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sábado, 5 de abril de 2014

Elena y Nicolae

Están los dos sentados, con un fondo raso detrás, en el ángulo recto que forman dos mesitas de formica marrón. Del decorado no se ve más: puede que estén en una escuela, una cantina o un local de la administración. Ella lleva un abrigo claro; en la cabeza un pañuelo de campesina. Él viste abrigo oscuro y bufanda; ha dejado en la mesa su chapka de piel. Tienen todo el aspecto de una pareja de jubilados.
La cámara los enfoca todo el rato con pequeños zooms, adelante y atrás. No enfoca a los hombres que tienen enfrente. No se ve a un hombre que, fuera de campo, con voz colérica y monótona, acusa a los dos ancianos de haber vivido en un lujo desenfrenado, de haber matado niños de hambre, de haber cometido un genocidio en Timisoara.
Tras cada salva de acusaciones, ese procurador invisible les invita a responder; el hombre responde que no reconoce al tribunal que los juzga. La mujer, por momentos, se rebela, discute; entonces su marido, para calmarla, le coge la mano en un gesto emotivo y familiar. De vez en cuando echa un vistazo al reloj: al parecer, esperaba la llegada de tropas que les liberaran. Pero esas tropas no llegaron nunca, y así pasa media hora. Elipsis. El siguiente plano muestra sus cadáveres ensangrentados sobre el asfalto de una calle, un patio o no se sabe qué.

De esta forma contemplaba por televisión Edvard Limónov, el protagonista de la novela de no ficción escrita por Enmanuel Carrere, el juicio sumarísimo y la ejecución, en la Navidad de 1989, durante la caída del régimen comunista rumano, de Nicolae Ceaucescu y su esposa Elena Petrescu. Limónov reconoce que eran dos criminales pero mantiene que en aquella farsa la dignidad está del lado del anciano matrimonio y resalta los gestos de ternura entre una pareja de viejecitos enamorados que la Historia nos ha retratado como dos monstruos sanguinarios.

Los abusos de la dictadura de Ceaucescu están bien documentados y es sabido que Elena, su esposa desde 1945, pese a ser una ingeniera química brillante, obtuvo su doctorado por métodos oscuros que costaron el puesto a más de un profesor que se negaba a pasar por el aro; la adulación que rodeaba a la pareja le proporcionó doctorados honoris causa por todas las universidades del país. También es conocido que su distanciamiento del bloque soviético proporcionó a Ceaucescu simpatías y agasajos en lugares insospechados y que varios dirigentes comunistas de Occidente, como el español Santiago Carrillo, sentían prdilección por veranear en la costa del Mar Negro, en Constanza. Pero no han pasado 25 años de la caída del muro de Berlín y ya hemos fabricado una Historia a conveniencia según la cual la debacle de los gobiernos que firmaron el Pacto de Varsovia e implantaron el socialismo real fue una transición modélica a la democracia. Para ello cerramos los ojos ante imágenes desagradables como el simulacro de juício a los Ceaucescu y cerramos los ojos para no ver ni recordar el régimen corrupto que Ion Iliescu trajo después a los rumanos y como cinco lustros después Rumanía y Albania siguen hundidas en la pobreza y cerca del hambre. Del mismo modo nuestro egocentrismo europeo que nos hace sentirnos superiores nos colocó en el bando equivocado durante la desintegración violenta de Yugoslavia: Nos pusimos al lado del integrismo islámico de Bosnia y los neonazis y ustashis croatas;
bombardeamos Belgrado y permitimos la aberrante secesión de Kosovo-España no lo hizo por miedo al contagio en Euskadi y Cataluña, pero el daño ya era irreparable-. En fin que nos hemos fabricado una Historia que es como goma de mascar en la que el fin, una franquicia democrática homologable e idéntica en cualquier rincón del Viejo Mundo, justifica cualquier medio. 

martes, 18 de febrero de 2014

Re-instauración

Edvard Limónov
Quien quiere restaurar el comunismo no tiene cabeza; quien no lo echa de menos no tiene corazón. Con esta cita de Vladimir Vladimírovich Putin abre el frances Emmanuel Carrère su Limónov, novela de no ficción sobre un individuo real que comienza como gamberro y delincuente juvenil en la Ucrania del estalinismo, en la actualidad dirige en Moscú el Partido Nacional Bolchevique, una formación ultranacionalista anti-Putin clandestina, y en medio fue vagabundo, chapero fracasado y mayordomo en Nueva York, escritor de éxito en París y miliciano pro-serbio en Vukovar y Sarajevo. Limónov es un individualista radical; no tendría sitio en la sociedad imaginada por Zamiatin en Nosotros, colectivizada en extremo y donde el individuo es anulado por una aplastante vigilancia estatal sobre las vidas privadas, pero el exchequista Putin, que como él añora el pasado soviético, no dista mucho del Soberano que en El día del oprichnik Vladimir Sorokin coloca al mando absoluto de la Rusia del Siglo XXI.

Aunque Vladimir Putin considere una locura el reimplante del imperio comunista, él trabaja a diario -no importan los métodos- por el regreso de su cara más tenebrosa: el viejo totalitarismo ruso que entronca con Iván el Terrible, Stalin y esa represión burocratizada que hace hoy innecesaria la vuelta del gulag.

