Me maravilla con qué entusiasmo quienes durante el año no abren las páginas de un libro ni para hojearlo, al llegar el verano devoran de un tirón un best-seller de 1.200 páginas. Me asombra esa afición por el tocho, incluso trilogía de tochos, verles zamparse páginas y páginas de Julia Navarro, Dan Brown, Rhonda Byrne, los innumerables autores suecos de novela negra o esas reaccionarias novelas rosas de vampiros que promueven la castidad entre los adolescentes que las leen buscando sexo en ellas.
Frente a la novela armatoste, disfruto de los libros de relatos. Me ha encantado ”Cuentos carnívoros” de Bernard Quiriny o lo último y mejor de Quim Monzó, “Mil cretinos”. Y si de novela o ensayo se trata prefiero la moderación de unas doscientas páginas. Así cierras un libro y abres otro de inmediato, pues el verano -y el otoño, invierno y primavera, que la lectura no es como las sandías- da para mucho. Acabaron deparándome grandes noches, pero me costó hincar el diente en su día a “2666” de Bolaño, “Las Benévolas” de Jonathan Little o “La broma infinita” de Foster Wallace. Me desesperaba que la gran trilogía que Richard Ford inició con “El periodista deportivo” creciera en páginas a cada nueva entrega. Rosa Montero recomienda enfrentarse a “La montaña mágica” -y a cualquier clásico- sin miedo a saltarse fragmentos plúmbeos o inconsistentes, a ignorar sin pudor las pesadísimas novelitas pastoriles incluidas en el “Quijote”.
Uno de los mayores placeres de los últimos meses ha sido regresar a los ríos de Joseph Conrad que navegué siendo un chaval. Me alegro de haber descubierto ahora y no entonces su desconocida obra maestra “El final de la cuerda”, novela moral sobre la determinación, la integridad, la ambición y el engaño... o comprobar que de Escandinavia no sólo vienen best-sellers gracias a la sobrecogedora y honesta “Yo maldigo el río del tiempo” de Per Petterson... Y encontrar en Jordi Puntí a un barcelonés que podría ser el mejor sucesor posible de Marsé con “Maletas perdidas”, peripecia intergeneracional de un camionero polígamo. Pero si hay algo de lo que me alegro este verano es de haber sacado por fin de la estantería una lectura siempre postergada, “El desierto de los tártaros” de Dino Buzzati, pequeño clásico del Siglo XX que precisamente habla de postergar la toma de decisiones a la espera de grandes acontecimientos que nunca llegan. Ahora tocaría ponerse con la novela que inspiró, “Esperando a los bárbaros” de J.M. Coetzee.
Lleno maletas con estas y otras lecturas, a las que luego hay que buscar huecos en estanterías que son finitas porque de momento el libro electrónico en español ha encontrado un lugar en el Diccionario de la Academia pero no en el mundo real. El lunes próximo les explico por qué en España se está boicoteando ese cambio.
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