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sábado, 13 de enero de 2018

El norte indomable



En octubre de 2016 el vendedor ambulante de pescado Mouhcine Fikri, de 31 años, murió en Alhucemas triturado por un camión de la basura cuando intentaba recuperar la mercancía que le había confiscado la policía, pez espada cuya captura está prohibida en esa época del año. Su muerte, que recuerda a la inmolación del vendedor tunecino Mohamed Bouazizi a finales de 2010 que desató la primavera árabe meses después, provocó en Alhucemas cierres de comercios y manifestaciones que se extendieron a otras ciudades como Casablanca, Fez, Tánger, Nador, Marrakech, Uchda, Agadir y Rabat. Pero no estamos ante otra revuelta nacional democratizadora como aquella. Ésta. que más de un año después se mantiene, aun siendo también una demanda de más democracia, nace y se concentra en el Rif, una región con zonas montañosas y zonas verdes del norte de África, con costa en el Mediterráneo, que abarca desde la región de Yebala hasta Kebdana (Nador) en la frontera con Argelia. Se trata de una región tradicionalmente aislada y desfavorecida. Sus habitantes son bereberes, también llamados agmaziges, aunque esta etnia, la más antigua y numerosa del norte de África, muy anterior a las invasiones árabes, se extiende desde el desierto egipcio hasta el Atlántico y en el pasado llegó a Canarias, pues eran agmaziges los habitantes autóctonos de las islas, los desaparecidos guanches. Algunos lingüistas emparentan el idioma bereber con otras lenguas no menos extrañas como el euskera y el turco, aunque no parece muy creíble porque la norteafricana sí es una lengua de origen indoeuropeo, en concreto de la rama camítica. La rebeldía y la protesta son actitudes y comportamientos naturales en esta tierra, por eso da tanto miedo en Rabat y cuando el Rif se levanta tiembla el trono de Marruecos. Hablaré de esta revuelta rifeña del siglo XXI  cuyas raíces no están en la muerte de un vendedor ambulante hace quince meses, sino en el agravio, el abandono y la represión que viene sufriendo esta región desde al menos el siglo XIX, por no remontarnos más atrás pues esto no es un ensayo histórico.

En las manifestaciones de Alhucemas y otras ciudades rifeñas no suele verse una sola bandera de Marruecos. Sin embargo, abundan los símbolos amaziges. También aparecen, aunque mucho menos, los emblemas de la República del Rif (1921-1926), fundada por Muhammad Ibn 'Abd el-Karim El-Khattabi (Abdelkrim) tras aplastar a los colonialistas españoles en Annual. Viendo esas banderas, podría pensarse que los manifestantes aspiran a la autodeterminación o a la separación respecto al reino de Marruecos pero, de hecho, la palabra separatista es considerada un insulto por los rifeños. Identidad, tierra y lengua son las tres columnas sobre las que se asienta el orgullo bereber y según Nasser Zafzafi, el desempleado devenido activista que, casi involuntariamente, lidera este movimiento de indignados (lo que le ha costado convertirse en preso político), sus reivindicaciones no deberían hacer temblar al Estado marroquí: son sociales, económicas y culturales, porque se trata de decir basta a “una política de marginación, discriminación y vulneración sistemática de los derechos humanos” del Estado respecto al Rif 

Abdelkrim fue una estrella internacional
en la prensa de su época
Lo que históricamente ha alimentado la rebeldía rifeña es el sentimiento de humillación de los más débiles ante las tropelías del Estado, lo que en el árabe dialectal marroquí se conoce como la hogra, un concepto que, por miedo al contagio, aterroriza a los medios españoles bienpensantes. Vale que hay zonas de Marruecos más pobres y con menos inversión de fuera que el Rif pero “allá ellos sí quieren seguir siendo sumisos y vivir en la Edad Media”, dicen representantes destacados de estas protestas. Probablemente lo que explica tanta ira acumulada está en la historia del Rif: Entre 1921 y 1927 el Ejército español empleó en el Rif gases asfixiantes prohibidos, entre ellos el gas mostaza. Casi un siglo después, la mayor parte de  enfermos de cáncer atendidos hoy en día en el hospital de oncología de Rabat proceden de la misma zona bombardeada por la aviación española. Precisamente la construcción de un hospital oncológico en el norte del país es una de las peticiones de los indignados.

