Hace unos días en mi hospital me propusieron participar en un programa innovador -¡cómo les gusta la palabra innovador!- que consistía en calibrar mis habilidades motoras y ocupacionales grabándome con un smartphone que ellos mismos me facilitarían. Los médicos que me lo ofrecían han de doblar turnos y trabajar por las tardes para cumplir los nuevos horarios ampliados. Mientras les escuchaba, aguardé casi una hora a que hubiera una plaza libre en una ambulancia. Cuando al fin subí a una, comprobé que las botellas que almacenan oxígeno líquido para las mascarillas estaban llenas por debajo de la marca de mínimo impreso en el cristal.
Mi sobrino de catorce años es uno de esos niños a quienes, al entrar en la ESO, les regalaron flamantes ordenadores portátiles hoy en paradero desconocido. Su hermana, cinco años menor, se ha quedado sin artilugio. No queda dinero.
Pero que no se te ocurra disentir. Que tu voz no desentone de la unanimidad que antepone lo moderno a lo sostenible. El sastrecillo aliente era el de Valencia, no tú. No quieras ser el muchacho de Andersen y no grites que el Emperador está desnudo y que su traje invisible nunca existió. Grita que ves perfectamente animalitos inexistentes saliendo en fila del Arca de Noé. Proclama a gritos tu pureza de sangre como los castellanos viejos del Retablo de las maravillas de Cervantes. Sopla con fuerza el cuerno de la abundancia, aunque sepas que está vacío, igual que en el pasado los pastores suizos se comunicaban de monte a monte haciendo sonar enormes astas.
Siguiente entrega: "Defensa del presente" (Proximamente en esta sala)
Mi sobrino de catorce años es uno de esos niños a quienes, al entrar en la ESO, les regalaron flamantes ordenadores portátiles hoy en paradero desconocido. Su hermana, cinco años menor, se ha quedado sin artilugio. No queda dinero.
Pero que no se te ocurra disentir. Que tu voz no desentone de la unanimidad que antepone lo moderno a lo sostenible. El sastrecillo aliente era el de Valencia, no tú. No quieras ser el muchacho de Andersen y no grites que el Emperador está desnudo y que su traje invisible nunca existió. Grita que ves perfectamente animalitos inexistentes saliendo en fila del Arca de Noé. Proclama a gritos tu pureza de sangre como los castellanos viejos del Retablo de las maravillas de Cervantes. Sopla con fuerza el cuerno de la abundancia, aunque sepas que está vacío, igual que en el pasado los pastores suizos se comunicaban de monte a monte haciendo sonar enormes astas.
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1 comentario:
¿Abundancia? ¡Y un cuerno!
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