Niño, no vayas con malas compañías, que te llevarán por el mal camino, te advierten tus padres convencidos de que, si te vuelves una oveja negra, será por culpa de la influencia de los amigotes, no por tus propias tendencias ni sus posibles negligencias. Las malas compañías, o más concretamente la torpeza a la hora de escoger sus amistades, es una de las cosas que tienen en común Julian Assange y el extécnico de la NSA estadounidense Edward Snowden.
Otras muchas cuestiones les separan. El fundador de Wikileaks no es un espía arrepentido; Snowden no tiene acceso a abogados vip como Baltasar Garzón; pero a ambos les pierde buscar cobijo cerca de individuos y países que pueden comprometer su credibilidad.
Esas amistades resultan especialmente peligrosas para dos adalides de la libertad de expresión cuando se buscan en dictaduras que la pisotean -China y Cuba en el caso del exespía americano- o en democracias con tics autoritarios que la combaten -Rusia y Venezuela en el mismo caso y Ecuador en el del australiano-. Ambos con su valentía han logrado importantes avances en el conocimiento de la verdad y han hecho temblar a un poder al que le preocupan más sus secretos, incluso los vergonzosos, que la vida humana. Uno de sus muchos problemas es que no se puede ser consecuentes y a la vez considerar paladines de las libertades al siniestro Putin o a los herederos de Chávez. Pueden gustarme algunas políticas de Rafael Correa, pero cuando en su país la disidencia se expresa en voz alta, en tinta impresa o imágenes en movimiento, Correa la acosa como los demás.
Todo esto ocurre en una sociedad hipócrita que parece haberse caído de un guindo cuando, pese a vivir obsesionada por la privacidad en Facebook y en sus emails, se entera de que los espías se dedican a lo que su nombre indica, espiar, y no a deshojar margaritas -éste es de los míos, éste de los otros, ésta es de los míos.. -. Nos ciega el glamour de unos gestos plausibles y nos olvidamos de esos que se erigen en héroes de la demagogia para perpetuarse en los sillones. Si las embajadas urdieron telarañas de terror, si los Estados Unidos controlan los aspectos más recónditos de mi vida, si las corporaciones manejan mis gustos y aficiones para dirigirme con precisión sus drones de publicidad, prefiero no ser informado desde un paraíso de opacidad. Convirtámonos nosotros mismos en voyeurs y escudriñemos cada rincón en busca de la verdad, hagamos nuestro trabajo, no lo encarguemos a los demás para echarnos a dormir, pero sin dejarnos seducir por cantos de sirena. La curiosidad no hace daño a nadie, fue la apatía la que mato al gato.