Cada vez que se trata de aplacar los disturbios rifeños, los españoles, franceses o los marroquíes lo han hecho a través de guerras sucias y de una represión brutal. En 1958, tras la independencia de Marruecos, las provincias del Rif se sublevaron contra el monarca Mohamed V. El entonces príncipe Mulay Hassan, padre del actual rey, se encontraba al mando de las fuerzas armadas y desde un helicóptero dirigió la represión en la que Hassan usó napalm. Los muertos se calculan en ocho mil. Convertido ya en rey, Hassan II volvió a aplastar otra rebelión rifeña en 1984. Se trataba de las revueltas del pan, que habían comenzado tres años antes, movilizaciones y huelgas contra la escasez y la carestía de los productos básicos (a la crisis económica internacional se había unido un elevado gasto militar del Estado, sufragado mediante la presión fiscal y los recortes, para hacer frente a la guerra del Sáhara). La respuesta del régimen marroquí fue utilizar del aparato policial y judicial para perseguir y acabar con toda amenaza que pudiera venir de la oposición política. Para ello no se dudó en emplear contra la población civil artillería, tanques, helicópteros y ametralladoras, todo valía para sofocar las manifestaciones. Uno de los protagonistas de aquellas revueltas dice de las de ahora “Nosotros le plantamos cara a Hassan II en los años ochenta. Pero no conseguimos nada. Estos chicos del Hirak (Movimiento), sin embargo, son más inteligentes que nosotros porque piden cosas concretas que llegan al pueblo: un hospital, una universidad. Nosotros andábamos perdidos con causas internacionales y también en discusiones teóricas como la Guerra Fría, la teoría del socialismo o cómo tenía que ser la relación entre los sindicatos y los partidos. Pedíamos también la independencia de Palestina, pero estos chavales reclaman soluciones a los problemas del día a día”.

Hassan II nunca visitó el Rif y condenó a la región a la pobreza más profunda. La única salida fue la producción de hachís y la emigración. En 1999 llegó al trono su hijo, Mohamed VI, y decidió emprender su primer viaje oficial a Alhucemas, pero durante su época como príncipe heredero en el norte sólo era visto montado en motos de agua en las exclusivas playas de Kabila.

Noches de Alhucemas
De nada ha servido prohibir las manifestaciones y encarcelar incluso a los periodistas que las cubren; los rifeños no han parado de salir a la calle, pero la mayor crisis del reinado de Mohamed V ha acercado más a los gobiernos español y marroquí: el CNI están ayudando al gobierno que preside Saadeddine Othmani a identificar los apoyos que los rebeldes reciben desde España. El Rif siempre ha sido un quebradero de cabeza para ambos reinos ¿por qué creen que cuando Marruecos dice reclamar Ceuta y Melilla lo hace con la boca pequeña? Ambas ciudades históricamente ocupadas por Españas y en concreto el comercio y el contrabando con ellas son válvulas de escape imprescindibles para que no estalle la olla a presión rifeña, En cambio la monarquía alauita no tolera que se dude de la marroquinidad del Sáhara Occidental: aunque el nacionalismo liderado por el Frente Polisario tiene una imagen más cool y atrae a famosos y familias españolas solidarias con sus niños, es débil, carece de aliados potentes y está desperdigado. El Rif es una roca.

Desde que Mohamed V visitaba la Alhambra y departía amigablemente con el general Franco hasta que los borbones y los alauíes se tratan cariñossamente de primos, la derecha española y su prensa han exaltado una amistad, a veces inventada y siempre interesada entre los dos reinos separados por el Estrecho con la que no han podido ni la guerra de Ifni ni la marcha Verde ni la guerrita de Perejil. Por eso sus cabeceras tratan de desprestigiar y difamar las protestas rifeñas atribuyéndole una violencia que nunca han ejercido, pero, por mucho que les duela, el Hirak sigue vivo e incluso podría extenderse al resto de un país cuyo rey  y cuyo gobierno no puede seguir ni un minuto más sin mirar a su indomable norte.




