La anterior entrada incluye el texto del artículo que publico este lunes, 22 de septiembre en Granada Hoy, demasiado maniatado por los 2.700 caracteres que me piden para poder dejar claras las sensaciones que me produce toda la polvareda desatada en torno a la posible exhumación de los restos de Federico García Lorca y los otros tres hombres junto a él asesinados el 18 de agosto de 1936: Dióscoro Galindo, Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí.
En primer lugar queda claro que no dediqué una línea a rebatir o polemizar con el bien aprendido argumentario que contra lo que se ha definido con la redundancia Memoria histórica esgrime una derecha que mientras lo hace se está delatando como heredera directa de quienes en 1936 planificaron una concienzuda operación de exterminio del desafecto a la nueva autoridad impuesta por la fuerza de las armas y la llevaron a cabo sistemáticamente no sólo durante los tres años de conflicto bélico sino sobre todo en los años posteriores.
La conexión entre quienes hoy agitan el manido "no reabrir heridas" y el regimen criminal del general Franco es perfectamente equiparable a la que existe entre ETA y las organizaciones que la representan en la sociedad y la política vascas. Son la Batasuna del franquismo los historiadores hemipléjicos, los articulistas que tienen siempre en boca al abuelo de Rodríguez Zapatero y los políticos que invocan el borrón y cuenta nueva de la Transición y la Amnistía de 1976 -una ley de punto final no muy diferente de la que los argentinos han derogado recientemente-, negando la evidencia de que medio país es hijo o nieto de asesinados arrojados a canteras y muladares. Cuando fue necesario ampliar el cementerio granadino de San José en los primeros setenta los fusilados junto a sus tapias -entre ellos el alcalde de Granada y cuñado de Federico, Manuel Fernández Montesinos- pasaron de una indigna fosa común a un ignominioso vertedero, sin solución de continuidad, como pasamos de dictadura a democracia. Ni una palabra más desperdiciada en quienes niegan el derecho a ponerle nombres a los asesinados y a los asesinos, y darles a los primeros un lugar en el que la mirada de los suyos se refleje, al menos tan digno como las tapias de las iglesias y hasta los altares reservados para los otros muertos.
Sí me duele lo injusto que se ha sido con la familia García Lorca desde círculos progresistas. Es algo que viene de antiguo y que une una buena porción de malafollá granadina a un sentimiento de culpa compartido por tantos años de silencio cobarde sobre el asesinato de Federico y de Fernández Montesinos y a la envidia de quienes les echan en cara que la obra de Lorca reporte y siga reportando pingües royalties, cómo si hubiera algo ilegítimo en ello. La obra desarrollada por la Fundación desde la Residencia de Estudiantes y pronto desde el Centro Lorca de La Romanilla no parecen importar, ni todo lo que a la ciudad de Granada han aportado desde que se reabrió la Huerta de San Vicente. Con facilidad se olvidan las persecuciones, lo que es ver a una familia diezmada, el dolor y los silencios, el exilio y las palabras de Federico García, el padre, en el barco hacia América, el "No quiero volver a esa jodida tierra" que inspira un magnífico artículo de Javier Rioyo publicado hoy mismo.
Cuando hace una década la Fundación García Lorca abrió con Patti Smith los "Conciertos de la Huerta" asistimos a lo inaudito. Les gritaban "fascistas" a los García Lorca porque habían diseñado un concierto íntimo para trescientas personas. Lo que era una simple opción estética que se consolidaría en años sucesivos con Lou Reed, David Byrne o John Cale entre otros, se interpretaba como un gesto de elitismo -obviando que son muchas las estrellas de rock de estadio que inician sus giras o presentan sus discos en pequeños recintos buscando las distancias cortas con el público-. Alegremente llamaban fascistas a los herederos de la víctima del fascismo que simbolizó a todas las víctimas. Con la misma ligereza se acusa a esa familia de vivir de la muerte de Federico.
Y ahora, de nuevo, más incomprensión; el discurso de que ellos son un obstáculo para que otras familias puedan recuperar a sus muertos. Como el grito de "fascistas" en aquel concierto, ahora se asocia su deseo a mantener el cuerpo de Federico en el lugar donde está a una posición conservadora, contrapuesta a lo progresista que sería abrir fosas aún contra la voluntad de quienes tienen en ellas a los suyos. A esa obtusa asociación de ideas respondía Laura García Lorca en El País en un fragmento que reproduzco de un largo reportaje de Jesús Ruiz Mantilla, Operación García Lorca:
Laura García Lorca recalca que ése [la privacidad] es un asunto prioritario para ellos. Además del desgarro que para su familia supone ese paso. "Abrir una fosa es espantoso para todos. A algunos les puede resultar un consuelo, una tranquilidad; pero a mí, personalmente, me genera inquietud, sobre todo si no lo has solicitado". El asunto tiene que ver con el término abrir y cerrar heridas, que para ella es confuso y se presta a manipulación. "Ante todo permanece el sentimiento propio, el más íntimo. En mi caso, cavar esa fosa no supone cerrar ninguna herida. Puede que la abra de nuevo".
