Este país se ha pasado demasiado tiempo pendiente del paradero de tumbas y fosas y de en que bando te habrías alineado en un conflicto que no conociste más que por los libros y por memorias de viejos; y también demasiado tiempo atemorizado por las previsiones, a menudo equivocadas, de las agencias de calificación, por dientes de sierra y vaivenes reales o inventados. ¿Qué sino la obsesión por tener donde caernos muertos infló la burbuja cuyo reventón nos precipitó al abismo? La creencia en que hay algo después ¿no es la que colmata los cementerios y contamina con cenizas mares y campos? Respetando las creencias de cada uno, la mía es que todo se acaba en el ataud. ¿a qué discernir entre entierro y cremación o que arrojen tu cuerpo a los buitres? ¿Acaso sufrir el calor de las llamas ería menos doloroso que ser devorados por gusanos, suponiendo que nos enterásemos de algo? Los homenajes póstumos no son sino autosatifacción o proclamación pública de cuánto amaste, admiraste o respetase al homenajeado, que nunca será consciente de que lo fue.
Al pensar en la enfermedad hablo de recuperación. Curación me suena a sanadores y milagros. Sabéis que no soy optimista ni pesimista ni practico el llamado pensamiento positivo. Lo que ha de preocuparnos es nuestra única vida, esa que se divide en días, semanas, años y segundos. Confinemos el pasado a los libros de historia, la experencia propia, el saber acumulado y el patrimonio histórico y monumental. No queramos ser bibliotecarios sepultados por el polvo de los estantes ni pitonisas que venden a incautos mentiras sobre un incierto porvenir. Pero la defensa del presente no es elogio del socorrido carpe diem, ese goce atolondrado de los placeres de la vida que nos convierte en depredadores que consumen los recursos hasta que se agotan y han de migrar a otro espacio en busca de otros nuevos o poco mordisqueados. Se trata de asumir la realidad, y asumir no quiere decir aceptar ni menos aún acatar; si no nos gusta, trabajemos para cambiarla. No es preciso tener éxito, ni basta con la ilusión, pero sí con la ilusión sumada al esfuerzo. Debemos aceptar el azar -no necesariamente los juegos de azar- como parte de nuestras vidas, esa maceta que acecha en un balcón aguardando a que salgamos a la calle para caernos en la cabeza. Nadie es tan joven para no morir ni tan viejo para no aguantar un año más. No existen el destino y la predeterminación que los calvinistas utilizaron para imponer su feroz puritanismo. Debemos pelear por nuestras vidas y condiciones de vida, y por las de quienes nos importan y a quienes les importamos. Héroe es quien salva vidas, no quien da la suya o las de los demás por una causa, ni siquiera por salvar a otros, se pongan como se pongan los musulmanes. El ahora nos consume demasiada fuerza y demasiado tiempo para perderlo pensando en el pasado y en el futuro.
Para Laura, mi hermana mayor, siempre.