De los viejos poderes fácticos sólo queda uno en pie y peleando: la Iglesia Católica; los demás han sido reemplazados por los poderes centrífugos. La primera se empeña en que la vida pública y privada de los españoles pivote sobre los principios morales de una secta. Nadie la hostiga, nadie la amenaza, pero se proclama perseguida para imponerse sobre los no miembros. Los segundos son aquellos que en nombre de la unidad nos disgregan, nos empachan de españolismo y harán que un día, hasta las narices, rompamos el DNI y nos vayamos con el secesionismo mejor postor.
Estos pequeños Milosevic engordando un grosero nacionalismo español alimentan las ganas de irse de España. La verdad es que si yo fuera catalán o vasco ya me habrían convertido en independentista, y no por convicción –que jamás la tendría, España es una buena idea mientras los españoles quieran-, sino por hastío.
En un artículo de Alfons López Tena descubro las similitudes entre el proceso de descomposición de Yugoslavia y lo que trae a España la conjunción de intereses entre algunos medios –COPE, ABC, El Mundo-, cierto partidillo en busca de un discurso propio –el de Rosa Díez- y la Banda de los Veinte intelectuales que suscribió el Manifiesto por la Lengua Común. Como dos gotas de agua se parecen el Manifiesto y el Memorando que la Academia Serbia de las Artes y las Ciencias publicó en 1986 denunciando que los únicos que no tenían derecho a usar su lengua eran los serbios que vivían en territorios bilíngües y reclamando la primacía de la lengua serbia como la común de todos los yugoslavos. Aquel documento sentó la base ideológica del nacionalismo yugoslavo y desató a los poderes centrífugos que llevaron a Serbia al aislamiento y a los demás a la independencia. La gran patraña de que el español está amenazado –lo está, pero en las zonas turísticas de Andalucía y en Murcia donde sólo se habla inglés y alemán- es sólo el comienzo. A eso sigue el retorno de competencias al Estado, la supresión de la autonomía vasca con la excusa de la consulta de Ibarretxe… ¿Qué viene después… la cárcel para los díscolos, la imposición de una unicidad excluyente, los tanques…? Quienes suelen hablar de la balcanización de España son los auténticos balcanizadores.
Admitamos que el nacionalismo catalán, vasco y hasta el canario tienden a la exclusión y la etnicidad; es grotesca la batalla de ERC y CiU contra la tercera hora de español en los colegios -debían ser treinta horas de español y otras treinta de catalán-, pero son excesos sin futuro pues chocan con la realidad. Los otros también: Si de un millón de escolares catalanes sólo catorce reclaman por no poder estudiar exclusivamente en español, no hay discriminación, hay malos padres anteponiendo su credo a la educación de sus hijos. Sólo quienes braman que se rompe España la están rompiendo.
Estos pequeños Milosevic engordando un grosero nacionalismo español alimentan las ganas de irse de España. La verdad es que si yo fuera catalán o vasco ya me habrían convertido en independentista, y no por convicción –que jamás la tendría, España es una buena idea mientras los españoles quieran-, sino por hastío.
En un artículo de Alfons López Tena descubro las similitudes entre el proceso de descomposición de Yugoslavia y lo que trae a España la conjunción de intereses entre algunos medios –COPE, ABC, El Mundo-, cierto partidillo en busca de un discurso propio –el de Rosa Díez- y la Banda de los Veinte intelectuales que suscribió el Manifiesto por la Lengua Común. Como dos gotas de agua se parecen el Manifiesto y el Memorando que la Academia Serbia de las Artes y las Ciencias publicó en 1986 denunciando que los únicos que no tenían derecho a usar su lengua eran los serbios que vivían en territorios bilíngües y reclamando la primacía de la lengua serbia como la común de todos los yugoslavos. Aquel documento sentó la base ideológica del nacionalismo yugoslavo y desató a los poderes centrífugos que llevaron a Serbia al aislamiento y a los demás a la independencia. La gran patraña de que el español está amenazado –lo está, pero en las zonas turísticas de Andalucía y en Murcia donde sólo se habla inglés y alemán- es sólo el comienzo. A eso sigue el retorno de competencias al Estado, la supresión de la autonomía vasca con la excusa de la consulta de Ibarretxe… ¿Qué viene después… la cárcel para los díscolos, la imposición de una unicidad excluyente, los tanques…? Quienes suelen hablar de la balcanización de España son los auténticos balcanizadores.
Admitamos que el nacionalismo catalán, vasco y hasta el canario tienden a la exclusión y la etnicidad; es grotesca la batalla de ERC y CiU contra la tercera hora de español en los colegios -debían ser treinta horas de español y otras treinta de catalán-, pero son excesos sin futuro pues chocan con la realidad. Los otros también: Si de un millón de escolares catalanes sólo catorce reclaman por no poder estudiar exclusivamente en español, no hay discriminación, hay malos padres anteponiendo su credo a la educación de sus hijos. Sólo quienes braman que se rompe España la están rompiendo.
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