En las revelaciones reconocemos obviedades. Constatamos que el mundo es como ya nos temíamos que era. Andamos muy curtidos para sorprendernos de las gedeonadas de diplomáticos cuya agudeza para el análisis no está a la altura de una discusión en la cola del pescado -Zapatero izquierdista trasnochado, menuda simpleza la del embajador-; ni de la falta de escrúpulos de políticos en permanente compraventa. Desde la suspicacia o la paranoia, quien más y quien menos intuía cómo se las gastan. Es la fría plasmación en el papel, la grosera desnudez de doscientas cincuenta mil pruebas del delito, lo que da su poder subversivo a los cables de Wikileaks.
Cuando la exigencia de rigor se relaja, restando credibilidad a las tan necesarias vías alternativas de información, y la audiencia sólo atiende a quien le cuenta lo que quiere oír, el dato frío, incontestable, la filtración sin retocar es la dinamita del periodismo. Es periodismo; el resto somos portavoces y los medios, gabinetes de prensa. La consigna de matar al mensajero nunca fue tan literal; liquidarle o encerrarle en un oscuro calabozo con cualquier artimaña. Con la Interpol convertida en orwelliana policía del pensamiento, qué importa si el perseguido pecó de vanidad o egolatría, si alguna vez le cegó el ansia de notoriedad. Ahora defender a Assange, y al soldado Manning, y al juez Garzón es una obligación. Si les persigue una Justicia dirigida, lo honrado es ocultarles de ella. Si se pervierte la Ley es legítimo burlarla.
También gracias a Wikileaks sabemos ahora de nuestros gobernantes lo que ya intuíamos. Que si cuando asesinaban a José Couso nos quejábamos de tener al presidente más servil, hemos de lamentar ahora tener al más estulto. Que no era el llanto por el cargo perdido lo que hacía del ex ministro de Exteriores el perfecto mierda del que hablaba Pérez-Reverte, uno más en un gobierno de mierdecillas que se pasan por el forro la separación de poderes, mercadean con presos y trafican mentiras. No imáginabamos mayor sordidez que la de Trillo barajando cadáveres, pero éstos que ofrecían la impunidad de asesinos y torturadores no les van a la zaga. Y al frente de esta banda de tahures, un pamplinas que encandiló a su país con gestos vacuos; el que no se levantaba al paso de banderas pero se arrastraba zalamero ante el amo, como el perrito que ha orinado en la alfombra y teme ser amonestado. La propaganda le describía como respondón hacia el poderoso aliado, mientras para congraciarse con él chalaneaba hasta lo indecente.
Pretenden que sus actos no son el problema, lo execrable es la irresponsabilidad del mensajero, ¡A por él! Me pregunto si estos inquisidores han meditado que si para defender sus mentiras y su impunidad vale todo, alguien puede pensar que también contra ellos todo vale.
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