Crónica petarda del Saturday Night Fiber
Llegaba el verano y como uno de esos firmes propósitos veraniegos me hacía el de este año no quedarme sin asistir al menos a un festival. Quienes el año pasado volvieron del Summercase me ponían los dientes largos y ya lo tenía decidido, este verano sí. Ahora la duda ¿A cuál voy? Como dijo el insigne Gay Mercader -coorganizador de ese espanto de Rock in Rio que une a Neil Young y Alejandro Sanz-, la burbuja inmobiliaria es lo más parecido a lo que ha pasado este 2008 con los festivales veraniegos. Coincidencia de fechas, presencia de una estrellona que enmascara un fondo de cartel bien flojito, la competencia que hace dispararse los cachés -algunos grupos cobran casi el doble en España que en el resto de Europa por la ley de la oferta y la demanda, aquí se los disputan-. Lo bueno es que, para solaz del asistente, la feroz competencia mantiene los precios en niveles razonables -era más caro ver a Springsteen en el Bernabeu que a las siete potentes bandas que actuaron dos días después en el Fiber madrileño-. A lo que iba... A cuál ir. Me decantaba por algo urbano, paso de estar cuatro días echo un cerdo en una tienda de campaña; el problema era que la oferta del Summercase de este año era para echarse a llorar: Si el retorno todo por la pasta de los Sex Pistols era vergonzante hace dos años, que sigan retornando ya es que apesta, pero había que sumar el regreso de más momias revividas de los años No Future: Blondie y, con mayor interés, The Stranglers. Si tenía en cuenta que completaban el cartel Kaiser Chiefs, los habituales Primal Screams o The Verve -¡qué pereza!-, ni los pocos atractivos reales -Santogold, Mäximo Park, Cornelius o Neon Neon- ni siquiera la posibilidad de ver al sublime Edwin Collins en escena compensaban. Era sin dudael de Benicassim el cartel de ensueño de este año, había coincidencia de fechas y una guerra total entre ambos festivales, plasmada por los responsables de Benicassim en un descacharrante vídeo que daba en la yugular de Summercase: el pedregal en el que se celebra, en la quinta puñeta de Madrid.
Pero, claro, Benicassim implicaba tienda de campaña, duchas colectivas, o pagar una millonada por un hotel en zona de costa en julio, si es que encuentras, y además la dolorosa necesidad de elegir entre escenarios -si ves a Hot Chip te pierdes a Roisin Murphy y a Spiritualized; o Tricky y American Music Club o José González y Eef Barzelay; Morrissey o Justice o Richard Hawley-; ni mi conciencia ni la colchoneta me dejarían pegar ojo. Pero los chicos del Fiber me dieron la solución: el Saturday Night Fiber, una versión reducida de Benicassim en el estupendo auditorio del Campo de las Naciones de Madrid, con metro de día y mucho taxi para volver, 60 eurazos por siete bandas de lo más selecto del Fiber y cuando terminaba la cosa la posibilidad de internarte en la madrugada del sábado madrileño con inconfesables fines -los confieso, pero en privado-. Y, como en Benicassim, cerveza Heineken fresquita servida por iltros en las múltiples barras o en plena pista por los providenciales Mochilamen. Cierto, faltaba lo mejor de Benicassim, Leonard Cohen, pero el canadiense promete gira europea y no pienso faltar.
Como lo de la puntualidad es marca de la casa, llego diez minutos tarde sobre la hora marcada, las 18:30, y ya están en escena The Rumble Strips, por lo que pido nervioso el primer litro de la tarde y bajo corriendo a la cancha con otros doscientos madrugadores. Iba con la acertada intuición, después de que su debut Girls and Weather me devolviera la energía de los mejores Dexys Midnight Runners, de que iba a asistir a uno de los platos fuertes... y no me equivoqué. La escasísima concurrencia -en cuanto a público el Fiber madrileño rozó el fracaso con apenas cinco mil almas- desconocía en su mayor parte a la banda de Devon -ahora quinteto, reforzados con un bajista (al bombo en la foto) con pinta de mendigo rumano y con la presencia más carismática del grupo y que compitió en el certamen de bajistas sexys de la noche con el punky de los Babyshambles-; todos alucinaban con su festiva combinación de soul y pop energético, estribillos arrebatadores y coreables, hubieran merecido un público más abundante.
Babyshambles tuvieron buenas críticas en su paso por Benicassim, pero Pete Doherty andaba escasito de voz en Madrid, lo que hizo, junto a una banda que tampoco es que sea una apisonadora, que un repertorio de estupendas canciones resultara blandito y sólo enganchara a los incondicionales. Sólo el guitarrista, fumando sin parar y bebiendo a morro una botella de rioja, estuvo a tono con el tópico politoxicómano de la banda.
Seguía cayendo el sol a plomo, y empezaba a sudar el segundo litro de Heineken, no era el momento ni el lugar más adecuados para ir de gótico-siniestro, pero ahí estaban los irreductibles, maquilladísimos y todo de negro dispuestos a adorar a la diosa Siouxsie y ofrecerle el tributo de su sudor y su rimmel corrido, aunque fuera a plena luz del día. Ninguno había nacido cuando ella vino con los Banshees a Rockola -ejem, yo sí estuve, y en la estrambótica fiesta posterior en un apartamento de la Plaza Mayor, palabra de abuelete- pero se sabían enteritas Israel, Happy House, Hong Kong Garden o Christine -sólo faltó Spellbound en el repertorio de Greatest Hits-. De dominatrix cincuentona empeñada en demostrar el efecto de las clases de aerobic y en levantar la pierna hasta bien alto desafiando al respetable a hacer lo mismo, fue la de Siouxsie una actuación planteada desde y para la nostalgia ochentera, cuyo mayor interés estuvo al final, cuando interpretó algún tema de Mantaray concluyendo con la poderosísima Into a Swan, unos últimos minutos para dignificar lo que de otra forma se hubiera quedado bastante cerca de los Pistols del Summercase.
Morrissey lleva en activo casi tanto como Souxsie, pero Mozz continúa dejándonos chispazos de talento en su obra actual. Era a a verle a él a lo que iba todo el mundo, jamás había actuado en Madrid, el peso de The Smiths y de su carrera solista en la música de las tres últimas décadas es enorme, pero no me esperaba -creo que ni él mismo- tamaña adoración. Desde que arrancó con Ask y The Last Of The Gang To Die, una de las joyas de su discografía reciente, sólo se oía un gigantesco coro ¡Se las sabían todas! Estaba condenado a ser un concierto populista por mucho que el propio Morrissey huyera de ello recurriendo a piezas oscuras de los Smiths -Vicar in a tutu, The Death of a Disco Dancer-, haciendo gala de su clásica chulería y obviando hits como Every Day Is Like Sunday. El formato festivalero de no más de una hora por actuación y sin bises impidió que un concierto que comenzó correcto y fue a más llegase a cotas más altas, aunque el cierre con How Soon Is Now fue sobrecogedor. Cielos, el problema fue que ya había caído el tercer litro de Heineken y mi vejiga, no yo, le pedía a gritos a Mozz que acabara cuanto antes.
Con toda una generación rendida de antemano a sus pies, My Bloody Valentine lo tenían bien fácil en su regreso, proclamado urbi et orbe como el más esperado. A mi me sirvió para constatar que si me aburrían entonces, me aburren igual ahora. Reconozco que tienen bonitas melodías, pero su hormigonera de sonido acaba siendo como el turrón duro de las ferias, indigerible. Creo que me salté una generación y por eso no están en mis altares los popes grunge como Nirvana o Pearl Jam ni el mazacote psicodélico del shoegaze con My Bloody Vallentine o Spacemen 3 a la cabeza. El ruidismo de los últimos ochenta y primeros noventa está para mí representado por Sonic Youth y The Jesus & Mary Chain. Los de Kevin Shields tuvieron momentos ensoñadores pero el fantasma del rock progresivo estaba demasiado cerca como para contarme entre la legión de gafapastas y entregados feligreses que les aclamaron. Hora de llenar el estómago y de descubrir que en todo el Fiber madrileño sólo había un puesto de perritos calientes y otro de crèpes, con kilométricas colas. Hubo que pasar por el aro y además pasarse de los litros a las cañitas para evitar males mayores.
