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sábado, 4 de febrero de 2017

La burbuja Scorsese

Silencio


Probablemente no se haya dado un caso similar en la historia del cine de masivo y casi unánime apoyo -a la búlgara, se diría en términos políticos-. En esto se muestran de acuerdo la crítica y el público entendido o que se da ínfulas de serlo. Todos adoran al italoamericano de 75 años Martin Scorsese como el mayor genio vivo del llamado séptimo arte. Su importante aportación a la presevación del material fílmico en deterioro a través de la organización The Film Institute que preside contribuye a iluminar el aura de santidad que le rodea, y encima el hecho de que hasta Infiltrados (The departed, 2006) el Óscar a la mejor película le fuese esquivo le situó como el gran incomprendido de la industria de Hollywood. La Academia quiso resacirle haciendo que el premio se lo entregaran sus amigos Francis Ford Coppola, George Lucas y Steven Spielberg. La tesis -muy personal- que pretendo mantener contra el mundo es que Martin Scorsese es uno de los cineastas más sobrevalorados de la historia. Me mueve a defender tal cosa la llegada a España de su película más reciente, Silencio (Silence, 2016) y sé perfectamente que me lloverán hostias como panes.

De Niro y Keytel en Malas calles
No creo que nadie pueda negar que Martin Scorsese dirigió obras maestras hasta mitad de los años 1980; grandes trabajos, muy diferentes, fueron Malas calles (Mean Streets, 1973), Alicia ya no vive aquí (Alice doesn't live here anymore, 1974), Taxi driver (1976), New York, New York (1977), Toro Salvaje (Ragging bull, 1980), El rey de la comedia (The king of comedy, 1982) y la hilarante Jo. ¡que noche! (After hours, 1985), a menudo contando con los actores Robert De Niro y Harvey Keytel. Después llegaron medianías, siempre muy celebradas por la hinchada, como El color del dinero (The color of money, 1986) o el remake El cabo del miedo (Cape Fear, 1991).

En los años que siguieron Martin Scorsese firmó dos buenas películas de ambiente mafioso, Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) y Casino (1995) -la citada Infiltrados, una de sus indiscutibles. llegó ya en el nuevo siglo-, pero también dirigió una mediocridad como Al límite (Walking out dead, 1999) y dos de los grandes castañazos de su carrera, ambas con guión adaptado cuyos originales confieso no haber leído: las soporíferas La última tentación de Cristo (The Last temptation of Christ, 1988) y La edad de la inocencia (The age of innocence, 1993). La primera se vio beneficiada por el escándalo montado por grupos de cristianos integristas: personalmente sólo me quedo de ella con la música compuesta para la ocasión por Peter Gabriel y que Scorsese apenas utilizó. No me es menos antipática Kundun (1997) -¿Se nota mucho mi alergia por la mística orientalizante, pacifista y new age?.

Si hay algo que definitivamente no ha funcionado - a mi modesto entender- en la carrera de Scorsese son sus colaboraciones con Leonardo di Caprio; su relación se redimió en El lobo de Wall Street (The wolf of Wall Street, 2013), magistral por ambas partes e injustamente ninguneada en la ceremonia de los Óscar de 2014, pero es que antes habíamos sufrido la insoportable Gangs of New York (2002) y las fallidas El aviador (The aviator, 2004) y Shutter Island (2010).

En
el haber de Scorsese hay que apuntar que antes de El lobo de Wall Street se atreviese a entregar una estupenda marcianada, Hugo (2011), de aventuras y en 3D, nada menos.

Llegados a este punto es obligado detenerse en otra importante faceta de la carrera de Scorsese, la de documentalista musical;  en pocas de las películas de ficción de este melómano falta el rock, pero no olvidemos que ha dirgido grandes documentales tanto de conciertos como biográfigos: Woodstock, 3 days of peace and music (1970), The last waltz (1978), No direction home: Bob Dylan (2005) y Shine a light (2008) son los más conocidos; pero tampoco hay que olvidar su importante papel de divulgador con la serie de documentales que produjo para televisión The Blues, a musical Journey (2003), a la que siguió la publicación de varios discos recopìlatorios dedicados al género.

Pero inevitablemente tenemos que llegar al duro presente, y lo último de Scorsese que ha llegado a nuestras pantallas se llama Silencio. Tratándose del trabajo de un santo en vida no le podían faltar entusiastas, pero tengo que mantener -y no soy el único- que es una verdadera tortura soportar sin morir en el intento sus tres horas de tedio, pretenciosidad  y sus ambiciones de trascendencia que, por supuesto, nos retrotraen a aquel espanto titulado La misión (The mission, Roland Joffe, 1986), para más inri sin la música de Morricone.

Aunque no sé para qué me molesto; a Scorsese se le aplaude todo. Lo dicho al principio: me lloverán hostias como panes.


jueves, 11 de febrero de 2016

La antorcha del moderno Prometeo



En este 2016 se cumplen 200 años de aquel largo invierno volcánico -debido a la explosión del volcán indonesio Tambora- de 1816 cuando Percy Shelley, su esposa Mary Wolstonecraft, Lord Byron y su médico personal -y cuentan que también pretendiente- John Polidori se reunieron en la casa suiza del barón inglés Villa Diodati, donde Byron les retó a componer por diversión una historia de terror. Mary elaboró el germen de lo que tituló Frankenstein o el moderno Prometeo, perfecto híbrido de ciencia ficción y terror gótico inspirado por las investigaciones de Galvani y Erasmus Darwin sobre el supuesto poder de la electricidad para revivir cuerpos inertes y por el mito heleno del titán que hurta el fuego a los dioses y lo entrega a los mortales para que se calienten e iluminen. Año y medio más tarde salIó publicado el libro con algunas correcciones. También se cumple un siglo desde que Frankenstein -entonces con otro nombre- y su criatura llegaron por primera vez a un largometraje cinematográfico -antes hubo un corto de 16 minutos- en Life without soul (Joseph W. Smiley, 1916). De este recorrido de dos siglos en el papel y uno en la pantalla siguiendo la antorcha del moderno Prometeo versa este artículo.
Prometeo según Füger
Mary  W. Shelley


Aún vendría otra versión muda de la historia (Il mostro di Frankenstein. Eugenio Testa, 1921) antes de que se diera la trascendental conjunción de talentos entre el director James Whale, el actor Boris Karloff y el maquillador Jack Pierce, El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931). Valga la anécdota de que Bela Lugosi rechazó el papel de la criatura por temor a que sus fans no lo reconocieran, lo cual puso en bandeja a Karloff convertirse en el monstruo más humano. El resultado: un clásico indiscutible con la marca reconocible de la Universal de aquellos tiempos. Más tétrico y menos moralista que el original literario, la película se centra en la primera mitad de la novela y añade una muerte brutal y poética a la criatura del científico que quiso emular a Dios, El éxito fue grande, aunque por debajo de revisitaciones del mito muy inferiores que vendrían después. El público, sobrecogido por escenas inolvidables como la muerte de la niña a orillas del lago, pedía más. Cuatro años tardó Whale en ofrecerlo. Para justificar la reaparición de la criatura muerta al final de la anterior cinta, en la superlativa La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein. James Whale, 1935) la historia recupera a la escritora, de nuevo junto a su marido y Byron, que la retan a continuar la historia. Recuperando momentos de la novela obviados en la anterior película como el encuentro con el violinista ciego, en la nueva un personaje añadido, el siniestro profesor Pretorius, propone a Victor Frankenstein dar vida juntos a una compañera para el monstruo. Un papel de pocos minutos que consagró a la actriz Elsa Lanchester -que interpreta también a Mary W. Shelley- y convirtió en iconico su estrambótico peinado cónico -inspirador del que lleva Marge Simpson- con su mecha en forma de rayo. La novia de Frankenstein acentúa la bondad natural de la criatura frente a la crueldad de la masa, convirtiéndose en una hermosa parábola sobre la intorelancia. Entre otros hallazgos, sobre todo visuales, en esta gran secuela podemos por fin oir hablar a la criatura.

