de su madre Isabel, que ni siquiera tuvo tiempo para acudir al humilde homenaje anual: apenas sobrevivió al franquismo. Maribel y su tía fueron los primeros familiares de los muertos del Carrizal que presentaron una denuncia en los juzgados. Pedían lo elemental: que se busque e identifique a los suyos si es posible o que al menos un hito más perdurable que su pobre cruz sometida a los vientos impida que quienes allí yacen sean sepultados por segunda vez. Sospechaban que la construcción de la autovía Granada-Motril y los diques de Rules sacaron a la luz restos y los hallazgos se silenciaron con tierra y hormigón como a veves ha ocurrido con los restos arqueológicos, en siniestra equiparación entre una vasija romana y una vida aniquilada. Hasta la fecha nadie ha dado explicaciones sobre los efectos -¿daños?- colaterales de esas obras, ya terminadas.

El barranco del Carrizal, donde yace lo mejor de la Alpujarra, guarda, siempre según estimaciones, unos cuatro mil cuerpos, muchos hoy cubiertos por olivares y tierras de labor, entre víctimas de la comarca y otras de la Desbandá de Málaga. Las instituciones andaluzas se comprometieron a impulsar la búsqueda e identificación de los represaliados de la Guerra Civil cuando lo soliciten los familiares; de eso se ha hecho bien poco, y menos desde que el gobierno Rajoy puso en en vía muerta la Ley de Memoria Histórica. Al menos este año la Junta de Andalucía señalizó  el barranco como Lugar de Memoria e instaló un monumento conmemorativo en el lugar de la vieja cruz, que unos vándalos pintarrajearon: ¡ROJOS NO!.

Peor han sonado los insultos a los muertos escupidos recientemente por cargos del Partido Popular:   el senador Villarrubias asegurando que no quedan más fosas que descubrir, o las barbaridades que les han costado sendas demandas a Pablo Casado y Rafael Hernando...  Puedo entender a Javier Cercas cuando en su reciente El impostor califica el término memoria histórica como un oxímoron porque -dice- mientras la memoria es individual y subjetiva la Historia es colectiva y aspira a ser objetiva. De acuerdo, pero los recuerdos, el dolor y los sentimientos de un individuo o individuos pueden ser más importantes que toda la Historia.

A aquellos individuos, los López Mingorance, sus parientes y sus vecinos, les queda poco más que las viejas fotos; las he visto, son rostros de miradas serenas, no feroces, pero que acusan a un régimen de muerte y terror que nos gobernó durante interminables décadas y al que sólo se puede sepultar enterrando el olvido, dejando que las tumbas cuenten su historia.

Actualización de un artículo publicado el Granada Hoy en octubre de 2003