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Con la Ley amparando un derecho a la defensa distinto para según qué delitos, o promoviendo penas diferentes para la misma falta según si quien la comete es terrorista, político corrupto o ciudadano de a pie, era lógico que la delincuencia
-la que puede pagarse buenos abogados, no los robapollos- se adaptara a ese trato desigual para salir de rositas. Y no es extraño que el ciudadano se pregunte si lo correcto no será delinquir. Cuando el Papa cita el "quien esté libre de pecado tire la primera piedra" a propósito de los curas pederastas, casi me avergüenzo de no haber violado todavía a un crío y escondo mi guijarro. Cabe también la desigualdad ideológica: Contra los proetarras se crea ex profeso una Ley de Partidos en cuyo enunciado se prohiben las organizaciones que justifican la xenofobia y la violencia, como las neofascistas, pero jueces que juraron lealtad a Franco apoyan a la Falange contra otro juez por investigar crímenes cometidos por franquistas y falangistas.
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La ley y la trampa caminan juntas. Obama propone penar con cárcel la piratería y el Gobierno español, que legisla para conseguirlo, aplaude. Entonces va un hacker y desvela que del Ministerio Sinde se han bajado dos díscos y una serie de televisión sin pagar derechos; que desde Defensa se lo bajan todo: música, películas, videojuegos, números de serie para piratear programas y fotos de una modelo de Playboy. Y no adivinarían qué se han descargado ilegalmente desde la Moncloa: Un juego para teléfonos móviles para entrenar la capacidad cerebral. ¿Todos a la cárcel? Apuesten a que no.
El político, el cura o el magnate son ejemplos en los que se mira la sociedad... para hacer trampas y salir impunes. La Justicia acude a ese ejemplo. El Tribunal Supremo español rebajó en 23 años la sentencia de cárcel a un padre acusado de introducirle los dedos en la vagina a su hija de dos años argumentando "que la Historia informa de excelentes políticos autores de prácticas sexuales poco ortodoxas".
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