En Occidente, mientras tanto, nos preocupan otros re-instauradores, los que se lo toman en sentido literal: el referéndum xenófobo que ha triunfado en Suiza, el auge de los partidos euroescépticos y de extrema derecha... En España, en concreto, nos vemos atemorizados por nuevos partidos ultras como Vox o por la deriva recentralizadora y neoconservadora de formaciones como UPyD y Ciutadans, pero olvidamos en nuestro presente la re-instauración del viejo orden que se promueve desde el interior del propio sistema democrático. Olvidamos nuestra historia y nuestra literatura; barón Von Metternich que la imponga ni un Napoleón que derrotar. No nos hace falta un nuevo Pérez Galdós que atestigüe por escrito la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis, el sitio de Cádiz y la persecución y caza de los liberales. No hagan caso a cabezas rapadas fanfarrones ni a quienes hacen demagogia sobre el terrorismo; olviden las banderas con aguiluchos y a los cuatro nostálgicos sin futuro que cada noviembre alzan sus brazos; nadie con cabeza pretende la re-instauración del franquismo; es un esfuerzo demasiado cansado y, de todas formas, eso ya está en la cara B del programa de quienes nos gobiernan. El pasado ya está aquí.


lunes, 20 de enero de 2014

Pavlik Morózov

Pavlik Morózov era el héroe, mártir y modelo a seguir para los Jóvenes Pioneros de la Unión Soviética. Los pioneros, especie de scouts con el añadido del adoctrinamiento fanático de unas Juventudes Hitlerianas, desfilaban orgullosos ante el monumento a Pavlik Morózov en el parque moscovita que llevaba el nombre del niño mártir del comunismo y soñaban seguir su ejemplo, ser como él. ¿Y cuál fue su hazaña? Pavlik era el hijo de Trofim Sergeevich Morózov, alcalde de Gerasimovka, en Siberia Occidental. Según la leyenda oficial en 1932, en pleno reinado de Josif Stalin, Pavlik descubrió que su padre acaparaba parte del grano que debía entregar a la granja colectiva. El niño de trece años denunció sin dudarlo a su progenitor ante la Policía Política. El alcalde de Gerasimovka fue deportado a un gulag; la comunidad, indignada con la delación de Pavlik, linchó al adolescente. El Partido lo convirtió de inmediato en un héroe y fusiló a cuatro de sus supuestos asesinos aunque no logró implicar al abuelo a pesar de las atroces torturas a las que el anciano fue sometido. Cualquier pionero quería ser un héroe como Pavlik y no habría dudado en denunciar a sus padres si sospechaba que éstos realizaban actividades contrarias al Estado Soviético. Gracias a Pavlik Morozov los padres aprendieron a temer a sus propios hijos y el régimen totalitario introdujo sus tentáculos en la intimidad de las familias.


Según un aforismo ruso puedes influenciar a un niño mientras cabe Lenin niño, en la Cuba de los Castro han seguido desfilando los Pioneros con su pañuelo rojo al cuello, para fotografiarse después uniformados junto al líder no tan eterno o su hermano y sucesor. A los totalitarios y a los populistas -eufemismo para los aspirantes a totalitarios- se les llena la boca hablando de la juventud y de lo nuevo, todo lo que ellos no son; sueñan con generaciones de autómatas dispuestos a acabar con todo lo viejo, menos ellos, claro. Otro aspirante a líder eterno que se quedó en el intento, Hugo Chávez, gustaba ser anfitrión de glorificaciones internacionales de la juventud adoctrinada e ideologizada, como el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en Caracas en 2005; algunos ayuntamientos andaluces enviaron a sus jóvenes pioneros y a algún concejal con dietas con cargo al erario público. Hay que asegurarse de que siempre habrá un Pavlik Morózov.
cruzado en la cama, cuando crece más es demasiado tarde para empezar. Los tiranos lo saben muy bien; como los niños soviéticos que llevaban en sus pechos la insignia con un supuesto

Igual que alas dictaduras, a la Iglesia Católica le gustó demasiado tiempo el dejad que los niños se acerquen a mi. En la actualidad incide sobre todo en el adoctrinamiento, con la contrarreforma educativa aprobada por el gobierno español y el rápido retorno del poder clerical a las escuelas, pero hace ya muchos años vimos al Papado arropar y promover a alguna peligrosa secta fundada por pedófilos -los Legionarios de Cristo- que ha ido ganando posiciones en la Educación y los gobiernos. Hace muy poco, a pesar de las intenciones de renovación aireadas por el papa Francisco, los representantes del Vaticano respondieron con evasivas a la petición de explicaciones sobre los casos de pederastia formulada por las Naciones Unidas.Al final, por un motivo u otro quienes aspiran a controlar los cuerpos y las mentes coinciden en dirigir sus ávidas garras a los menores.

Lástima que la verdad haya acabado con el mito del mártir soplón. El historiador ruso Yuri Duhnikov reveló en su biografía El informante 001 que fue la madre despechada de Pavlik quien realmente denunció a su marido intentando presionarle para que abandonara a su amante. La delación fue una invención de los propagandistas soviéticos,  quienes de verdad asesinaron al chico. No quedan mitos.

Versión de un artículo publicado en Granada Hoy en 2005