sábado, 26 de marzo de 2016

Pop Art: Las portadas de Blue Note

Blue Note son dos palabras que juntas pueden tener varios significados: en música la llamada nota de blues, la que, si se añade a una escala pentatónica, da lugar a la expresividad propia del blues y el jazz; si unimos la  hostelería a ese concepto se refiere a un mítico club de jazz fundado en 1981 en el Greenwich Village neoyorquino y hoy abierto también en otras cinco ciudades de todo el mundo; por último debemos asociar esa nota al negocio discográfico y el resultado es Blue Note Records, el histórico sello discográfico que en 1939 fundaron Alfred Lion y Francis Wolff y que en la actualidad pertenece al grupo Universal Music. A esta discográfica y a sus revolucionarias portadas para contener discos de vinilo de 12 pulgadas es a lo que me voy a referir. Este, por tanto, no es un artículo sobre música sino sobre arte, genuino arte pop.

Blue Note Records también ha publicado, y publica, discos de blues, soul y gospel, pero ha estado tradicionalmente asociado a un concreto estilo de jazz, el hard bop; baste citar nombres como los de Horace Silver, Jimmy Smith, Freddie Hubbard, Lee Morgan, Thelonious Monk, Art Blakey y Miles Davis.


La escala de blues


En enero de 1956 el ya citado ejecutivo discográfico y también fotógrafo de publicidad Francis Wolf conoció a Reid Miles, artista de publicidad aficionado a la música clásica que por entonces trabajaba para la revista Esquire como freelance. La compenetración de ambos talentos dio frutos a partir del noveno álbum editado por Blue Note Records y sobre todo a partir de una serie de discos, la legendaria 1500 modern jazz series y desde finales de los cincuenta las obras maestras de la serie 4000Miles se convirtió en el diseñador principal de la discográfica durante los siguientes once años. Las portadas de Reid Miles, siendo diferentes la una de la otra, marcaron el indefinible estilo gráfico Blue Note, reconocible en todas ellas, tanto como la música de los surcos grabados en el vinilo que contienen. Los álbumes Blue Note de aquellos años dejaron una impronta indeleble en la historia de la música y del diseño. Nos hablan de clase, de elegantes saxofones desbordándose en clubes nocturnos de los cincuenta y los sesenta.

La tipografía era fundamental en el trabajo de Miles, muy familiarizado con los tipos sans-serif tan de moda en los cincuenta, no así la música contenida, que no era su favorita; por eso tras el briefing de rigor, recogía sus cincuenta dólares por carátula y los discos que recibbía como pago en especie los cambiaba en tiendas de compraventa por vinilos de música clásica. Sin embargo sus juegos tipográficos, sus rupturas en bloques de los nombres de los artistas y álbumes que firmaban, parecían transmitir un profundo conocimiento de la ruptura con el pasado, el atrevimiento y la libertad formal que aquella música transmitía; al igual que las fotos de Francis Wolf; las vestimentas con que éste retrataba a los músicos de jazz tuvo una enorme influencia en la moda a ambos lados del Atlántico.

Recordemos que eran unos tiempos muy anteriores al uso del ordenador en el diseño gráfico. Reid Miles se bastaba a menudo con tres tintas, de las que el negro o el blanco eran mucho más que un fondo -obsérvese Go de Dexter Gordon-.

Pueden seguir citándose pruebas de exquisita ejecución gráfica, algunos en los que el propio Miles se ocupó también de la fotografía buscando abrir nuevos caminos. En Internet hay valiosas páginas que recopilan muchos de estos trabajos. Véanlos ustedes mismos.

