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Jerry Lewis, un Jekyl patoso y un Hyde playboy en El profesor chiflado |
¿Te pedí, por ventura, creador, que transformaras en hombre este barro del que vengo?
¿Te imploré alguna vez que me sacaras de la oscuridad?
(John Milton
El paraíso perdido)
Son muchos los tipos y personajes amenazadores repetidos y recurrentes en la literatura y el cine fantásticos: invasores alienígenas, hombres invisibles, gigantes y seres diminutos. mutantes, insectos y arácnidos colosales, pero pocos tan frecuentes como los científicos locos. El temor atávico a la ciencia y el progreso, la superstición y la desconfianza en la tecnología y el futuro hacen que, a la hora de buscar un malo que provoque pataleos y silbidos en las salas de cines o nos haga ocultar la cabeza detrás del libro abierto, haya pocas cosas tan socorridas como un científico majareta sediento de fama y poder al que nada detiene en su intento de, casi siempre, dominar el mundo. Este verano y parte del otoño la exposición
Terror en el Laboratorio de la Fundación Telefónica, abierta en Madrid hasta el 16 de octubre, ha sacado el bisturí.
Esta exposición se abrió en junio, conmemorando los dos siglos que se cumplían de aquel imvierno volcánico de 1816 en que Mary W, Shelley ideó su inmortal Frankenstein. Pero como eso y la escuela creada es historia ya conta
daen
otro artículo de este blog, me dedicaré a repasar la presencia de los mad doctors en los dos últimos siglos tanto en literatura como en cine.
En el romanticismo el estadounidense
Edgar Allan Poe se interesó por los experimentos científicos más osados y fue un precursor de la ciencia ficción en relatos como
Von Kempelen y su descubrimiento,
William Wilson o
La verdad sobre el caso del Sr. Valdemar. Es ingente la cantidad de obras como éstas que han llegado al cine (varias películas de
Roger Corman) y a la televisión (las
Historias para no dormir de
Serrador)
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, en una época de grandes hallazgos tecnológicos y geográficos, es publicada la obra cumbre de un escocés conocido hasta entonces por sus novelas de aventuras y libros de viajes y novelas de aventuras y libros de viajes,
Robert Louis Stevenson, La novela psicológica de horror
El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde hizo historia planteando el fenómeno de la personalidad escindida provocada por un científico que experimenta en su propio cuerpo y consigue resultados que escapan a su control. El número de adaptaciones de esta obra al cine es enorme y trataremos más adelante de algunas.
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De Jekyl a Hyde |
Contemporaneo de
Stevenson y de la segunda revolución industrial es el maestro francés
Jules Verne. El misántropo
Capitán Nemo de
20.000 leguas de viaje submarino y
La isla misteriosa y el
Robur de
Dueño del mundo responden al tipo de científico al que me refiero, orgulloso de desafiar las leyes naturales con sus conocimientos.
La exposición
Terror en el laboratorio se centra en seis grandes obras literarias y se estructura en tres bloques temáticos en función de la naturaleza de las criaturas ideadas por los científicos. De un lado están los autómatas: máquinas animadas pensadas para mejorar la especie humana; ahí entrarían la
Hadaly supuestamente costruída por
Thomas Edison en
La Eva Futura del conde de
Villiers o la
Maria creada por el desequilibrado
Rotwang de
Metropolis (Fritz Lang, 1927), la primera gran distopía de la historia del cine. Por otra parte, la idea del
doppelgänger, que confronta el yo con su doble reprimido; es el caso del citado
El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde de
Stevenson y del posterior (principios del siglo XX)
El hombre invisible, de
H.G. Wells; también hablaré de algunas de las numerosas adaptaciones al cine de ambas obras:destaquemos
El hombre y el monstruo (
Dr. Jelyll and Mr. Hyde. Robert Mamoulian, 1931), la comedia
El profesor chiflado (
The nutty proffesor, 1963) dirigida y protagonizada por un desternillante
Jerrry Lewis y la curiosa producción británica
El Doctor Jekyl y su hermana Hyde (
Dr. Jekyl and sister Hyde. Roy Ward Baker, 1971), con cambio de sexo incluido, entre las películas basadas en la novela de
Stevenson; y de las invisibilidades imaginadas por Wells, la cinta canónica es la de
James Whale que protagonizó
Claude Rains (
The invisible man, 1933) y también fueron populares
Memorias de un hombre invisible (Memoirs of an insible man. John Carpenter, 1992) y
Hollow man (Paul Verhoeven, 2000). El tercer bloque es el del monstruo -creado por un científico visionario-, donde caben la criatura dotada de vida por
Victor Frankenstein y las bestias de
La isla del doctor Moreau -de nuevo
Wells-.