Caídas y nuevas ascensiones de Frankenstein

El propio Boris Karloff y muchos imitadores tuvieron que representar al monstruo en incontables películas, algunas realmente indignas, durante los años cuarenta y cincuenta. Recordemos charloradas como Abbot y Costello contra los monstruos (Abbot and Costello meet Frankenstein. Charles Barton, 1948) o Yo fui un Frankenstein adolescente (I was a teenage Frankenstein. Robert L. Strock, 1957). Retirado del cine James Whale -un retiro martavillosamente recreado en Dioses y monstruos (Gods and monsters. Bill Condon, 1998)-, la criatura fue hundiéndose en la farsa chusca y pasó de moda hasta que a finales de los años cincuenta la productora británica Hammer Films recupero a este y otros monstruos de Universal con más profusión de hemoglobina y terror gótico y los rejuveneció con su incomparable sello. La creación de Victor Frankenstein  fue en varias ocasiones Cristopher Lee. En las dos décadas siguientes la productora no siempre mantuvo al mismo monstruo, pero sí a Peter Cushing en la piel del científico y al director Terence Fisher, desde la primera entrega, La maldición de Frankenstein (1957) .Hubo también films irregulares como Frankenstein creó la mujer (Frankenstein created woman, 1967) o El cerebro de Frankenstein (Franenstein must be destroyed, 1969)  Mientras, seguían estrenándose subproductos en los que la criatura se veía a compartir pantalla con hombres-lobo, vampiros,  momias y hasta alienígenas como en Frankenstein y el monstruo del espacio (Frankenstein meets the space monster. Robert Gaffney, 1964), película de culto de puro mala también estrenada con el surrealista título de Frankenstein invade Puerto Rico. Franskenstein o su monstruo sólo aparecen en el título: es en realidad una historia más de marcianos necesitados de hembras como las que cité en otro artículo de este blog. Aquel mismo año hubo proyectado incluso un kaiju eida, Godzila contra Frankenstein que Toho tuvo el buen sentido de cáncelar. La productora japonesa le vio las orejas al lobo del fracaso.

A menudo estas películas de ínfimo presupuesto vendían la trampa gomercial de trailers en color, pero el espectador encontraba después que, excepto apenas un minuto de metraje el resto era en blanco y negro. Fue el caso de uno de los últimos productos Universal, la casi salvable La sombra de Frankenstein (The ghost of Frakenstein. Erle C. Kenton, 1942).

Rey del glam

Años setenta, una década  que conoció la proyección ininterrumpida en los cines londinenses de una cinta de Jim Sherman, más una religión que una película,  titulada Rocky Horror picture show, adaptada casi literalmente del musical teatral -u ópera rock, como pompósamente se llamaban en la época-. Frankenstein se transforma en Frank'n'Furter, aquel sweet transvestite from Transexual, Transilvania, de medias negras y kilos de rimmel que fabrica a un rubio, musculoso y dotado monstruo.

Nuevas aventuras de la criatura

Contemporánea de Rocky Horror... es una de las sensaciones de taquilla de aquellos tiempos, el homenaje cómico y monocromático que Mel Brooks tributó al Frankenstein original, El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974) es sin duda lo más presentable en la filmografía de este director. En ella está su típica sal gorda y mal gusto; sin embargo la fidelidad casi clónica con que reconstruye escenarios y atmósferas de las películas Universal, el gran trabajo actoral y los divertidísimos gags dejan alto el listón. La verdad es que James Whale habría gozado rodando la vida sexual de la criatura, contando con un lacayo con los ojos de Igor o retratando a los persecutores del monstruo com auténticos nazis. Hay que pensárselo mucho antes de despreciar El jovencito Frankenstein.

Hubo de todo, incluso blaxplotation, en aquella década para Frankenstein. Andy Warhol encargó al director favorito de su Factory, Paul Morrisey, una peculiar versión con mucho gore y erotismo, Carne para Frankenstein (Flesh for Frankenstein, 1974), del mismo modo que revisaba otro mito del terror en Sangre para Drácula (Blood for Dracula. Paul Morrissey, 1974) con resultados igualmente nauseabundos. El escultural Joe D'Alessandro encarnó a una criatura muy escasa de vestuario.

Rock'n'roll Frankenstein
Es cierto que como tema fílmico para la ciencia ficción, la inteligencia artificial y los pluscuamperfectos replicantes dejaron bastante en desuso al bueno de Frankenstein, aunque casi agotado el siglo XX  llegó la original Ffrankenstein desencadencadenado (Frankenstein unbound, 1990), penúltima película en la dirección del prolífico -y nonagenario en unos días- Roger Corman, adaptación de la novela homónima de Brian W. Aldiss en la que se une el mito gótico con el tema de los viajes en el tiempo. No es redonda pero merece la pena por su freascura. Aunque en los noventa o podía faltar una revisión cultista, la pretendida versión definitiva, Mary Shelley's Frankenstein (1994). Vino de la mano de un excesivamente ambicioso Kenneth Branagg, con un Robert De Niro  lleno de costurones como improbable criatura y mucha palabrería vacía. Un pretencioso y monumental aburrimiento.

No hay que olvidar los homenajes y apócrifos, y en este ámbito descuella la admiración de Tim Burton por el mito, plasmada en un temprano corto de animación para Disney, Frankenweenie (1984, ampliado a largometraje en 2012), y en la maravillosa Eduardo Manostijeras  (Edward Scissorhands, 1990). La última ficción estrenada en gran pantalla es la gamberrada Rock'n'roll Frankenstein (Brian O`Hara, 19999), una delirante comedia musical en la que Elvis y la criatura son uno.

Mucho más estimulante fue la revisión que el español Gonzalo Suárez rodó en tierras noruegas. La brillantìsima Remando al viento (1987) recreaba pesadillas compartidas por  los Shelley y Lord Byron en aquel anormal junio de 1816 que hacçian que la criatura se encarnase. Una maravilla con el talento cinematográfico y literario de Suárez saliendo a borbotones que vino a enriquecer un mito venido a menos pero que permanece grabado con letras góticas en la historia del cine.




miércoles, 18 de junio de 2014

Un millón para el mejor

Cuando el pasado 27 de abril el actual Papa canonizó a sus predecesores Roncalli y Wojtila Europa Press, citando fuentes vaticanas, cifró en ochocientos mil el número de asistentes a la ceremonia, entre quienes se apretaron en la Plaza de San Pedro y quienes la siguieron desde pantallas gigantes instaladas en el Castello de Sant Angello y alrededores. Al día siguiente diarios católicos españoles, ABC y La Razón, más papistas que el Papa, elevaban la cifra al mágico millón de participantes. Incluso un medio laico, aunque algo esotérico -Telecinco- se iba hasta los dos millones. Poco después el blog Malaprensa desenmascaró lo exagerado de estas cifras.

Siempre hemos preferido las cifras redondas y abultadas, bien por un rescoldo de superstición cabalística, bien porque tendemos a impresionarnos y a dar la razón a las multitudes. Forman parte de la Historia Contemporánea los mítines de los últimos años del general Franco en la Plaza de Oriente de Madrid. Entonces era obligatorio creer las cifras oficiales que proclamaban que un millón de españoles habían aclamado al Caudillo en un espacio que -supimos después- no puede albergar a más de cuarenta mil personas
.

Legaron los tiempos de Rodríguez Zapatero y no cambió el habitual baile de cifras entre los convocantes de manifestaciones, las policías, las autoridades públicas y los medios de comunicación, pero en aquellos años fueron la derecha y los obispos quienes sacaban a la calle a sus acólitos. La protesta contra el aborto, la defensa de la familia tradicional o la condena a cualquier negociación con ETA fueron entonces las excusas.  A los organizadores y sus voceros el millón les supo apoco y hablaban de dos millones de participantes, curiosamente la misma cantidad propuso laorganización de las cabalgatas del Orgullo gay. Las polémicas arreciaron y llegó a inventarse un manifestódromo para intentar, con poco éxito, poner orden en el maremagnum de cálculos interesados. Entonces apareció la aplicación Lynce, que también tiene sus detractores. Este programa, que empleaba dirigibles para el recuento, bajó los humos a unos y otros: En todos los casos los dos millones se quedaban en poco más de cincuenta mil. No es de extrañar que este sistema, que no interesaba ni convenía a casi nadie, tuviera que echar el cierre. Recuerden la máxima periodística: No dejes que la ralidad te arruine un buen titular.

En otro acontecimiento bien distinto, la romería de la Virgen del Rocío, la cifra mágica del millón de asistentes se repite, como un mantra para los perezosos o como un dogma de fe para los entusiastas -Canal Sur-. Llueva, truene o se dé una catástrofe ecológica como la de Aznalcóllar, cada año un millón de personas acude a la Blanca Paloma. El Rocío es intocable. Basta recordar la prohibición que a finales de los setenta sufrió el documental de Fernando Ruiz Vergara por sacar a la luz episodios incómodos de la tradición.

