Debo ser el único para quien la peor de las consecuencias del estado de excepción implantado por los camioneros es el holocausto avícola, la muerte por inanición o asfixia de cientos de miles de pollos en las granjas. Si una fiebre hubiera causado la mortandad el pánico se habría desatado, pero somos indiferentes a las condiciones en que viven y mueren las especies a las que reducimos a la categoría de carne, y todo el mundo sabe que un pollo es una cosa pinchada en un hierro dando vueltas mientras se dora. Que diferente destino del que disfruta la mimada vaca europea.
La vaca europea es uno de los seres más suertudos de la creación: La Unión le otorga un sueldo de dos euros al día, y con menos de eso viven más de la mitad de los habitantes de los países pobres. La vaca, por supuesto, sufre si su pienso se queda bloqueado en las carreteras, pero ella aguarda comprensiva pues sabe que quienes protestan sólo piden ser como ella, animales subvencionados. La vaca asume tranquila la contradicción entre haber sido educada en los principios de la libertad de mercado y su condición de sector económico subsidiado. La gorda vaca europea, como el lustroso girasol o el potente camión, te responderán que ellos cooperan con la famélica vaca sudanesa, ignorando que el desarrollo económico de los pobres no depende de la asistencia externa, sino del libre comercio, y que lo que el Tercer Mundo deja de vender a Europa por el proteccionismo y las subvenciones asciende a medio billón de euros, catorce veces lo que Europa les entrega en ayudas.
Los dueños de la vaca, el girasol o el camión, y el armador, y el taxista… dicen ser unos pobrecitos autónomos –evitan definirse como empresarios- y necesitan gasoil subvencionado, tierras subsidiadas o barreras a las importaciones para salir del lío en el que se metieron invirtiendo en los buenos tiempos de las obras públicas, la fiebre constructora, los supermercados pidiendo más y el consumismo desatado… En su concepción de la economía de mercado no entra el riesgo, a la vaca que no le falten sus dos euros. Siempre habrá contribuyentes que paguen los costes de producción dos veces, en el precio de lo que compran y sufragando con sus impuestos las subvenciones a los productores. La vaca capitalista enseña a sus terneros una nueva lección de economía de mercado: Las vacas flacuchas de África no deben poner frenos al libre comercio, pero el intervencionismo europeo engorda: transportistas subvencionados, latifundios abonados con ayudas, empresas públicas gestionando infraestructuras deficitarias o ficticias con las que se justifican las subvenciones. Los gobiernos europeos esquilman a sus contribuyentes para evitar que la vaca cabreada corte una carretera y blindan sus fronteras mientras al otro lado los pobres caen a miles como pollos.
Los dueños de la vaca, el girasol o el camión, y el armador, y el taxista… dicen ser unos pobrecitos autónomos –evitan definirse como empresarios- y necesitan gasoil subvencionado, tierras subsidiadas o barreras a las importaciones para salir del lío en el que se metieron invirtiendo en los buenos tiempos de las obras públicas, la fiebre constructora, los supermercados pidiendo más y el consumismo desatado… En su concepción de la economía de mercado no entra el riesgo, a la vaca que no le falten sus dos euros. Siempre habrá contribuyentes que paguen los costes de producción dos veces, en el precio de lo que compran y sufragando con sus impuestos las subvenciones a los productores. La vaca capitalista enseña a sus terneros una nueva lección de economía de mercado: Las vacas flacuchas de África no deben poner frenos al libre comercio, pero el intervencionismo europeo engorda: transportistas subvencionados, latifundios abonados con ayudas, empresas públicas gestionando infraestructuras deficitarias o ficticias con las que se justifican las subvenciones. Los gobiernos europeos esquilman a sus contribuyentes para evitar que la vaca cabreada corte una carretera y blindan sus fronteras mientras al otro lado los pobres caen a miles como pollos.
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