Lámparas de piel de judío
Era en un principio un símbolo de lo tenebroso. No es extraño que el científico loco sea una figura casi omnipresnte en el primer cine fantástico alemán. Los expresionistas no veían en esta encarnación del mal sino a la representación de una amenaza mucho menos científica: la irresistible ascensión de
Adolf Hitler, cuyos científicos pondrían en práctica en los campos de exterminio conductas y experimentos que ni todas las películas de terror juntas habrían imaginado. Puede verse ya un antecedente en
El gabinete del doctor Caligari (
Das kabinett des doktor Caligari. Robert Wiene, 1920), donde aparece una de las constantes del género: el científico que pone a su servicio un ser monstruoso sin voluntad que emplea para el crimen sin tener que mancharse las manos de sangre. Es en
El doctor Mabuse (
Doktor Mabuse, der spieler. 1922) dond
e Lang da protagonismo a un supercerebro criminal al frente de una macabra secta dispuesta a adueñarse del mundo empleando sofisticados
gadgets.
Mabuse es un personaje que
Lang retomó en ocasiones hasta
Los crímenes del doctor Mabuse (
Die tausend Augen des dr. Mabuse, 1960).
Mad actors
La de
mad doctor ha sido la especialidad de algunos conocidos actores. El buenazo de
Boris Karloff fue profesor chiflado en varias ocasiones, entre ellas latrilogía que dirigó
Nicholas Ginde formada por
The man they couldn't hang (1939),
The man with nine lifes (1940) y
Before I hang (1940). En ella, probando un suero de la eterna juventud, desarrollaba irrefrenables instintos asesinos. Su sobriedad interpretativa brilló junto a
Peter Lorre en
The boogie man will get you (Lew Lenders, 1942):
Karloff y
Lorre capturan cobayas humanas para crear un superhombre con fines bélicos, y en
El poder invisible (
The invisible ray. Janos Ruhk, 1936) se convertía en una especie de desintegradoerhumano investigando un meteorito radiactivo. Quien buscaba el antídoto era su eterno rival
Bela Lugosi.
Fue el maestro húngaro, el más elegante conde
Drácula, otro especialista en científicos locos y en los monstruos creados por aquellos. Fue ambas cosas en la ridícula
El hombre mono (
The ape man. William Beaudine, 1943), un desatino en el que el científico se inyecta médula espinal de un gorila sin que el guionista se moleste en explicar para qué. El pobre
Bela tenía que pagarse la morfina con subproductos como éste y otros parecidos hasta La novia del monstruo (
Bride of the monster 1956), su último papel con diálogo, si es que podían llamarse así los dislates que ideaba
Ed Wood.
Tampoco podía olvidar a otro actor fetiche en este tipo de películas:
Vincent Price. Si fue un inolvidable investigador en
La mosca (
The fly. Kurt Neumann, 1958) y muchos años más tarde dio la vida y enseñó modales a
Eduardo Nanostijeras (
Edward Scissorhands. Tim Burton, 1990), entre ambas resulta impagable el
Price de
Dr. Goldfoot and the bikini machine (Norman Taurog, 1965), una enloquecida película playera con
mad doctor. En ella se enfrenta al bronceado y cantarín
Frankie Avalon, quien trata de frenar el malvado plan del
doctor G. de chantajear a los hombres más poderosos del mundo entrenando a un ejército de voluptuosas androides en biquini. Gloriosa.
También es divertida una película que ya era de culto antes de estrenarse y también estaba protagonizada por
Vincent Price,
El abominable Dr. Phibes (
The abominable dr. Phibes. Robert Fuest, 1971). Es casi un autohomenaje a la carrera del propio
Price, llena de guiños a otras cintas de su filmografía y cuidadas rferencias al cine de terror desde Universal a Hammer. Su éxito facilitó la realización de una buena secuela, tan pop como la primera,
Dr. Phibes rises again (Robert Fuest, 1972).
Dentro de este subgénero literario y cinematográfico de científicos majaretas que se pasan el juramento hipocrático por el arco del triunfo otro ejemplar de cuidado es el
Doctor Moreau de
H. G. Wells, cuya isla plagada de híbridos de humanos y bestias fue todo un escándalo en el Imperio de su graciosa majestad
Victoria pero anticipaba algo tan actual como la ingeniería genética. La mejor de sus adaptaciones al cine es La isla de las almas perdidas (Island of the lost souls, Erle Kenton, 1932)con
Charles Laghton dando vida al osado científico.