jueves, 24 de marzo de 2011

Las lecciones de Libia

Pocos casos como el de la revuelta libia, la guerra civil y la intervención contra Gadafi sacan a la luz tanta porquería, tanta miseria, tantos intereses bastardos entrelazados. La política mundial y las relaciones internacionales son -¿Ya habéis olvidado Wikileaks?- un gran pozo negro, un cieno pestilente en el que casi nada y nadie - aquí no cabe el 'casi'- está limpio. Libia, el régimen de Gadafi, sus enemigos de anteayer, cómplices ayer y hoy de nuevo antagonistas, el saqueo y los negocios de las materias primas y las armas son sólo grumos en el detrito de tamaño cósmico que la raza humana deyecciona en su inexorable camino hacia la extinción. Dicho esto es cierto también que las ansias de libertad y la lucha por conseguirla son, como las creaciones artísticas y de la imaginación, las ilusiones a las que la especie se aferra para justificar su paso por el planeta, y sirvan o no -va a ser que no- para salvarnos de nuestro patético destino es a ellas a las que debemos aferrarnos si queremos levantarnos cuando mañana amanezca. El hecho de que al mal no se le pueda combatir con el bien porque éste último ni está ni se le vislumbra en el horizonte no quiere decir que renunciemos a darle -o ayudar a darle- al malvado patadas en la boca hasta saltarle los dientes. Me van a perdonar por no ser pacifista, por pensar que si pones la otra mejilla sólo consigues dos manos marcadas en la cara, por creer que, aunque sea acudiendo a otros miserables, si borramos a un miserable de la faz de la tierra algo habremos ganado.

Como todo es tan confuso, como hay tanto ruido y todos hablan y opinan tanto, me ha costado ponerme a escribir sobre lo que está ocurriendo en Libia salvo por algún tuiteo y para denunciar algunos silencios al principio de esta crisis. Como a los reaccionarios me los veo venir, me molestan más quienes desde la buena fe alimentan prejuicios, quienes prefieren que no se haga nada si quienes van a hacerlo están de mierda hasta los ojos -como si alguien no lo estuviera-. Esos provocan lo que alguien llamó -no recuerdo si se lo leí a Rosa Mª Artal- 'los daños colaterales de la demagogia' Creo que lo visto y oído permite extraer algunas lecciones; lo de sacar conclusiones es harina de otro costal.

Lecciones de periodismo

Desde que tunecinos primero y egipcios después decidieron tomar las riendas de su futuro, cuando intento no sólo enterarme sino además comprender lo que está sucediendo, sólo hay una fuente de la que no puedo prescindir y esa es Al Jazeera en inglés. La prevalencia de la información sobre el sesgo ideológico -que lo tiene, pues el medio inmaculado no existe, fue revelador su silencio respecto a las revelaciones de Wikileaks sobre dirigentes de Catar y otros países del Golfo- se equilibra de forma exquisita con el compromiso inequívoco de la cadena catarí con las revueltas democráticas en los países de su ámbito. Por algo los periodistas de Al Jazeera son los primeros en ser perseguidos por las dictaduras y sus emisiones cortadas antes que las de, pongamos por caso, la CNN. En el otro extremo, lo que desde luego no se me ocurre es informarme a través de Telesur, la cadena panamericana que promueve el teniente coronel Hugo Chávez, aquel que regaló a Muamar Gadafi la espada de Simón Bolívar en premio por su compromiso revolucionario. Ni Telesur ni Gramma Digital, las dos fuentes más repetidas en cuanto se tira del hilo de los tuiteros, blogueros y representantes políticos más hostiles frente a la intervención internacional en Libia, son un ejemplo de credibilidad en este momento histórico. Tampoco la neutralidad ha sido nunca una de sus aspiraciones prioritarias; en eso no
engañan ni pretenden engañar a nadie.

Conviene recordar, para vergüenza de estos medios, cuál fue su primera interpretación sobre lo que ocurría en Túnez, Egipto o Bahrein en los primeros días de las revueltas. Eran 'revoluciones de colores' auspiciadas por la CIA, que buscaban crear regímenes afines a Occidente, cuando era precisamente Occidente y los intereseses de sus empresas y gobiernos el mejor sostén de los dictadores contra quienes se levantan los pueblos árabes. En Occidente hubo miedo, no apoyo, a las revueltas: En España y casi toda Europa los medios conservadores estuvieron aireando el supuesto peligro islamista intentando enfriar las simpatías hacia las revoluciones. La posición de Al Jazeera no ha variado en todo este tiempo. Sus periodistas han seguido sobre el terreno los levantamientos y han prestado un gran servicio a los manifestantes y fuerzas democráticas. La identificación ha sido total en el caso de los rebeldes libios que buscan derrocar a Gadafi y ahí es donde el posicionamiento de Al Jazeera ha sido más arriesgado -junto a su reciente negativa a retransmitir discursos de determinados dirigentes de Hezbolá-. La cadena se la juega al no ponerse en contra de los ataques aliados a las fuerzas de Gadafi, ataques que los alzados en armas contra el régimen ven con alivio -les va la vida en ello- y no como una intolerable intromisión imperialista. A quienes ven en ello una claudicación hay que recordarles que Al Jazeera es tan crítica hoy como ayer tanto con la invasión ilegal de Irak como con la amparada por Naciones Unidas pero igualmente nefasta de Afganistán. No se le pueden dar muchas lecciones de coherencia y menos desde medios de comunicación ligados a regímenes como el de Chávez o de Raúl Castro que guardan no pocas similitudes con los que el pueblo árabe hace tambalearse. ¿Miedo al contagio?
Gaspar Llamazares

