Malva y fucsia
Cualquier sábado noche las ventanas de los vecinos lanzan un reflejo de pantallas LCD en malva y fucsia. En algún momento realizadores y marcadores de pautas estéticas de la televisión decidieron que fueran esos los colores dominantes en escenarios y platós para espectáculos de variedades destinados a grandes audiencias, sean las galas producidas por José Luís Moreno, se llamen copla, se trate de concursos cazatalentos o del mismísimo Festival de Eurovisión. Es un estándar, y al ver esos colores en un rápido zapeo automáticamente cambio de canal por miedo a la segura dosis de vulgaridad encuadrada en tonos malvas y fucsia.
Dichos colores también sirven de escenografía para un funeral. Eran los de la gala mortuoria en homenaje al finado Michael Jackson televisada a todo el orbe y vivida in situ por los ganadores de un sorteo estilo pisos VPO. Además de para enterrar al difunto, el espectáculo sirvió para exhumar un tópico que desconcha el barniz de modernidad de la era Obama: la natural tendencia estadounidense a la horterada, la contradicción estética de un país en el que conviven las habitaciones de motel pintadas por Edward Hopper y las reinas de la belleza infantiles pintadas como puertas. Fue un show de estadio como las giras del inmóvil protagonista con apariciones de genios del pasado -Stevie Wonder, Smokey Robinson...- hoy espectros sin gracia, junto a mediocres del más aburrido mainstream a quienes el talento siempre fue esquivo -Mariah Carey, Jennifer Hudson...-. Malva y fucsia coloreaban lo rematadamente hortera de las actuaciones, la fraternidad empalagosa de "Heal the World" y de la carta de Mandela, los vástagos aferrados al ataúd de su padre y la poco creíble niña a la que Jackson jamás cuidó proclamándole "el mejor padre del mundo", todo tan ensayado... Pero más deprimente que el espectáculo fue su análisis en la prensa y televisiones de por aquí, que calificaban de emotivo y grandioso lo cursi, edulcorado, hortera y desmesurado. Ni crítica ni sarcasmo respecto a la infumable gala, no cabe esperarlos de una generación con el cerebro frito y el buen gusto destruido por la tiranía estética de Operación Triunfo, el retorno de los cantantes melódicos que antes exiliábamos a Latinoamérica y el melodrama cani de Andy y Lucas.
Sobre el cantante extinto no me extiendo. El soul es para mí la música por excelencia y adoro casi toda la producción del sello Motown en el que crecieron los hermanos Jackson, pero Michael me interesó menos cuando emprendió el crossover musical hacia el pop bailable. Me fascina en cambio su otro crossover, el físico desde la negritud a la indefinición racial y sexual; eso sí me parece una transgresión frente a los códigos identitarios que defiende de boquilla la comunidad afroamericana mientras los decolorantes de piel y los alisadores de pelo se agotan en los supermercados.
Sobre el cantante extinto no me extiendo. El soul es para mí la música por excelencia y adoro casi toda la producción del sello Motown en el que crecieron los hermanos Jackson, pero Michael me interesó menos cuando emprendió el crossover musical hacia el pop bailable. Me fascina en cambio su otro crossover, el físico desde la negritud a la indefinición racial y sexual; eso sí me parece una transgresión frente a los códigos identitarios que defiende de boquilla la comunidad afroamericana mientras los decolorantes de piel y los alisadores de pelo se agotan en los supermercados.
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