sábado, 11 de enero de 2014

Un día de furia (o más)

El  cuerpo en llamas de Joseba Elosegui, tras atentar contra el general Franco en 1970. El dictador salió ileso; el peneuvista sufrió graves quemaduras y fue condenado a siete años de cárcel


Con lo que voy a escribir me propongo traspasar una línea roja y estoy dispuesto a asumir las consecuencias. No lo llamen valentía, considérenlo vergüenza; vergüenza de opinar parapetado tras la pantalla de un ordenador, sin arriesgarme fisicamente, pese a ser consciente de que la revolución -de llegar a producirse alguna vez, no digo triunfar- no será en stream; la vergüenza de no haber hecho nada concreto para evitar que esto llegara tan lejos.

Oferta -real- de trabajo
En este mundo de corruptos no voy a considerarme pacifista, pues no soy de poner la otra mejilla. Devoré hambriento la novela gráfica y la película V de Vendetta y entiendo perfectamente la sed de venganza de los pisoteados y vapuleados. Entonces ¿por qué no actúa usted mismo en lugar de limitarse a cacarear? Fácil: por miedo a las consecuencias penales y porque no tengo interés alguno en suicidarme tras cometer cualquier animalada. Ya he dicho que no soy valiente y es fácil indignarse delante de un periódico, más aún si es digital, pero es muy distinto actuar. 

Otra parecida
Admiro a las víctimas del terrorismo que se atreven amanifestarse en Euskadi frente a la incomprensión y los insultos de quienes nunca entendieron nada. Quede claro que sobre este asunto ni complicidad ni equidistancia, la escoria etarra no es mejor que la de Al Qaeda. No soy quien para exigir heroicidades a nadie; el hijo de Yoyes debe tener 27 años y supongo que sólo querrá olvidar pero me -nos- habría conmovido verle aparecer en el aquelarre -buena analogía- de Durango para plantar cara al portavoz Kubati y exigirle que le pidiera perdón por haberle arrebatado a su madre ante su mirada de niño de tres años. Lo repito, no podemos exigir heroicidades.

Es reiterativo decir que no soy pacifista; las personas y los pueblos tienen derecho a defender, con violencia si es necesario, a ellos mismos, a los suyos, su pan y su libertad. Ayer mismo tuvimos un buen ejemplo en la revuelta de Burgos. El joven novelista Eloy Moreno plantea una situación similar en Lo que encontré bajo el sofá y concretamente en el capítulo titulado Una mañana toledana.

No voy a hacerlo yo; ni puedo ni tengo el valor ni la desesperación necesarios, pero ¿que persona honesta condenaría que cualquier día un modesto preferentista metiera una bala en la frente al señor Blesa? ¿o que un pequeño accioista de Bankia le haga lo mismo a Rodrigo Rato? La épica y la citada novela de Moreno exigen - espero no desvelar nada importante- que el protagonista acabe quitándose la vida, como hicieron tantos desahuciados demasiado desesperados para acordarse de  llevarse por delante a algunos de los responsables, pero ¿acaso no existen también los finales felices? Ya advertí de que cruzaría algunas lineas rojas.


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