Y es que venían Hot Chip decididamente ready for the floor, pero no para mirarla ensimismados como sus predecesores de escenario sino para machacarla y gastar suela a base de ritmos contagiosos. Lo mejor de la noche sin lugar a dudas, con un cierto toque Devo en las pintas pero más descuidados que uniformados, serios de expresión pero sin tomarse nada en serio y dejando caer una bomba tras otra: Boy From School, The Warning, Hold On, Over And Over y el apoteósico final con Ready For The Floor. ¡Daaaaaance! Demasiado corto pero esto es lo que necesitabamos para acabar de sudar la Heineken e irnos con buen sabor de boca. Al menos yo, porque el pegote del festival, Mika, no tenía ningún interés para mi y nadie se explica su presencia en Benicassim y en Madrid, y se me hacía muy cuesta ariba para aguardar a la sesión de DJ Supermarket, así que a hacer cola por un taxi y esperar -je,je- que estuviera abierto y animado aún el Odarko para, pese al cansancio, darle otra clase de gustos al cuerpo.
El domingo llegaba la propina porque por agenda -el sábado estaban en el escenario de Benicassim- otra de las ofertas más atractivas del Fiber no pudo estar en el festival madrileño; el de Gnarls Barkley fue un concierto aparte, en la Sala Heineken, pero mi deshidratación arrastrada me impidió optar por otra cosa que no fuera agua. Público raro - escuché al lado a unos que se proclamaban fans de Withney Houston- parte del cual no conocía a Danger Mouse y CeeLo de otra cosa que no fuera el Crazy. El escenario de la sala es demasiado pequeño para que los entregados músicos se lo pasaran todo lo bien que parecían estarlo pasando, pero fueron inconvenientes menores para disfrutar de una descarga del mejor soul que se hace en nuestros días. Los 120 kilos de CeeLo -la gran voz negra del Siglo XXI-, la complicidad cool de Danger Mouse y unos músicos entregadísimos con un sonido que optó por lo orgánico se unieron para descargar adrenalina a raudales. Encadenaron cuatro bombas atómicas, Surprise, el Gone ¨Daddy Gone de Violent Femmes, Run y Blind Mary y ya no se podía subir más alto pero mantuvieron el nivel hasta bordar un bis excepcional con Neighbours y ¡oh, sorpresa! el Reckoner de Radiohead. CeeLo -la foto es de El País, a este no me llevé la cámara- acabó entre el público y todos, músicos incluidos, con la sonrisa de idiota que se te queda tras un acontecimiento totalmente feliz.
El FIB, incluso en versión reducida, ganó por goleada a Summercase, aunque los de Sinnamon se guardan una de las citas más atractivas del verano para el 15 de agosto. En la playa almeriense de Guardias Viejas -una gozada de sitio- el Ola festival trae una oferta con sabor electrónico excepcional: Björk, Massive Attack, Editors y Goldfrapp a la cabeza, pero entre la letra pequeña bandas aún más interesantes: MGMT, St Etienne, Cut Copy, Digitalism, Hercules & Love Affair o Junior Boys son los que me ponen los dientes largos. Allí estaré.
Pero, claro, Benicassim implicaba tienda de campaña, duchas colectivas, o pagar una millonada por un hotel en zona de costa en julio, si es que encuentras, y además la dolorosa necesidad de elegir entre escenarios -si ves a Hot Chip te pierdes a Roisin Murphy y a Spiritualized; o Tricky y American Music Club o José González y Eef Barzelay; Morrissey o Justice o Richard Hawley-; ni mi conciencia ni la colchoneta me dejarían pegar ojo. Pero los chicos del Fiber me dieron la solución: el Saturday Night Fiber, una versión reducida de Benicassim en el estupendo auditorio del Campo de las Naciones de Madrid, con metro de día y mucho taxi para volver, 60 eurazos por siete bandas de lo más selecto del Fiber y cuando terminaba la cosa la posibilidad de internarte en la madrugada del sábado madrileño con inconfesables fines -los confieso, pero en privado-. Y, como en Benicassim, cerveza Heineken fresquita servida por iltros en las múltiples barras o en plena pista por los providenciales Mochilamen. Cierto, faltaba lo mejor de Benicassim, Leonard Cohen, pero el canadiense promete gira europea y no pienso faltar.
