Venía tocando lista de canciones y como estamos a horas de un nuevo mundial de fútbol, es un buen momento para recordar que el rock y el pop han tenido históricamente a futboleros entre sus filas, que numerosas canciones hablan de los efectos del juego-espectáculo en las relaciones sentimentales, de la épica de algunas hazañas deportivas, de la habilidad o la torpeza de cada cual para el juego más practicado desde la infancia, pero sobre todo recordar que estas historias de música y fútbol -y mundiales- no son patrimonio de rikimartins, shakiras y pitbulls. De algunos de los artistas aquí propuestos he incluido un par de títulos que dedicaron al asunto para que cada cual elija su preferido hasta completar los treinta, por fijar un número redondo. Ahí va mi propuesta.
1. Rita Pavone: La partita de Pallone (El partido de fútbol)
2. Toquinho: A copa del mundo
3. Los Planetas: La copa de Europa/El artista madridista
4. Carlos Berlanga: Futbol
5. Los Sencillos: Phutbol
6. Benito Moreno: Ra ra ra
7. Andrés Calamaro: Estadio Azteca/Maradona
8. Mano Negra: Santa Maradona
9. Calle 13: Me vieron cruzar
10. Billy Bragg: God's footballer/Moving the goalpoasts
11. Astrud: Soy futbolista
12. Hazte Lapón: Siempre Fui el Último (Al Que Cogían al Fútbol)
13. Los Fabulosos Cadillacs: La marcha del golazo solitario
14. Chico Buarque: O futebol
15. Glutamato Ye-Ye: Soy un socio del Atleti
16. Jorge Ben: Ponta De Lanca Africano (Umbabarauma)
17. Los Directivos: Nueva ola Guardiola
18. La Costa Brava: El cumpleaños de Ronaldo
19. La Granja: Eto'o (su jugador favorito)
20. Joan Manuel Serrat. Kubala
21. Silvio y Sacramento: Betis
22. Bersuit Vergarabat: Toco y me voy
23. Barón Rojo: El gladiador
24. Slade: Give us a goal
25. Queen: We are the Champions
26. No me pises que llevo chanclas: Cansion de amor a una portera de furbo
27. Adriano Celentano: Azzurro
28. New Order: World in motion (himno de la selección inglesa en el mundial de Italia 1990)
29. Pink Floyd: Fearless
30. Gerry & The Pacemakers: You'll never walk alone (himno extraoficial del Liverpool
y del Celtic de Glasgow)
El Granada Club de Fútbol ya es galáctico. Es capaz de movilizar a Inagra, la policía y hasta la grúa para rescatar del contenedor las bolsas de basura en las que acabó el dinero de la campaña de abonos. Al presidente del club don Enrique Pina -no tengo confianza para llamarle Quique- le molesta que se compare esto del dinero en bolsas con las andanzas del ex alcalde de MarbellaJuliánMuñoz, que sacaba la basura de fuera hacia dentro de su casa. Pinadebería saber que los hombres públicos además de ser honestos -y él seguro que lo es- no deben parecer sospechosos. Si con 400.000 euros de deuda con ex jugadores y el club en concurso de acreedores se descubre que el dinero se maneja de forma tan pedestre y poco transparente, entenderá que si veo venir a un directivo del Granada con una funda de violín bajo el brazo me cambie de acera silbando la melodía de El Padrino para disimular.
De este espectáculo bufo me preocupa lo que nadie cuenta: qué ha sido de la limpiadora que encontró el montón de papeles en un paragüero -según la versión oficial- e hizo lo más cívico, llevarlo al contenedor azul. No me extrañaría que pagara con su puesto de trabajo el ridículo de sus empleadores y pido a los sindicatos que vigilen la situación laboral de esta mujer, que espero siga regularmente poniendo orden y aseo en el piso de la calle Recogidas.
Comienzo a escribir este artículo mientras veo el Paraguay-España y lo habré acabado cuando termine el partido. Lo mío con el fútbol es una afición moderada, no apasionada, pero reconozco que me gusta fumar este opio de los pueblos, y ya debo haberme convertido en una de “las almas pequeñas saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”, de quienes se burlaba Rudyard Kipling. Negocio, política y mercadotecnia aparte, algo debe quedar de lo que Antonio Gramsci elogió como “reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”.
A veces el fútbol dice mucho de los países. Hoy lo vimos en el ridículo de Argentina, una nación culta y creativa con un defecto incurable: la credulidad que les hace adorar como a un mesías al primer impresentable endiosado que promete salvarles: Perón, Evita, los Menem... y Maradona, un futbolista que fue único durante unos años pero que no sabría entrenar a un tercera. Solo la mitomanía enfermiza de los argentinos ha podido convertirle en seleccionador nacional.