Lecciones de la calle

En las calles españolas ha reaparecido una pancarta, la del "No a la guerra"; desde el palco de invitados del Congreso se escucha de nuevo el mismo grito. Es, desde luego, una pálida sombra del clamor que llenó las calles hace ocho años, tras la foto de Las Azores. Es cierto que en esta ocasión Izquierda Unida es prácticamente la única fuerza organizada que se opone abiertamente a la intervención aliada en Libia y lo es también que hoy los españoles no se movilizan ni cuando les quitan sus sueldos, sus derechos y su futuro. Por tanto no es raro que sean pocos. Y aún así son demasiados si tenemos en cuenta que quienes en los propios países árabes se manifiestan en contra de los ataques son... Nadie.
No hay apenas artículos en la prensa árabe abiertamente críticos con la intervención, si acaso se recogen los reparos sobrevenidos de la Liga Árabe. Las calles de las ciudades árabes, que estallan en llamas por una simple caricatura sospechosa de sacrilegio, que se levantan contra las agresiones israelíes o por las revelaciones de Wikileaks sobre los abusos de las fuerzas estadounidenses en Bagdad o Kabul; esas mismas calles están ahora vacías salvo, claro está, que sean las calles donde se producen las revueltas ¿Cómo es posible que salgamos a protestar aquí por aquello contra lo que los propios afectados no protestan?¿Nuestro pacifismo nos vuelve más papistas que el Papa?
 
Cualquier ambivalencia acerca de ese régimen se fue, se fue, se fue. Es brutal, corrupto, engañoso, demencial. (Helena Sheeham, activista irlandesa de extrema izquierda invitada por Gadafi a la que la rebelión sorpendió en Trípoli)

Lecciones de la Historia

Ya se ha escrito mucho sobre las similitudes y diferencias entre el caso libio y otros acontecimientos históricos en los que se ha debatido sobre la conveniencia de la intervención extranjera en conflictos locales. La comparación con Irak es en el caso de la izquierda tan solo una torpe excusa, tan irresponsable como ignorante, para desempolvar consignas que hace años les -nos- dieron visibilidad en las calles. Hay una excepción, la de quienes comparan Libia no con el Irak de 2003 sino el de 1991 -la excusa era liberar un territorio de un tirano chiflado, hubo amplio apoyo
internacional y hasta se habló de llevar la democracia a Kuwait-; es cierto que ahora se podrían cometer los mismos errores, que no se puede prever en qué y cuando acabará la intervención, pero también lo es que entonces en 'nuestro bando' sólo estaban unos príncipes podridos de millones, no un pueblo exigiendo ser libre. En cuanto a la derecha la comparación con Irak 2003 es una forma de intentar justificar miserias del pasado proclamando que España también va a la guerra con el pacifista Zapatero. No merece más líneas.

Se ha hablado mucho de Ruanda, y del sitio de Sarajevo, como ejemplos de los efectos de que el mundo se quede de brazos cruzados ante una masacre programada. No podemos saber qué habría ocurrido de permitirle a Gadafi aplastar la rebelión; todavía está por ver que no lo haga. Pero cuando avanzaba hacia Bengasi su hijo advertía de que se iba a registrar la ciudad casa por casa, lo cual permite hacerse una idea bastante aproximada de lo que esperaba a los rebeldes.

