El gran chasco
Unas familias de Almodóvar del Río protestan porque Educación, que no les da plazas en el colegio público, les ofrece matricular a los críos en una escuela católica concertada. Tiemblan y se achantan los gobernantes socialistas si un arzobispo poseído suelta espumarajos por la boca, pero no pueden garantizar que unos niños reciban la formación laica a la que tienen derecho. No paran de hablar -hasta el Rey, sin que nadie le pregunte- de un pacto con la derecha por la educación, y sabemos que el precio será convertir en intocable la enseñanza de la religión en las escuelas. Aprobaron una ley contra el tabaco timorata e inútil y hoy tienen que corregir la chapuza, pero al primer bufido de la caverna les sudan las manos. Todos hemos constatado que estos socialistas son tan pusilánimes como los de hace treinta años, que su capacidad de transformar la realidad es nula; y llegamos a la conclusión de que, gobierne quien gobierne, siempre mandan los mismos.
Llegaron al poder denunciando las mentiras de la derecha sobre la guerra de entonces; hoy nos han enfangado en la gran mentira de Afganistán, con soldados enfrentándose a delincuentes comunes, o reconstruyendo nadie sabe qué cosa. Será gracias a sus votos que Durao Barroso, la derecha más rancia, la cuarta pata del banco de las Azores, el valedor de la jornada de 65 horas, seguirá al frente de Europa. Piensan que con cuarto y mitad de prestaciones sociales cubren el expediente del progresismo, y su ministro de Exteriores va por el mundo elogiando a impresentables tiranos para lograr acuerdos energéticos, como un títere al que se le ven los hilos que el presidente de Repsol maneja.
Pueden comportarse como canallas pero ni siquiera son canallas eficaces. Los caprichos y boutades de un presidente al que le enseñaron economía en dos tardes dieron para bajar impuestos a todos pretendiendo que hacerlo era de izquierdas y, ahora que ha de subirlos, seguir sin plantar cara a los más poderosos y más tramposos. Dicen no querer reforma laboral, de acuerdo, pero no les oigo hablar de esa imprescindible reforma empresarial que ponga firmes a quienes contemplan la crisis desde la borda del yate pero extienden la mano como pedigüeños en la puerta de una iglesia.
La economía sostenible fue la última ocurrencia. Adiós al ladrillo y hola a la fibra óptica, los coches eléctricos y los platillos volantes. Pero cierren el portátil que volvemos al botijo. Las inversiones son para adoquinar, las de investigación se recortarán un treinta por ciento en el próximo presupuesto.
No todo lo explica el cabreo de Prisa por los privilegios perdidos, no nos hace falta retratar un país a la deriva o en pendiente. Son otras, muchas y más importantes, las frustraciones que nos harán recordar estos años como los del gran chasco.
Llegaron al poder denunciando las mentiras de la derecha sobre la guerra de entonces; hoy nos han enfangado en la gran mentira de Afganistán, con soldados enfrentándose a delincuentes comunes, o reconstruyendo nadie sabe qué cosa. Será gracias a sus votos que Durao Barroso, la derecha más rancia, la cuarta pata del banco de las Azores, el valedor de la jornada de 65 horas, seguirá al frente de Europa. Piensan que con cuarto y mitad de prestaciones sociales cubren el expediente del progresismo, y su ministro de Exteriores va por el mundo elogiando a impresentables tiranos para lograr acuerdos energéticos, como un títere al que se le ven los hilos que el presidente de Repsol maneja.
Pueden comportarse como canallas pero ni siquiera son canallas eficaces. Los caprichos y boutades de un presidente al que le enseñaron economía en dos tardes dieron para bajar impuestos a todos pretendiendo que hacerlo era de izquierdas y, ahora que ha de subirlos, seguir sin plantar cara a los más poderosos y más tramposos. Dicen no querer reforma laboral, de acuerdo, pero no les oigo hablar de esa imprescindible reforma empresarial que ponga firmes a quienes contemplan la crisis desde la borda del yate pero extienden la mano como pedigüeños en la puerta de una iglesia.
La economía sostenible fue la última ocurrencia. Adiós al ladrillo y hola a la fibra óptica, los coches eléctricos y los platillos volantes. Pero cierren el portátil que volvemos al botijo. Las inversiones son para adoquinar, las de investigación se recortarán un treinta por ciento en el próximo presupuesto.
No todo lo explica el cabreo de Prisa por los privilegios perdidos, no nos hace falta retratar un país a la deriva o en pendiente. Son otras, muchas y más importantes, las frustraciones que nos harán recordar estos años como los del gran chasco.
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