“¿Qué es el atraco a un banco en comparación con la creación de un banco?”. Me reencontré con esta cita de La ópera de los tres peniques de Bertolt Brecht el día en que el gobierno en funciones indultó a Miguel Montes Neiro. Con ella abre Petros Márkaris Con el agua al cuello, la novela negra ambientada en la bancarrota griega de la que -con razón- todo el mundo habla y que narra una tentadora matanza de banqueros.
Miguel Montes ha sido víctima de una ley que está por encima de la Constitución, la Ley del Embudo. Pero a las víctimas la maldad de sus verdugos o su propia mala suerte no las convierte necesariamente en héroes. De él me cuentan quienes le han tratado en prisión que en su largo cautiverio algo influyó su comportamiento con funcionarios y otros reclusos que, expresado con un eufemismo borbónico, no fue ejemplar.
Pero eso nunca justificaría la suma de errores, mala praxis y mala fe que el granadino ha obtenido de carceleros y jueces, o que la policía se quitara de encima cualquier marrón sin resolver atribuyéndolo a Miguel, el sospechoso de guardia. Delinquió mucho, sí, pero, parafraseando a Brecht, ¿qué eran los atracos de Montes Neiro en comparación con el pillaje de quienes se enriquecen hundiendo naciones y llevando a empresas a la quiebra y a sus trabajadores al paro? Según la Ley del Embudo, más villano es quien vacía la caja de un banco que quien vacía viviendas, y a éste la policía no le persigue, le ayuda, como comprobó Clara Martínez, la desahuciada de la Casa del Aire a quien el subdelegado del Gobierno Antonio Cruz envió cincuenta antidisturbios por si se aferraba con demasiada fuerza al marco de la puerta. Si Miguel Montes pasó 35 años en prisión, la decapitación de banqueros a espada que investiga el comisario Jaritos en Atenas se antoja una pena benévola.
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A Enric Duran, conocido como 'Robin de los bancos', le han condenado a devolver 24.600 euros de uno de los créditos con los que estafó medio millón a 39 bancos para ridiculizar a quienes inflaban la burbuja crediticia. No hemos visto que a ilustres estafadores como Alan Greespan, Abby Cohen, Stan O'Neal o nuestro inefable Mario Conde se les haya hecho devolver ni un solo euro de los billones que se esfumaron y en parte acabaron en sus viajeras cuentas. Ante la Ley del Embudo no hay iguales.
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