Otro momento histórico cuya equiparación con Libia se ha debatido respecto a la oportunidad -o legitimidad- de la intervención extranjera en conflictos locales es la Guerra Civil Española y las consecuencias del no intervencionismo de las potencias democráticas europeas en la victoria final de la rebelión militar. A quienes se empeñan en negar las similitudes, las palabras de Gadafi vaticinando que su entrada en Bengasi sería como la de Franco en Madrid deberían bastarle para convencerles, aunque entre 1936 y 1939 el papel de rebeldes y leales fuera justo el contrario. Pero el parecido entre ambas situaciones no se queda ahí. Del mismo modo que ya hay una intervención extranjera del lado del régimen -miles de mercenarios subsaharianos, el inmenso arsenal vendido al ejército del coronel por las potencias que hoy le atacan...-, entonces Inglaterra , Francia y los Estados Unidos se cuidaban muy mucho de poner las manos sobre España -con la honrosa excepción de las Brigadas Internacionales- y el bando democrático sólo contó con el apoyo armamentístico que Stalin les vendió en condiciones muy ventajosas para la industria soviética, y mientras, la Legión Condor sobrevolaba impunemente la Península, barcos alemanes bombardeaban Alicante o Almería y el Corpo Truppe Volontarie de Musolini metió nada
menos que a 140.000 soldados italianos en nuestro país. Con mucha menos gente ya es invasión. Luego, tal vez una intervención extranjera del bando de los rebeldes libios sea simplemente una cuestión de equilibrar la balanza de la internacionalización del conflicto que ya se daba con anterioridad.

Tenemos otro ejemplo aún más evidente, pero menos comentado, en la Segunda Guerra Mundial. El no intervencionismo estadounidense -muy arraigado en la opinión pública norteamericana- estuvo a punto de dar la victoria a Hitler. Incluso después de que los japoneses hubieron atacado territorio de los EE.UU. en Pearl Harbor, el Departamento de Defensa tuvo que recurrir a una intensísima propaganda -la magnífica serie de documentales Por qué luchamos dirigida por Frank Capra es un ejemplo- para convencer a su país de que había que entrar en guerra contra el Eje. Antes, ya que hablamos de taparnos la nariz cuando nuestros aliados apestan, el miserable Stalin se había repartido Polonia con Hitler en su vergonzoso Pacto de no agresión, lo que no fue obstáculo para que, una vez que Alemania invadió la URSS, los aliados occidentales aceptaran a los soviéticos como amigos de conveniencia, conscientes de que el pueblo y el ejército rusos eran imprescindibles para derrotar a los nazis. Estoy seguro de que los rebeldes que han estado a punto de perder la guerra contra Gadafi tampoco tienen demasiados remilgos ni se preguntan ahora por el pasado de quienes les ayudan.



El no intervencionismo, por último, nunca ha sido una doctrina pacifista. La utopía pacifista -además de una quimera- es necesariamente universal y exige que una parte de la Humanidad acuda siempre en socorro de otra cuando ésta sufre opresión. Ya sé que en la práctica sólo se suele acudir a ayudar a los opresores o a sustituirlos por otros, pero como principio esa universalidad hace que lo menos pacifista del mundo sea el ahí te las apañes solo.

Lecciones de hipocresía

El meollo de la cuestión. Como alguien señalaba con acierto en Twitter, la llamada 'Operación Amanecer de la Odisea' -ni Bunbury hubiera igualado tamaña grandilocuencia- debía haberse llamado 'Operación Amiguito del Alma'. El algodón no engaña y la prueba está en miles de fotos, es tan reciente que dan arcadas sólo de pensarlo: Gadafi en El Pardo, Gadafi financia la campaña electoral de Sarkozy, Gadafi vende petróleo y gas, Gadafi compra armas, Gadafi y sus hijos invierten el dinero robado a los libios en la Costa del Sol, Gadafi ya no es un malvado terrorista sino un freno a Al Qaeda... Es todo tan repugnante y están tan manchados de mierda Sarkozy, Cameron, Blair, Zapatero, Berlusconi, Clinton y una interminable lista de empresarios... Pero todo eso que hace que miremos con total desconfianza y asco a los promotores de la intervención no sirve para descalificarla. No, queridos demagogos, no es por petróleo, porque el petróleo ya lo tenían con Gadafi y el futuro es impredecible -Se nos olvidan los aviones llenos de trabajadores de petroleras europeas en los primeros días de la rebelión saliendo de Libia, donde vivían tan ricamente. No, queridos demagogos; no se puede decir No a la guerra ahora, cuando la guerra empezó hace un mes y la empezó
Gadafi. Hay que ser casi tan hipócritas como los examiguitos de Gadafi para en una misma pancarta llevar los lemas "Con las revueltas de los pueblos árabes" y "No a las intervenciones". Porque corréis el riesgo de que se os pregunte "Y entonces qué harías tú" ante lo que la única respuesta no balbuceante que he leído ha sido "Yo no tengo la varita mágica para resolver la situación". Queridos amigos pacifistas, os parecéis mucho más de lo que pensáis a la llamada "comunidad internacional"; nunca estáis cuando se os necesita.