En sus últimos años uno de los cofundadores, Alfred Lion, bautizó a Blue Note como the lucky label -el sello afortunado-, por la cabtidad de grandes artistas que dieron sus primeros pasos y crecieron musicalmente en la escudería. En cuanto a sus genios gráficos, Reid Miles fue durante una época director artístico, teniendo a sus órdenes a creadores como un joven Andy Warhol. Trabajó para Blue Note hasta 1967, año en que también Lion dejó la empresa por problemas de salud; de todos aquellos artistas nos queda la que quizás es la mejor música compuesta y facturada en el siglo XX y de Francis Wolf, Reid Miles y sus colaboradores algo más de una década de puro arte pop.




jueves, 24 de marzo de 2016

Las coordenadas de Idomeni



41°07′21″N 22°30′38″E son las coordenadas GPS exactas, de latitud y longitud, donde se localiza el campo de refugiados de Idomeni, en el municipio griego de Peonia, según las he encontrado en Google Maps después de mucho buscar.  Los medios de comunicación ofrecen multitud de imágenes -al parecer no las suficientes para que nos demos por enterados- de lo que The Guardian ha llamado la mayor favela de Europa, una vetusta parada de tren de la línea Salónica-Belgrado al noroeste de Grecia cerrada desde que la República de Macedonia, siguiendo el ejemplo de otros países balcánicos, cerró su frontera con el país de la Unión Europea en cuyas costas e islas, según cifras de Acnur, cerca de cuatrocientas mil personas, incluidas familias enteras, desembarcaron en 2015 huyendo de la guerra civil Siria y otros conflictos enquistados. El nombre del lugar, hoy un vertedero tóxico, donde se hacinan unas cuarenta y cinco mil personas con o sin frágiles tiendas de lona, bajo una lluvia inclemente, bañados en el cansancio, la suciedad, y las enfermedades, braceando sin resuello en la desesperación. El  nombre del lugar tiene resonancias míticas. Idomeneo fue supuestamente un rey de Creta pretendiente de Helena de Troya al que Mozart hizo protagonizar una famosa ópera. Hoy el nombre no sugiere nada histórico ni mitológico, sino un gran insulto y una bofetada a los valores europeos y a los derechos humanos más básicos.


Dicen que toda situación mala es susceptible de empeorar. Y en Idomenei esto se está cumpliendo. Todo empeora en progresión geométrica desde que dos mil personas intentan atravesar a pie un río semihelado hacia Macedonia y son recibidos por alambradas, concertinas y por militares y policías que les obligan a regresar a Grecia. Que la miseria, las colas en espera de comida y medicinas se han multiplicado lo saben mejor que nadie los médicos que llegan entre ellos: antes de llegar al campamento desconocían la expresión emergencia de salud pública. Crecen como la espuma los casos de fiebre, neumonía, septicemia, crisis nerviosa y brotes psicóticos. Es lógico que se pregunten qué delito han cometido. Escapando de la destrucción, la tiranía y la muerte buscaban la Europa de la paz y la libertad y se han encontrado en la Grecia de la ocupación nazi.

A aquel momento histórico y a las deportaciones de la Gran Guerra anterior, la de 1914, nos retrotrae contemplar incrédulos cómo la Unión Europea llega a un acuerdo con el gobierno islamista de Turquía para expulsar a ese país a los refugiados que están en nuestro territorio a cambio de allanar a tan poco fiable aliado el camino de entrada al selecto club. Aseguran que Turquía es un lugar seguro para ellos, sin tener en cuenta que allí su destino son nuevos campos, más parecidos a los de concentración y prisioneros de otros tiempos, ni la ambigua relación del gobierno y el ejército turco con el Dáesh.
Pareciera que mientras mirábamos a otro lado hubieran derogado la Carta Universal y la Convención Europea de los Derechos Humanos sin que nos enterásemos, porque, pese a lo que digan los políticos del club, este acuerdo es ilegal, no me cabe duda. Así lo denuncian las Naciones Unidas y Acnur se niega a participar en las expulsiones.

