José Luís López Vázquez rotulaba una cara sonriente en la superficie de una naranja. “La bandeja tendría que ser de plástico, pretensada como las de Iberia… y con las firmas de los futbolistas”. “¿No le añadimos un disco de flamenco?” “No, que encarece”. “No, no toque, que es para el Registro: Promoción ‘Plato España Mundial Menú’: camiseta, paella, sangría, gazpacho, naranja, turrón… todo típicamente español, ¿comprendes? Voy a registrar la bandeja. Mundiales del 82, afluencia masiva de turistas. Clientes potenciales: un millón; ganancias por bandeja: cien pesetas; ganancia total de la operación: cien millones de pesetas. Pero para eso tengo que patentar el invento o se lo lleva una multinacional”.
“Probando, uno, dos… probando. Ahora sí… ¿Tampoco? Paramos y cuando se oiga seguimos”. Ante un par de comisarios europeos y los periodistas, la ministra de Innovación veía demorarse casi media hora su rueda de prensa en la Semana de las Regiones Innovadoras porque en algún punto de la compleja intendencia de la Presidencia Europea se había descontrolado una clavija y, pese al trasiego de asesores estresados, no había forma de que el sonido llegara a cámaras y grabadoras. Por momentos la cosa marchaba pero al final, dicho lo fundamental –si es que algo de lo dicho tenía fundamento- el sonido volvía a fallar, aunque los periodistas, deseosos de acabar cuanto antes, hacíamos como que oíamos estupendamente y nos llevabamos el ‘pen-drive’ europeo, la pegatina europea, el lápiz, el boli, la libreta y el pin europeos.
Este trajín de la Presidencia Europea entronca treinta años después con la escena de Nacional III. En el esperpento berlanguiano aparecía la idea de estar permanentemente preparando un evento -entonces el Mundial de Fútbol España 82- alrededor del que brotan como setas cientos de “Producciones Leguineche”: empresas, consorcios, individuos deseosos de prosperar a la sombra de esos acontecimientos, revestidos de un rutilante barniz de innovación, pero sin que el fantasma de la chapuza nacional nos abandone nunca, porque por cada buena idea hay cien listillos y caraduras carentes de ellas pero logran subirse al carro.
Gabinetes, asesores, protocolo, catering…. Del medio millón diario que nos cuesta la Presidencia Europea separemos algunas cifras: 2’99 millones de euros para una empresa de muebles de diseño; 2’57 millones para enlaces y azafatas, 883.000 euros a la adecuación de espacios, 637.652 para intérpretes y 655.778 para redacción de documentos web, -no contaremos los 12 millones que se lleva Telefónica por el mantenimiento de la web- otros 147.900 para su traducción, cien mil euros en corbatas y pañuelos… hay más, pero sobre todo me encantaría conocer qué ha costado el logotipo de la Presidencia: esas letras ‘eu’ extraídas de un cuaderno Rubio de caligrafía; como López Vázquez pintando ‘naranjitos’ con rotulador.
“Probando, uno, dos… probando. Ahora sí… ¿Tampoco? Paramos y cuando se oiga seguimos”. Ante un par de comisarios europeos y los periodistas, la ministra de Innovación veía demorarse casi media hora su rueda de prensa en la Semana de las Regiones Innovadoras porque en algún punto de la compleja intendencia de la Presidencia Europea se había descontrolado una clavija y, pese al trasiego de asesores estresados, no había forma de que el sonido llegara a cámaras y grabadoras. Por momentos la cosa marchaba pero al final, dicho lo fundamental –si es que algo de lo dicho tenía fundamento- el sonido volvía a fallar, aunque los periodistas, deseosos de acabar cuanto antes, hacíamos como que oíamos estupendamente y nos llevabamos el ‘pen-drive’ europeo, la pegatina europea, el lápiz, el boli, la libreta y el pin europeos.
Este trajín de la Presidencia Europea entronca treinta años después con la escena de Nacional III. En el esperpento berlanguiano aparecía la idea de estar permanentemente preparando un evento -entonces el Mundial de Fútbol España 82- alrededor del que brotan como setas cientos de “Producciones Leguineche”: empresas, consorcios, individuos deseosos de prosperar a la sombra de esos acontecimientos, revestidos de un rutilante barniz de innovación, pero sin que el fantasma de la chapuza nacional nos abandone nunca, porque por cada buena idea hay cien listillos y caraduras carentes de ellas pero logran subirse al carro.
Gabinetes, asesores, protocolo, catering…. Del medio millón diario que nos cuesta la Presidencia Europea separemos algunas cifras: 2’99 millones de euros para una empresa de muebles de diseño; 2’57 millones para enlaces y azafatas, 883.000 euros a la adecuación de espacios, 637.652 para intérpretes y 655.778 para redacción de documentos web, -no contaremos los 12 millones que se lleva Telefónica por el mantenimiento de la web- otros 147.900 para su traducción, cien mil euros en corbatas y pañuelos… hay más, pero sobre todo me encantaría conocer qué ha costado el logotipo de la Presidencia: esas letras ‘eu’ extraídas de un cuaderno Rubio de caligrafía; como López Vázquez pintando ‘naranjitos’ con rotulador.
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