Sí, es cierto, hay cientos de resoluciones de la ONU sin cumplir -Israel tiene el record-, y guerras de todo tipo de las que nadie se acuerda. Da hasta risa pensar que los mismos EE.UU. que no reconocen al Tribunal Penal Internacional puedan entregar a Gadafi a ese mismo Tribunal. Si aquí interviene Occidente -tarde, muy tarde, que no se nos olvide- no es, evidentemente, por motivos humanitarios. Una guerra larga o una rebelión derrotada pero con rescoldos activos puede poner en peligro el flujo de petróleo y gas; están las necesidades de índole electoral, sobre todo para Sarkozy, y está el ejemplo de Egipto y Túnez, revoluciones que comenzaron sin Occidente y asustando a Occidente, pero que se encauzan hacia inofensivas transiciones a la española; una vez más el gatopardiano "Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi". Son intereses bastardos, como siempre y al servicio de los de siempre. Pero ¿Yqué pasa con los afectados? ¿Estarán los libios mejor o peor sin Gadafi? ¿Acaso no han salido ganando egipcios y tunecinos echando a Mubarak y
Ben Alí? Y sobre todo está la lección para el resto de los tiranos árabes: Mubarak y Ben Ali se equivocaron no aplastando a sangre y fuego las rebeliones, pensarán si Gadafi se sale con la suya. Desde el momento en que han comenzado los ataques sobre Libia, en Yemen los militares empiezan a rebelarse contra el dictador y a proteger a los manifestantes. En Siria, hasta ahora inmune a las revueltas, ya se dan los primeros movimientos contra la dinastía baazista.

No es la legitimidad de atacar al régimen de Gadafi lo que hay que discutir, sino la necesidad de ir más allá de la llamada exclusión aérea. Como no soy pacifista creo que Gadafi merece tener el mismo fin que aquellos tiranos a los que derroca el pueblo, el mismo que Ceaucescu o Musolini. Pero eso, como todo respecto a su futuro, son los libios quienes tiene que decidirlo, o deberían serlo. Si Gadafi gana la guerra nada podrán decidir, si la pierde mediante una intervención extranjera, no está claro que se les deje decidir, pero es seguro que peor no van a estar. Mejor, probablemente.

lunes, 21 de febrero de 2011

Queridos camaradas

Silencio. Van doscientos treinta muertos en Libia y la familia Gadafi amenaza con más represión aún, pero en Twitter, en Facebook, en los comentarios de las noticias que hablan de la masacre hay silencio. El clamor cibernético de cuando la calle ardía en El Cairo o en Túnez ahora se torna en mirar hacia otro lado. ¿Se ha cansado la Red de las revoluciones árabes? ¿Estamos preparados solo para celebrar las historias incruentas y con final feliz, y una revuelta sangrienta como la que está ocurriendo en Trípoli y Bengasi nos hace apartar la vista incómodos? ¿No será acaso que no nos gusta que a las revoluciones se las conteste con revoluciones? Puede que esa sea la clave: Un doble rasero de quienes sólo entienden la historia desde postulados maniqueos y para quienes, pese a todo, señores como Muamar al Gadafi entran aún en la categoría de quienes hay que reivindicar porque históricamente se han opuesto al imperialismo estadounidense. Importa menos que se trate de otro militar golpista, otro tirano que ha machacado sin piedad cualquier amago de oposición, otro corrupto cuya familia ha vaciado las arcas de su país, igual que -con matices- Mubarak, Ben Ali, Bouteflika o Mohammed VI. No tienen el glamour de los internautas de la Plaza Tahrir quienes contra este tirano y su familia de ladrones se dejan la vida acribillados por las ametralladoras y los morteros de los sicarios del régimen y por unos militares menos complacientes que los egipcios ¿Es por eso que casi todos callan?
Es curioso lo de Gadafi. Su imagen de reyezuelo medieval pasado por el botox y la cirugía, a diferencia de Mubarak, no provoca rechazo entre internautas, izquierdistas de salón y medios de comunicación altermundistas -algunos de los cuales, los muy zoquetes, siguen con la cantinela de que estas son revueltas orquestadas por la CIA-; y como ocurrió con Mubarak y Ben Ali antes de que su derrocamiento fuera un hecho consumado, él también ha contado en los últimos años -cuando cambió petróleo y gas por perdón- con la complicidad de los gobiernos occidentales.
Pascual Serrano hablaba de la conversión del régimen libio de paria a amigo citando los elogios del Wall Street Journal: "El coronel Muamar al Gadafi está al frente de una vasta reforma económica en su país reduciendo considerablemente la burocracia estatal, privatizando activos". Qué suerte la de Gadafi, querido por el sistema, tolerado y hasta aplaudido por los antisistema.

