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domingo, 5 de abril de 2020

EMOSIDO ENGAÑADO





Mucha gente que ha sido engañada sigue creyendo en el engaño. 
Ni una buena dosis de evidencia logra resquebrajar la fe en una mentira,
si esa fe es verdadera. 
Tomemos como ejemplo las reliquias religiosas: aunque no fueran auténticas, 
el hecho de haber sido veneradas por tanto tiempo y con tanta fe es suficiente 
para convertirlas en sagradas.
(Edoardo Albinati
"La escuela católica". Lumen, 2019)

La obviedad habría sido usar la famosa cita -real o apócrifa- de Goebbels de la mentira que repetida mil veces veces acaba convertida en verdad, pero créanme que no es por pedantería por lo que escojo el tocho que, alrededor de la masacre del Circeo de 1975, Albinati plagó de reflexiones sobre el aberrante viaje a la locura y el crimen de sus antiguos compañeros de colegio masculino religioso y elitista, unos niñatos romanos de familias ricas y poderosas e ideología fascista. Es en uno de sus últimos capítulos donde el novelista incluye entre las notas póstumas de su supuesto profesor Cosmo unos fascinantes pensamientos sobre la preponderancia y el triunfo de la mentira sobre la verdad. Me sirve tanto como la mítica y viral pintada EMOSIDO ENGAÑADO, desaparecida hace unos años -aquel hito del desengaño y la ortografía creativa- para referirme a la desinformación interesada y con fines políticos  y desestabilizadores -quienes de esto más saben desaconsejan hablar de fake news ni siquiera en español- alcanza sus más altas cotas en estos tiempos de plaga y obligado encierro, aunque no se trate de algo nuevo.

Que tire la primera piedra quien, hasta hace no muchas semanas, no decía igual que Bolsonaro con su resfriadinho, que lo que se nos venía encima no era más que una simple gripe que pasaría como llegaba y que no podíamos repetir el despilfarro de la compra de millones de vacunas de la gripe A hace once años. Cuando comenzó a hablarse de la posible suspensión del Mobile World Congress de Barcelona al comenzar a desertar muchas grandes empresas y operadoras tecnológicas, hubo medios y analistas que sugirieron, y no de forma indocumentada o irresponsable, que la epidemia china de entonces proporcionaba una excusa a aquellas firmas que no tenían novedades que presentar, atravesaban dificultades económicas o financieras o no tenían nada que ganar con su presencia en este tipo de foros. En aquellos posicionamientos no había ánimo de manipular ni desinformar pero ¡menos mal que aquello se suspendió! Entonces ni desde el poder ni desde el común de los mortales supimos escuchar a quienes lo vieron venir y hace ya mucho decían que no era cosa de contraponer salud a economía, que de nada sirve ser los más ricos del cementerio
.
A lo que íbamos. El empleo bien dirigido de la desinformación y la noticia falsa ha obtenido resultados positivos -para quienes lo usaron- en la llegada tramposa de Donald Trump a la Casa Blanca, la campaña del Brexit y no tan exitosos - en la Unión Europea no son tan tontos- en las campañas de desprestigio contra las instituciones españolas desplegadas por el independentismo catalán en Europa. En los casos de EE. UU. y Gran Bretaña es en la película de HBO Brexit (Brexit: the uncivil war. Toby Haynes, 2019) donde mejor se describe cómo, tanto en las presidenciales norteamericanas comoen el referéndum británico, ambos en 2016, mediante el cual el pueblo británico tomó la decisión de abandonar la Unión Europea en particular las técnicas de utilización de datos masivos (big data) tomados de la redes sociales, como Facebook y Twitter, para influenciar el voto de la población, aplicadas bajo la dirección de Dominic Cummings -director de campaña a favor del Brexit- y la empresa Cambridge Analytica que también tuvo una escandalosa participación en la elección de Trump difundiendo de forma datos falsos y calumnias contra los candidatos o argumentos rivales.En el caso británico narrado en la película, Haynes y su guionista James Graham tienen la habilidad de obtener de una obra de ficción la fría, neutral y desoladora credibilidad
que no habría logrado un documental. Si los casos británico y norteamericano tuvieron en común la participación de Cambridge Analytica, los secuaces de Trump y los indepes contaron con la colaboración de unos grandes maestros en desinformar y desestabilizar, el espionaje ruso.

La derecha y la extrema dercha se han echado al monte tanto o más que en los tiempos de acoso a Zapatero por un embrión o un Estatut, pimero durante la investidura de separatistas, etarras y venezolanos, y ahora en plena emergencia sanitaria ven el cielo abierto para sacar rédito político dedesatar una tormenta perfecta de falsedades, calumnias y ataques a lo personal usando la mentira que estábamos acostumbrados a ver en digitales de las cloacas -los de Inda, RojoLosantos y similares- pero que ahora la prensa conservadora convencional en papel también usa sin recato. Se puede ver en ABC, La Razón, El Mundo... Cuando los hechos y los datos desmienten tales barbaridades la noticia falsa desaparece de las páginas por arte de magia  -por supuesto, nada de rectificar- y otra la sustituye. Antes eran simples twits o columnas envenenadas, ahora se distribuyen sin pudor audios y vídeos manipulados. Es el viejo calumnia, que algo queda. Y Albinati sabe bien que queda bastante:

Había una secta cuyo jefe anunció que el mundo sería destruído por los ovnis. 
Llegó la fecha señalada para el fin del mundo. No pasó nada. Cuando quedó claro 
que la profecía era un bulo, el número de adeptos, en vez de disminuir, aumentó.

Y como la prensa, también trafican con una pandemia de bulos los partidos de la derecha y la ultraderecha: Ayer mismo la Policía tuvo que alertar de la aparición de un millón y medio de cuentas falsas en las redes sociales relacionadas con el coronavirus destinadas a divulgar noticias falsas y rumores malintencionadoy y difundir un discurso de odio que ya conocíamos antes de la infección. La mayoría son bots creados pot Vox y sus simpatizantes y dirigentes, alguno de los cuales ha llegado a pedir un golpe de estado, ¡demócratas de toda la vida!

Y como Vox, otros expertos en obtener réditos de las desgracias comunes son los chicos y chicas del Partido Popular, a quienes hanpillado aprovechando el confinamiento para pagar anuncios en las redes sociales en los que acusan al gobierno de falsear las cifras de muertos. ¿no les suena de algo?
En esta estrategia tienen un lugar destacado los insultos y las calumnias contra las personas destacadas del bando contrario. Fernando Simónla familia del presidente del gobiernoPablo Iglesias e Irene Montero son víctimas propiciatorias de lo bulos del covid-19.

Vuelvo a recurrir a una película que aborda estos turbios asuntos, en su caso de forma visionaria: en Contagio (Contagion. Steven Soderberg, 2011) el bloguero interpretado por Jude Law se dedica desde sutribuna digital s desprestigiar los trabajos para obtener y distribuir la vacuna contra unapandemia global para promocionar la milagrosa solución homeopática que él vende. Emplea argumentos muy similares a los antivacunas, hoy tan calladitos: que si las vacunas pueden provocar autismo, pueden tener efectos secundarios desconocidos, si tras ellas están los intereses espúrios de las farmacéuticas. en fin. Puede verse en Netflix.

¿Es posible combatir -o al menos defenderse de- la ola de desinformación selectiva? Hay quienes pretenden hacerlo o al menos dar pistas. Lo hace el  Ayuntamiento de Barcelona; La Comisión Europea también ha publicado su guía orientativa- En España existen portales de verificación especialuzados en cofrontar bulos con hechos como Newtral o como MalditoBulo. que ha hecho su propia recopilación de falsedades, rumores sin esntido relacionados con la pandemia de coronavirus.

