lunes, 3 de agosto de 2009

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Los jefes

Contaba Sam Rothstein, el personaje que interpreta Robert de Niro en ‘Casino’: "…los jefes de mesa vigilan a los croupiers; los supervisores vigilan a los jefes de mesa; los gerentes vigilan a los supervisores; yo vigilo a los gerentes; y las cámaras nos vigilan a todos…". Todo centro de trabajo se organiza así, como una pirámide en la que los niveles superiores controlan férreamente a los inferiores mientras intentan congraciarse con los que tienen por encima. Vemos empresas en manos de jefes que descargan todo su autoritarismo sobre sus subordinados pero son obedientes y sumisos con sus superiores.

Si hablamos de empresas públicas, agencias estatales y entidades de escalafón ligado al poder político difícilmente encontraremos otro tipo de relación jefe-empleado. Si eres el segundo, rara vez el primero te escuchará; si te quejas de que haces el trabajo de dos, te responderá que no sabes organizarte; te recordará que le debes gratitud porque tu puesto de trabajo lo desean muchos. Sólo cuando los excesos del jefe sean tan escandalosos que cueste ocultarlos, lo relevarán por el método de la patada hacia arriba. Al gerente de la agencia autonómica IDEA en Granada, cuyo prontuario de autoridad era la frase "aquí se hace lo que manda mi polla", se lo llevan a la central de Sevilla para que, mientras tramita subvenciones para la familia Chaves, siga amenazando a quien le interfiera con un "que te enteres de que lo he puesto en conocimiento del partido", jactancia no del todo peregrina puesto que el partido en cuestión suele promocionar y defender a esta clase de personajes.



Habría que ver la chulería del tal Lopera tornarse mansedumbre ante sus superiores; los mandos intermedios a menudo tratan de adelantarse a los deseos del amo y son más papistas que el Papa. Si son portavoces de algún prócer abroncarán al reportero que haga a su jefe preguntas no pactadas –que el político tal vez no tendrá reparo en responder-; les imagino informados de la pelotera del jefe de prensa de Celestino Corbacho a un periodista de TVE.

Los trabajadores españoles viven bajo el síndrome del jefe tonto –el fenómeno es universal; vean la divertida serie ‘The Office’-. Pero aunque seis de cada diez asegure no confiar en su jefe, uno de cada cuatro haya visto a sus directores culpar a otros de sus propios errores, aunque la mitad de los asalariados denuncie falta de apoyo por parte de sus superiores; por más que los expertos en recursos humanos adviertan de que "mantener a este tipo de dirigentes es un lujo que ninguna empresa puede permitirse en tiempos de crisis", no serán ellos sino los de abajo quiénes un día al ir a fichar encuentren vedado el acceso a su puesto, y vean que por su despido al jefe le aguardan incentivos o, sólo si ha sido muy torpe, como mucho un discreto destierro.

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