lunes, 15 de noviembre de 2010

Reyes de la baraja

Al Sur, el Rey de Bastos apalea con saña a quienes tiene por súbditos a la fuerza. Al Norte, otro soberano ha olvidado que antes de ser Rey de Copas -esto es, un rey de brindis, recepciones y desfiles, no como el de Bastos, que manda lo suyo- fue dictador sustituto durante la agonía del dictador titular, y entonces -va para cuatro décadas- en lugar de dejar las colonias africanas en manos de sus habitantes, incumplió su obligación de descolonizar y regaló sus territorios africanos al Rey de Bastos, obligando a sus nativos a ir a la guerra y al exilio.



El Rey de Copas llama primo al Rey de Bastos y la historia de ambos reinos ha tenido desde entonces encuentros y desencuentros. Pero lo que no ha cambiado ha sido el abandono y la traición del Reino del Norte y de todos sus gobiernos hacia sus antiguos súbditos de aquel territorio que llaman Sahara, hoy vasallos del Rey de Bastos a quienes, en un concienzudo programa de limpieza étnica, les mandan colonos que ocupan sus casas y roban sus trabajos. Y eso a pesar de que sus representantes políticos llevan veinte años en tregua porque la comunidad internacional se comprometió a avalar una salida justa y pacífica al conflicto. Ahora esa comunidad y la antigua metrópoli solo les dejan un camino: Para ser libres, haced la guerra y ganadla.



Y durante todos estos años el Rey de Copas y el Rey de Bastos han intercambiado espadas por oros: 370 millones de euros en armas vendidas en los últimos cuatro años, incluyendo tanques de avanzada tecnología; y a veces sin necesidad de oros: lanzamisiles y torpedos vendidos por un simbólico euro. Son armas que el Rey de Bastos emplea contra esos vasallos llamados saharauis que aún llevan el DNI de la potencia colonial que formalmente nunca se fue.



Lo han hecho todos los gobiernos del Rey de Copas; el anterior a éste reanudó la venta de armas al vecino sólo unos meses después de haberse enfrentado por un islote, pero ningún gobierno como el actual ha apoyado de forma tan descarada la anexión por las buenas o por las malas de la antigua colonia. Si los anteriores gobernantes votaron a favor de la autodeterminación, éstos dijeron nada más llegar al poder que un referéndum no era aconsejable, y se opusieron a uno de los numerosos planes de paz. Hoy son incapaces de condenar los abusos y la violencia ejercida por el reino vecino, ¿Cómo va a condenar un cómplice?

A quienes militan en el partido que gobierna el país del Rey de Copas, y que acallan sus conciencias pagando envíos de alimentos al desierto y acogiendo niños cada verano, debemos pedirles que el verano que viene lleven a esos niños a Palacio, y allí pregunten por qué además de exiliados les condenan a ser huérfanos. Y que les recuerden a los gobernantes que su equidistancia es un crimen y su neutralidad una mentira.

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