"Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas". El autor de esta hermosa cita acabó sepultando su sueño y el de quienes en él creyeron bajo una oxidada maquinaria burocrática al servicio de los mediocres, los delatores y los trepas. Es de Fidel Castro y la he recordado en la despedida de una de esas raras personas que pasan por la política siendo fieles hasta el final a ese concepto del revolucionario. Lola Ruiz, la concejala que se ha ido, dejando sin oposición al Ayuntamiento de Granada, es una de esas personas.
Es la integridad un bien tan escaso que demostrarla desde que cada mañana suena el despertador convierte en excepcional a quien lo practica. Lola se entregó al servicio de quienes la eligieron con una capacidad de trabajo que agotaría a cualquiera. Ella sola fue la oposición real, mientras otros desertaban rumbo a puestos menos ingratos o mejor pagados. Y a ella no se le puede ubicar en la nómina de dirigentes de IU que acaban en el redil socialista. Ha sido rompeolas de una izquierda granadina ahogada por su propia desidia y por la marea derechista de los rancios, los meapilas, los codiciosos y los catetos. Sin dogmatismo pero con tozudez, con un compromiso sincero con quienes peor lo pasan, durante estos siete años ha sido la voz disidente que irrumpía en un debate que basculaba de lo sórdido a lo siniestro, y a menudo se quedaba en lo hortera.
Y frente a esa excepcionalidad, la norma establece que las ideas propias se pagan caras. Lola Ruiz ha formado parte de un proyecto -en el que ha creído, en el que muchos en algún momento creímos-, el de Izquierda Unida, epítome de todas las frustraciones, que no ha sabido ser otra cosa que un PCE torpemente coloreado y ahora vende una refundación que apesta a electoralismo; que arrincona a los mejores: Inés Sabanés, Concha Caballero, ahora Lola... -¡Qué casualidad, todas mujeres!-; donde ganan siempre los mediocres y los de vocación burócrata. Porque el cargo tienta, sea la vicepresidencia de una Diputación o la consejería en un gobierno de coalición con el PSOE -si es que Arenas no arrasa- con la que sueña Diego Valderas. Y porque los ortodoxos -esos cuya idea de la izquierda es desempolvar hoces y martillos y organizar infames algaradas contra disidentes cubanos- son quienes al final se venden más barato. A esos, en su heterodoxia de librepensadora Lola Ruiz da una lección de ortodoxia revolucionaria, que no es otra cosa que servir al pueblo con honradez y no dejar de trabajar ni un solo día por transformar la realidad.
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