Por si algo les -nos- faltaba, además los refugiados se han convertido en banco de pesca que llena las redes del populismo xenófobo. Sn argumento electoral para la Alianza por Alemania, los tabloides británicos o las soflamas de Donald Trump. Incluso en nuestras calles he oído relacionarlos indirectamente con los recientes atentados de París y Bruselas. Insensatamente argumentan: Es que los yihadistas es cuelan camuflados entre los refugiados ¡Bobos!, pero si los terroristas de noviembre y marzo eran franceses y belgas de pura cepa; si los condenados por el 11-M en Madrid eran marroquíes y españoles; si ninguno de los kamikazes de Nueva York y Washington tuvo que seguir sinuosas rutas como esta pobre gente.

De momento esto es lo que hay: ignorados, anónimos, hundidos en el cieno,confinados a páginas pares interiores, han de contemplar cómo su destino y su futuro es el de mercancía que llena contenedores y se decide en despachos enmoquetados y en salas de juntas bien calefactadas donde nadie sabría situar ni de forma aproximada las coordenadas geográficas del campo, del cementerio de Idomenei.







domingo, 28 de febrero de 2016

Playlist nº 77: Cantándole al cambio climático

Una linda colección de coplas que en uno u otro sentido hablan de lo que se nos viene encima; de cómo defender la naturaleza y cómo destruírla de la forma más eficiente; de contaminación, radiactividad, malos humos, hielos que se derriten, bosques que arden y especies que se extinguen; de ecología pero no necesariamente pacífica. Disfrútenla los mayores de 18 años y menores acompañados; no apta para Al Gore y niñitos de Greenpeace.

1. Marvin Gaye: Mercy mercy me (The ecology)
2. Burrito Panza: Cambio de clima
3, Vainica Doble: Doñana
4, The Beatles: Mother Nature's son
5. Bobby Darin: Nature boy
6. Tito Puente: Agua limpia
7. Tachenko: Natural
8. Décima Víctima: Contra la naturaleza
9. Aviador Dro: Nuclear sí
10. Kings Of Leon: Radiactive
11. Cerrone: In the smoke
12. Beck: The new pollution
13. Pekenikes: Polución
14. Bomb The Bass: Smog
15, Explosión Suprema: Se contamina el barrio
16. Circle X: Compression of the species
17. Tom Waits: The Earth dies screaming
18. Cibelle: Melting the ice
19. Lloyd Cole And The Commotions: Forest Fire
20. Spoon: Before destruction

domingo, 21 de febrero de 2016

El limpiacristales de Dubai (reprise)


La vida es peligrosa, no por los hombres que hacen el mal
 sino por los que se sientan
a ver qué pasa
(Albert Einstein)


Cuando en la pasada nochevieja todos pudimos ver las imágenes de un pavoroso incendio devorando un gigantesco rascacielos en el mayor y más rico de los Emiratos Árabes Unidos recordé una entrada que publiqué allá por 2010 en este mismo blog y que he decidido rescatar y actualizar porque me pareció escalofriantemente vigente. Estaba inspirada en una fotografía publicada por el Daily Mail que mostraba a un hombre de aspecto asiático que limpiaba, colgado en el vacío sin arnés ni más sujección que su mano izquierda, las ventanas exteriores del piso 34 de un rascacielos en Dubai. Del paraíso petrolero para multimillonarios iba a Punta Umbría y a la estafa de aquel listillo que por entonces prometía sueldos de ensueño -3600 euros semanales, por jornadas de doce horas, eso sí- a quienes acudieran al emirato a colocar cristales en las torres,
una tarea para la que el emir de turno y su constructor de cabecera andan sobrados de esclavos orientales que se juegan el tipo a cambio de una miseria. 350 incautos creyeron en el timador y -algunos incluso venidos de lejos- llegaron a rellenar un extraño formulario en el que les pedían que contaran su último sueño -¿también los húmedos? me pregunto- y colocaran por orden de preferencia valores como trabajo, respeto, compromiso y honor.

También recordé a los personajes principales de aquella estupenda película palestina titulada Paradise Now (Hany Abu-Assad, 2005) que fue candidata al Oscar. Aquellos dos jóvenes desesperados que malvivían en las inmundas barracas que las monarquías y dictaduras petroleras destinaban a los trabajadores semiesclavos que edificaban sus imperios de lujo y derroche se planteaban inmolarse como hombres-bomba en Tel Aviv en pos del paraíso prometido a los mártires. El infierno ya les rodeaba en la Tierra.