¿HEMOSIDO ENGAÑADO? Sí, y parece que nos gusta.


sábado, 10 de febrero de 2018

Distopía: un mundo peor



Un pesimista es sólo un optimista bien informado.
Mario Benedetti

Los finales felices, sobre todo si llevan sobrecarga de almíbar, tienden a repelernos, salvo que seamos niñas de nueve años que sueñan con princesas rosas. Creer en un mañana luminoso cada vez nos cuesta más, lo que no es de extrañar si está uno medianamente informado sobre el mundo que le rodea. Aunque el tiempo de las utopías sobre una humanidad feliz y una sociedad justa -un sueño y un proyecto sine die desde el principio de la historia-  quedó atrás a finales del siglo XIX, en este XXI que comienza vivimos un auge de la distopía, una utopía del revés, un discurso de que todo se aboca al precipicio, de que todo tiempo pasado será peor que no deja de ser una forma negra de narcisismo. Nos gusta saber que todo acabará mal a pesar de que los síntomas del presente se contradicen, cambio climático. crisis humanitarias que no cesan, robotización excesiva, precariedad laboral, semiesclavismo, recorte de libertades y retorno de los populismos fascistas frente a aumento de la esperanza de vida y mejoras en los conocimientos sanitarios y la sanidad aplicada.“Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”, resume el diccionario de la Real Academia de la Lengua al definir las distopías. El siglo XX fue prolijo en ficciones distópicas, tanto en la literatura como en el cine, y hemos comenzado la nueva centuria trasladando a la televisión estas pesadillas demasiado vívidas.

El siglo XXI ante el espejo

Cuando en 2011 se estrenó la serie Black Mirror muchos vieron en ella una fantasía futurista de cumplimiento tan lejano como el de Star Trek o como el que tres años más tarde planteó la película Interstellar (Christopher  Nolan, 2014). Dos años después de aquellos tres únicos capítulos de la primera temporada, el asesinato de un soldado en mitad de Londres nos mostró una imagen que parecía salida de Black Mirror: la gente grababa en sus móviles cada hachazo en nombre de Alá, emitiendo en directo las alucinadas explicaciones que, mirando al teléfono, el autor daba a lo que estaba haciendo. La realidad era como una nueva temporada de la serie. Eso no es ciencia ficción, sirve para abrir informativos.

Mujeres vasija

¡A traer niños al mundo! (El cuento de la criada)
El cuento de la criada es según quienes votan a Trump y quienes practican o disculpan el acoso a las mujeres el azote feminista de nuestra era, tal vez porque se identifican o inconscientemente deffienden una distopía que es demasiado cercana. El libro de Margaret Atwood llevado a la televisión se publicó en 1985, una época con fuertes presiones en EEUU de los movimientos antiabortistas y de los antipornográficos. Al igual que la llegada de Donald Trump al poder disparó las ventas de 1984 de George Orwell, la gran distopía literaria del siglo XX, The Handsmaid's Tale se ha recibido ahora, al trasladarse a serie de televisión, como un envite contra la misoginia del actual gobierno estadounidense. La novela -y por tanto la serie- habla de una reducción de la población humana por culpa de la contaminación ambiental y la imposibilidad de concebir, algo que ya está ocurriendo: la natalidad cae en todo el mundo y aumentan las enfermedades pulmonares y alergias causadas por la mala calidad del aire. El escritor P D James ya planteó este futurible en su novela Los hijos de los hombres, llevada al cine en la pasada década (Children of men. Alfonso Cuarón, 2006) En la obra de Atwood las mujeres fértiles sirven de recipiente para la procreación. La protagonista es una mujer, la criada Offred -De Fred-, que narra su cautiverio en una dictadura puritana y teocrática que gobierna Estados Unidos tras un golpe de estado que implanta la república de Gilead. La amenaza del terrorismo islamista (evidentemente, una aportación de la serie) sirve a los nuevos tiranos de Gilead  -pero ¿y si en realidad fuera algo así lo que los votantes norteamericanos eligieron libremente en 2016 y no hiciera falta golpe alguno?- como excusa para ejercer un poder omnímodo, mientras el problema de la infertilidad justifica controlar la vida de las mujeres. Las consideradas más devotas son destinadas a esposas de los comandantes, las Marthas se dedican al trabajo doméstico y las criadas son jóvenes fértiles cuya utilidad es concebir hijos para los matrimonios dirigentes. El régimen amenaza a las criadas que no se plieguen a su obligado destino con desterrarlas a las colonias, un lugar -les cuenta la prpaganda- donde las mandarán a recoger residuos tóxicos en unas condiciones terribles.

Según ha explicado la escritora posteriormente, cuando en 1982 se puso manos a la obra una de sus premisas era no inventar ningún suceso que no hubiera tenido lugar ni tecnología que no estuviera disponible en aquel momento. Atwood vivía entonces en Berlín Occidental; de ahí la presencia del muro, que en el libro sirve para exhibir los cadáveres de los disidentes y los pecadores según la estricta moral de Gilead, además de simbolizar el agobiante encierro dentro de sus fronteras. En el mismísimo Antiguo Testamento dice Atwood haber encontrado inspiración: las dos esposas de Jacob, las hermanas Raquel y Lía, al no poder engendrar, le dicen a Jacob que se acueste con sus respectivas criadas para que pueda tener hijos. El control de las mujeres y su descendencia mediante el robo de bebés ha sido una práctica habitual en las dictaduras, incluso después de ellas en el caso de España.

La adaptación televisiva, que se ambienta en el tiempo presente, aporta nuevos simbolismos: la Ceremonia, un rito de Gilead en el que el comandante viola a la criada, cobra un nuevo significado en pleno debate sobre la  gestación subrogada o vientres de alquiler, o la persecución y asesinato de homosexuales cuando se acaba de acreditar que en Chechenia existen campos de concentración para este colectivo. En El cuento de la criada la escritora explica que "hubo manifestaciones de que todo se empezaba a torcer" pero pocos supieron detectarlas. "No nos despertamos cuando masacraron el Congreso -ya le gustaría a Trump- .Tampoco cuando culparon a los terroristas y suspendieron la Constitución", comienza su relato la protagonista. Parece realmente difícil no reconocer en esa supuesta anticipación los sìntomas y las amenazas del presente.

Un pasado utópico

Aunque el tema de este artículo sea el de los futuros -o los presentes camuflados como futuros- de pesadilla y alienación, no se puede olvidar que antes de la negación suele estar la afirmación y que antes de la distopía estuvo la utopía: desde el comienzo de la historia ha habido pensadores que, disconformes o insatisfechos con las sociedades en las que vivían, diseñaron utopías sobre una sociedad mejor. Formuladas desde muy diferentes perspectivas ideológicas y morales, muchas propuestas utópicas han tenido en común el retorno a una arcadia o sociedad idílica prehistórica (entiéndase el último adjetivo como más allá de la historia) donde los seres humanos pueden llevar una existencia plácida con sus necesidades cubiertas, sin propiedad privada, donde todo es de todos, rechazando todo individualisno. Pero otras no; otras utopías sólo miraban hacia el mañana. Casi todo se ha quedado en palabras y  ensoñaciones, pero ha habido amagos de construir comunidades al margen de su tiempo, experimentos que desembocaron en estrepitosos fracasos y en el último siglo y medio, proyectos colectivos más sólidos que siguieron a unas élites que se consideraban en posesión de la verdad, que al materializarse resultaron ser espantosas pesadillas.

El primer modelo de sociedad utópica se lo debemos a Platón. En su citadísimo diálogo La República defiende su visión de la justicia y describe cómo sería el Estado ideal. Estaría formado por tres clases sociales: gobernantes, guardias y productores. La pertenencia a una u otra de las clases no vendría por nacimiento sino por capacidades. Para Platón, la buena marcha del Estado depende de que cada clase cumpla bien con su cometido. La suya es una utopía clasista, patriarcal, en la que las mujeres son una herramienta colectiva para la reproducción, y meritocrática.
  Utopía o En ningún lugar de Tomas Moro avanza por primera vez en la edad moderna un mundo democrático en lo político y comunista en lo social: sin propiedad privada, dinero ni compraventa, con los bienes producidos a disposición de las necesidades de cada uno, una república con sufragio universal e igual reparto de derechos y obligaciones. En La ciudad del sol el filósofo italiano Tommaso de Campanella propone una república de organización comunista y valores religiosos; en ella todo se vive en común, incluso las viviendas, las mujeres y los hijos, con la población distribuida en función de las habilidades y necesidades de los individuos, pero no abole el modelo estamental, con la Iglesia en la cúspide. La nueva Atlántida de Francis Bacon está inspirada en La ciudad del sol, pero el británico cambia la religión por la ciencia: la sociedad no está gobernada por el poder religioso, sino por una élite tecnocrática. Bacon no se plantea cómo resolver los problemas sociales y políticos.
Uno de los ilustrados esenciales, Jean Jacques Rousseau, influenciado por los libros de viajes a tierras exòticas tan populares en su época, critica el progreso, retoma las utopías primitivistas y describe la historia como un proceso de decadencia, pero su Del contrato social mira el futuro con esperanza e intenta integrar a los individuos en la sociedad; tanto esta obra como Emilio o la educación le granjearon la condena del poder, la persecución y el exilio.