Escribo esto mientras se produce l proclamación del nuevo rey, que no sigo ni por televisión -la música militar nunca me supo levantar-. Apuesto a que mañana los periódicos titularán: Un millón de madrileños aclaman a los Borbón Ortiz como nuevos reyes de España. Las cosas nohan cambiado tanto: Hace cuarenta años por ir a la Plaza de Oriente a gritar Franco, Franco, Franco te daban un bocata; hoy en Madrid la Policía, como repartidores de Teleflag te lleva a casa banderas de España para que las cuelgues en los balcones.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Casandra y Jeremías

Según la mitología griega, Casandra, hija de Priamo y Hécuba, fue dotada por Apolo con el don de la clarividencia; pero también la condenó a que nadie creyera sus profecías. Así, cuando en el Siglo XIII antes de Cristo Casandra vaticinó que una coalición de ciudades aqueas atacaría y destruiría Troya, en castigo por el rapto de Helena de Esparta, ninguno de sus conciudadanos hizo caso de sus augurios y no evitaron que la ciudad de Asia Menor fuera derrotada y pasara a la Historia y la leyenda. Seis siglos después se repitió la historia en Judea; el profeta Jeremías -autor del libro de la Biblia que lleva su nombre así como del de las Lamentaciones- tampoco fue creído y sufrió persecución cuando vaticinó que Yaveh castigaría la violencia y corrupción del pueblo elegido -Hablan de paz, pero no hay paz- permitiendo la invasión de los babilonios de Nabucodonosor. Éstos destruyeron el Templo de Jerusalén, mataron al rey y esclavizaron  a los judíos. De nada sirvieron sus lamentaciones a Jeremías, que acabó  refugiándose en Egipto junto a muchos congéneres en uno de los varios éxodos del pueblo hebreo.


En sus memorias El mundo del pasado el escritor austríaco Stefan Zweig, un judío vienés nacido en el imperio austrohúngaro y fallecido en Brasil, adonde huyó del nacionalsocialismo, cuenta que pasó su vida advirtiendo y luchando contra las guerras que le tocó vivir, las dos mundiales, trabajando por la unidad de Europa y denunciando el auge de los movimientos totalitarios, xenófobos y racistas. También furon desoidas sus advertencias, nadie tomó en serio el militarismo teutón, la amenaza hitleriana, el mundo se precipitó en la barbarie y toda su obra fue prohibida y destruida en el nuevo reich, incuida su colaboración con uno de los músicos favoritos del führer, Richard Strauss -el libreto de la ópera
La mujer silenciosa-. Zweig fue enormemente popular en su tiempo -los bachilleres germánicos hacían cola en las librerías para comprar su Momentos estelares de la humanidad, claro que entonces los estudiantes de secundaria leían literatura, no jugaban Candy Crush-; pro también fue otro  de esos profetas condenados a no ser escuchados, de hecho su primera obra para la escena fue la tragedia Jeremías. Como aquellos a quienes Mariano Rajoy tacha de cenizos, quienes pensamos que después de haber tocado fondo podemos permanecer mucho tiempo en las profundidades, no necesariamente empezar la ascensión -lo llaman recuperación-. Casandra, Jeremías, Zweig y algunos más: unos cenizos.


miércoles, 12 de febrero de 2014

El miedo o el retorno de los lazaretos

El coloso de Francisco de Goya
Bien sabe quien me conoce que detesto el optimismo seráfico de los papanatas. A menudo he bramado contra esa calamidad del pensamiento positivo, tan grata a los poderosos pues mantiene a los esclavos esclavos pero contentos, y tu muro de Facebook lleno de gilipollleces buenistas, amaneceres y citas de Paulo Coelho. Aprecio el pesimismo ilustrado que en España es casi una corriente filosófica, la de José Gutiérrez Solana en La España negra y de la pintura de madurez de Goya. Pero no es lo mismo una ciudadanía crítica y escéptica que una sumida en el derrotismo e inmovilizada por la incertidumbre y el miedo. Desde que empezo -o empezaron- la actual e interminable crisis es en ese miedo en el que nos quieren instalados para que, atemorizados y dóciles, no osemos plantar cara a la contrarrevolución de los plutócratas y sus políticos a sueldo.

En esta larga víspera de Armagedón, con la incertidumbre y el miedo al futuro atenazando todos los órdenes de nuestras vidas, miramos alrededor y la única certeza que encontramos es que no hay arma que quienes manejan los hilos no empleen para minar nuestra resistencia, desde dejarnos sin casa o sin trabajo hasta la violencia y la guerra. Y mientras nos mantienen ocupados en procurarnos lo más básico, aplican su programa de tinieblas: el fundamentalismo religioso, moral y económico, la censura, el recorte de libertades...

 Nos convencen de que no es sostenible un sistema basado en la solidaridad y nos inculcan la mala conciencia, para que pensemos que abusamos de las urgencias, las medicinas y los libros, que somos privilegiados por tener un empleo y debemos pagarlo con menos sueldo, menos descanso, menos derechos para las mujeres, peor atención a los mayores. Aceptaras cualquier trabajo si temes al paro tanto como al vacío. Te quieren pobre y con miedo a ser más pobre porque así eres más manejable. Desde el mismo momento en que comenzó este gigantesco timo planificado -¿La gran estafa española?- nos convencieron de nuestra responsabilidad -por haber vivido por encima de nuestras posibilidades, ya saben-.

Lazareto de Mahón
Una vez extendido el miedo, el siguiente paso es el aislamiento del disidente. Ya tuvimos gulag, campos de exterminio, ¿volverán ahora los lazaretos? También llamados leproserías, eran aquellos recintos fortificados donde se confinaba, a veces sin tratamiento y hasta la muerte, a quienes padecían la lepra, enfermedad manifestada sobre todo en la piel y producida por el llamado bacilo de Hansen, no mucho más contagioso que las distintas cepas de la gripe; no obstante el leproso ha estado históricamente estigmatizado y ha sido víctima de un terror supersticioso. Ya el Levítico le condenaba a vagar vestido con harapos y con la cabeza descubierta, proclamando en voz alta ¡Soy inmundo, soy inmundo! Todos hemos oído hablar de la isla hawaiana de Molokay y su Padre Damián, pero no tantos del Lazareto de Mahón, que el Conde de Floridablanca, ministro de Carlos III mandó edificar en 1793. Despojado de su tétrico fin aún sobrevive como colonia de vacaciones para funcionarios del Ministerio de Sanidad, función para la que existe una larga lista de espera. Pero los nuevos lazaretos donde el poder recluirá a sus disidentes, a quienes considera leprosos y muy contagiosos, no serán centros vacacionales ni estarán en Hawaii.
El padre Damián de Molokay









lunes, 20 de enero de 2014

Pavlik Morózov

Pavlik Morózov era el héroe, mártir y modelo a seguir para los Jóvenes Pioneros de la Unión Soviética. Los pioneros, especie de scouts con el añadido del adoctrinamiento fanático de unas Juventudes Hitlerianas, desfilaban orgullosos ante el monumento a Pavlik Morózov en el parque moscovita que llevaba el nombre del niño mártir del comunismo y soñaban seguir su ejemplo, ser como él. ¿Y cuál fue su hazaña? Pavlik era el hijo de Trofim Sergeevich Morózov, alcalde de Gerasimovka, en Siberia Occidental. Según la leyenda oficial en 1932, en pleno reinado de Josif Stalin, Pavlik descubrió que su padre acaparaba parte del grano que debía entregar a la granja colectiva. El niño de trece años denunció sin dudarlo a su progenitor ante la Policía Política. El alcalde de Gerasimovka fue deportado a un gulag; la comunidad, indignada con la delación de Pavlik, linchó al adolescente. El Partido lo convirtió de inmediato en un héroe y fusiló a cuatro de sus supuestos asesinos aunque no logró implicar al abuelo a pesar de las atroces torturas a las que el anciano fue sometido. Cualquier pionero quería ser un héroe como Pavlik y no habría dudado en denunciar a sus padres si sospechaba que éstos realizaban actividades contrarias al Estado Soviético. Gracias a Pavlik Morozov los padres aprendieron a temer a sus propios hijos y el régimen totalitario introdujo sus tentáculos en la intimidad de las familias.