Ignoro qué habrá sido de aquellos que quisieron ser limpiacriastales en Dubai. Es posible que cinco años después, si es que han encontrado un trabajo más acá de Dubai, se acuerden de aquel tal Garrido cuando regresen a casa, el cuchitril compartido que su sueldo le permite, agotados tras una jornada laboral interminable y mal pagada y sientan el futuro colgando del vacío como el limpiacristales de la foto, temiendo siempre que la próxima soldada -¿nómina? no lo creo- será la última.

Será peor en el mañana, cuando sus hijos, si los tienen, sólo puedan aspirar a empleos como el de limpiacristales de Dubai. a los que se aferrará cumpliendo lo que le pidan porque si los pierden no habrá subsidios al desempleo, nadie los defenderá pues ya no habrá sindicatos y tendrán miedo a enfermar porque la sanidad será de pago.

Entonces esos hijos se plantearán dirigir a sus progenitores mensajes cargados de reproches como los de Franz Kafka en su Carta al padre, no sólo por haber sido tan ilusos para creer en el sueño de Dubai que al menos no le costó un euro, sino también por tragrse el veneno de otros estafadores: editorialistas, telepredicadores, economistas de salón. Recriminará a toda su generación haber permitido que le hicieran una crisis, y otras que vendrían después, para demoler su edificio de derechos y garantías.

Los hijos y los nietos de aquellos aspirantes a limpiacristales acusarán a sus antecesores de cavar sus propias tumbas y, más profundas aún, las de quienes vendrían después, cuando contemplaban indiferentes, cuando no celebraban, que la Ley se cebara con quienes defendían como sabían los derechos laborales y de huelga, mientras ellos permitían que recortaran salarios y derechos y les atacaran con toda la violencia de que el poderoso piquete del liberalismo es capaz, sin tener en cuenta que más pronto que tarde les tocaría a ellos y sus hjos el turno de pasar por la picadora de carne.

Cómo pudimos ser tan estúpidos. Cómo no supimos medir la escasa distancia entre el joven camarero que trabaja once horas y el limpiacristales de Dubai; entre éste y el niño que escarba en el vertedero de Sao Paulo. Fue tan fácil desandar el camino.

















jueves, 11 de febrero de 2016

La antorcha del moderno Prometeo



En este 2016 se cumplen 200 años de aquel largo invierno volcánico -debido a la explosión del volcán indonesio Tambora- de 1816 cuando Percy Shelley, su esposa Mary Wolstonecraft, Lord Byron y su médico personal -y cuentan que también pretendiente- John Polidori se reunieron en la casa suiza del barón inglés Villa Diodati, donde Byron les retó a componer por diversión una historia de terror. Mary elaboró el germen de lo que tituló Frankenstein o el moderno Prometeo, perfecto híbrido de ciencia ficción y terror gótico inspirado por las investigaciones de Galvani y Erasmus Darwin sobre el supuesto poder de la electricidad para revivir cuerpos inertes y por el mito heleno del titán que hurta el fuego a los dioses y lo entrega a los mortales para que se calienten e iluminen. Año y medio más tarde salIó publicado el libro con algunas correcciones. También se cumple un siglo desde que Frankenstein -entonces con otro nombre- y su criatura llegaron por primera vez a un largometraje cinematográfico -antes hubo un corto de 16 minutos- en Life without soul (Joseph W. Smiley, 1916). De este recorrido de dos siglos en el papel y uno en la pantalla siguiendo la antorcha del moderno Prometeo versa este artículo.
Prometeo según Füger
Mary  W. Shelley


