Silencio. Van doscientos treinta muertos en Libia y la familia Gadafi amenaza con más represión aún, pero en Twitter, en Facebook, en los comentarios de las noticias que hablan de la masacre hay silencio. El clamor cibernético de cuando la calle ardía en El Cairo o en Túnez ahora se torna en mirar hacia otro lado. ¿Se ha cansado la Red de las revoluciones árabes? ¿Estamos preparados solo para celebrar las historias incruentas y con final feliz, y una revuelta sangrienta como la que está ocurriendo en Trípoli y Bengasi nos hace apartar la vista incómodos? ¿No será acaso que no nos gusta que a las revoluciones se las conteste con revoluciones? Puede que esa sea la clave: Un doble rasero de quienes sólo entienden la historia desde postulados maniqueos y para quienes, pese a todo, señores como Muamar al Gadafi entran aún en la categoría de quienes hay que reivindicar porque históricamente se han opuesto al imperialismo estadounidense. Importa menos que se trate de otro militar golpista, otro tirano que ha machacado sin piedad cualquier amago de oposición, otro corrupto cuya familia ha vaciado las arcas de su país, igual que -con matices- Mubarak, Ben Ali, Bouteflika o Mohammed VI. No tienen el glamour de los internautas de la Plaza Tahrir quienes contra este tirano y su familia de ladrones se dejan la vida acribillados por las ametralladoras y los morteros de los sicarios del régimen y por unos militares menos complacientes que los egipcios ¿Es por eso que casi todos callan?
Es curioso lo de Gadafi. Su imagen de reyezuelo medieval pasado por el botox y la cirugía, a diferencia de Mubarak, no provoca rechazo entre internautas, izquierdistas de salón y medios de comunicación altermundistas -algunos de los cuales, los muy zoquetes, siguen con la cantinela de que estas son revueltas orquestadas por la CIA-; y como ocurrió con Mubarak y Ben Ali antes de que su derrocamiento fuera un hecho consumado, él también ha contado en los últimos años -cuando cambió petróleo y gas por perdón- con la complicidad de los gobiernos occidentales. Pascual Serrano hablaba de la conversión del régimen libio de paria a amigo citando los elogios del Wall Street Journal: "El coronel Muamar al Gadafi está al frente de una vasta reforma económica en su país reduciendo considerablemente la burocracia estatal, privatizando activos". Qué suerte la de Gadafi, querido por el sistema, tolerado y hasta aplaudido por los antisistema.
Telesur, la televisón panamericana promovida por Hugo Chávez -un modelo de credibilidad según el propio Pascual Serrano, que fue destacado asesor en ella- hablaba este domingo de las revueltas árabes y lo hacía con muy distinto rasero según de cuál se trate: incendiaron varias sedes locales de los comités revolucionarios, así como también unos siete vehículos policiales y han quemado neumáticos en diversos puntos de la ciudad, incluyendo en el aeropuerto de Bengasi, que se vio obligado a cerrar después de que un grupo de protestantes entrase a las instalaciones". Telesur habla de "choques violentos" como si hubiera equilibrio de fuerzas, no habla de represión por parte del dictador a quien Hugo Chávez regaló la espada de Bolívar.
Es cierto que como tanto ha denunciado Pascual Serrano hay una trama de intereses políticos, económicos y mediáticos que sesgan sitemáticamente cualquier información relativa a los regímenes de Cuba, Venezuela o Bolivia, otorgando a las informaciones un espacio muy superior a la relevancia real de esos pequeños países, propagando tópicos -el empeño en llamar dictador a un Hugo Chávez que, guste o no, ha ganado limpiamente todas las elecciones a las que se ha presentado- y amplificando las informaciones que hablaban de censuras y recorte de derechos muy parecidas a las que gobiernos democráticos europeos y amigos de estos realizan sin pudor sin que hatya más que unos cuantos Anonymous o Wikileaks dispuestos a leerles la cartilla. Y también es cierto que desde gran parte la izquierda se niega, se justifica o se silencia el pisoteo a los derechos cívicos, la tentación totalitaria, la retórica y la conducta cuartelera que se impone en esos mismos países, sus alianzas con regímenes tan impresentables como el de Muamar al Gadafi o el de Mahmud Ahmaninejad. El argumento es tan simple como que si eres enemigo de los Estados Unidos eres mi amigo.
La amenaza amarilla
La cita anterior de Wall Street Journal sirve para definir el compadreo de décadas entre las democracias occidentales y los tiranos de todo color que sirven sus intereses geoestratégicos o cuya pujanza es una amenaza que conviene tener de tu lado. El mito de la amenaza amarilla que simbolizaban las viejas películas de Fu Manchú -cuando lo oriental se vuelve tecnológicamente superior y, por tanto amenazador- ha sido convenientemente acallado cuando una potencia oriental, China naturalmente, se torna en inagotable fuente de negocios y más aún si, como está sucediendo desde el comienzo de la actual crisis económica, sus dirigentes se están convirtiendo en los dueños de nuestros bancos y empresas empleando la especulación más salvaje, convertidos en los temidos inversores buitre. Vemos como el Partido Comunista Chino se ha convertido en el mayor broker mundial, y no parece preocuparnos que si logran manejar resortes clave del poder económico mundial suyo será también el poder político. Tampoco Facebook ni Twitter se paran en la represión feroz con la que el régimen chino ha recibido un tímido amago de protesta en apoyo de la revolución egipcia. De nuevo echo mano de Pascual Serrano para retratar la complicidad de parte de la izquierda española y europea con un régimen que, dejémonos de bobadas, hoy representa lo peor del comunismo: burocracia, represión, delación, tortura y muerte; y lo peor del capitalismo: desigualdad, especulación, demolición de los sitemas públicos de educación y sanidad, insostenibilidad ambiental... Dice Serrano lo contrario, que "China está introduciendo cambios que, por profundos que parezcan, no modifican sustancialmente el caracter socialista del sistema" -pues sí que está irreconocible ese socialismo, casi como el español-; y se queja de un doble rasero que busca crear alarma sobre el poderío económico chino. Motivos para la alarma debe haber teniendo en cuenta lo que los medios occidentales jamás denuncian de China; como el propio Serrano reconoce, en este caso acertadamente, aquí no se habla de "la explotación acrecentada de los trabajadores, los despidos masivos, la disminución de los salarios, la privatización de empresas públicas, el deficiente gasto del Estado en sanidad, educación o seguridad social o su productividad desenfrenada irrespetuosa con la naturaleza y la salud. Quizás porque los beneficiarios de esas condiciones son los consumidores occidentales que logran acceder a productos made in China a precios reducidos". Prueba de esto es el baboso y complaciente reportaje que el Informe Semanal de TVE dedicó este sábado a la inversión china en España acorde con la cálida acogida al viceprimer ministro de China, Li Keqiang, cuando recientemente llegó a España cargado de yuanes para invertir. Parece que no queremos darnos cuenta de que la expansión de China, que ignora toda responsabilidad ética en el desarrollo, conlleva la universalización de esa falta de valores y de esas condiciones de explotación. Otro caso más de régimen insostenible que por motivos diferentes provoca complicidades en el sistema y en muchos de quienes reniegan del sistema. Son viejos camaradas y muchos aún piensan que les debemos un respeto.