Según un aforismo ruso puedes influenciar a un niño mientras cabe Lenin niño, en la Cuba de los Castro han seguido desfilando los Pioneros con su pañuelo rojo al cuello, para fotografiarse después uniformados junto al líder no tan eterno o su hermano y sucesor. A los totalitarios y a los populistas -eufemismo para los aspirantes a totalitarios- se les llena la boca hablando de la juventud y de lo nuevo, todo lo que ellos no son; sueñan con generaciones de autómatas dispuestos a acabar con todo lo viejo, menos ellos, claro. Otro aspirante a líder eterno que se quedó en el intento, Hugo Chávez, gustaba ser anfitrión de glorificaciones internacionales de la juventud adoctrinada e ideologizada, como el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en Caracas en 2005; algunos ayuntamientos andaluces enviaron a sus jóvenes pioneros y a algún concejal con dietas con cargo al erario público. Hay que asegurarse de que siempre habrá un Pavlik Morózov.
cruzado en la cama, cuando crece más es demasiado tarde para empezar. Los tiranos lo saben muy bien; como los niños soviéticos que llevaban en sus pechos la insignia con un supuesto

Igual que alas dictaduras, a la Iglesia Católica le gustó demasiado tiempo el dejad que los niños se acerquen a mi. En la actualidad incide sobre todo en el adoctrinamiento, con la contrarreforma educativa aprobada por el gobierno español y el rápido retorno del poder clerical a las escuelas, pero hace ya muchos años vimos al Papado arropar y promover a alguna peligrosa secta fundada por pedófilos -los Legionarios de Cristo- que ha ido ganando posiciones en la Educación y los gobiernos. Hace muy poco, a pesar de las intenciones de renovación aireadas por el papa Francisco, los representantes del Vaticano respondieron con evasivas a la petición de explicaciones sobre los casos de pederastia formulada por las Naciones Unidas.Al final, por un motivo u otro quienes aspiran a controlar los cuerpos y las mentes coinciden en dirigir sus ávidas garras a los menores.

Lástima que la verdad haya acabado con el mito del mártir soplón. El historiador ruso Yuri Duhnikov reveló en su biografía El informante 001 que fue la madre despechada de Pavlik quien realmente denunció a su marido intentando presionarle para que abandonara a su amante. La delación fue una invención de los propagandistas soviéticos,  quienes de verdad asesinaron al chico. No quedan mitos.

Versión de un artículo publicado en Granada Hoy en 2005

martes, 5 de junio de 2012


Comida de hospital

En mi largo periplo hospitalario (en dos meses las urgencias del Clínico, la UCI del Ruiz de Alda y una planta de Trauma), he comprobado, que además de no vislumbrarse la famosa luz al final del tunel, hay algunas verdades absolutas. Véanse.
Primera: La comida de hospital es siempre una bazofia. Indefectiblemente. En mi caso sólo un refrescante helado de frutas y una gelatina a base de agua semicongelada merecían la pena. Cualquier plato tibio o del tiempo era directamente una invitación al vómito.
Segunda: tus padres han venido al mundo para avergonzarte. Los míos son esos que jamás paran o bajan el volumen del timbre del móvil en una habitación llena de gente y conversan con su interlocutor como si fueran a entenderse a gritos.
La vida de hospital se va pareciendo cada vez más a la comida de hospital, insulsa y monótona. La fauna de hospital la forman unas profesionales vocacionales, encantadoras, y alguna que otra reina (y rey) del escaqueo. Además están los familiares que repiten varias veces al día el sermón de que el médico siempre lleva la razón; y por último los enfermos, empeñados en hacer justo lo que no nos conviene.
Mientras, yo me alivio con agua de Lanjarón y pienso en curarme para siempre, pero no para escribir de un tirón sin equivocarme ni mejorar mis dotes de comunicación, sino por salir volando y decirle a esto adiós para siempre.

domingo, 15 de enero de 2012

Daniel de los muertos


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El heredero de la dinastía borbónica que aún reina en la antigua metrópoli tenía cara de trágame tierra. Antes preferiría irse de copas con su cuñado que estar pasando tanta vergüenza ajena como no recordaba desde que el Ayuntamiento de Barcelona presentó el Cristiñaki, el logotipo de la boda de su hermana con el jugador de balonmano –cuatro rosas y un balón-. Al lado del príncipe, la primera dama de Nicaragua, Rosario Murillo, bailaba y agitaba los brazos como posesa en un aquelarre new-age .Era la ceremonia de entronización de su marido, Daniel Ortega, quien iba de abrazo en abrazo, al estilo fase tres de la borrachera – la de exaltación de la amistad- con Hugo, Machado –el vicepresidente de Raúl-, Evo y Mahmud. El iraní no se encontraba fuera de lugar en la romería castro-sandino-bolivariana por representar a una teocracia. Ortega y esposa hace algún tiempo que vieron la luz. Ahora son cristianos renacidos como el mismísimo George Uve Doble. Dios une a los enemigos, y en Nicaragua y otros países de Centroamérica hacen su agosto los predicadores evangélicos estadounidenses, que en el nuevo modelo de colonialismo siempre llegan como avanzadilla de las empresas petroleras, mineras o de transgénicos.



De padrastro violador a candidato a la beatificación simultánea en los altares del socialismo y el cristianismo, no es poco para Daniel Ortega. Como otros mandatarios de su cuerda, ha comprobado lo rentable de mezclar populismo, ayudas sociales clientelares y religión, en tener a Dios y a Marx de tu lado. Chávez también tiene al creador en la boca a la primera de turno y últimamente los Castro andan a partir un piñón con la jerarquía católica cubana.
Lo chocante es que esta colección de payasos, frikis, santurrones conversos, que no dudan en cambiar las leyes si las leyes les impiden perpetuarse, sigan siendo referentes para parte de la izquierda europea. Sin duda es estupendo que un grupo de países latinoamericanos hayan plantado cara a los Chicago Boys y las políticas económicas que en los ochenta arrasaron su continente y ahora van a por al nuestro, pero es deprimente que estos líderes sean la alternativa.

Rosario Murillo
Ni siquiera dan la talla otros más moderados. Vean a la Kirchner reencarnándose en nueva Evita o cómo Lula y su heredera Roussef legalizan y bendicen la destrucción de la Amazonia a manos de las mafias.

No se pierdan Juan de los muertos”, película cubana de zombis ahora en cartelera, que identifica a la sonámbula sociedad del tardocastrismo con muertos vivientes –en el trailer no autorizado el mismísimo comandante es un zombi-, del mismo modo que la británica “Zombies party” asimilaba a los caminantes con la Generación PlayStation de treintañeros. Daniel, Hugo, Raúl, Evo... todos triunfarían en ella o en el Circo de los Horrores que en febrero visita Granada.


martes, 20 de diciembre de 2011

Siete años, ocho meses y cinco días en Disneylandia (un ajuste de cuentas)


Ajuste de cuentas

Esta feo escarbar en las úlceras abiertas, lo sé. No es educado encarnizarse con el derrotado, ni que del árbol caído sea sencillo hacer leña significa que te vayas a calentar mejor con ella. El te lo advertí y el te lo dije siempre ha sido cosa de listillos y pagados de sí mismos. Pero sí es verdad que es sólo cuando los ciclos se cierran cuando se puede mirar atrás con una perspectiva menos distorsionada, y cuando realmente apetece hacer un ajuste de cuentas. En España ha cerrado sus puertas por ruina un parque temático cuyos gestores, con José Luis Rodríguez Zapatero a la cabeza, imaginaron como una Disneylandia feliz, de progreso e igualdad, pero que resultó parecerse más a Terra Mítica: ruinosa, corrupta, despilfarradora, chapucera y aburrida. Aquella España de Zapatero cuyo oropel deslumbraba a progresistas miopes de todo el orbe era la misma tierra de esperpentos, chapuzas, pícaros y mangantes que retrataron desde el autor del Lazarillo a Berlanga y Azcona, pasando por Goya, Solana y Valle. Ya no me interesa, por inútil, ensañarme en las decisiones y torpezas que nos han llevado al abismo, pero me considero un damnificado más; para mi fortuna mucho menos damnificado que la mayoría, si acaso más engañado y traicionado que otra cosa, ya que de momento no paso frío en una cola del paro. Hoy que se ha ido para siempre reclamo el derecho de volver a hablar de Rodríguez Zapatero y sus compañeros –ah, sí, y compañeras- de viaje para sostener el argumento de que los problemas no son de hoy ni de ayer ni de hace tres años, que fue desde el principio un mal gobernante, santo patrono de la insustancialidad y rey de la pamplina; que las políticas ornamentales que encandilaban a la progresía –más fuera que dentro- fueron fuegos de artificio con pólvora húmeda, que desde su primer día en La Moncloa no se desvió del guión escrito por quienes de verdad nos gobiernan, el que autoriza que un partido socialdemócrata pueda estar en el gobierno siempre que no cumpla el programa socialdemócrata. Todo fue mal desde el principio y algunos deberían plantearse de una vez por todas la necesidad de derribar también el mito del primer mandato de Rodríguez Zapatero porque fue tiempo tan perdido como el segundo pero sin crisis.