Telesur, la televisón panamericana promovida por Hugo Chávez -un modelo de credibilidad según el propio Pascual Serrano, que fue destacado asesor en ella- hablaba este domingo de las revueltas árabes y lo hacía con muy distinto rasero según de cuál se trate: En Libia son "manifestaciones a favor y en contra del régimen", en Bahrein "fuerte represión". Ya a la hora de escribir esto han cambiado los titulares y hacen referencia a los centenares de muertos pero queda una velada crítica a los manifestantes, unos vándalos que "incendiaron varias sedes locales de los comités revolucionarios, así como también unos siete vehículos policiales y han quemado neumáticos en diversos puntos de la ciudad, incluyendo en el aeropuerto de Bengasi, que se vio obligado a cerrar después de que un grupo de protestantes entrase a las instalaciones". Telesur habla de "choques violentos" como si hubiera equilibrio de fuerzas, no habla de represión por parte del dictador a quien Hugo Chávez regaló la espada de Bolívar.
Es cierto que como tanto ha denunciado Pascual Serrano hay una trama de intereses políticos, económicos y mediáticos que sesgan sitemáticamente cualquier información relativa a los regímenes de Cuba, Venezuela o Bolivia, otorgando a las informaciones un espacio muy superior a la relevancia real de esos pequeños países, propagando tópicos -el empeño en llamar dictador a un Hugo Chávez que, guste o no, ha ganado limpiamente todas las elecciones a las que se ha presentado- y amplificando las informaciones que hablaban de censuras y recorte de derechos muy parecidas a las que gobiernos democráticos europeos y amigos de estos realizan sin pudor sin que hatya más que unos cuantos Anonymous o Wikileaks dispuestos a leerles la cartilla. Y también es cierto que desde gran parte la izquierda se niega, se justifica o se silencia el pisoteo a los derechos cívicos, la tentación totalitaria, la retórica y la conducta cuartelera que se impone en esos mismos países, sus alianzas con regímenes tan impresentables como el de Muamar al Gadafi o el de Mahmud Ahmaninejad. El argumento es tan simple como que si eres enemigo de los Estados Unidos eres mi amigo.

La amenaza amarilla

La cita anterior de Wall Street Journal sirve para definir el compadreo de décadas entre las democracias occidentales y los tiranos de todo color que sirven sus intereses geoestratégicos o cuya pujanza es una amenaza que conviene tener de tu lado. El mito de la amenaza amarilla que simbolizaban las viejas películas de Fu Manchú -cuando lo oriental se vuelve tecnológicamente superior y, por tanto amenazador- ha sido convenientemente acallado cuando una potencia oriental, China naturalmente, se torna en inagotable fuente de negocios y más aún si, como está sucediendo desde el comienzo de la actual crisis económica, sus dirigentes se están convirtiendo en los dueños de nuestros bancos y empresas empleando la especulación más salvaje, convertidos en los temidos inversores buitre. Vemos como el Partido Comunista Chino se ha convertido en el mayor broker mundial, y no parece preocuparnos que si logran manejar resortes clave del poder económico mundial suyo será también el poder político. Tampoco Facebook ni Twitter se paran en la represión feroz con la que el régimen chino ha recibido un tímido amago de protesta en apoyo de la revolución egipcia. De nuevo echo mano de Pascual Serrano para retratar la complicidad de parte de la izquierda española y europea con un régimen que, dejémonos de bobadas, hoy representa lo peor del comunismo: burocracia, represión, delación, tortura y muerte; y lo peor del capitalismo: desigualdad, especulación, demolición de los sitemas públicos de educación y sanidad, insostenibilidad ambiental... Dice Serrano lo contrario, que "China está introduciendo cambios que, por profundos que parezcan, no modifican sustancialmente el caracter socialista del sistema" -pues sí que está irreconocible ese socialismo, casi como el español-; y se queja de un doble rasero que busca crear alarma sobre el poderío económico chino. Motivos para la alarma debe haber teniendo en cuenta lo que los medios occidentales jamás denuncian de China; como el propio Serrano reconoce, en este caso acertadamente, aquí no se habla de "la explotación acrecentada de los trabajadores, los despidos masivos, la disminución de los salarios, la privatización de empresas públicas, el deficiente gasto del Estado en sanidad, educación o seguridad social o su productividad desenfrenada irrespetuosa con la naturaleza y la salud. Quizás porque los beneficiarios de esas condiciones son los consumidores occidentales que logran acceder a productos made in China a precios reducidos". Prueba de esto es el baboso y complaciente reportaje que el Informe Semanal de TVE dedicó este sábado a la inversión china en España acorde con la cálida acogida al viceprimer ministro de China, Li Keqiang, cuando recientemente llegó a España cargado de yuanes para invertir. Parece que no queremos darnos cuenta de que la expansión de China, que ignora toda responsabilidad ética en el desarrollo, conlleva la universalización de esa falta de valores y de esas condiciones de explotación. Otro caso más de régimen insostenible que por motivos diferentes provoca complicidades en el sistema y en muchos de quienes reniegan del sistema. Son viejos camaradas y muchos aún piensan que les debemos un respeto.