Aún vendría otra versión muda de la historia (Il mostro di Frankenstein. Eugenio Testa, 1921) antes de que se diera la trascendental conjunción de talentos entre el director James Whale, el actor Boris Karloff y el maquillador Jack Pierce, El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931). Valga la anécdota de que Bela Lugosi rechazó el papel de la criatura por temor a que sus fans no lo reconocieran, lo cual puso en bandeja a Karloff convertirse en el monstruo más humano. El resultado: un clásico indiscutible con la marca reconocible de la Universal de aquellos tiempos. Más tétrico y menos moralista que el original literario, la película se centra en la primera mitad de la novela y añade una muerte brutal y poética a la criatura del científico que quiso emular a Dios, El éxito fue grande, aunque por debajo de revisitaciones del mito muy inferiores que vendrían después. El público, sobrecogido por escenas inolvidables como la muerte de la niña a orillas del lago, pedía más. Cuatro años tardó Whale en ofrecerlo. Para justificar la reaparición de la criatura muerta al final de la anterior cinta, en la superlativa La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein. James Whale, 1935) la historia recupera a la escritora, de nuevo junto a su marido y Byron, que la retan a continuar la historia. Recuperando momentos de la novela obviados en la anterior película como el encuentro con el violinista ciego, en la nueva un personaje añadido, el siniestro profesor Pretorius, propone a Victor Frankenstein dar vida juntos a una compañera para el monstruo. Un papel de pocos minutos que consagró a la actriz Elsa Lanchester -que interpreta también a Mary W. Shelley- y convirtió en iconico su estrambótico peinado cónico -inspirador del que lleva Marge Simpson- con su mecha en forma de rayo. La novia de Frankenstein acentúa la bondad natural de la criatura frente a la crueldad de la masa, convirtiéndose en una hermosa parábola sobre la intorelancia. Entre otros hallazgos, sobre todo visuales, en esta gran secuela podemos por fin oir hablar a la criatura.

Caídas y nuevas ascensiones de Frankenstein

El propio Boris Karloff y muchos imitadores tuvieron que representar al monstruo en incontables películas, algunas realmente indignas, durante los años cuarenta y cincuenta. Recordemos charloradas como Abbot y Costello contra los monstruos (Abbot and Costello meet Frankenstein. Charles Barton, 1948) o Yo fui un Frankenstein adolescente (I was a teenage Frankenstein. Robert L. Strock, 1957). Retirado del cine James Whale -un retiro martavillosamente recreado en Dioses y monstruos (Gods and monsters. Bill Condon, 1998)-, la criatura fue hundiéndose en la farsa chusca y pasó de moda hasta que a finales de los años cincuenta la productora británica Hammer Films recupero a este y otros monstruos de Universal con más profusión de hemoglobina y terror gótico y los rejuveneció con su incomparable sello. La creación de Victor Frankenstein  fue en varias ocasiones Cristopher Lee. En las dos décadas siguientes la productora no siempre mantuvo al mismo monstruo, pero sí a Peter Cushing en la piel del científico y al director Terence Fisher, desde la primera entrega, La maldición de Frankenstein (1957) .Hubo también films irregulares como Frankenstein creó la mujer (Frankenstein created woman, 1967) o El cerebro de Frankenstein (Franenstein must be destroyed, 1969)  Mientras, seguían estrenándose subproductos en los que la criatura se veía a compartir pantalla con hombres-lobo, vampiros,  momias y hasta alienígenas como en Frankenstein y el monstruo del espacio (Frankenstein meets the space monster. Robert Gaffney, 1964), película de culto de puro mala también estrenada con el surrealista título de Frankenstein invade Puerto Rico. Franskenstein o su monstruo sólo aparecen en el título: es en realidad una historia más de marcianos necesitados de hembras como las que cité en otro artículo de este blog. Aquel mismo año hubo proyectado incluso un kaiju eida, Godzila contra Frankenstein que Toho tuvo el buen sentido de cáncelar. La productora japonesa le vio las orejas al lobo del fracaso.