Son terrenos tan personales como resbaladizos. Como el hecho de considerar la exhumación un acto progresista y lo contrario, conservador: "Eso es algo que se insinúa, que flota y que simplemente no es cierto. No es algo que tenga que ver con la ideología, sino con el sentimiento íntimo, porque nuestra ideología es la que es. Creemos que ése es ya un lugar sagrado y que debe quedar como está. Es nuestra impresión. Sencillamente queremos que se nos escuche y se nos comprenda, aunque no vamos a entorpecer nada".
Manuel Fernández Montesinos, antecesor de Laura al frente de la Fundación e hijo del alcalde asesinado y de Concha García Lorca, incide en el mismo reportaje en el gran riesgo de toda esta operación de rescate, el circo del morbo:
"Exigimos privacidad absoluta, que no se convierta aquello en un tenderete con cámaras. Para nosotros, aquel lugar es un santuario civil; nos resultará molesto, incluso vejatorio remover, pero no nos opondremos".
También en el artículo que ahora complemento incluí enlace al comunicado emitido por la familia el pasado 18 de septiembre. Lo repito aquí porque conviene leer a los protagonistas sin intermediarios
Motivos de temor no les faltan. Sólo después de mucho insistir la familia en que no quería que la saca de los cuerpos se convirtiera en un espectáculo mediático alentado con tanta buena voluntad como delirios de grandeza por Baltasar Garzón se oyeron las primeras voces en las tertulias admitiendo que tal vez tenían razón, que existe un riesgo evidente de que todo acabe en un espectáculo de huesos y ADN ante las cámaras. Antes, fue apenas conocerse el cambio de postura -que no es tal- de los García Lorca respecto a las peticiones de los Galadí y los Galindo y los resortes saltaron, editores histéricos pidiendo conexiones en directo, teléfonos que se caían, ¡el móvil de Laura, quiero el móvil de Laura!... Buitres afilando las garras. Servidor odia el corporativismo y mi profesión me ha enseñado a desconfiar siempre de las buenas intenciones de los colegas y más aún de los jefes, así que no pienso cumplir con lo que se supone es mi deber: el falaz argumento de defender la libertad de expresión por encima de todo cuando se entromete en la privacidad y pisotea el territorio de lo íntimo. Éste es tiempo de lobos y no pienso hacer de Rodríguez de la Fuente.
No albergo ninguna duda de que la exhumación será un circo bastante parecido a lo que describo en mi artículo, a las pruebas me remito. Para vender los periódicos de Pedro Jota y ganar publicidad para la radio de los curas se sostuvo durante cuatro largos años una descomunal mentira sobre la base de 192 muertos que generó toneladas de desestabilización y de un odio que aún seguimos padeciendo. La verdad sobre la muerte de otras 153 personas puede no llegar a conocerse dinamitada por los deseos de El País de llevar a su portada y a su web las imágenes de una catástrofe y los informes confidenciales sobre lo que supuestamente pasó, con la inestimable colaboración en el negocio del Ministerio de Fomento o quienquiera que los filtrase. Los míos son capaces de todo, como para no temerles.
Hablando de conspiraciones, eso es algo de lo que tampoco ha escapado la familia García Lorca: desde el historiador que asegura que la familia pactó con el franquismo llevarse el cuerpo discretamente a otro lugar a cambio de dinero hasta quienes plantean que su oposición a la apertura de fosas tiene que ver con la financiación que el Ayuntamiento de Granada, gobernado por el Partido Popular, presta a la Fundación García Lorca, pasando por el delirante documental de Emilio Ruiz Barrachina “Lorca. El mar deja de moverse”, que sitúa al supuesto autor material del asesinato en un panteón de los García Lorca. Todos estos delirios y más los tienen en el más que delirante, lisergico análisis que publica Manuel Francisco Reina en el autodenominado periódico digital progresista ElPlural.com. No se lo pierdan, el autor se ha equivocado de bando, Pedro Jota pagaría un sueldazo por tanta imaginación desbocada.
Para colmo esa búsqueda del morbo a costa de la verdad, de la intimidad y de lo que se ponga por delante goza de cada vez más comprensión. Conocida es la falta de sintonía -por no emplear términos más explícitos- entre la familia García Lorca y el biógrafo del poeta Ian Gibson; sabida es su histórica obsesión por desenterrar los restos, que a su juicio pueden aportar datos sobre si Lorca fue previamente torturado, si hubo tiro de gracia y otros detalles de sus últimas horas. Pero me dejan de piedra sus declaraciones a la SER -que enlazaba en el artículo previo y que vuelvo a incluir- en las que considera algo natural e inevitable el previsible espectáculo mediático. Es lo que hay, afirma el historiador, como si debiéramos rendirnos a lo inevitable: la confusión entre el personaje público -entendido como alguien cuya labor es conocida y aporta algo a la sociedad- y la celebrity, que debe estar permanentemente bajo los focos. Ni siquiera en el caso de las celebridades creo que deba ser así, pero Gibson parece entender que sí, o bien considera a Lorca más una celebrity que un personaje público. Escuchen sus declaraciones a Gemma Nierga.
Esto es lo que nos espera, o lo que nos hemos merecido. Pobres muertos y pobres vivos.
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