Si Cataluña llega a ser un estado soberano, en la hoy Plaza de España de Barcelona se erigirá un monumento a Mariano Rajoy como principal artífice de la independencia. Nadie ha hecho tanto como el Partido Popular por la secesión de los catalanes. Si el agravio y la victimización es alimento de los nacionalismos, ese victimismo lo engorda el cebo con que Rajoy pesca en aguas de la extrema derecha. La cortedad de miras, la exclusión y los absurdos del nacionalismo, reflejados en algunos párrafos del Estatut, no se combaten con más estupidez; no se apaga el fuego con gasolina.
Van provocando: Batallan en tribunales politizados lo que pierden en instituciones representativas; enarbolan como una Biblia una Constitución imperfecta, con la "indisoluble unidad de España" impuesta frente a la razón, que a poco que se ejercite nos indica que juntos nos va mejor. Cataluña no sería ya un problema si hubiéramos superado esta Constitución y optado por el federalismo y el derecho a decidir.
La provincia francófona de Quebec, con población similar a Cataluña y reconocida como nación dentro de Canadá, ha celebrado dos plebiscitos sobre su independencia. En ambos el separatismo fue derrotado. Es más que probable que si a quienes viven en los territorios españoles con aspiraciones nacionalistas se les pregunta, opten por permanecer, bajo la fórmula que sea, en la nación común, pues hay más sentido común en los pueblos que en los políticos.
Tendemos a asumir que lo importante para los políticos lo es también para el pueblo. En la manifestación del 10 de julio contra el recorte del Estatut oficialmente participó un millón de personas. Pero la empresa Lynce, que contabiliza para la Agencia Efe aglomeraciones humanas mediante tratamiento informático de imágenes, reduce la participación a 56.000 personas. Esta firma ya demostró que el millón y hasta dos millones de presuntos asistentes a los saraos antiabortistas montados en Madrid por la ultraderecha se quedaba en poco más de 55.000 almas, o que el millón del último Orgullo Gay eran solo 51.000. Ni uno ni dos millones coreando consignas en la calle significa que Cataluña quiera ser independiente ni que España esté contra el aborto, pero si apenas pasan de cincuenta mil menos aún pueden los organizadores de manifestaciones representar el sentir popular. ¿Se acuerdan de cuántos fueron a votar el Estatut?
Cuando se habla de la fuerza centrípeta que para unirnos generan las celebraciones deportivas y la desacralización de las banderas -lo mejor que se puede hacer con las banderas es banalizarlas y convertirlas en elementos de la juerga colectiva-, la paradoja es que la fuerza centrífuga que nos separa la ejerza esa derecha española y españolista cuyo abrazo es el del oso. De esa España almidonada, adusta y santurrona yo también saldría corriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario