lunes, 15 de junio de 2009

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Saló

Basándose en Los 120 días de Sodoma, la novela que el Marqués de Sade escribió preso en La Bastilla, en 1975 Pier Paolo Pasolini dirigió su última y más radical película, Saló. Sade y Passolini exponen, entre el horror explícito y lo grotesco, la corrupción a la que lleva el abuso del poder. La película se desarrolla en la efímera república títere de Saló, instaurada por Hitler en el Norte de Italia durante la invasión aliada de la península. Cuatro próceres del régimen, el Presidente, el Duque, el Obispo y el Magistrado, secuestran a dieciocho adolescentes, chicos y chicas, y les encierran, vigilados por soldados, en un palacio donde les someten a abusos sexuales, vejaciones y aberrantes torturas que irán creciendo en sadismo y crueldad hasta la mutilación y la muerte. Las jornadas del palazzo, narradas en cuatro segmentos a modo del Infierno de Dante, estarán amenizadas por relatos procaces narrados por prostitutas, bodas simuladas y juegos cortesanos.



El fotógrafo Antonello Zappadu asegura que entre las fotos que tomó a la villa de Silvio Berlusconi en la Costa Esmeralda de Cerdeña –no entraré en los aspectos éticos de su captura y publicación, que iguala a El País a Aquí hay tomate- se puede ver una boda fingida entre el primer ministro y una joven. Salvo –cabe suponer- por las prácticas de sadismo y la ausencia de muchachos –Ni en privado toleraría Berlusconi que se pusiera en duda su condición de maschio atiborrado de Viagra- no cuesta ver paralelismos entre lo descrito por Sade y Pasolini y el serrallo del Cavalliere en Cerdeña: Ese cenagal de playas privadas, cascadas a control remoto, ancianos manoseando jovencitas, números lésbicos, bodas de pega, canzonetistas, bailaoras y aviones oficiales transportando jóvenes vestales al edén cerrado del jefe del Gobierno italiano… En los juegos lascivos de los poderosos -sin ánimo de moralizar- se suelen mezclar las mayores abyecciones con inocentes e infantiloides jugueteos y rituales. El límite lo fija siempre el señor del castillo. Lo decía el Presidente en Saló: “Los fascistas somos los verdaderos anarquistas porque hacemos lo que nos viene en gana”.



Desde que se habla de Villa Certosa, a las recepciones oficiales de Berlusconi los hombres ilustres ya no acuden del brazo de sus esposas, sino de sus hijas, deseosas de llamar papi al líder. Pero ha venido siendo así desde el control de las televisiones, el fútbol y finalmente Italia misma: Entrar en el harén de Silvio era la mejor rampa de lanzamiento para una jovencita. En La maravillosa vida breve de Oscar Wao el dominicano Junot Díaz nos describe esas prácticas en la persona del dictador Rafael Leónidas Trujillo, que seleccionaba a sus púberes amantes entre las hijas de la aristocracia del régimen… Ay de aquél padre que pretendiera hurtar a su cría de los insaciables apetitos del ‘Chivo’.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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