Citemos rapidamente otros
mad doctors de menor repercusión. En
El hombre que fabricaba monstruos (
Man made monter. Dan McCornick, 1941
) Lionel Atwell transformaba a
Lon Chaney Jr en Dinamo, un hombre eléctrico que a causa de sus experimentos acababa siendo un zombi asesino;
Jack Arnold también abordó el tema en una de sus películas más pobres,
Nonster on the campus (1958); mejores resultados obtuvo Todd Browning con su colosal
Muñecos infernales (The devil doll, 1936).
Orloff, Mengele y Bacterio
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Si Mabuse era Hitler, Orloff era... ¿Franco? |
En tiempos más recientes anoto una alucinada pieza de cine basura,
Astro zombies (Ted Mikels, 1969) y por supuesto la aparción de científicos locos en muchas de las aventuras de
James Bond -si hablamos de cine, desde la primera,
Dr No (Terence Young, 1962)-. Pero vayamos con unas dosis de caspa hispana:
Jesús Franco tuvo su particular
mad professor en
Orloff, que fue
Howard Vernon en la estupenda
Gritos en la noche (1962), pero bajó muchos enteros en
El siniestro doctor Orloff (1964); en ellas el científico rapta jovencitas para intentar curar el desfigurado rostro de su mujer. Pero una cosa es que los científicos estén locos y otra que sean tontos: la vergüenza de la profesión fue
Javier Gurruchaga como el
conde Nado en la infame
Supernova (Juán Mirón, 1992) con es gran actriz llamada
Marta Sánchez. Menos mal que para salvarnos estaban el clásico
Bacterio y el demencial
Chiflágoras; salidos ambos de la pluma de
Francisco Ibáñez, el segundo aparece en la película
El armario del tiempo (Rafael Vera, 1971) y
Bacterio no faltó en
La gran aventura de Mortadelo y Filemón (Javier Fesser, 2003) y sus secuelas.
Imginense a 94 niñitos cuellicortos con mostacho y flequillo levantando continuamente el brazo derecho; pues eso, más omenos fue lo que ideó
Ira Levin para
Los niños del Brasil. Allí el científico loco era terriblemente real, nada menos que el
carnicero de Auschwitz Josef Mengele. Su fuga a Sudamérica sirve de excusa argumental para que en la novela el cazador de nazis
Simon Wiesental descubra aMengele escondido en la selva embarazando a mujeres arias con esperma de
Hitler -¡sí que le cundió la Viagra al fuhrer!- para producir al líder del
Cuarto Reich.
Tiempos modernos
David Cronenberg también colocó a un científico chiflado al frente de un dudoso experimento para aumentar el placer sexual con nefastas consecuencias en su tercer largo,
Vinieron de dentro de (
Shivers, 1975).
En el cine los últimos años han conocido una cierta humanización del personaje del
mad professor que, más benévolo, puede fabricar una mujer diez -
Barbara Carrera en
Embryo (Ralph Nelson, 1976) o un hombre objeto como J
ohn Malkovich en
Fabricando al hombre perfecto (
Making mr. right. Susan Seidelmam, 1987). Incluso se pede dar el caso de que el profesor chiflado sea una máquina, como el
Proteus IV de
Engendro mecánico (
Demon seed. Donald Cammell, 1977), que intenta tener un hijo con la mujer de su diseñador. Hasta
Woody Allen se atrevió con el tema en uno de los esketches de
Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y no se atrevió a preguntar (
Everything you wanted to know about sex, 1972)´. Más científicos benévolos de los ochenta fueron el
Emmet Brown de
Regreso al futuro (Back to the future. Robert Zemekis, 1985) y us dos secuelas y el
Rick Moranis de
Cariño, he encogido a los niños (
Honey, I shrunk the kids, Joe Johnston, 1989). Esta última película tuvo como guionistas a dos gamberros,
Robert Gordon y
Brian Yuzna que, a años luz de la candidez de aquel producto Disney, habían perpetrado una trituradora revisión de los cánones más clásicos del género tomando como base a
Lovecraft. Hablo de
Re-animator (1985), una salvajada que pasó a la historia del exceso.
Los límites de la ciencia
Los hombres-bestia de
Moreau, el hombre revivido de
Frankenstein, la
María de
Metrópolis o lo que hace
Jekyl consigo mismo son aberraciones de científicos en su intento de ir siempre más allá, pero ¿no es ese el papel de la ciencia. llevar al hombre a los confines de su propia existencia? o ,como defendía
Brian Aldiss en su
Frankenstein desencadenado, la naturaleza necesitaba ser enmendada, y enmendarla era la misión del hombre.