 A principios del siglo XVIII el socialista utópico francés Charles Fourier fue uno de los padres del cooperativismo: pensó en establecimientos agroindustriales que alojaran a casi dos mil personas que trabajarían las tierras circundantes y compartirían las ganancias de las ventas; la comunidad garantizaría los servicios esenciales y velaría por unas condiciones laborales agradables. Su utopía reformista no era descabellada y algo parecido puede reconocerse hoy en los kibutz israelíes. Y antes sus ideas y las de su correligionario Claude Saint-Simon fueron a parar a la socialdemocracia europea. Ambos consideraban que la labor más importante de los gobiernos era acabar con la pobreza y las guerras.
 Si Fourier y Saint-Simon eran utópicos reformistas, Pierre Proudhom era revolucionario. Este intelectual autodidacta a quien se le considera fundador del anarquismo  ya en su primer libro sentenciaba aquello de que la propiedad es un robo en cuanto que es resultado de la explotación del trabajo de otros. Para Proudhom la sociedad ideal es aquella en la que el individuo tiene el control de los medios de producción y se opuso al comunismo, donde el ser humano pierde su libertad. Frente al Estado y la Ley preconizó la asociación de pequeños productores autónomos reunidos políticamente en una federación de comunas, mutuas y cooperativas.
Contemporáneo suyo fue el inglés William Morris, que en 1890 escribió Noticias de ninguna parte sobre un paraíso socialista en la tierra consumado en el año 2000, donde se han despejado las grandes aglomeraciones urbanas, se han limpiado el aire y las aguas y la humanidad vive en casas esparcidas por el paisaje. A la gente la une la camaradería y no la autoridad. La novela habla de personajes desinhibidos y epicúreos en estrecha relación con la naturaleza y liberados de la doctrina victoriana del trabajo, la propiedad, la diferenciación entre lo público y lo privado e incluso de la tecnología -otra utopía primitivista- innecesaria en los talleres que propone, que se destinan a los oficios y no a alimentar necesidades creadas.
También en el año 2000 situaba el norteamericano Edward Bellamy su novela utópica Mirando atrás, de tanto éxito que tras su publicación surgieron decenas de Bellamy clubs en los Estados Unidos, sorprendente triunfo el de una utopía socialista como ésta en la meca del capitalismo, aunque la arcadia de Bellamy también tiene un aspecto negativo: la tecnoburocracia que sí agradaba a Bacon; además Bellamy no entra en la cuestión de la democracia.
Más o menos en los mismos años, la obra el escritor británico Herbert Georges Wells se convirtió en el puente entre las utopías pasadas y las distopías por venir. En Una utopía moderna, a medio camino entre ensayo y relato fantástico, HG ridiculiza las propuestas de los utópicos anteriores, desde Platón a Belamy, pero la utopía de Wells es conservadora en cuanto a que defiende la propiedad privada y no cuestiona las relaciones entre empresario y trabajador existentes ni la concentración de la renta en manos de unos pocos. En todo caso es una utopía reformista que pide una dulcificación del capitalismo neoliberal.
Morlock vs. eloi
eMás arriba situé a Wells a caballo entre utopía y distopía: no olvidemos su primera y más popular novela, La máquina del tiempo, en cuyo futuro remoto sitúa a los terroríficos infrahumanos morlock del subsuelo cazando y devorando a los felices y bobalicones eloi de la superficie, como si la distopía se merendase a las utopías.

La trinidad distópica

Wells fue el puente, sí. Pero la llegada del siglo XX,  y sobre todo la Gran Guerra 1914-1918, supuso el advenimiento de un pesimismo generalizado y, en Europa, la llegada de una literatura que contestaba a las utopías de antaño: la distopía o antiutopía. Tres nombres destacan entre toda la ficción distópica que vendría: Orwell, Huxley y Golding, aunque hay mucho más.

Dos minutos de odio (1984)
Británico que había sido policía colonial en la India, el escritor y periodista George Orwell fue un comunista antiestalinista como demuestran su novela de más éxito, Rebelión en la granja, y el relato autobiográfico Homenaje a Cataluña, pero también fue el autor de la gran distopía literaria del Siglo XX, 1984, que llegó al cine en el año que indica su titulo (1984. Michael Radford, 1984), aunque ese título/fecha no es más que un baile de números que indica el parecido de la pesadilla que el autor sitúa en la década de los ochenta con la situación real de la Unión Soviética cuando se publico la novela, en 1948, con el Big Brother Stalin haciendo sus fechorías sin control ni límite. Sin embargo su crítica y su advertencia va mucho más alla del estalinismo y abarca  a todos los totalitarismos de ayer, hoy y mañana. La obsesiva vigilancia del Estado a los individuos, como el Winston Smith al que la interpretación del inolvidable John Hurt dota de una vulnerabilidad y unas debilidades tremendamente humanas;
un control que no escatima en medios tecnológicos, es mucho más real y amenazadora ahora, con las tecnologías de la información y en un mundo hiperconectado, que entonces. Desde la publicación de 1984 y de que sus advertencias fueran reconocidas como presente más que como futuro, el adjetivo orweliano entró en todos los diccionarios para calificar a políticas y medidas que buscan mantener un control absoluto de la ciudadanía valiéndose de cualquier medio a su alcance y generar una paranoia colectiva con el afán de perseguir a supuestos conspiradores mediante cacerías de brujas, juícios políticos por crímenes del pensamiento, lavado de cerebros, violación de la privacidad, tortura, asesinato..., del mismo modo que, ya desde antes, kafkiano define a situaciones dramáticamente absurdas que describen al hombre indefenso ante la poderosa maquinaria de la burocracia o de la Justicia que lo aplasta. La gran aportación de Orwell es haber descubierto el poder de manipular el lenguaje para modificar la realidad y dominar los resortes del poder absoluto: algo así como lo que se define hoy con neologismos y barbarismos como posverdad,  fake news y correccción política. De esta última, la ola de conservadurismo desatada desde posiciones progresistas y feministas nos da ejemplos de censura entre escalofriantes y risibles.

De la treintena de libros del también británico Aldous Huxley, Un mundo feliz, de 1932, le proyectó como el profeta de la era tecnológica que se cuestionó las ventajas de los avances científicos cuando sus efectos son la deshumanización, en este caso programada por el Estado, que emplea el condicionamiento genético para organizar a los hombres desde su nacimiento en castas con destinos laborales muy determinados: en este mundo feliz la ingeniería genética condiciona el destino. Esta distopía tuvo su mejor plasmación audiovisual en una miniserie de la BBC emitida en 1980. Aquí la pueden ver.

El premio Nobel de literatura William Golding es conocido sobre todo por su obra El señor de las moscas, una negación brutal del mito del buen salvaje de Rousseau. Una treintena de niños solos sin supervición adulta en una paradisíaca isla desierta tras sobrevivir a un accidente aéreo no tardan en enfrentarse a muerte en guerras por el poder y la dominación sobre los demás trnsformando en arma mortífera cuanto instrumento tienen a mano y transformando objetos que encientran en la naturaleza en emblemas de autoridad que hay que respetar y adorar. De inmediato el civismo aprendido en la escuela y la familia es sustituido sin remedio por un salvajismo primitivo, la razón por los instintos:,La utopía primitivista soñada en el pasado se transforma en horror: la llegada del hombre convierte al paraíso original en un infierno; una fina línea separa la bondad de la maldad humana cuando se nos pone a prueba, al hombre de la fiera.