Hoy, más triste que nunca su triste figura, acapara críticas por todos lados. Ni siquiera nos sirve ya la solidaridad que necesariamente despierta el haber sido el político más visceralmente odiado por la peor carcunda, ultras, integristas, tertulianos, gacetilleros y obispos. El  presidente que ganó todas las elecciones a las que se presentó –las dos generales y el congreso que, por sorpresa le dio el poder en su partido –   suscita hoy una inédita unanimidad en la descalificación sin distinción de generaciones, clases o incluso ideologías; recibe hostias hasta en el cielo de la boca; es tal el patetismo de su capitulación que incluso puede mover a la compasión. Meses después de sus risibles declaraciones en las que aseguraba que su futuro lo veía como supervisor de nubes, circulaba un chiste que atribuía a dichas palabras la causa de que España atravesara una prolongada sequía y el verano pareciera no acabarse nunca.



 
Él, que jamás permitió a la realidad anteponerse a su optimismo patológico, en la hora de la derrota aceptó sumiso el papel de sparring –aunque hasta en eso nos engañó pues, nombrado ya el delfín, seguía moviendo los hilos sin renunciar a ninguno de sus poderes-. Y los suyos le siguieron, pensando que era él el problema, que la política desarrollada durante siete años y medio no iba con ellos y así, creyendo que escondiendo al perro la rabia no sería contagiosa mandaron al sucesor a combatir en Trafalgar. Y claro, se hundió con todo el equipo, porque Alfredo Pérez Rubalcaba –que intentó denodadamente tomarnos el pelo con promesas que contradecían su propia praxis en el gobierno- no estaba en condiciones de ofrecer a los españoles nada que los españoles demandaran, porque no se podía hacernos olvidar la era Zapatero intentando ilusionarnos con una especie de vuelta de González sin González – lo siguen intentando en el actual proceso precongresual, no obstante-. Rodríguez Zapatero es territorio devastado, que en su caída ha devastado al Partido Socialista y, por desgracia, ha dejado tras de sí un país devastado. Hoy Disneyland es Wasteland.

Cierto, hay luces entre tantas sombras, y el tratamiento a la cuestión vasca y el haber llevado a ETA a una derrota sin paliativos, es el mayor éxito. Y, cierto, podía haber sido peor. Aquel congreso pudo ganarlo Bono y hoy no habría sitio ni para ilusiones traicionadas sino para el culto a lo hortera, lo fatuo, el enriquecimiento fácil, el patrioterismo, el desprecio a las minorías y ese autoritarismo cuasi fascista que tan bien representa el consuegro de Raphael, es decir, lo mismo que con Aznar pero con implantes capilares. Alguien debería escribir una ucronía sobre lo que habrían sido estos siete años, ocho meses y cinco días con Bono.


La despedida
 Los días que han seguido a la vergonzosa derrota en las urnas han acabado de sepultar bajo el fango de su propia estupidez y su propia villanía a José Luis Rodríguez Zapatero y sus gobiernos. Ha sido un final de campanillas. Primero fue su incapacidad y la de los suyos para entender las causas de tamaño desastre electoral. Pero esta vez ni siquiera dentro del Partido Socialista iban a tolerar que les vinieran Zapatero y Rubalcaba con el cuento de que era la crisis la única culpable de la debacle. Erre que erre afirmó ante el Comité Federal “Hicimos lo necesario. No había alternativas en unas condiciones muy difíciles” y defendió el esfuerzo por evitar “graves consecuencias en el futuro económico y la propia autoestima democrática como pueblo”. También reprochó a la Unión Europea no haber sabido ofrecer una solución estructural de futuro. A la hora de echar balones fuera hasta su fundamentamentalismo europeista saltaba por los aires. No le fue a la zaga el más derrotado de cuantos candidatos hubiera presentado el PSOE a la presidencia del Gobierno, quien convirtió a Joaquín Almunia en un triunfador por comparación. Alfredo Pérez Rubalcaba recalcó que la campaña se ha visto monopolizada por el dato de los cinco millones de parados -con lo que al parecer nada tienen que ver los gobiernos socialistas- y por los vaivenes de la economía, con la subida de las primas de riesgo y el parón en el crecimiento. Ante tanta autojustificación era lógico que hubiera respuesta, y otro campeón en derrotas, Tomás Gómez, dijo a ZP a la cara que  “las causas no están en la crisis, sino en las políticas para abordar la crisis”, y esas eran “políticas de derechas”.

Varios consejos de ministros en funciones han seguido al 20-N. Y todos han añadido una nueva palada de ignominia a la tumba política de Rodríguez Zapatero. El escandaloso indulto concedido al consejero delegado del Banco de Santander Alfredo Sáenz, condenado en firme por el supremo por una trama que implicó a jueces y que acabó con unos empresarios enviados injustamente a prisión por las intrigas del número dos de Emilio Botín, fue la más sonada de las arbitrariedades que se convirtieron en guindas del segundo mandato. El preso común más antiguo de España, el granadino Miguel Montes Neiro, sin delitos de sangre, tuvo que esperar hasta el último consejo para obtener un amago de indulto que no acaba de dejar clara su salida de prisión. Claro que detrás de este recluso no estaba la institución que refinanció sin poner una pega la deuda del PSOE y concedió una hipoteca al mismísimo presidente del Gobierno para que se comprara un chalé de casi medio millón de euros en las playas de Vera; o cuyo presidente echaba continuos capotazos a las erráticas políticas económicas del gobierno socialista a cambio de seguir haciendo la vista gorda, como sus antecesores, ante los escándalos de cesiones de créditos y blanqueo de dinero.

Cuando Zapatero fue preguntado en una rueda de prensa sobre este indulto respondió con el tono chulesco y desafiante que en otras ocasiones ha empleado cuando se le inquiere sobre sus favores a los poderosos: "Se entendió que era razonable y punto".



En otra reunión del Consejo de Ministros en funciones, nuestro hombre y la infausta ministra que dio nombre a la malhadada Ley Sinde intentaron aprobar in extremis el reglamento -un añadido a la Ley de Economía Sostenible ideada por Miguel Sebastián- que consagraría la persecución a las páginas de enlaces y descargas en la Red, una de las más contestadas de la era Zapatero y la primera decisión que abrió un abismo entre los gobiernos socialistas y buena parte del electorado que les llevó a La Moncloa. Una bronca de campeonato en la propia reunión ministerial dejó la pelota en manos del futuro gobierno Rajoy, igualmente partidario de la norma.

Pero la peor canallada  había llegado con el Gobierno en pleno ejercicio. El ejecutivo dejó para la jornada de reflexión del 19 de noviembre la entrada en vigor del decreto -que se guardó muy mucho de hacer público en campaña electoral por el que se que creaba el nuevo acuerdo de aprendizaje, carente de los derechos laborales que un contrato de trabajo establece. Está destinado a jóvenes de hasta 25 años, aquienes no se fija límite de jornada, festivos y permisos, y que habrán de trabajar sin vacaciones, sin indemnización y sin prestación de desempleo al término de la no-relación laboral, todo ello por 426 euros al mes, un acuerdo que puede prorrogarse hasta la edad límite, momento en que se podrá echar mano de otro joven con las mismas condiciones de semiesclavitud. Aquel 19 de noviembre consagró al gobierno socialista presidido por José Luis Rodríguez Zapatero como el más antisocial y el que más ha hecho retroceder a la sociedad española en derechos laborales, sociales y democráticos desde el final del franquismo.




Cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste

Con aquella frase pronunciada con afectada solemnidad en el Debate sobre el Estado de la Nación de 2010, se llegaba al punto de no retorno en el camino iniciado el 12 de mayo anterior, una fecha en la que renuncia a su programa electoral y a partir de la cual ha estado de sobra en la presidencia del Gobierno, Rodríguez Zapatero nos dejó claro que nada le detendría en la obediente aplicación de la hoja de ruta que le dictaban desde Berlín, Bruselas y Washington. Aquel día se subió a la tribuna del Congreso para anunciar que reduciría el salario de los funcionarios en un 5% y lo congelaría en 2011, junto a las pensiones. Asimismo, el Estado recortó un total de 6 000 millones de euros en inversiones, suprimió el cheque bebé y -provisionalmente- las ayudas contra el hambre para desempleados sin prestaciones y redujo el gasto en ayuda al desarrollo en 600 millones de euros. Fue el comienzo de los recortes en prestaciones y derechos, por la vía directa o por la indirecta de no pagar lo que se debe, no convocar empleo público, no contratar...

El resultado de todos los sacrificios que han venido después no puede ser más descorazonador: No han servido sino para agravar la situación. Al convocar las elecciones anticipadas el Banco de España certificaba el estancamiento de la economía española y auguraba que vienen días aún peores con una nueva recesión -Paul Krugman pide que nos dejemos de eufemismos y lo llamemos por su nombre: depresión-, la EPA del tercer trimestre, que debía cosechar el efecto balsámico de un buen verano turístico, arrojó un récord de cinco millones de parados que el registro del Inem remató con los datos de octubre.

El líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, resumió así el balance del segundo mandato de Zapatero: “Suspenso total y sin paliativos. Ha sido un Gobierno para los bancos y los mercados y para la derecha política y económica, y en contra de los trabajadores y la mayoría social. España ha perdido soberanía democrática, ya que mandan más en España los mercados y los especuladores que el pueblo, se ha producido un recorte nítido de derechos laborales y sociales, no se ha enmendado la regresividad fiscal, la recesión y el volumen de paro no han cedido y, para colmo, concluye el mandato con el aldabonazo final de la reforma de la Constitución, pactada con el PP, y que supone introducir la ideología neoliberal en la Carta Magna, despreciando la opinión ciudadana”.

Tras las elecciones de 2008, antes del inicio de la IX Legislatura, Zapatero afirmó que su prioridad sería "la lucha contra la desaceleración económica", el penúltimo eufemismo para seguir negando la primera gran depresión del siglo XXI, que se eludió, ocultó y maquilló ante las elecciones de aquel año, pero que ningún otro gobierno desmintió con la irresponsabilidad del de Zapatero. Años después reconocería como un error del que se arrepentía el no haber reventado a tiempo la burbuja inmobiliaria ¿Para qué? Si las cifras eran estupendas, si convenía tanto que los súbditos españoles creyeran seguir viviendo en jauja. ¿Qué gobierno iba a quitar la venda de los ojos de sus ciudadanos cuando es tan agradecido gobernar el país de los ciegos?

En agosto de 2011 habían saltado las alarmas y se conjuraba de nuevo el fantasma del rescate europeo en la senda de Grecia, Irlanda y Portugal. Para hacerle frente Zapatero concertó con el líder de la oposición, Mariano Rajoy una reforma constitucional exprés, sin debates ni consultas, que amén del coste en nuestros usos democráticos ni siquiera logró sedar a los mercados ni a las agencias de certificación. Otra decisión pactada con el PP, el partido que más ha coincidido con el socialista durante el segundo mandato, fue poner la base aeronaval de Rota en el mapa del escudo antimisiles de EE UU sin que un Parlamento ya disuelto pudiera pronunciarse.

La política económica de Rodríguez Zapatero -se supone que coordinada por la dubitativa Elena Salgado- no ha evitado que España siga siendo el país del "con IVA o sin IVA", en el que sólo 70 personas cumplen pena de prisión por robar a Hacienda. El Gobierno no se ha atrevido a meter mano al coto cerrado de los inspectores de Hacienda, que vetan cualquier ampliación de las plantillas dedicadas a perseguir el fraude, y ha defendido la pervivencia de instituciones financieras como las Sicav, que lo perpetúan. Nada para evitar la evasión a paraísos fiscales, nada frente a una economía sumergida que representa casi un tercio del PIB.



Ni una sola de las medidas económicas adoptadas durante el segundo mandato ha tenido la más mínima inspiración socialdemócrata. Al contrario, han respondido a las exigencias de los poderosos, las que venían de Europa y las de los ricos del interior plasmadas en aquellas dos reuniones con los cuarenta banqueros y empresarios más influyentes del país, que convertían La Moncloa en una versión occidental de la cueva de Alí-Babá. Poco se habla hoy de la bajada de impuestos a los banqueros: El gobierno, utilizando un Real Decreto de prevención del fraude fiscal, de tapadillo rebajó la fiscalidad de los banqueros y sus altos ejecutivos con efectos retroactivos. Así pasaron a  tributar por las rentas de capital recibidas de sus propias entidades al 18% en vez del 43%. La medida favoreció a bancos y cajas frente al resto de empresas españolas, ya que si el dueño de un banco quiere hacer un préstamo a su entidad para capitalizarlo podrá tributar por los intereses recibidos al 18%. Sin embargo, si lo hace el dueño de una pequeña empresa de hostelería, el Fisco le seguirá restando el 43%.

A 336.960 millones de euros ascendía lo obtenido por las entidades financieras españolas en ayudas públicas desde que estalló la crisis hasta 2010. En concreto, las ayudas públicas en forma de inyecciones de capital o de avales para emitir deuda ascienden a 146.000 millones de euros, cifra equivalente al 8,4% del PIB del Estado, según un informe publicado por la Comisión Europea. Esto y no unos raquíticos servicios sociales, ni el coste de la Sanidad ni el de la Educación es lo que ha disparado la deuda pública, mientras se fortalecía el capital de la banca española 71.073 millones de euros de beneficio acumulado,  desde que comenzó la crisis. ¿Eran banqueros quienes le gritaban a Zapatero en 14 de marzo de 2004 aquello de “No nos falles”?

Una de las primeras consecuencias del autogolpe ideológico que Zapatero escenificó en el Congreso en mayo de 2010 fue la aprobación de una reforma laboral germen de las que de inmediato han de venir y que básicamente abrió la puerta al abaratamiento del despido. A Zapatero le costó una huelga general que los sindicatos, particularmente UGT, convocaron con la boca pequeña. A la sociedad dicha reforma sólo le ha servido para que se firmen más contratos precarios, que el desempleo se dispare por la vía del despido y que a los jóvenes sólo les quede una vía de entrada al mercado de trabajo que pasa por aceptar condiciones de semiesclavitud, o emigrar como sus abuelos durante el franquismo.

Mientras la reforma laboral tuvo cierta respuesta sindical, la de las pensiones
se pasteleó con los dos grandes sindicatos, Mucho se nos ha vendido que dicha reforma garantiza la sostenibilidad del sistema de pensiones, pero no solo no se ha planteado dicha sostenibilidad bajo criterios científicos -demográficos, de evolución del mercado laboral y de los sueldos-, sino que desde el Gobierno se ha estado promoviendo de forma descarada el negocio de los planes privados de pensiones, controlados por los mismos que controlan los hedge founds y especulan con las deudas nacionales.



El que paguen más los que más tienen, el impuesto de patrimonio y el aumento de la fiscalidad a los ricos han sido argumentos de quita y pon, hoy denostados, mañana defendidos, que nunca hubo la menor intención de llevar a la práctica, salvo por la recuperación en campaña electoral del impuesto de patrimonio por el mismo gobierno que lo derogó. En cambio no tembló la mano al subir los impuestos indirectos que ricos y pobres pagamos por igual. Un poco de chalaneo con algunos partidos nacionalistas permitió al PSOE subir el IVA hasta el 18% en el tipo medio, dando otro mazazo más a las posibilidades de recuperación económica en donde más duele: el consumo privado.

Ante la alarmante falta de liquidez en las cuentas públicas y la necesidad de contar con unos presupuestos de ingresos, el gobierno Zapatero decidió optar por la vieja fórmula, empleada ya por sus antecesores: las privatizaciones y el malvender el patrimonio público. Hacía falta ser muy estúpidos, y por lo que se ve el equipo económico de Zapatero lo era, para hacerse las previsiones de negocio que se manejaron de la venta de las Loterías del Estado o Aena e incluir el producto de dichas ventas en las previsiones de ingresos. Cuando se dieron de bruces con la realidad de que nadie iba a pagar lo que el gobierno pretendía en la actual coyuntura económica -por no hablar del inmenso error de desprenderse de una fuente de ingresos tan segura como las loterías- tuvieron que envainársela y renunciar a las privatizaciones, dejando un enorme agujero en las cuentas de ingresos del Estado.

Los primeros gobiernos de Zapatero incrementaron como nunca antes se había hecho el salario mínimo interprofesional, pero eso no ha evitado que siga estando muy por debajo de la media de la OCDE, mientras en la primera mitad de la década sufrimos una inflación encubierta galopante por el cambio a la moneda única y pagamos algunas de las tarifas más altas de toda Europa en conceptos como la electricidad, la telefonía o el acceso a Internet, por no hablar de la vivienda.

A los dos últimos gobiernos de Felipe González se los llevó por delante la ciénaga de corrupción que se había instalado en las más altas cimas del poder político. Los de Rodríguez Zapatero han podido vender una imagen de relativa honestidad por contraste con un Partido Popular comido por los gusanos de la corrupción. Sin embargo en los últimos meses tampoco ha faltado en las filas socialistas una buena mano de corruptelas, las más señaladas las protagonizadas por el ministro portavoz José Blanco como visitador de gasolineras y las que enfangan al gobierno andaluz con la cada vez más enredada madeja de falsos Eres, subvenciones y agencias públicas bajo sospecha.

Este segundo mandato de Rodríguez Zapatero marcó otro hito; por primera vez un gobierno democrático decretaba el estado de alarma, que se mantuvo durante más de dos meses tras el plante de los controladores aéreos, una reacción sobreactuada e irresponsable a una crisis cuyos culpables eran una casta laboral privilegiada pero a la que no fueron ajenas la chulería y las provocaciones del ministro José Blanco.