Como lo de la puntualidad es marca de la casa, llego diez minutos tarde sobre la hora marcada, las 18:30, y ya están en escena The Rumble Strips, por lo que pido nervioso el primer litro de la tarde y bajo corriendo a la cancha con otros doscientos madrugadores. Iba con la acertada intuición, después de que su debut Girls and Weather me devolviera la energía de los mejores Dexys Midnight Runners, de que iba a asistir a uno de los platos fuertes... y no me equivoqué. La escasísima concurrencia -en cuanto a público el Fiber madrileño rozó el fracaso con apenas cinco mil almas- desconocía en su mayor parte a la banda de Devon -ahora quinteto, reforzados con un bajista (al bombo en la foto) con pinta de mendigo rumano y con la presencia más carismática del grupo y que compitió en el certamen de bajistas sexys de la noche con el punky de los Babyshambles-; todos alucinaban con su festiva combinación de soul y pop energético, estribillos arrebatadores y coreables, hubieran merecido un público más abundante.
Babyshambles tuvieron buenas críticas en su paso por Benicassim, pero Pete Doherty andaba escasito de voz en Madrid, lo que hizo, junto a una banda que tampoco es que sea una apisonadora, que un repertorio de estupendas canciones resultara blandito y sólo enganchara a los incondicionales. Sólo el guitarrista, fumando sin parar y bebiendo a morro una botella de rioja, estuvo a tono con el tópico politoxicómano de la banda.
Seguía cayendo el sol a plomo, y empezaba a sudar el segundo litro de Heineken, no era el momento ni el lugar más adecuados para ir de gótico-siniestro, pero ahí estaban los irreductibles, maquilladísimos y todo de negro dispuestos a adorar a la diosa Siouxsie y ofrecerle el tributo de su sudor y su rimmel corrido, aunque fuera a plena luz del día. Ninguno había nacido cuando ella vino con los Banshees a Rockola -ejem, yo sí estuve, y en la estrambótica fiesta posterior en un apartamento de la Plaza Mayor, palabra de abuelete- pero se sabían enteritas Israel, Happy House, Hong Kong Garden o Christine -sólo faltó Spellbound en el repertorio de Greatest Hits-. De dominatrix cincuentona empeñada en demostrar el efecto de las clases de aerobic y en levantar la pierna hasta bien alto desafiando al respetable a hacer lo mismo, fue la de Siouxsie una actuación planteada desde y para la nostalgia ochentera, cuyo mayor interés estuvo al final, cuando interpretó algún tema de Mantaray concluyendo con la poderosísima Into a Swan, unos últimos minutos para dignificar lo que de otra forma se hubiera quedado bastante cerca de los Pistols del Summercase.
Morrissey lleva en activo casi tanto como Souxsie, pero Mozz continúa dejándonos chispazos de talento en su obra actual. Era a a verle a él a lo que iba todo el mundo, jamás había actuado en Madrid, el peso de The Smiths y de su carrera solista en la música de las tres últimas décadas es enorme, pero no me esperaba -creo que ni él mismo- tamaña adoración. Desde que arrancó con Ask y The Last Of The Gang To Die, una de las joyas de su discografía reciente, sólo se oía un gigantesco coro ¡Se las sabían todas! Estaba condenado a ser un concierto populista por mucho que el propio Morrissey huyera de ello recurriendo a piezas oscuras de los Smiths -Vicar in a tutu, The Death of a Disco Dancer-, haciendo gala de su clásica chulería y obviando hits como Every Day Is Like Sunday. El formato festivalero de no más de una hora por actuación y sin bises impidió que un concierto que comenzó correcto y fue a más llegase a cotas más altas, aunque el cierre con How Soon Is Now fue sobrecogedor. Cielos, el problema fue que ya había caído el tercer litro de Heineken y mi vejiga, no yo, le pedía a gritos a Mozz que acabara cuanto antes.