Otros mundos imperfectos, otras pesadillas del siglo XX

Antes de Orwell y Huxley -y en su origen, aunque éstos no lo reconocieran-  estuvo el ruso Yevgeni Zamiatin. Perseguido por el zarismo y el leninismo, no pudo publicar su novela distópica Nosotros, de 1921, en la naciente Unión soviética, pese a haber sido un destacado revolucionario en 1905 y en 1917. Probablemente las autoridades bolcheviques de entonces y su régimen se veían - con razón- retratados en el futuro sombrío descrito por Zamiatin: la ciudad donde las viviendas son de cristal para que la policía vigile mejor a los ciudadanos, que no tienen nombres propios sino números de expediente, y todo lo cotidiano está orientado en exclusiva a la eficencia en la producción, claro que como en toda sociedad distópica hay disidentes. Narrada en forma de diario, Nosotros es el recuento de las reflexiones del ingeniero de la nave espacial que expandirá la doctrina imperante en la Tierra a los habitantes de otros planetas.

451 grados Farenheit es la temperatura a la que arde el papel: y Farenheit 451 es el título de una novela de Ray Bradbury de 1953 y de su adaptación cinematográfica (François Truffaut, 1966) que muestra una sociedad occidental esclavizada por los medios audiovisuales, los tranquilizantes y la indiferencia, donde pensar por uno mismo está prohibido, donde el cuerpo de bomberos tiene como misión quemar libros porque, según el gobierno, leer libros nos hace desiguales e infelices y nos genera angustia.

En 1962 otro escritor, el erudito Anthony Burgess, amplió lo que ya empezaba a ser una tradición de novelas distópicas británicas con La naranja mecánica, que sólo tardó una década en ser llevada al cine (A clockwork orange. Stanley Kubrick, 1972). Es la historia del nadsat (adolescente) Alex y sus tres drugos (amigos) en un mundo de crueldad y destrucción: Alex tiene atributos muy habituales entre los seres humanos (amor a la violencia, a jugar con el lenguaje, a la música y la belleza), pero como joven con tendencias asociales resulta un apetecible conejillo de indias para la aplicación por parte del gobierno y las fuerzas del orden de mecanismos pavlovianos y mecánicos de condicionamiento para domar conductas.
Burgess tomó de su maestro Joyce la decisión de inventar para la novela un nuevo lenguaje insertando palabras de otros idiomas. Así La naranja mecánica está repleto de expresiones nadsat que le dan atemporalidad: es una ficticia jerga adolescente que bebe del cockney y del ruso.

Philip K. Dick
"La mejor herramienta para manipular la realidad es la manipulación del lenguaje. Si controlas el significado de las palabras, controlarás a las personas que las usan" (Philip K. Dick,1928-1982).
Al autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), el relato que por días no llegó a ver estrenado como película (Blade runner. Ridley Scott, 1982) y que el año pasado conoció una continuación cinematográfica aún más pesimista (Blade runner 2049. Denis Villeneuve, 2017), unos le conocen como un escritor mentalmente inestable que hizo de las drogas una forma de vida;  los puristas del género literario que practicó le califican  con el menos científico de todos los grandes escritores de ciencia ficción; pero aunque sus experimentos con el LSD sean casi tan famosos como los de Timothy Leary, aunque su vida sentimental fuese una telenovela tremebunda con episodios de violencia, estos aspectos solo describen pequeñas facetas de un novelista fértil y complejo, que tenías sus propias ideas sobre la ciencia ficción,el género literario que practicó siempre, y siempre desde una perspectiva de buen conocedor de la historia contemporánea y una visión crítica y escéptica del porvenir cercano. Aunque el guión de Blade runner situaba la acción en el entonces lejano año 2019, ¿Sueñan los androides...? profetizaba a más corto plazo: Enero de 1992. Rick Deckard vive en la Tierra, lugar contaminado donde ya son pocos los especímenes animales que sobreviven —y por ello son muy valorados, lo que obliga a los menos adinerados a adquirir animales domésticos artificiales—. Son los tiempos que siguen a la Guerra Mundial Terminal, que cubrió de polvo radioactivo la atmósfera y sumió a los supervivientes en un aire gris que oscurece el sol y es capaz de alterar la mente y la capacidad genética de los que permanecen aún en el planeta. La ciudad es San Francisco; el estímulo cerebral artificial es corriente entre los ciudadanos; la población es pequeña, un tercio aproximadamente de la anterior a la devastadora guerra; la moral y la teología son las del Mercerismo; los aún reconocidos como normales han de emigrar a los planetas-colonia; los que se quedan en la Tierra pueden llegar a ser clasificados como especiales, seres biológicamente inaceptables. La Rossen Association es una gran empresa que fabrica robots, entre ellos los Nexus-6. Son androides de última generación tan idénticos al hombre que apenas los tests de Voigt-Kampff pueden distinguirlos. Deckard deberá retirar — es decir, liquidar— a un grupo de androides fugados a la Tierra. Éstos se esconderán en la soledad del apartamento de John R. Isidore, un especialista en autómatas. Pero Deckard conocerá a alguien, Rachael Rossen, quien le hará sentir... y dudar, tanto sobre su naturaleza como sobre su misión.

Otras distopías de la época, que concretamente alerta sobre la destrucción medioambiental son El rebaño ciego, de John Brummer (1972) y, en cine, Cuando el destino nos alcance (Soylent Green. Richad Fleischer, 1973) y Naves misteriosas (Silent running. Douglas Trumbull, 1972).
El problema de la superpoblación planteado en Soylent Green también encuentra soluciones drásticas en una aburrida película estúpidamente convertida en film de culto, La fuga de Logan (Logan's run. Michael Anderson, 1976)

Dejo a un lado las distopías de caracter postapocalíptico como La carretera de McCarthy, La gente del margen de Orson Scott Card, El cartero de David Brin o la saga de películas de Mad Max antes de que me tenga a poner a escribir de guerras atómicas, zombis y terminators, aunque ya cité Hijos de los hombres, que describe lo que podría ser una pesadilla post-destrucción.

Tampoco hace falta un apocalipsis para habitar en los terrenos de la distopía;  en los cimientos económicos del mundo actual es reconocible la pesadilla. Citemos la novela Las leyes del mercado, de Richard Morgan (2004): En el año 2049 todo está en venta, incluidas las guerras y los países que las libran. Grandes corporaciones transnacionales invierten en ejércitos y armas a cambio de un porcentaje del PIB del país al que apoyan. Los brokers de esas corporaciones acuden a su trabajo en coches blindados listos para la batalla; las autopistas son un coto privado de las grandes empresas y cada día se producen batallas entre coches: el que antes mate o eche de la carretera al otro, gana, y, por lo tanto, trabaja. Darwinismo económico y social a tope.
Morgan hace ver dónde nos lleva el capitalismo sin freno: a un mundo donde todo está en venta, especialmente la vida y la muerte, y nadie importa nada más que su cuenta de resultados. Eminentemente ideológica, una bibliografía donde se cita, entre otros, a Naomi Klein o a Noam Chomsky da cierta idea de por donde van los tiros.

 La distopía es el retrato de una sociedad, futura o presente, en la que el hombre es víctima de un sistema totalitario, de la tecnología como forma de dominio, la descripción o profecía de mundos en los que el individuo es aplastado por el sistema. Centrándome de nuevo en la pantalla, hay que remontarse al cine mudo para encontrar la primera de estas piezas maestras. En Metrópolis (1926), el alemán Fritz Lang nos sitúa en una pesadilla futurista de diseño en la que la sociedad está ordenada por las máquinas y, al estilo de Un mundo feliz, publicada por aquellos años, los trabajadores son una raza inferior sometida a ritmos maquinales, con los que magistralmente juega el director para lograr la extraordinaria estética de la cinta. Pero Lang quiso ser optimista e ideó un final feliz y burgués en el que patronos y proletarios se acaban dando la mano.

Avanzando en el tiempo, La Vida Futura (Things To Come, 1936), genial adaptación de William
Metrópolis
Cameron Menzies
de una novela de H.G. Wells, describe el entonces futuro de 1970 como una sociedad feudal dominada por un señor absoluto. Una revuelta logra que cuarenta años después, el nuevo mundo sea tan feliz y cursi que se impone buscar un cambio para despertar a la humanidad de la estupidez y la alienación... y es que nunca estamos contentos. Así que de optimista tiene poco una de las escasísimas (supuestas) utopías que ha dado la historia del cine. Su incomparable diseño de producción y sus decorados han sido tan influyentes como los de Metrópolis para la historia del cine fantástico.

