Agazapado tras un olivo de El Caracolar, el camarógrafo de la productora dedicada a expender charcutería a las televisiones aguarda la imagen del primer hueso robado a la tierra. En Andalucía Directo la reportera, que no se pierde un episodio de CSI, reclama al forense detalles sobre la inspección de la osamenta. Se agotan los GPS: 37º14' 31'' N - 3º33' 0,59" W. Los alcaldes de Alfacar y Víznar y el delegado del Gobierno aderezan de adjetivos sus discursos y ponen en valor olivares. Hoy se habla de un poeta en los debates rosas de la tele; falsos periodistas interrogan al anciano que previo pago asegura haber formado parte del pelotón de fusilamiento. La hora de la saca aparece esta mañana entre las convocatorias diarias de Europa Press; por la noche se comentan los empujones, las carreras, la tierra removida por los buitres pero no la desolación de quienes en este nuevo tiempo de lobos han asistido a una segunda ejecución en la que los fusiles eran cámaras. “Quiero dormir el sueño de las manzanas, alejarme del tumulto de los cementerios” (1).
Llega después la hora de los panteones, bustos y metopas; las ovaciones ante los restos ya ultrajados. Fotos junto a la tumba, romerías necrófilas, un pequeño Père-Lachaise con su mapa interactivo de celebridades difuntas. En este hipermercado satisfacemos la necesidad del mito, el símbolo visible, la mentira en suma. Un día leemos que el sepulcro ha sido profanado, un admirador demente robó los despojos. “Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos que se olvidan en un montón de perros apagados” (2).
Las simpatías fueron para las familias de los otros difuntos, quienes con toda la justicia negada en setenta años pedían transformar lo intangible en tridimensional; ver el agujero de bala en el cráneo, una mirilla estereoscópica a través de la cual se descubre a los asesinos en tres dimensiones. Les asisten la Historia y la Ley pero es su condición de hijos de muertos lo que les otorga el derecho a decidir. El mismo derecho se les niega hacia otra familia con su propio asesinado, para ellos la incomprensión. A su ilustre finado el crimen le hizo símbolo, condenando de antemano cualquier anhelo de intimidad, un obstáculo para las ansias legítimas de los otros. No se equivocaban: bastó un “no nos opondremos” para que el circo abriera sus puertas. ¿Qué no vendrá después? Si hasta el biógrafo irlandés se muestra comprensivo con el espectáculo morboso tratándose de un símbolo, una celebridad. Proclama esta familia, y nadie les escucha, que esos barrancos no son una cuneta sino un mausoleo, un campo de batalla -una batalla en la que un bando llevaba fusiles y el otro las manos atadas a la espalda- en el que uno de los muertos defiende el descanso de otros miles. Nadie les hizo caso y “Llegó la gente que come por detrás de las yertas columnas y los asnos de blancos dientes con los especialistas en las articulaciones” (3).
Llega después la hora de los panteones, bustos y metopas; las ovaciones ante los restos ya ultrajados. Fotos junto a la tumba, romerías necrófilas, un pequeño Père-Lachaise con su mapa interactivo de celebridades difuntas. En este hipermercado satisfacemos la necesidad del mito, el símbolo visible, la mentira en suma. Un día leemos que el sepulcro ha sido profanado, un admirador demente robó los despojos. “Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos que se olvidan en un montón de perros apagados” (2).
Las simpatías fueron para las familias de los otros difuntos, quienes con toda la justicia negada en setenta años pedían transformar lo intangible en tridimensional; ver el agujero de bala en el cráneo, una mirilla estereoscópica a través de la cual se descubre a los asesinos en tres dimensiones. Les asisten la Historia y la Ley pero es su condición de hijos de muertos lo que les otorga el derecho a decidir. El mismo derecho se les niega hacia otra familia con su propio asesinado, para ellos la incomprensión. A su ilustre finado el crimen le hizo símbolo, condenando de antemano cualquier anhelo de intimidad, un obstáculo para las ansias legítimas de los otros. No se equivocaban: bastó un “no nos opondremos” para que el circo abriera sus puertas. ¿Qué no vendrá después? Si hasta el biógrafo irlandés se muestra comprensivo con el espectáculo morboso tratándose de un símbolo, una celebridad. Proclama esta familia, y nadie les escucha, que esos barrancos no son una cuneta sino un mausoleo, un campo de batalla -una batalla en la que un bando llevaba fusiles y el otro las manos atadas a la espalda- en el que uno de los muertos defiende el descanso de otros miles. Nadie les hizo caso y “Llegó la gente que come por detrás de las yertas columnas y los asnos de blancos dientes con los especialistas en las articulaciones” (3).
(1) Gacela VIII De la muerte oscura (Divan del Tamarit, 1936)
(2) Alma ausente (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, 1935)
(3) Cementerio judío (Poeta en Nueva York, 1929)
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