A menudo estas películas de ínfimo presupuesto vendían la trampa gomercial de trailers en color, pero el espectador encontraba después que, excepto apenas un minuto de metraje el resto era en blanco y negro. Fue el caso de uno de los últimos productos Universal, la casi salvable La sombra de Frankenstein (The ghost of Frakenstein. Erle C. Kenton, 1942).

Rey del glam

Años setenta, una década  que conoció la proyección ininterrumpida en los cines londinenses de una cinta de Jim Sherman, más una religión que una película,  titulada Rocky Horror picture show, adaptada casi literalmente del musical teatral -u ópera rock, como pompósamente se llamaban en la época-. Frankenstein se transforma en Frank'n'Furter, aquel sweet transvestite from Transexual, Transilvania, de medias negras y kilos de rimmel que fabrica a un rubio, musculoso y dotado monstruo.

Nuevas aventuras de la criatura

Contemporánea de Rocky Horror... es una de las sensaciones de taquilla de aquellos tiempos, el homenaje cómico y monocromático que Mel Brooks tributó al Frankenstein original, El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974) es sin duda lo más presentable en la filmografía de este director. En ella está su típica sal gorda y mal gusto; sin embargo la fidelidad casi clónica con que reconstruye escenarios y atmósferas de las películas Universal, el gran trabajo actoral y los divertidísimos gags dejan alto el listón. La verdad es que James Whale habría gozado rodando la vida sexual de la criatura, contando con un lacayo con los ojos de Igor o retratando a los persecutores del monstruo com auténticos nazis. Hay que pensárselo mucho antes de despreciar El jovencito Frankenstein.

Hubo de todo, incluso blaxplotation, en aquella década para Frankenstein. Andy Warhol encargó al director favorito de su Factory, Paul Morrisey, una peculiar versión con mucho gore y erotismo, Carne para Frankenstein (Flesh for Frankenstein, 1974), del mismo modo que revisaba otro mito del terror en Sangre para Drácula (Blood for Dracula. Paul Morrissey, 1974) con resultados igualmente nauseabundos. El escultural Joe D'Alessandro encarnó a una criatura muy escasa de vestuario.

Rock'n'roll Frankenstein
Es cierto que como tema fílmico para la ciencia ficción, la inteligencia artificial y los pluscuamperfectos replicantes dejaron bastante en desuso al bueno de Frankenstein, aunque casi agotado el siglo XX  llegó la original Ffrankenstein desencadencadenado (Frankenstein unbound, 1990), penúltima película en la dirección del prolífico -y nonagenario en unos días- Roger Corman, adaptación de la novela homónima de Brian W. Aldiss en la que se une el mito gótico con el tema de los viajes en el tiempo. No es redonda pero merece la pena por su freascura. Aunque en los noventa o podía faltar una revisión cultista, la pretendida versión definitiva, Mary Shelley's Frankenstein (1994). Vino de la mano de un excesivamente ambicioso Kenneth Branagg, con un Robert De Niro  lleno de costurones como improbable criatura y mucha palabrería vacía. Un pretencioso y monumental aburrimiento.

No hay que olvidar los homenajes y apócrifos, y en este ámbito descuella la admiración de Tim Burton por el mito, plasmada en un temprano corto de animación para Disney, Frankenweenie (1984, ampliado a largometraje en 2012), y en la maravillosa Eduardo Manostijeras  (Edward Scissorhands, 1990). La última ficción estrenada en gran pantalla es la gamberrada Rock'n'roll Frankenstein (Brian O`Hara, 19999), una delirante comedia musical en la que Elvis y la criatura son uno.

Mucho más estimulante fue la revisión que el español Gonzalo Suárez rodó en tierras noruegas. La brillantìsima Remando al viento (1987) recreaba pesadillas compartidas por  los Shelley y Lord Byron en aquel anormal junio de 1816 que hacçian que la criatura se encarnase. Una maravilla con el talento cinematográfico y literario de Suárez saliendo a borbotones que vino a enriquecer un mito venido a menos pero que permanece grabado con letras góticas en la historia del cine.