Salto en el tiempo hasta 1965. Sin efectos especiales ni estética futurista, sino de puro cine negro en la onda europea y de homenaje al noir propio de la nouvelle vague, alguien tan ajeno a la ciencia ficción como Jean-Luc Godard dio al cine de anticipación una de sus obras más lúcidas y amargas. Alphaville (Alphaville, une Étrange Aventure de Lemmy Caution) es una ciudad mecanizada controlada por un macro-ordenador, Alpha 60, con el que Eddie Constantine, el detective Lemy Caution, intenta acabar. El mensaje: la emoción vence a la máquina.
1968: Franklin Schaffner sí empleó efectos especiales, decorados y sobre todo mucho maquillaje en una obra que no desmerece nada de las ya mentadas en cuanto a pesimismo y las supera como una de las grandes referencias del cine de ciencia ficción, muy por encima de la novela de Pierre Buolle que adapta: El planeta de los simios (Planet of the Apes,1968), nos pone delante la fragilidad de nuestra civilización humana, desbancada por los seres más próximos en la escala evolutiva y que, en cuanto son amos, reproducen nuestros esquemas militaristas, racistas y de clase. La pesadilla de El planeta de los simios es más terrible en cuanto que está contada desde la perspectiva del ser irracional y esclavo, el hombre. La escena final con Heston ante la que fue la Estatua de la Libertad, descubriendo que lo que creía otro planeta no ls sino nuestro futuro, es tan icónica que en nuestros tiempos sirve para toda clase de memes. Lapelícuka se convirtió en saga y franquicia, revitalizada a partir de  el reboot El origen del planeta de los simios (Rise of the Planet of the Apes. Rupert Wyatt, 2011)) y sus secuelas.

Irlanda, año 2263. Estamos en un mundo irreal habitado por apáticos inmortales en el que cualquier pecado se castiga con el envejecimiento. Es lo que nos presenta Zardoz (John Boorman, 1974), una película sobrevalorada en su día pero que ha caído en un justo olvido. El interés reside en que la estricta vigilancia moral es combatida por un distribuidor de pornografía, un Sean Connery que no tiene precio. Otro outsider inolvidable que lucha contra un sistema gobernado por la burocracia es el ñapas terrorista que interpreta Robert de Niro en Brazil (1985), en la que el director Terry Gilliam optó por la mitología y la ensoñación para retratar una odisea personal contra el Sistema muy similar a la del protagonista de El Proceso.

Ciberdistopía


Akira
Con centro de gravedad indiscutible en la multipremiada Neuromante  (1984), la novela más influyente de William Gibson, el concepto literario, cinematográfico e incluso ideológico ciberpunk es imprescindible para definir y comprender cualquier fantasía distópica relacionada con el imparable y espectacular desarrollo de las tecnologías de la información y los datos. Podemos definir ciberpunk como un movimiento social y cultural de la Sociedad de la Información. Parte de la cibercultura, es su vertiente más vanguardista, y podría considerarse como una visión oscura y pesimista de lo que nos depara el futuro cercano. El ciberpunk surgió como subgénero literario. La literatura ciberpunk se ocupa generalmente de grupos marginales inmersos en culturas tecnológicas, donde el individuo recurre a la tecnología para mejorar sus sentidos y capacidades. Y lo hace mediante implantes cerebrales, prótesis artificiales, órganos clonados genéticamente; abriendo un nuevo concepto de interconexión hombre-máquina. La sociedad que describe la literatura ciberpunk también está en continua lucha por el control de la información. A mediados de los ochenta, y como consecuencia de este movimiento literario, surgieron grupos y personas que se hacían llamar ciberpunks, que identificaron a la sociedad reflejada en el ámbito literario como la real y se veían a sí mismos como los personajes marginados de esas novelas. Entre estos grupos destacan los hackers. La reivindicación de la Red como espacio de libertad antisistema es una clara actitud ciberpunk.
El uso de la palabra se atribuye a Gardner Dozois, que a principios de los años ochenta era el editor del Magazine de ciencia ficción de Isaac Asimov. Según parece, Dozois lo extrajo del título de una novela de ciencia ficción de Bruce Bethe. El subgénero literario ciberpunk como tal se desarrolló en torno a la revista Cheap Truth, creada por uno de los grandes escritores del movimiento, Bruce Sterling. Los artículos eran escritos de forma anónima, y su conjunto constituyó el núcleo de lo que se llamaría la conciencia del movimiento, que se reflejaba en los textos literarios y filosóficos que se publicaban. El germen en narrativa es la colección de cuentos Quemando Cromo de Gibson. En Neuromante, con un hacker como protagonista, aparece el término Matrix o matriz: ciberespacio de realidad virtual, donde los datos complejos son representados por símbolos. Desde la película de los hermanos Wachowsxy (Matrix, 1997) esta palabra se ha universalizado para, en política, por ejemplo, criticar a quienes se comportan indiferentes a la realidad como si vivieran en un mundo paralelo.

Existen revistas muy populares entre los seguidores del ciberpunk y la cibercultura, las más importantes son Wired, Mondo 2000 y Boing-Boing. Como en cine y en narrativa, responden a las grandes directrices del ciberpunk: la información es poder, ultraviolencia, sociedad casi apocalíptica, nocturnos en grandes ciudades, futuro oscuro e incierto, contaminación, avances tecnológicos en comunicaciones y cibernética, dualidad hombre-máquina, personajes desarraigados, lucha contra el sistema. Los futuros de pesadilla también se des criben con viñetas (cómic, manga o novela gráfica): no se puede hablar de distopías sin acordarnos del gobierno totalitario de V de vendetta, de Alan Moore y David Lloyd, o de la caótica Neo Tokio de Akira. el manga de Katsuhiro Ōtomo.

El ciberpunk, surge en una época de incertidumbre, cuando se pasa definitivamente de la sociedad industrial a la de la información y se comienzan a producir grandes avances en nuevas tecnologías. Del género negro se toma como referencia tanto la estética —malas calles, chicas en problemas, tiroteos, policía corrupta— como la ética —sobrevive pero mantén tu dignidad—. El héroe —o antihéroe— ciberpunk desciende en línea directa del detective clásico, cínico y colmado de defectos pero que intenta mantener la cabeza a flote entre los tejemanejes en que suelen meterlo. Por último, el ciberpunk es un género que comparte las contradicciones del fin de siglo: el gusto por la violencia se combina con una nueva ética, la pasión por el medio ambiente se conjuga con el crecimiento de las macrourbes, el Estado controla al ciudadano al mismo tiempo que sufre las presiones de grupos con intereses particulares —multinacionales y corporaciones privadas—. El ciberpunk es reflejo de la sociedad posmoderna o neobarroca, con grandes deseos de evadirse y crear mundos nuevos —juegos de rol y realidad virtual—; más un gusto por un estilo individualizado hecho de retazos reciclados de todo tipo de estéticas. Si el mundo no es como lo queremos, hagamos otro a nuestra medida. Mientras fracasemos en el intento o nos quedemos a medias, el futuro se escribirá en forma de distopía.


domingo, 22 de febrero de 2015

La destrucción de un genio

Han coincidido el sesenta aniversario de la muerte del genial matemático británico Alan Turing y el estreno en los cines de Descifrando Enigma -The imitation Game, 2014-, el biopic dirigido por Morten Tyldum que le ha valido a Benedith Cumberbatch una candidatura al Oscar como mejor actor protagonista. En general se trata de una película brillante y bien interpretada que retrata bien el caracter insoportable de sociópata que caracterizó al matemático especialmente cuando lo pivado y el prójimo osaban interponerse en su obsesivo trabajo, pero que en lo puramente biográfico contiene algunas inexactitudes, y estas son más graves cuando se refieren a la relación con las mujeres de un personaje homosexual: en primer lugar no existió la supuesta y edulcorada relación con la comprensiva Joan Clarke interpretada en el cine por Keira Knightley, fue sólo una compañera de trabajo. Por otra parte, se habla sólo de un pequeño grupo de criptógrafos y se olvida que durante la Segunda Guerra Mundial trabajaron en Bletchley Park ocho mil personas, la gran mayoría mujeres, por lo que está de más la historia de los supuestos problemas de Joan para ser admitida en un mundo de hombres, que tanto metraje ocupa. La búsqueda de un instrumento para descifrar los mensajes encriptados del programador alemán Enigma, que permitía a los nazis causar estragos en  barcos y transportes aliados -el hallazgo de la máquina de Turing- ocupa casi toda la película y queda en unos modestos rótulos finales la alusión al trascendental papel de Turing como padre de la informática tal como hoy entendemos esa ciencia. Tampoco se habla en la cinta de las primeras computadoras desarrolladas por Turing en Londres después de la guerra -y que dieron lugar a ordenadores como en el que ahora escribo- ni de sus revolucionarios estudios en inteligencia artificial. Enla cuestión sexual la película no ca en la hipocresía censora de aquel mentiroso biopic de Cole Porter que fue el Night and day -Michael Curtiz, 1946- que protagonizó Cary Grant -no estamos a mitad del siglo pasado; al contrario, Descifrando Enigma habla abiertamente de la detención y procesamiento de Turing por un delito de homosexualidad en 1952, como el que medio siglo antes le costó a Oscar Wilde pasar dos años en la cárcel de Reading. En la película vemos como Turing aceptó someterse a castración química a cambio de no ir a prisión. Como buen matemático ironizó sobre sí mismo mediante un silogismo:

Turing cree que ls máquinas piensan;
Turing yace con hombres;
luego las máquinas no piensan.