sábado, 29 de enero de 2011

Pedir lo imposible


El escepticismo, arma esencial frente a supercherías y mitos, tiene doble filo. Hay un escepticismo eurocéntrico y reaccionario, con el que observamos cómo los pueblos del Norte de África toman las riendas y mandan al infierno a sus gobernantes. Si alguien comenta la importancia de la Red en las revueltas de Túnez, Egipto y las que vendrán, otro apunta con suficiencia que nueve de cada diez hogares egipcios no tiene Internet. Lo cual es cierto, como lo es que toda revolución, motín o algarada que haya transformado la historia o lo haya intentado estuvo protagonizada por élites, nos guste o no, aunque la mecha la enciendan los desarrapados. Quienes tienen acceso a la formación y a la información y desarrollan capacidad crítica están en la vanguardia, mientras las mayorías se refugian temerosas en sus casas a verlas venir. Importa, sin embargo, que medio millón de habitantes de Alejandría tome las calles y asuma el control, no lo que hacen los otros tres millones.


Al escepticismo y la cobardía se suma la ignorancia de pensar que para los árabes no hay otra alternativa a la tiranía que la religión, quedémonos con la cleptocracia no sea que venga el islamismo, como si sólo los europeos, maestros del fracaso, supiéramos hacer revoluciones. En esa apelación a la estabilidad, en el vértigo por el poder del pueblo descontrolado y en las calles va nuestro conformismo con el mismo régimen de ladrones que compartimos a ambas orillas del Mediterráneo, nuestro sometimiento a la red de intereses comunes que sostiene tanto a sus tiranos como a nuestros líderes electos.


Así se retratan esos sindicatos dóciles y carentes de ambición que han firmado el pacto social –palabras malsonantes en otros tiempos-. Han jugado a perder, se han dejado robar la cartera ignorando que el maximalismo ha de ser la estrategia de quien quiere conseguir algo, como bien saben quienes han aprovechado la crisis para atracarnos, los bancos, los inversores, el Gobierno... Cualquiera versado en el arte del regateo sabe que hay que ir a por todas para obtener algo, o al menos no perder. Para reformar el sistema hay que tener en el horizonte su destrucción. Debimos haber planteado la crisis en términos bélicos, de conquista: Ir a por las 35 horas obligatorias, la erradicación de los contratos temporales o el adelanto, y no el retraso, de la edad de jubilación. Fue al revés y miren lo que tenemos.

No sé ni pretendo saber en qué acabarán las revueltas de los árabes. Las revoluciones no necesitan futurólogos; se improvisan, no se planifican. Pero admiro que tras echar a un presidente vayan a por el resto del régimen, y después a por más. A por todas sin amilanarse, que algo quedará; gran lección para nuestros izquierdistas de salón. Del baúl de consignas tan bellas como vacías que nos dejó el sesenta y ocho la única con plena vigencia es la que nos enseña que ser realistas es pedir lo imposible.

P.S.: Alucino por completo con la soberana gilipollez que publica algún medio bolivariano con membrete del gobierno Chavez: Resulta que según el Ministerio del Poder Popular para la Información y la Comunicación -Orwell hubiera gastado menos saliva-, detrás de las revueltas árabes está la CIA. Pobres necios.