Cuando el pasado 27 de abril el actual Papa canonizó a sus predecesores Roncalli y Wojtila Europa Press, citando fuentes vaticanas, cifró en ochocientos mil el número de asistentes a la ceremonia, entre quienes se apretaron en la Plaza de San Pedro y quienes la siguieron desde pantallas gigantes instaladas en el Castello de Sant Angello y alrededores. Al día siguiente diarios católicos españoles, ABC y La Razón, más papistas que el Papa, elevaban la cifra al mágico millón de participantes. Incluso un medio laico, aunque algo esotérico -Telecinco- se iba hasta los dos millones. Poco después el blog Malaprensa desenmascaró lo exagerado de estas cifras.
Siempre hemos preferido las cifras redondas y abultadas, bien por un rescoldo de superstición cabalística, bien porque tendemos a impresionarnos y a dar la razón a las multitudes. Forman parte de la Historia Contemporánea los mítines de los últimos años del general Franco en la Plaza de Oriente de Madrid. Entonces era obligatorio creer las cifras oficiales que proclamaban que un millón de españoles habían aclamado al Caudillo en un espacio que -supimos después- no puede albergar a más de cuarenta mil personas
.
Legaron los tiempos de Rodríguez Zapatero y no cambió el habitual baile de cifras entre los convocantes de manifestaciones, las policías, las autoridades públicas y los medios de comunicación, pero en aquellos años fueron la derecha y los obispos quienes sacaban a la calle a sus acólitos. La protesta contra el aborto, la defensa de la familia tradicional o la condena a cualquier negociación con ETA fueron entonces las excusas. A los organizadores y sus voceros el millón les supo apoco y hablaban de dos millones de participantes, curiosamente la misma cantidad propuso laorganización de las cabalgatas del Orgullo gay. Las polémicas arreciaron y llegó a inventarse un manifestódromo para intentar, con poco éxito, poner orden en el maremagnum de cálculos interesados. Entonces apareció la aplicación Lynce, que también tiene sus detractores. Este programa, que empleaba dirigibles para el recuento, bajó los humos a unos y otros: En todos los casos los dos millones se quedaban en poco más de cincuenta mil. No es de extrañar que este sistema, que no interesaba ni convenía a casi nadie, tuviera que echar el cierre. Recuerden la máxima periodística: No dejes que la ralidad te arruine un buen titular.
En otro acontecimiento bien distinto, la romería de la Virgen del Rocío, la cifra mágica del millón de asistentes se repite, como un mantra para los perezosos o como un dogma de fe para los entusiastas -Canal Sur-. Llueva, truene o se dé una catástrofe ecológica como la de Aznalcóllar, cada año un millón de personas acude a la Blanca Paloma. El Rocío es intocable. Basta recordar la prohibición que a finales de los setenta sufrió el documental de Fernando Ruiz Vergara por sacar a la luz episodios incómodos de la tradición.
Escribo esto mientras se produce l proclamación del nuevo rey, que no sigo ni por televisión -la música militar nunca me supo levantar-. Apuesto a que mañana los periódicos titularán: Un millón de madrileños aclaman a los Borbón Ortiz como nuevos reyes de España. Las cosas nohan cambiado tanto: Hace cuarenta años por ir a la Plaza de Oriente a gritar Franco, Franco, Franco te daban un bocata; hoy en Madrid la Policía, como repartidores de Teleflag te lleva a casa banderas de España para que las cuelgues en los balcones.
Siempre hemos preferido las cifras redondas y abultadas, bien por un rescoldo de superstición cabalística, bien porque tendemos a impresionarnos y a dar la razón a las multitudes. Forman parte de la Historia Contemporánea los mítines de los últimos años del general Franco en la Plaza de Oriente de Madrid. Entonces era obligatorio creer las cifras oficiales que proclamaban que un millón de españoles habían aclamado al Caudillo en un espacio que -supimos después- no puede albergar a más de cuarenta mil personas
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Legaron los tiempos de Rodríguez Zapatero y no cambió el habitual baile de cifras entre los convocantes de manifestaciones, las policías, las autoridades públicas y los medios de comunicación, pero en aquellos años fueron la derecha y los obispos quienes sacaban a la calle a sus acólitos. La protesta contra el aborto, la defensa de la familia tradicional o la condena a cualquier negociación con ETA fueron entonces las excusas. A los organizadores y sus voceros el millón les supo apoco y hablaban de dos millones de participantes, curiosamente la misma cantidad propuso laorganización de las cabalgatas del Orgullo gay. Las polémicas arreciaron y llegó a inventarse un manifestódromo para intentar, con poco éxito, poner orden en el maremagnum de cálculos interesados. Entonces apareció la aplicación Lynce, que también tiene sus detractores. Este programa, que empleaba dirigibles para el recuento, bajó los humos a unos y otros: En todos los casos los dos millones se quedaban en poco más de cincuenta mil. No es de extrañar que este sistema, que no interesaba ni convenía a casi nadie, tuviera que echar el cierre. Recuerden la máxima periodística: No dejes que la ralidad te arruine un buen titular.
Escribo esto mientras se produce l proclamación del nuevo rey, que no sigo ni por televisión -la música militar nunca me supo levantar-. Apuesto a que mañana los periódicos titularán: Un millón de madrileños aclaman a los Borbón Ortiz como nuevos reyes de España. Las cosas nohan cambiado tanto: Hace cuarenta años por ir a la Plaza de Oriente a gritar Franco, Franco, Franco te daban un bocata; hoy en Madrid la Policía, como repartidores de Teleflag te lleva a casa banderas de España para que las cuelgues en los balcones.
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