En 2009, 55 años después de su muerte, el primer ministro Gordon Brown pidió disculpas por la forma en que le había tratado el Estado, pero se negó a indultarlo argumentando que la homosexualidad era delito en la época. Tuvo que ser la reina Isabel II quien en 2013 le concedió el indulto. Sumido en la depresión, Alan Turing se suicidó en 1954, elegiendo un método de lo más novelero: mordió una manzana envenenada con cianuro. El irónico, el gran descreído que se mofaba de sí mismo ¿se sintió Blancanieves en su hora postera?
Así apareció el equipo de Bletchley
en la prensa de la época.
La foto muestra la mayoría femenina


sábado, 24 de noviembre de 2012

Quema tu "Mac"



Ten, nine, eight, seven, six, five...!!! Inexorable avanzaba la cuenta atrás para la voladura controlada de la Apple Store de la Puerta del Sol. La mayor parte de los políticos presentes dio un paso atrás cuando la multitud inició una espontánea pisada de iPhones e iPads. Era una píldora demasiado amarga de tragar admitir que la compañía que se había constituido como el símbolo de la libertad y el think different era ahora enemigo público número uno de las libertades. Cuando sonó la explosión unos obreros se afanaron en recolocar el cartel de Tío Pepe que desde 1936 presidía la histórica plaza, contra viento y marea libre de los avatares de la especulación.
Sonó una explosión y se oyó a alguien pedir un micrófono: “tengo que decirles a todos los eshpañolesh que en ningún caso nuestro país va a ser rescatado desde el extranjero. En todo caso es la Banca española la que necesita cierto apoyo.-Entonces, señor Rajoy, ¿quiénes han estado inyectando dinero a la Banca española desde 2010, los Reyes Magos?-
La multitud se miró en busca de caras conocidas ausentes. No estaba el magistrado Carlos Dívar. En este momento -exclamó un expontáneo- el presidente del TS, junto a su “sobrino” corre enmaromado por las calles de Benavente.
Mientras, en Italia se llamaba a declarar a una Comisión de Investigación al Mayordomo del Papa Bedicto Equis Uve Palito, y se le interrogaba por la aparición hace unos treinta años del cadáver de una hija del antecesor del Santo Padre, Juan Pablo II, en la tumba de un conocido líder de la Mafia Calabresa.
Volviendo a España, en una conocida tertulia de izquierdas los participantes se maravillaban de la infinita paciencia del pueblo español que aún no había protagonizado un estallido social a pesar de la imparable ola de corrupción que iba saliendo a la luz. Se lamentaba algún tertuliano de lo mal que lo estaba pasando algún empleado de Bankia abochornado por la marea de indignación contra su director Rodrigo Rato. Aquel “pobrecito” era el mismo que había invitado a unas cañas a tu padre y le había ofrecido unas “ventajosas” participaciones preferentes, ocultándole que hasta el año 9999 no podría disponer de sus ahorros.
En la Puerta del Sol, Mariano Rajoy Brey invitaba a los suyos a una “discreta retirada”. Alguien entre la multitud gritó -cuando un gobierno actúa como éste, se le depone por la fuerza y santas pascuas-.
En Bruselas comparecía en rueda de prensa el ministro de Economía Luis de Guindos. Un rótulo electrónico situaba la Prima de Riesgo en 504 puntos: “Estoy convencido de que mi país no necesitará ninguna clase de rescate. Los españoles sabremos superar esta situación a base de austeridad, recortes y sacrifícios”.
A varios cientos de kilómetros, en la Puerta del Sol de Madrid, un grupo de marineros con uniforme del Juan Sebastián Elcano brindaba descorchando una botella de Tío Pepe.





domingo, 6 de noviembre de 2011

Patentados

Grave revés para la ciencia, alarma entre la comunidad científica mundial, freno retrógrado al progreso... Había en la prensa una unanimidad tan sospechosa como en el linchamiento mediático a Papandreu. El toque a rebato era por la decisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de que los tratamientos o las investigaciones científicas que empleen células madre embrionarias no podrán ser patentados.
Los medios recogían la inquietud de una supuesta comunidad científica internacional: La prohibición de patentar terapias surgidas de células madre desincentivará la investigación, dejará sin esperanza a los enfermos de parkinson o alzeimer y promoverá la fuga de investigadores europeos a Asia y América.


Veladamente las informaciones vinculaban la decisión judicial con las ideas reaccionarias de sectores ultracatólicos, que evidentemente han aplaudido la sentencia. Pero, ¡vaya!, la denuncia no partía de ninguna secta religiosa, sino de Greenpeace que, al contrario que los integristas, no se opone a la investigación con células madre, sino que pretende evitar que los resultados se privaticen y sus beneficios queden fuera del alcance de los países más pobres. Miren por donde no preocupaban los enfermos, preocupaban los mercados.


No comparto el fundamentalismo antitransgénicos de los grupos ecologistas –con la mejora genética de los alimentos, desde la iniciativa pública y con un estricto control pueden obtenerse victorias contra el hambre-, y reconozco que la explotación de patentes estimula la investigación y recompensa costosos trabajos científicos, siempre que se patente lo razonablemente patentable. Pero desconfío de las empresas privadas que mercadean con dichas patentes.


El intento de patentar células humanas es otra vuelta de tuerca en la aplicación de la propiedad intelectual a las especies, cerrando el cerco en torno a la nuestra. Como ocurrió con la creación cultural tras la irrupción de Internet, el concepto y las normas de propiedad intelectual se han quedado obsoletos ante los intentos de las multinacionales para patentar plantas, microorganismos, animales, procesos biológicos o segmentos genéticos humanos

Ríos de tinta han corrido respecto al agresivo monopolio alimentario de Monsanto, que deja a Microsoft y Apple como unos angelitos. Patenta semillas que las comunidades rurales llevan siglos cultivando y mejorando, venden las semillas, castradas para que produzcan plantas estériles –las famosas Terminator-, y compra las cosechas imponiendo precios y prohibiendo a los agricultores que comercien con el producto vegetal. Hace cinco años
Monsanto controlaba el 10% del mercado de semillas de soja; hoy tiene el 90%. Los piratas biológicos despliegan a sus bioprospectores por todo el planeta recogiendo saberes milenarios que patentan como si fueran hallazgos propios. No cuesta imaginar los mismos métodos aplicados al desarrolllo de la vida humana y al tratamiento de las enfermedades de quien pueda pagarlo. No, esto no es contra la ciencia, es contra el mercado. 

lunes, 4 de abril de 2011

Nuestra amiga la radiactividad



Nuclear, sí


Un sorprendente efecto de Fukushima ha sido la proliferación de físicos nucleares y expertos de toda la vida en radiación. Los hay en los dos extremos, el apocalíptico-hipocondriaco y el de los feligreses del átomo. Conforme lo de la central japonesa va superando a Chernobyl, los segundos se empequeñecen. Decían que “temer a la energía nuclear es como tener miedo a los eclipses” -Miguel Sebastián- y descubren que no había tal eclipse, tan sólo estaban ciegos. Es tan obvio que estamos ante lo incontrolabe que ya no rapea el personal de Garoña su “antes muertos que parados”. Fukushima ha llegado cuando empezaba a calar el sofisma de que frente al cambio climático, la única solución es la energía nuclear. Un vertiginoso cambio de chaqueta afecta a poderosos políticos hasta ahora al servicio de los lobbies nucleares como la Merkel. Claro que cuando hay delante unas elecciones, si es necesario hasta bombardeas a quien financió tu última campaña, ¿verdad, Sarko?