Con toda una generación rendida de antemano a sus pies, My Bloody Valentine lo tenían bien fácil en su regreso, proclamado urbi et orbe como el más esperado. A mi me sirvió para constatar que si me aburrían entonces, me aburren igual ahora. Reconozco que tienen bonitas melodías, pero su hormigonera de sonido acaba siendo como el turrón duro de las ferias, indigerible. Creo que me salté una generación y por eso no están en mis altares los popes grunge como Nirvana o Pearl Jam ni el mazacote psicodélico del shoegaze con My Bloody Vallentine o Spacemen 3 a la cabeza. El ruidismo de los últimos ochenta y primeros noventa está para mí representado por Sonic Youth y The Jesus & Mary Chain. Los de Kevin Shields tuvieron momentos ensoñadores pero el fantasma del rock progresivo estaba demasiado cerca como para contarme entre la legión de gafapastas y entregados feligreses que les aclamaron. Hora de llenar el estómago y de descubrir que en todo el Fiber madrileño sólo había un puesto de perritos calientes y otro de crèpes, con kilométricas colas. Hubo que pasar por el aro y además pasarse de los litros a las cañitas para evitar males mayores.
Y es que venían Hot Chip decididamente ready for the floor, pero no para mirarla ensimismados como sus predecesores de escenario sino para machacarla y gastar suela a base de ritmos contagiosos. Lo mejor de la noche sin lugar a dudas, con un cierto toque Devo en las pintas pero más descuidados que uniformados, serios de expresión pero sin tomarse nada en serio y dejando caer una bomba tras otra: Boy From School, The Warning, Hold On, Over And Over y el apoteósico final con Ready For The Floor. ¡Daaaaaance! Demasiado corto pero esto es lo que necesitabamos para acabar de sudar la Heineken e irnos con buen sabor de boca. Al menos yo, porque el pegote del festival, Mika, no tenía ningún interés para mi y nadie se explica su presencia en Benicassim y en Madrid, y se me hacía muy cuesta ariba para aguardar a la sesión de DJ Supermarket, así que a hacer cola por un taxi y esperar -je,je- que estuviera abierto y animado aún el Odarko para, pese al cansancio, darle otra clase de gustos al cuerpo.
El domingo llegaba la propina porque por agenda -el sábado estaban en el escenario de Benicassim- otra de las ofertas más atractivas del Fiber no pudo estar en el festival madrileño; el de Gnarls Barkley fue un concierto aparte, en la Sala Heineken, pero mi deshidratación arrastrada me impidió optar por otra cosa que no fuera agua. Público raro - escuché al lado a unos que se proclamaban fans de Withney Houston- parte del cual no conocía a Danger Mouse y CeeLo de otra cosa que no fuera el Crazy. El escenario de la sala es demasiado pequeño para que los entregados músicos se lo pasaran todo lo bien que parecían estarlo pasando, pero fueron inconvenientes menores para disfrutar de una descarga del mejor soul que se hace en nuestros días. Los 120 kilos de CeeLo -la gran voz negra del Siglo XXI-, la complicidad cool de Danger Mouse y unos músicos entregadísimos con un sonido que optó por lo orgánico se unieron para descargar adrenalina a raudales. Encadenaron cuatro bombas atómicas, Surprise, el Gone ¨Daddy Gone de Violent Femmes, Run y Blind Mary y ya no se podía subir más alto pero mantuvieron el nivel hasta bordar un bis excepcional con Neighbours y ¡oh, sorpresa! el Reckoner de Radiohead. CeeLo -la foto es de El País, a este no me llevé la cámara- acabó entre el público y todos, músicos incluidos, con la sonrisa de idiota que se te queda tras un acontecimiento totalmente feliz.
El FIB, incluso en versión reducida, ganó por goleada a Summercase, aunque los de Sinnamon se guardan una de las citas más atractivas del verano para el 15 de agosto. En la playa almeriense de Guardias Viejas -una gozada de sitio- el Ola festival trae una oferta con sabor electrónico excepcional: Björk, Massive Attack, Editors y Goldfrapp a la cabeza, pero entre la letra pequeña bandas aún más interesantes: MGMT, St Etienne, Cut Copy, Digitalism, Hercules & Love Affair o Junior Boys son los que me ponen los dientes largos. Allí estaré.
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