miércoles, 15 de enero de 2014

No hace falta que me lo cuenten, yo estaba allí



Comienza a emitirse la 15ª temporada de la serie de televisión Cuéntame, esa dulcificada visión  sobre la transición del franquismo a la democracia. Esta nueva etapa se sitúa en el año 1982 y, como era de esperar, la palabra más repetida en cuantas presentaciones, entrevistas radiofónicas y avances se han hecho ha sido movida. Todos quienes no vivieron sino de oídas la fugaz efervescencia del Madrid de los primeros años ochenta, se aferran a un término que rechazabamos de plano porque venía de un lenguaje gacetillero, adulto y ajeno. La expresión movida se la inventó Francisco Umbral en sus castizas e insufribles columnas para El País, y aquel tipo era una de las cosas que más detestábamos: un progre.

Con la palabreja se pretendía englobar a unos pocos cientos de jóvenes muy diferentes que sólo compartían los gustos musicales, las ansias de ligar y las ganas de apurar el presente. Había también una común afición por las vestimentas estrafalarias heredera del punk, una reivindicación de la frivolidad frente a lo grave y sesudo y una actitud desprejuiciada y filogay hacia el sexo, poco más. Como movida se etiquetó a varias disciplinas creativas -el primer cine de Almodóvar, las ropas de Antonio Alvarado, la pintura de Las Costus, Sigfrido Martín Begué y Guillermo Pérez Villalta, la fotografía de Pablo Pérez Mínguez y Alberto García-Álix...-, pero lo único medianamente sólido era la música , esa amalgama de influencias que se dio en llamar nueva ola madrileña -y después viguesa, y después...- y que nació en el homenaje a Canito en Caminos y en los puestos de casetes del Rastro. En la música de la época y su limitadísimo éxito popular -nadie recuerda ya el veto a Nacha Pop en Los 40 Principales por negarse a grabar jingles de la casa- centra Patricia Godes su acertado y desmitificador artículo en Eldiario.es.

No, nadie, salvo despistados y advenedizos, hablaba por entonces de movida. Era de esperar que ahora todo el mundo se apunta al carro, pero no todos bailaron en Rock-Ola, petardearon en el Ras, asistieron a la presentación de Malevaje en aquel garito de la calle Valverde -¿o era Ballesta?- de cuyo nombre no puedo acordarme que abría a altas horas, ni charlaban amigablemente con las putas frente a la Telefónica de Gran Vía antes de ser cacheados por los maderos.

Me pregunto si en su próxima tmporada Cuéntame hablará de las plagas que en el 83 acabaron con el espejismo: la heroína, el sida, Álvarez del Manzano -con su concejal Matanzos, azote de bares y horarios- y Alcalá, 20.

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