De toda la fiebre mundialista me carga la superabundancia de banderas españolas, porque desconfío del patriotismo agazapado tras la épica deportiva y de quienes lo utilizan en su provecho. Hay banderas por todas partes, como si estuviéramos en los Estados Unidos tras el 11-S. Unos vecinitos adolescentes ponen la nota discordante: ellos, por valentía o por incordiar, también han colgado del balcón una bandera española, la tricolor, de la Segunda República, que enarbolaban el Barça y la selección de Euskadi que durante la Guerra Civil fueron la embajada futbolística en el mundo de la España democrática acosada por Franco. Oigo que en el Orgullo Gay de Madrid hay más banderas españolas que nunca a causa del fútbol. Debe ser una prueba más del asombroso intercambio de roles que se está produciendo entre gays y heterosexuales: Al gay le gusta el fútbol ¿qué pensaban? Hoy entre los homosexuales masculinos triunfan las actitudes viriles, el pelo, la barba, la barriguita, el estilo Xabi Alonso, Zidane, Cantona... mientras se impone el hetero nenaza, esclavo del gimnasio, depilado y de cejas perfiladas: Cristiano Ronaldo. En el fútbol caben ambos modelos.
Uf, ha costado, pero al final Iker y Villa nos han metido en semifinales. Ahora Alemania. No solo por la selección española, sino por cortesía hacia los anfitriones surafricanos hay que ganar a los alemanes, como los holandeses deberían caer ante la Uruguay que inventó el fútbol moderno -lean El fútbol a sol y sombra de Eduardo Galeano, una delicia, de donde extraigo las citas de Gramsci y Kipling-. Que Holanda y Alemania disputen la final sería una injusticia histórica: Tantos años de lucha contra el apartheid, tanto esfuerzo para que la mayoría negra obtuviera el lugar que le corresponde y que el mundial de Surafrica lo ganen los malditos bóers.
Me parece estupendo que la excelentísima señora consejera de Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía en el gobierno socialista de José Antonio Griñán, Rosa Aguilar, antes alcaldesa comunista de Córdoba, sea del Barça. Me parece perfectamente legítimo que por eso mismo quisiera estar en el estadio Sánchez Pizjuán para disfrutar en directo del decisivo partido Sevilla-Barcelona del pasado 8 de mayo. Pero la consejera tenía la alternativa de renunciar a sus privilegios y pagarse una entrada, incluso tampoco vería demasiado mal que, para no tener que hacer cola en la taquilla, encargara su compra a alguno de sus asistentes. No planteo esto por rechazo a la norma no escrita de que las entidades deportivas reserven invitaciones en sus palcos de honor para autoridades y notables, sino por algo que considero mucho más grave. La aceptación por parte de Rosa Aguilar de la invitación implicaba sentarse codo con codo con determinados personajes de la sociedad española especialmente indeseables, con pasado y presente más que turbios.
El mal menor era estar al lado del presidente del club al que admira la consejera, Joan Laporta, pero no parece demasiado adecuado en alguien que tiene a gala su sentido ético gastarse colegueo con un señor justo el mismo día en el que los periódicos publican las turbias relaciones y negocios de Laporta con el tirano que gobierna Uzbekistan, Islam Karímov, y con la hija de éste, la intrigante magnate Gulnara Karimova, unas relaciones a las que ha arrastrado al club que preside, al que ha llevado de gira por el remoto país, uno de los más corruptos del planeta.
Pero si poco recomendable es en esas circunstancias la compañía de Laporta, menos aún lo es la de su homólogo en el Sevilla C.F., José María del Nido, uno de los más despreciables especímenes con que cuenta el fútbol, la abogacía y la sociedad española. Primero por su pasado: Hijo del que fue presidente de Fuerza Nueva en Sevilla, el joven José María se hizo tristemente famoso como matón en la propia Fuerza Nueva, los Guerrilleros de Cristo Rey y otras bandas de maleantes fascistas en el post-franquismo. A él se le atribuye haber pateado con saña a una delegada sindical de CC.OO. en la Sanidad, que estaba embarazada, durante un ataque de su banda a unos sindicalistas que se manifestaban a finales de los años setenta. Está acreditada su detención, que no quedó en nada, por la brutal paliza que, en noviembre de 1978, dejó en coma al joven militante de izquierdas Jesús Damas Hurtado, que jamás se recuperó psicológicamente de aquella agresión y acabó suicidándose poco después.
José María del Nido se enriqueció como abogado de los políticos corruptos que saquearon Marbella, cobrando cantidades exhorbitantes a las arcas del ayuntamiento marbellí por sus servicios, lo que le sienta en la actualidad en el banquillo del Caso Minutas, un dinero que pudo haber acabado eludiendo a la Hacienda Pública en paraisos fiscales. Por si fuera poco, y corroborando que en la familia del presidente del Sevilla el dicho de que de tal palo tal astilla se cumple a rajatabla, uno de sus hijos apareció implicado en un atropello mortal en el Paseo de Colón de Sevilla. El vástago de Del Nido iba de copiloto -y tan borracho como el conductor- en el coche que se pasó un semáforo en rojo, arrolló mortalmente a una madre y una hija y se dió a la fuga hasta que fue interceptado por un taxista.
Con estos antecedentes, por decencia la consejera Rosa Aguilar podría haberse rascado el bolsillo para pagar una entrada, aunque fuera de Gol Norte, o hacer valer su autoridad para fotografiarse junto a Josep Guardiola si le hacía ilusión, y no dejarse ver junto a estos individuos, aunque ya hay precedentes de que siendo alcaldesa de Córdoba, y en su afan por llevarse bien con todo el mundo, mantenía excelentes relaciones con los fanáticos integristas que la Iglesia ha mantenido como obispos en esa ciudad.