El último dogma que cae del argumentario pronuclear es el económico. Para Forbes la energía nuclear es el "mayor fiasco en la historia de la economía”. Estamos ante un clarísimo ejemplo del falso mercado libre, el capitalismo que al menor riesgo de que los beneficios privados puedan caer exige el apoyo del estado, el que rescata bancos cuando dice rescatar economías. Antes de Fukushima el mercado había disipado el sueño nuclear de la energía barataSólo es barata si la gran inversión requerida está amortizada y habitualmente en la construcción de centrales los costes se duplican o triplican respecto a lo presupuestado. Las centrales no han logrado subsistir si no es con subvenciones públicas. Las aseguradoras no les daban cobertura y sólo pasaron por el aro eximiéndolas de la responsabilidad civil, que ahora corre a cargo de... ¿adivinan?  Exacto, nuestros impuestos, los mismos que pagan la gestión de los residuos. En España las centrales son privadas y sus ganancias también, pero su peligrosa basura la gestiona Enresa, una empresa pública. Un accidente en una central puede dejar en bancarrota a un país ¿Se han preguntado por qué pese a tanto lobby nuclear nadie habla de construir nuevas centrales y el debate se queda en la prolongación de la vida de las existentes?  En EE.UU., país nuclear por excelencia, hace más de treinta años que no se construye un reactor, pese a que el Gobierno ofrece cubrir con créditos hasta el ochenta por ciento de la inversión. Una ruina.




¿Y qué se les puede decir a los apocalípticos? Pues que Fukushima no va a ser el fin de la especie, ni siquiera el de Japón. Que no se compren el geiger para buscar trazas de cesio en la Puleva del crío, porque desde hace seis décadas la radiactividad ya está aquí como una vecina molesta. Cuando yo nací el planeta estaba al borde de la destrucción total a cuenta de unos misiles soviéticos en Cuba y en las décadas siguientes estuvimos muchas veces a un paso de la autodestrucción mutua. Somos hijos de una carrera por sembrar la Tierra de artefactos atómicos, cuyo poder mortífero se probó continuamente sobre y bajo la tierra, en la estratosfera y en el fondo del mar. Desde 1945 hasta 2009 se han realizado más de dos mil pruebas nucleares en el planeta, la mitad de ellas estadounidenses, pero también hubo bombas de otras siete nacionalidades. Los EE.UU. arrasaron archipiélagos enteros con la Bomba H -medio siglo después de Castle Bravo el paradisíaco atolón de Bikini sigue siendo inhabitable- y detonaron artefactos en seis estados de su propio territorio, que durante los años cincuenta y sesenta se cubrían cada dos por tres de cenizas radiactivas. El estroncio 90 se quedó a vivir en los huesos de los niños norteamericanos. Francia asesinó población nativa de la Polinesia a millares con sus ensayos y empleó el terrorismo de Estado para asesinar a opositores a sus pruebas nucleares. Ese mismo país utilizó deliberadamente a sus soldados como cobayas humanas en sus pruebas en Argelia para comprobar los efectos inmediatos de una explosión atómica sobre las tropas. El secretismo impide saber gran cosa de los efectos de las más de 900 pruebas nucleares soviéticas, pero sí se ha cifrado en 750.000 las víctimas de las 46 pruebas nucleares superficiales realizadas por China entre 1964 y 1996, en la provincia de Xinjiang, hogar de la perseguida etnia uigur. Hablamos de cientos de megatones sumados, de la liberación de ceniza, polvo y lluvia radiactivos y toda la radiación remanente perdurando miles de años, que -aunque no me atrevería a mantener la comparación delante de quienes van a morir por culpa de Fukushima-, hacen del desastre de la central japonesa, de Chernobyl o deThree Miles Island simples episodios de la larga y penosa convivencia con nuestra vecina la radiactividad y su vástago el cáncer.



Para complementar este artículo no he querido recurrir a una cita científica sino literaria.
En Aventuras y desventuras del Chico Centella, una crónica sentimental de la América de los años cincuenta desde el punto de vista de un niño, el escritor norteamericano Bill Bryson dedica un capítulo entero y parte de otro a retratar con ironía la frivolidad y la despreocupación con la que la población de su país se familiarizó con la bomba atómica y las pruebas nucleares, y la irresponsabilidad con la que el Gobierno abordó estos ensayos y sus consecuencias sobre la población. La novela tiene un prometedor arranque pero acaba convertida en el socorrido ejercicio de amable nostalgia, un Cuéntame del American dream. No obstante, las páginas dedicadas a la bomba no tienen desperdicio.

La gente estaba arrobada con la abrasadora majestuosidad y la potencia antinatural de la bomba atómica. Cuando el ejército empezó a hacer pruebas nucleares en el lecho seco de un lago en Frenchman Flat, en el desierto de Nevada, cerca de Las Vegas, aquello se convirtió en la principal atracción turística de la ciudad. La gente no iba a Las Vegas a jugar, o al menos no exclusivamente a jugar, sino a apostarse al borde del desierto, sentir que la tierra temblaba bajo sus pies y ver que el aire se llenaba con portentosas columnas de humo y polvo. Los visitantes podían alojarse en el Atomic View Motel, beber un Cóctel Atómico (...) en las coctelerías locales, comer Hamburguesas Atómicas, hacerse un peinado atómico, asistir a la coronación anual de Miss Bomba Atómica...

En los años de mayor actividad se realizaron en Nevada hasta cuatro detonaciones nucleares al mes. El hongo nuclear era visible desde cualquier aparcamiento de la ciudad, pero la mayoría de visitantes prefería acercarse al borde mismo del área de pruebas, a menudo con comida para hacer un picnic, presenciar las pruebas y disfrutar de la nube de polvo posterior. Estamos hablando de  grandes detonaciones. Las veían incluso los pilotos comerciales que sobrevolaban el océano Pacífico, a cientos de kilómetros de distancia. El polvo radiactivo a menudo barría Las Vegas y dejaba 
una capa bien visible sobre toda superficie horizontal. Al principio, después de una prueba, los técnicos del gobierno recorrían la ciudad enfundados en sus batas blancas pasando los contadores Geiger por todas partes. La gente hacía cola para ver lo radiactiva que era. Formaba parte de la diversión. Qué satisfacción daba ser indestructible.
(...)

A las 7:15 de la mañana del 1 noviembre de 1952 Estados Unidos hizo explotar la primera bomba de hidrógeno en el atolón de Eniwetok, en las islas Marshall del Pacífico Sur,aunque en realidad no era una bomba, en el sentido de que no era transportable. (...) El nombre más correcto sería el de "ingenio termonuclear". Comoquiera que fuese, era de una potencia enorme.

Puesto que nunca antes se había intentado nada semejante, nadie sabía cómo sería de grande la explosión. Incluso las previsiones más conservadoras, que prevían una fuerza de cinco megatones, suponían una capacidad de destrucción superior a la de todas las armas utilizadas por todos los contendientes durante la Segunda Guerra Mundial, y algunos físicos creían que la explosión podría alcanzar los cien megatones, una liberación de energía de tal magnitud que los científicos sólo podían intentar adivinar sus consecuencias. Una de las posibilidades consideradas era que acabase consumiéndose todo el oxígeno de la atmósfera. Con todo, para aniquilar hay que arriesgar, como sin duda debió decir alguien en el Pentágono. Y así en la mañana del 1 de noviembre alguien prendió la mecha y (a mí me gusta imaginarlo así) salió zumbando de allí.