Enemigo de sus amigos
 

 Aquel inofensivo Bambi con cuya imagen era ridiculizado con sus rivales resultó ser un despiadado depredador de sus propios colaboradores. Rodríguez Zapatero ha ido dejando cadáveres por el camino a lo largo de estos casi ocho años. “Zapatero tiene mala conciencia por cómo ha tratado a algunos de los que más le hemos ayudado y la tendrá durante mucho tiempo”, dijo una de sus víctimas, Jordi Sevilla, un hombre clave en su camino hacia la secretaría general del PSOE y a la victoria electoral. A este brillante economista de convicciones socialdemócratas se le negó el Ministerio de Economía al que parecía predestinado, para dárselo a un neoliberal como Solbes. Otro caso fue el de Jesús Caldera, el colaborador más cercano de Zapatero en los primeros tiempos, a quien sí se le dio un ministerio, el de Trabajo, pero acabó arrinconado en la Fundación Ideas, una FAES socialista sin el poder de la FAES, o mejor dicho, sin poder alguno. Alguien demasiado acostumbrado a las traiciones como el ex presidente del Parlamento Europeo Josep Borrell, tuvo que retirarse al mundo universitario cuando Zapatero le negó su apoyo para renovar en el cargo. Fichado para el Ministerio de Sanidad como la estrella de la ciencia española, Bernat Soria fue un ministro kleenex.  Antes de cumplir dos años, fue destituido por una lega en la materia como Trinidad Jiménez, quien antes de perder las primarias de Madrid a su vez dio paso a otra más inútil aún, Leire Pajín.

Los mitos del primer mandato

Casi nadie -dentro de España y fuera del sistema financiero- defiende las decisiones de Zapatero durante su segundo mandato, pero es un pensamiento muy extendido absolverle por los cuatro primeros años, incluso mitificar ese período como un cuatrienio de avances en las libertades y los derechos sociales: Cuatro primeros años con una buena actuación, años posteriores de dudas, o de falta de honestidad, es el balance que muchos hacen. El secretario general de UGT, Cándido Méndez, declaró que la sociedad "no va a olvidar las decisiones tomadas en su última legislatura”. Pero para descubrir que casi todo era fachada  basta despojar de la propaganda y del mito las decisiones del primer mandato, cuando Zapatero debía buscar el sustento parlamentario en las fuerzas minoritarias a su izquierda, antes de que a esas mismas fuerzas (IU, ERC, BNG, CHA...) el apoyo a Zapatero les costara muy caro en las urnas


A la hora de situarse en el espectro político, Zapatero afirmó que "más que un socialdemócrata soy un demócrata social". Para el desde hoy expresidente, "el programa de una izquierda moderna pasa por una economía bien gobernada con superávit de las cuentas públicas, impuestos moderados y un sector público limitado. Todo ello, conjugado con la extensión de los derechos civiles y sociales".

En primer lugar, en ninguno de sus dos mandatos los gobiernos de Zapatero practicaron políticas realmente socialdemócratas. Es cierto que en los primeros años aumentaron significativamente el gasto por habitante en sanidad -un 32%- y el gasto social. Pero eso era casi una obligación en el país de la UE-15 con el gasto público social por habitante más bajo, y cuando estalla la crisis el proceso se revierte para quedarnos casi como estábamos en 2004. Es incompatible con la socialdemocracia una política fiscal cada vez más regresiva y el rechazo rotundo  de sus ministros de Hacienda a otorgarle a los impuestos funciones redistributivas, negativa que ha tenido carácter de dogma. El tipo máximo del IRPF (45%) es uno de los más bajos de la UE. Ya en plena crisis se han seguido recortando impuestos directos, el IRPF y el de sociedades y se siguen  incrementando las subvenciones a las rentas más altas -también vía IRPF, con las desgravaciones por  vivienda, planes de pensiones y seguros privados-. Todo eso unido a una total negligencia en la persecución del gigantesco fraude fiscal español, cercano a los cien mil millones, el español sea uno de los estados donde más ha caído la recaudación y hace aún más indignante la histeria anti-déficit. Permitirse tal lujo en un país en recesión y con cinco millones de parados debería tener cárcel  e incluso una respuesta violenta en las calles.

Los partidos llamados socialdemócratas, que rara vez aplican su programa, inventaron el mito del Estado del Bienestar en plena guerra fría, cuando había que contrarrestar un capitalismo humanizado al -también falso- igualitarismo comunista. El estado del bienestar cayó con el Muro de Berlín, cuando la voracidad de los mercados dejó de tener freno alguno. Por eso hoy en día el continuo recurso a la defensa de un estado del bienestar que nunca existió, y menos en España, es un cuento chino que forma parte de las máscaras y barnices con que se disimulan las políticas neoliberales que practican derechas e izquierdas. “La cuarta pata del Estado del bienestar” fue la rimbombante definición que dieron los gobiernos de Zapatero a la Ley de Dependencia, en teoría, un importante avance en materia de derechos sociales; en la práctica, fuegos de artificio con pólvora mojada por la descoordinación entre administraciones, la desigualdad de su implantación, la lentitud que hace que muchas personas mueran esperando la prestación, el que a las administraciones opten por la ayuda a los cuidadores antes que crear infraestructuras para el cuidado de dependientes, y claro está, por la cicatería de los fondos, que el agravamiento de la crisis ha dejado en nada.



Cuando hereda la falsa prosperidad del crédito fácil, el boom inmobiliario y el sueño del pleno empleo, a Zapatero se le olvida el papel de un partido socialdemócrata en lo económico y opta por el continuismo respecto a las políticas de los gobiernos de Aznar. Estábamos en la cima del mundo y el presidente se permitía fanfarronear: “Mi amigo Berlusconi y mi amigo Sarkozy no quieren ni oír hablar de que les vamos a superar en renta por habitante” o aquel sonrojante “estamos en la champions league de la economía”.

De puertas adentro, Zapatero acabó con la vieja guardia felipista a excepción de Rubalcaba y distribuyó cargos y ministerios con criterios de pedagogía. Ministras en Vogue, forzadas paridades, embarazos militarizados y ministerios florero se vendían como el colmo de lo progresista, lo igualitario y lo moderno.

Tomemos el caso de una de las decisiones que mayor admiración despertó fuera de España, la ley que permite el matrimonio ente personas del mismo sexo. El derecho a que no exista discriminación alguna entre españoles era justificación suficiente, por no hablar de la satisfacción de poner de los nervios a todos los reaccionarios de este país. Pero, fríamente, ¿merece tanta mitificación el impulso a una institución tan caduca como el matrimonio mientras las parejas de hecho, homo y heterosexuales, siguen despojadas de la mayoría de los derechos legales que sí disfrutan quienes pasan por la iglesia o el juzgado?
La persecución de la violencia contra las mujeres se plasmó en otra de las leyes estrella del primer mandato. Idéntico resultado: Moderna y progresista sobre el papel; en la práctica, magros resultados, los crímenes machistas siguen en un nivel insoportable pero, eso sí, ahora los llamamos violencia de género y se han consagrado peligrosos principios de desigualdad en el castigo al delito según quien lo cometa.

El igualitarismo de boquilla se ha llevado a extremos risibles. Así, por ejemplo, no se ha aprobado ni una sola medida para acabar con la brecha salarial entre hombres y mujeres, el resultado concreto de las políticas de igualdad por lo general ha sido cargar a las mujeres con más tareas de las que ya tenían sin que se le meta mano a la conciliación de trabajo y familia en el ámbito de la empresa. Pero ahora se nos llena la boca de compañeros y compañeras, niños y niñas y hasta aquel miembros y miembras que inmortalizó la inefable Bibiana Aído.




La democracia española está construida sobre un pacto de impunidad sobre los crímenes de cuarenta años de guerra y dictadura. Por eso, por mucho que revolviera las tripas a reaccionarios de todo pelaje, la Ley de Memoria Historica aprobada en el primer cuatrienio Zapatero no resolvía gran cosa. No, dado que no derogaba la Ley de Amnistía de 1976 -los argentinos sí abolieron su mezquina Ley de Punto Final-. Cuando un juez pretendió abrir una causa general contra el franquismo, los herederos de aquel régimen lo destruyeron y el gobierno Zapatero no hizo nada por defenderlo. Los cadáveres de las víctimas siguen en las cunetas porque ni siquiera se han arbitrado protocolos y vías de financiación para devolverlos a sus familias. El último episodio que demuestra que todo era fachada es el haber dejado el asunto del Valle de los Caídos en manos del próximo gobierno del PP. Si alguien se ha sentido especialmente decepcionado con la política socialista respecto a la memoria histórica es que ya no recuerda cómo durante tres lustros de gobiernos del PSOE -los de Felipe González-  los nombres de criminales franquistas seguían en las placas de las calles, junto a las lápidas por los caídos por Dios y España y las estatuas ecuestres, porque no tocaba. Entonces era a los socialistas a quienes se escuchaba aquello de no reabrir heridas.

