El juez ha hecho lo que tenía que hacer y la actuación de Salud ha sido intachable, incluso excesivamente paciente si tenemos en cuenta que los antivacunas son responsables directos de la extensión de la enfermedad, puesto que el brote se convierte en epidémico cuando, como es el caso, aparece donde se concentran muchas personas no vacunadas.
Escuchando a estos padres entiendo a esos maestros al borde del suicidio tras una tutoría con papás y mamás que, mediante la lectura de suplementos dominicales y charlas con compañeros de pilates, se han formado sus propias ideas sobre pedagogía y se permiten dar lecciones. En la generación que hoy lleva a sus hijos al colegio hay mucho perroflauta con cortocircuito ideológico. Anda suelto un tipo de padres contra el que conviene desarrollar una vacuna antes de que el daño que hacen a sus hijos sea irreparable. Son padres que hablan de sus derechos pero olvidan los derechos de los menores, incluso el derecho a defenderse de ellos. Tal vez el juez debería plantearse si ordena vacunar a los niños contra sus padres.
Expreso mis dudas de racionalista y me envían documentación sobre el argumentario antivacunas. Lo primero que leo es de un médico catalán llamado Marín Olmos. Cuando veo que el susodicho es profesor de homeopatía -una de las más escandalosas estafas de nuestro tiempo- y que en la misma web se anuncia la prueba científica definitiva de que se usaron explosivos para volar las Torres Gemelas, no leo ni una línea más. Las corrientes y grupos antivacunación -que incluyen a veganos, evangélicos ortodoxos y new age- revisten de supuestos argumentos científicos mitos y creencias que entroncan tanto con la superchería como con la paranoia conspirativa.
Por supuesto, parte de culpa tendrá también la Administración en la extensión de los prejuicios contra las vacunas, tras retratarse en su complicidad con la industria farmacéutica, exagerando la amenaza de la gripe A para justificar la compra masiva de vacunas que hubo que destruir después.
Debemos vacunarnos contra el retorno de la ignorancia; denunciar el apoyo público y de médicos y farmacéuticos a la homeopatía y otras terapias; desenmascarar a conspiranoicos, sanadores, psicoanalistas -sí, otra seudociencia ajena a la evidencia experimental- y charlatanes; desconfiar de una ministra de Sanidad que llega al cargo luciendo una pulsera milagrosa en la muñeca.