La explosión superó por poco los diez megatones, una potencia comparativamente modesta pero más que suficiente para borrar de la faz de la tierra una ciudad de un tamaño mil veces superior al de Hiroshima; aunque, evidentemente no hay en todo el mundo ciudades tan grandes. En cuestión de segundos, una bola de fuego de ocho kilómetros de alto y seis de ancho se elevó sobre Eniwetok y formó una nube de humo en forma de hongo que alcanzó los límites de la estratosfera, a 45 kilómetros de altitud y se extendió en más de 1.500 kilómetros a la redonda en una oscura llovizna de polvo y ceniza antes de disiparse. Los humanos nunca habíamos creado hasta entonces nada tan inmenso. Nueve meses más tarde, la Unión Soviética sorprendió a las potencias occidentales al detonar su propio ingenio termonuclear. La carrera hacia el exterminio  de la vida había comenzado, y de qué modo. (...)

Lo aterrador del crecimiento de la bomba no era tanto el crecimiento de la misma en sí como la gente que estaba al frente del crecimiento del artefacto. A las pocas semanas de la prueba de Eniwetok, los mandamases del Pentágono estaban buscando ya la manera de darle una aplicación práctica. Una de las ideas que se plantearon en serio fue la de construir un ingenio cerca de la línea del frente en Corea, atraer a un gran número de tropas norcoreanas y chinas para que echaran un vistazo y detonarla.

El congresista James E. Van Zandt de Pensilvania, uno de los principales adalides de la devastación, prometió que no tardaríamos en disponer de un ingenio de al menos cien megatones, uno que quizá consumiera todo el aire respirable. Al mismo tiempo, Edward Teller, un físico algo loco de origen húngaro y uno de los genios responsables del desarrollo de la Bomba H, soñaba con aplicaciones pacíficas para sus ingenios nucleares. Teller y sus acólitos en la Comisión de la Energía Atómica planeaban la ejecución de inmensas obras civiles jamás imaginadas siquiera hasta entonces: la apertura de gigantescas minas a cielo abierto en el emplazamiento de antiguas montañas, la alteración ventajista del curso de los ríos (de manera que el Danubio, por ejemplo, fluyese sólo por países capitalistas), la eliminación de engorrosos impedimentos al comercio y la navegación como la Gran Barrera de Coral en Australia... Ilusionadísimos, señalaban que con sólo veintiseis bombas colocadas en cadena sobre el itsmo de Panamá podría excavarse un mayor y mejor canal de manera casi instantánea, con la ventaja añadida de ofrecer un bonito espectáculo en el proceso. Llegaron 
incluso a proponer que los ingenios nucleares se utilizasen para modificar el clima terráqueo mediante el ajuste de la cantidad de polvo presente en la atmósfera, desterrando para siempre el invierno del Norte de los Estados Unidos y reubicándolo de manera permanente sobre la Unión Soviética. (...) Básicamente, los creadores de la bomba de hidrógeno pretendían envolver el planeta en niveles impredecibles de radiación, erradicar ecosistemas enteros, desfigurar la faz de la Tierra y provocar y hostigar a nuestros enemigos a la menor oportunidad. Aquellos eran sus sueños para los tiempos de paz.

Sin embargo, resulta evidente que el verdadero sueño era construir una terrorífica bomba portátil que pudiésemos soltar sobre las cabezas de los rusos y demás incordios siempre que nos viniese en gana. El sueño se hizo realidad el 1 de marzo de 1954, cuando Estados Unidos detonó quince megatones de armamento experimental en el atolón de Bikini, en plenas islas Marshall. La explosión superó considerablemente todas las expectativas que se habían depositado en el experimento. El resplandor llegó a verse desde Okinawa, archipiélago situado a 4.000 kilómetros de distancia. Arrojó polvo y cenizas sobre un área aproximada de 18.000 kilómetros cuadrados, y en dirección opuesta a la originalmente prevista. Le estábamos cogiendo gusto no sólo a generar gigantescas explosiones, sino también a provocar consecuencias que escapaban a nuestra capacidad de reacción. (...) Sólo podemos imaginar cómo tuvo que ser la experiencia para quienes la vivieron más de cerca, entre ellos los modestos nativos que habitaban la cercana isla de Rongelap. Se les había avisado de que poco antes de las siete de la mañana habría un fuerte resplandor, pero no se les dieron otras 
indicaciones: nadie les dijo que la detonación podría derribar sus hogares y dejarles con una sordera permanente, ni se les instruyó sobre cómo afrontar los efectos posteriores a la explosión. Cuando la ceniza radiactiva empezó a caer sobre ellos, los desconcertados isleños la probaron para ver a qué sabía (salado, al parecer) y se la sacudieron del pelo. Al cabo de pocos minutos no se encontraban nada bien. Nadie que hubiese estado expuesto a la lluvia de cenizas tuvo ganas de desayunar aquella mañana. A las pocas horas muchos sufrían de 
fuertes nauseas, y allí donde las cenizas habían entrado en contacto con la piel se habían formado numerosas ampollas. Durante el transcurso de los días siguientes, el pelo se les cayó a mechones y algunos desarrollaron hemorragias internas.

La lluvia de cenizas afectó también a los tripulantes de un pesquero japonés bautizado, en una ironía del destino que no pasó desapercibida para nadie, como Dragón afortunado. Para cuando regresaron a Japón, la mayoría de ellos se encontraba muy mal. La captura del barco fue descargada por otras manos y enviada al mercado, donde desapareció entre los miles de capturas llegadas a los puertos japoneses aquel día. Incapaces de determinar qué pescado estaba contaminado, los consumidores nipones evitaron comer pescado durante semanas, lo que estuvo a punto de hundir la industria pesquera.

La nación japonesa no estaba especialmente contenta con la situación. En menos de diez años habían tenido el desagradable honor de ser las primeras víctimas tanto de la bomba atómica como de la de hidrógeno, y como cabía esperar estaban algo desairados y exigieron una disculpa. Disculpa que les negamos. En lugar de ello, Lewis Strauss, el antiguo vendedor de zapatos que se había convertido en presidente de la Comisión de la Energía Atómica, contraatacó afirmando que los pescadores japoneses eran en realidad agentes soviéticos.

De manera gradual, Estados Unidos fue trasladando sus pruebas nucleares a Nevada donde, como ya hemos visto, la gente era mucho más agradecida, aunque no sólo realizando pruebas en las islas Marshall y en Nevada. También detonamos pruebas nucleares en Kirimatti y en el atolón Johnson, en el Pacífico; y en el Atlántico Sur, en superficie y bajo el agua; y en Nuevo México, Colorado, Alaska y Hattiesburg, Misisipí, vaya un sitio, durante los primeros años de pruebas. En conjunto, entre 1946 y 1962, Estados Unidos hizo estallar algo más de mil ojivas nucleares, incluidas unas trescientas suspendidas en el aire que lanzaron incontables toneladas de polvo radiactivo a la atmósfera. La Unión Soviética, China, Reino Unido y Francia detonaron unas cuantas docenas más.

Resultó además que los niños, gracias a sus entecos cuerpecitos y a su pasión por la leche, eran particularmente propensos a absorber y conservar estroncio 90, el principal residuo radiactivo de las explosiones. A tal punto llegaba nuestra afinidad por el estroncio que en 1958, el niño medio (es decir yo, y otros treinta millones de personitas) llevábamos en nuestros cuerpos diez veces más estroncio que un año antes. Casi brillábamos en la oscuridad. 

Las pruebas empezaron entonces a ser subterráneas pero aquello tampoco salió siempre a la perfección. Durante el verano de 1962, los responsables de defensa detonaron una bomba de hidrógeno en las profundidades del desierto de Frenchman Flat, en Nevada. La deflagración fue tan violenta que el terreno circundante se elevó noventa metros y reventó como un grano purulento, dejando un cráter de 250 metros de diámetro. "A las cuatro de la tarde -escribe el historiador Peter Goodchild- la nube de polvo radiactivo era tan espesa en Ely, Nevada, situada a 300 kilómetros del lugar de la explosión, que fue preciso encender las farolas de las calles". La lluvia de cenizas se extendió sobre seis estados occidentales y dos provincias canadienses, pese a lo cual casi nadie reconoció oficialmente el fiasco ni se emitieron comunicados públicos advirtiendo a la población que no tocase la ceniza fresca ni dejase a los niños jugar con ella. En realidad, el incidente se mantuvo en secreto durante dos décadas, hasta que un periodista curioso se acogió a la Ley de Libertad de Información para descubrir qué sucedió aquel día. 

Aventuras y desventuras del Chico Centella. Bill Bryson
Traducción de Pablo Álvarez Ellacuría. RBA, 2010