Una obsesión desde el primer momento fue el satisfacer a la industria de contenidos culturales o de entretenimiento con prebendas a costa de la libertad de intercambio. El primer paso fue la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que regula el canon digital, por la que los compradores finales tuiveron que pagar un canon a las entidades de gestión de derechos de autor por los soportes digitales para grabar y reproducir archivos. La Justicia acabó tumbando el canon cuando ya había hecho de oro a la SGAE, una entidad privada a la que el gobierno Zapatero dio trato de autoridad pública. Todos sabemos cómo acabó.
 

Los socialistas se enfrentaron con una parte importante de su base social y electoral con medidas como el canon o los distintos intentos de regular las descargas de contenidos que acabaron en la Ley Sinde. Aunque los papeles de Wikileaks demostraron que Zapatero obró en parte a dictado de la Casa Blanca y los lobbies norteamericanos del entretenimiento, sus denodados esfuerzos por proteger los intereses de los autodenominados creadores fue también un pago al apoyo prestado por una buena parte de la farándula española. Ya en la segunda legislatura de José María Aznar, los artistas del No a la Guerra o los del Hay motivos jugaron un papel decisivo para la victoria del 14 de marzo de 2004. Cuando tocó renovar mandato, los artistas también estaban ahí. En 2008 surgió la Plataforma de Apoyo a Zapatero -los de la ceja-, con un manifiesto de más de dos mil  firmas y la presencia de Miguel Bosé, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Soledad Giménez, Víctor Manuel, Ana Belén, Fran Perea, María Barranco, Jesús Vázquez, Cristina del Valle, Núria Espert, Miguel Ríos, Concha Velasco, Álvaro de Luna y Gervasio Deferr, entre otros. Incluso intelectuales extranjeros se sumaron al apoyo: Daniel Barenboim, Carlos Fuentes y José Saramago. Parte de ese cerrado apoyo también fue lógica reacción a la miserable oposición desempeñada por el PP, sobre todo al intentar convertir en votos los muertos del terrorismo, y los muñidores de las teorías de la conspiración del 11-M durante aquella primera legislatura.

Una cultura paniaguada y dependiente de la fidelidad al poder fue el resultado del toma y daca, y el nombramiento como ministra de Cultura de la presidenta de la Academia del Cine Ángeles González-Sinde fue la señal más clara de que Zapatero no dejaría en la estacada a quienes arquearon la ceja a su favor. Aún así no pudo evitar que cuando llegaron los recortes la cultura fuera una de las primeras damnificadas, lo que, unido a la afición de Zapatero por usar y tirar a quienes le ayudan, hizo que ante las elecciones de 2011, los nombres más destacados en las plataformas de apoyo -ahora a Rubalcaba- fueran Tina Sainz, Alejo Stivel o Fernando Guillén Cuervo.

Otro de los hitos de la primera legislatura fue la innecesaria y extemporánea modificación de los estatutos de autonomía, que además de causar bronca política, tensiones territoriales y aumentar la duplicidad y el derroche entre administraciones, no movilizó en los referendos de aprobación a más de un tercio de los posibles votantes. Una inmensa chapuza por no atreverse a abordar una reforma federalista del Estado.

Siguiendo los dictados de Europa y del llamado Proceso de Bolonia, con los gobiernos socialistas la Universidad española ha avanzado hacia la privatización y la mercantilización de los estudios. Se ha sacrificado universalidad en nombre de la excelencia sin que, de momento, se note una mejora en la calidad y la competitividad siga por los suelos.

¿Quieren más ejemplos de las medias tintas y la falta de contenido real en muchas de las medidas estrellas de aquellos años? Véase la Ley del tabaco que entró en vigor en 2006, un despropósito total, una prueba de falta de valor y compromiso que fue necesario endurecer tres años después ante la falta de resultados de un norma que iba muy por detrás de las aprobadas por otros gobiernos europeos.

Otro mito que se cae por sí solo es el del pacifismo de Rodríguez Zapatero. Comenzó su mandato cumpliendo la promesa del regreso a España de las tropas españolas destinadas en Irak y aquel desplante a la bandera estadounidense, aunque pocos meses después buques españoles participaban en maniobras junto a los ejércitos invasores frente a las costas iraquíes. En el pantano de Afganistán cada mes que pasa estamos más enfangados, con su coste en vidas, pero eso sí, Zapatero, en pos del Nobel de la Paz se inventó aquello de la Alianza de Civilizaciones, para lo que embaucó a otros mandatarios con ganas de proyección internacional como Erdogan. No se le conoce al invento aplicación práctica alguna y España ha mantenido la misma escasa influencia en el mundo árabe y en Oriente Próximo que ya tenía. Tampoco se podía esperar otra cosa con un ministro de Exteriores con la autoridad de Moratinos. Las torpezas del gobierno Zapatero en política exterior se sucedieron: la crisis de Aminatu Haidar, donde quedó bien claro quién marca el paso en las relaciones con Marruecos y la traición del PSOE a la causa saharaui; el secuestro del Alakrana, donde se prefirió pagar una pasta gansa en lugar de pedir responsabilidades a las potencias europeas desde las cuales prestigiosos bufetes de abogados organizan los secuestros y negocian con los rescates; o el hecho de que el único rasgo diferencial con respecto a la política exterior de los socios europeos haya sido el apoyo a los regímenes de Cuba y Venezuela y el ninguneo a la oposición en esos países.
 

También en materia exterior, en lo que se quiso ser más europeista que nadie fue en la aprobación del nuevo Tratado de Roma, una constitución marcadamente neoliberal para la que se convocó un referendum de mala gana en el que servidor no conoce a nadie que fuera a votar.

Otro episodio negro de la política exterior y en este caso también la económica de Zapatero fue el intento de abrir la puerta al oligarca ruso Vagit Alekperov
para hacerse con Repsol. Su firma, Lukoil, obtuvo  silencios, complicidades y medias verdades del gobierno español respecto a una operación que llegó  justo después de que el Gobierno español vetara la entrada de Gazprom, el monopolio ruso de distribución de gas y petróleo. A la opinión el Gobierno español intentó convencerla de que todo era ante una cuestión de mercado, en la que no se podía o no se debía intervenir. Pero detrás estaba el interés de Zapatero, y del Rey, de salvarle el culo a su amigo Luis del Rivero, entonces presidente de Sacyr y máximo accionista de Repsol.

Ganándose el cielo, que la Tierra es del viento 


Quién lo iba a decir, la imagen más rompedora del primer gobierno Zapatero -arrinconada después-, la vicepresidenta Mª Teresa Fernández de la Vega, se convirtió en la mejor interlocutora posible entre el Gobierno y el Vaticano, tanto con el moribundo Woityla como con el sucesor Ratzinger. Aunque con la ampliación de la ley del aborto, los matrimonios gays y la asignatura de Educación para la ciudadanía el integrismo católico identificara a Zapatero con el mismísimo Belcebú, todo se hacía para mantener la tensión. Sabían de sobra que este no era un gobierno de asustacuras sino un generoso anfitrión de visitas papales que jamás ha hecho cosquillas a la Iglesia en su zona más sensible, el dinero. Si acaso, por aquello de la Alianza de Civilizaciones, se abrió la puerta a pagarles un sueldo a profesores de otras religiones. Los gobiernos de Rodríguez Zapatero han mantenido el privilegiadísimo estatus de la Iglesia Católica y han seguido financiándola con cinco mil millones de euros al año, más otros cinco mil para subvencionar las escuelas que controla.
El colmo fue que la Comisión Europea tuviera que exigir a España la aplicación del IVA a la Iglesia Católica.

Tal vez se trataba de ganarse un lugar en los cielos, puesto que el sitio que la Historia reserva a Zapatero y su corte afectada de enanismo intelectual, frivolidad sin límites, sumisión incondicional a los poderes económicos y una insoportable levedad que dejó en pintura de fachada cualquier reforma de enjundia de una sociedad tan necesitada de ellas. Un país que se precipita por el abismo de la realidad ha estado agarrándose durante siete años, ocho meses y cinco días a un líder cuya vocación era contar nubes y cuyo reino no es de este planeta, un planeta Tierra que, según una de las más memorables citas de José Luis Rodríguez Zapatero, “no pertenece a nadie, salvo al viento”.