Mocho, según la Academia, es un adjetivo que significa romo, chato; coloquialmente es sinónimo de fregona. El léxico castizo granadino le añade otras acepciones: Hacer un mocho es organizar una colecta, reunir dinero o bienes entre varios, y puede ser también juntar varios elementos sin orden ni método formando un único revoltijo, un totum revolutum.
En nombre de la austeridad, la Junta de Andalucía hará un mocho con dos invenciones que le quemaban las manos: el Milenario del Reino de Granada y el Legado Andalusí, fuegos de artificio para tener al personal entretenido. Además el PSOE de Granada pide que el Milenario, en 2013, se siga celebrando hasta 2015 y se haga un mocho con la Universiada de invierno. Son acontecimientos que sólo se parecen en el propósito de destrozar aún más la vega de Granada, uno con ese Parque del Milenio que nadie quiere ni necesita, la otra alicatando el último rodal verde que queda entre Huetor y el Serrallo para construir la Villa Olímpica. El problema de tanto mocho a largo plazo vendría si los mayas tuvieran razón y en 2012 nos espera el final de los tiempos ...o Arenas obtiene mayoría absoluta, lo que para los socialistas viene a ser lo mismo.
En un mocho el ignífugo Paulino Plata quiere meter a la Alhambra. Esa Agencia Pública de Instituciones Culturales en la que también caben el Centro de Arte Contemporáneo, el Instituto de las Artes y las Letras, archivos, bibliotecas, museos y teatros, más que para ahorrar y eliminar burocracia servirá para garantizar un férreo control político desde los despachos sevillanos. Sordina a la voz de las instituciones granadinas, no más fastidiosas pegas desde el monumento contra autovías que pretenden cruzar su territorio.
Y para mocho, la caja andaluza única, grande y libre de José Antonio Griñán. Qué más da si fusionando entidades del mismo territorio cientos de oficinas cierran, si miles de empleados van a la calle, puede más la ambición de la élite política sevillana por mantener el control sobre quienes manejan los créditos. El acoso a Caja Granada es feroz y por decidida que sea la resistencia de Antonio Jara, aguantar el brutal envite rozaría lo heroico.
No se confundan, no es localismo ni el discurso del agravio comparativo ha estado nunca entre mis argumentos. Es que el centralismo sevillano no es un mito. No se trata de un gen que haga a cualquier hispalense pensarse centro del Universo, es más bien un virus apalancado en la sangre de una casta política acostumbrada a mover todos los hilos desde el kilómetro cero de la A-92. Para defendernos, en Granada también podríamos hacer un par de mochos -entiéndase colectas-. Uno para pagarles el otorrino a los dirigentes socialistas granadinos que han enmudecido ante estos ataques. Y otro mocho para costearle la prejubilación a Griñán y a todo su gobierno.