Mosquitono
Se afilan los bolis, arde bloguilandia y el word echa humo en cuanto asoma la cita multitudinaria de todas las primaveras –hablo del modesto macrobotellón de San José y no de la Semana Santa, esa ya sabemos que aunque también sea ruidosa y ensucie, es de interés turístico interplanetario-. Con el botellón llega una subliteratura sensacionalista que disfraza de apocalíptico lo integrado, que ve trasgresión donde sólo hay gregarismo y alimenta el terror a la horda beoda, como si de los dóciles muchachitos que beben en los parques fuera a venir ese estallido social que subvertirá el orden global.
Además de versar sobre el ocio, ese debate sobre costumbres generacionales tiene mucho de ocioso, desde el paternalismo rústico con que se despacha el alcalde de Granada -“que se dediquen a estudiar o hacer cosas más productivas que el botellón”-, a la alucinada aplicación de la teoría matemática al fenómeno: “El botellón, modeling the movements of crowds in a city” es un estudio de la Universidad de Birmingham plagado de fórmulas incomprensibles y abstrusas gráficas; pasando por candorosas alternativas como la disco-horchata que promueve la localidad valenciana de Alboraia, paraíso de la chufa.
En la secular tradición que une alcohol y ocio la diferencia entre pasado y presente es la misma que entre remedio, droga y veneno, cuestión de cantidad. Hoy hay bebida barata y poder adquisitivo alto, con lo que antes pagábamos tres copas ahora se toma una docena. Eso les hará alcohólicos pero no trasgresores: Si últimamente hubo jóvenes salvajes fue en la época de los raves, los after, la electrónica a todo volumen, las pastillas y el circuito underground de naves industriales en las afueras. El botellonero viste convencional, escucha música latina y pop inofensivo a volumen moderado, prefiere la charla insustancial al estruendo, es conservador. Es una fierecilla domada pero que doma y asimila las medidas disuasorias. El Consejo de Europa ha pedido la prohibición del "Mosquito”, un altavoz que emite un sonido de unos 17 kilohercios inaudible para los adultos. Se basa en la presbiacusia: con los años dejamos de oír las frecuencias más altas. Con el Mosquito la policía disuelve concentraciones de jóvenes, los comerciantes les ahuyentan de sus establecimientos o se disuade a los grafiteros en las estaciones de metro. El Consejo considera que el artefacto “trata a los jóvenes como si fueran mascotas indeseables“. Pero éstos lo han adoptado como tono de móvil ideal para recibir discretas llamadas en el celular sin que se enteren los padres. Lo llaman “Mosquitono”. Yo mismo lo he descargado por Rapidshare con versiones audibles para menores de 12, 20, 30 y 35 años… ¡y funciona!: no oigo nada de nada. Por tanto me abstendré de intentar analizar a quienes oyen lo que yo no.
Se afilan los bolis, arde bloguilandia y el word echa humo en cuanto asoma la cita multitudinaria de todas las primaveras –hablo del modesto macrobotellón de San José y no de la Semana Santa, esa ya sabemos que aunque también sea ruidosa y ensucie, es de interés turístico interplanetario-. Con el botellón llega una subliteratura sensacionalista que disfraza de apocalíptico lo integrado, que ve trasgresión donde sólo hay gregarismo y alimenta el terror a la horda beoda, como si de los dóciles muchachitos que beben en los parques fuera a venir ese estallido social que subvertirá el orden global.
Además de versar sobre el ocio, ese debate sobre costumbres generacionales tiene mucho de ocioso, desde el paternalismo rústico con que se despacha el alcalde de Granada -“que se dediquen a estudiar o hacer cosas más productivas que el botellón”-, a la alucinada aplicación de la teoría matemática al fenómeno: “El botellón, modeling the movements of crowds in a city” es un estudio de la Universidad de Birmingham plagado de fórmulas incomprensibles y abstrusas gráficas; pasando por candorosas alternativas como la disco-horchata que promueve la localidad valenciana de Alboraia, paraíso de la chufa.
En la secular tradición que une alcohol y ocio la diferencia entre pasado y presente es la misma que entre remedio, droga y veneno, cuestión de cantidad. Hoy hay bebida barata y poder adquisitivo alto, con lo que antes pagábamos tres copas ahora se toma una docena. Eso les hará alcohólicos pero no trasgresores: Si últimamente hubo jóvenes salvajes fue en la época de los raves, los after, la electrónica a todo volumen, las pastillas y el circuito underground de naves industriales en las afueras. El botellonero viste convencional, escucha música latina y pop inofensivo a volumen moderado, prefiere la charla insustancial al estruendo, es conservador. Es una fierecilla domada pero que doma y asimila las medidas disuasorias. El Consejo de Europa ha pedido la prohibición del "Mosquito”, un altavoz que emite un sonido de unos 17 kilohercios inaudible para los adultos. Se basa en la presbiacusia: con los años dejamos de oír las frecuencias más altas. Con el Mosquito la policía disuelve concentraciones de jóvenes, los comerciantes les ahuyentan de sus establecimientos o se disuade a los grafiteros en las estaciones de metro. El Consejo considera que el artefacto “trata a los jóvenes como si fueran mascotas indeseables“. Pero éstos lo han adoptado como tono de móvil ideal para recibir discretas llamadas en el celular sin que se enteren los padres. Lo llaman “Mosquitono”. Yo mismo lo he descargado por Rapidshare con versiones audibles para menores de 12, 20, 30 y 35 años… ¡y funciona!: no oigo nada de nada. Por tanto me abstendré de intentar analizar a quienes oyen lo que yo no.
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