
A los dieciocho años James Victor Chesnutt se partíó el cuello en un accidente de tráfico. Su cuerpecillo esquelético y desvencijado se pelea desde entonces –tiene cuarenta y cuatro- por estar algo más cómodo en su silla de ruedas. Se había criado en Zebulon, un pueblo de Georgia, con su familia adoptiva, unos cristianos renacidos. Su discapacidad no le impidió sumergirse de lleno en la escena underground de Athens. Fue a conciertos, bebió como un cosaco –su espléndido álbum Drunk de 1993 fue grabado durante una gran borrachera, o eso cuenta la leyenda- y conoció a quien durante algunos años sería su ángel de la guardia, Michael Stipe, productor de sus primeros discos y sabedor de que estaba ante uno de los más grandes cantautores norteamericanos, de la estatura artística de Johnnie Cash o Tom Waits. Ese apoyo, y el de otros artistas conocidos admiradores de su talento –hasta Madonna le versionea en su disco de tributo- y algún momento en que pareció acariciar la gloria no le han librado de un peregrinar entre discográficas y de un conocimiento minoritario. Tal vez por eso fueron tan pocos en Málaga, unos pocos más en Granada, con los que hace unos días compartí uno de los conciertos de mi vida. Chesnutt formaba parte de la exquisita oferta que Green Ufo y la Consejería de Cultura prepararon para su ciclo anual de pop en los teatros de la Junta, el Central, el Cánovas y el Alhambra. A Vic le telonearon The Cannery, americana de lo más ortodoxa y pulcra, y en los otros dos conciertos estuvieron unos brillantísimos Vetiver, Two Gallants, arrebatadores, Puerto Muerto, una agradable sorpresa para mí este dúo, y los marcianos Akron/Family.
Fue abrirse el telón con todos los músicos dispuestos en semicírculo y Chesnutt en su silla en uno de los extremos comenzó a cantar y rasguear dificultosamente la guitarra. Estuvo claro que la mayoría del público no sabía lo que le esperaba y su sorpresa fue mayúscula. Nos sobrecogió a todos, y aunque la mayoría no conocía sus letras vitriólicas, daba igual; el propio Chesnutt lo deja claro: "No soy un contador de historias, yo transmito emociones". Sólo me faltó la impresionante You are not alone de su último álbum –aunque sí estuvieron las sobrecogedoras Wallace Stevens y Debriefing- para haber redondeado una hora –escasa- perfecta. Era como un director de orquesta que pese a las dificultades para coger la batuta con un gesto o unas palabras que eran recibidos con auténtica devoción daba órdenes a sus músicos sobre cómo interpretar cada tema.

Escucha su último disco, North Star Deserter.
1 comentario:
me ha gustado mucho este post, yo solo le he visto con la undertow orchestra, fueron solo 2 canciones pero no importa, es un recuerdo imborrable. es cierto lo de la voz, es lo que más me llamó la atención, no te lo esperas cuando empieza a cantar... por suerte podré volver a verle en septiembre, esta vez ya si un concierto íntegro y con banda
Saludos.
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